Uno
de los entornos más visitados en la ciudad son las Casas Colgadas y el entorno
en el que están emplazadas: La grandiosa Hoz del Río Huécar. Pues en este lugar
se desarrolla este relato, concretamente en la parte de las Casas Colgadas
donde ahora mismo hay un famoso restaurante.
El
Infante Don Enrique de Trastámara visita Cuenca, no viene de turismo, sino a
dar las gracias a los habitantes de la ciudad por su apoyo prestado en los
juegos de guerra que se trae con su hermano Pedro “El Cruel” ahora Rey de
Castilla. Al darse el baño de multitudes por las callejuelas de Cuenca Enrique
se fijó en una bella muchacha que se llamaba Catalina. Tan prendado se quedó de
ella que mandó a sus sirvientes para conocerla.
Don
Enrique se enamoró de Catalina y quiso que fuera suya para siempre y le
prometió a su padre bienes y dinero a cambio de la dama. En aquella época
también había crisis, (no hay datos de cómo estaba la prima de riesgo) la
familia de Catalina pasaba por apuros y el padre de esta la convenció para que
accediera a ser cortejada. Pasaron muchos ratos juntos Enrique y Catalina, y
nuestra protagonista al final se quedó embarazada. Don Enrique tuvo que salir
de Cuenca precipitadamente por asuntos de guerra no sin antes ordenar que tanto
Catalina como su futuro hijo quedaran recluidos en una casa y que nada se
supiera de todo esto por la ciudad.
Enrique
marchó y en una disputa mató a su hermano el Rey Pedro y se convirtió en
Enrique II de Castilla. Esto ocurrió en el año 1369. Enrique II se casó con
Doña Juana y tuvo un hijo; se olvidó de Catalina y del hijo que tenía en
Cuenca. El Rey que era muy supersticioso una noche fue a ver disfrazado de
campesino a un hechicero adivinador. Este le dijo que tenía la mano manchada de
sangre de un hermano y que tuviese cuidado, que lo mismo le podría pasar a su
propio hijo. El Rey se quedó aterrado al acordarse del hijo bastardo que tenía
en Cuenca y para que la historia no se repitiera, tal y como le había
vaticinado el hechicero, tenía que matar a su hijo bastardo. Pidió perdón a
Dios y mandó a sus hombres hasta Cuenca.
En
una noche fría, los hombres del Rey llegaron a la casa de Catalina y le
arrebataron de sus brazos a su hijo Gonzalo, con alevosía y nocturnidad.
Catalina sabía lo que le iba a pasar a su hijo, si se lo llevaban, y
desconsolada intentó por todos los medios que no le quitaran a su hijo Gonzalo,
pero fue en vano. Y cuentan las gentes que, durante días y días, se escuchaban
los gritos de Catalina llamando desconsoladamente a su hijo desde las ventanas
de su casa que dan a la Hoz del Huécar. Hasta que una noche, presa de la
desesperación y la locura, Catalina se precipito al vacío de la Hoz. Los
vecinos de la ciudad aseguraban que, por las noches, en la hoz, todavía se
podían escuchar los lamentos de Catalina que recordaban a los cantos tristes de
una sirena.
Puede
que en las gélidas noches de invierno conquense se escuchen los lamentos de
sirena de doña Catalina rebotando contra las rocas de la Hoz del Huécar.
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