Diego,
hijo de un oidor de la ciudad, era la vergüenza de sus padres y de su familia,
a los que deshonraba con costumbres licenciosas. De hermosa apariencia física,
apuesto, conquistador, diestro en Justas y Torneos. Era, a pesar de sus
calaveradas, el ídolo de las damas de la mejor sociedad conquense. Una dama
misteriosa, que apareció en Cuenca durante el verano, consiguió interesar a
Diego, que intentó en seguida su conquista, pero desaparició de la ciudad tan
misteriosamente como había llegado, sin que el joven consiguiera encontrarla,
hasta que iniciado el otoño apareció otra vez en la ciudad. Desde aquel
momento, ya no se separó Diego de ella. De costumbres y manera tan licenciosas
como aquél, la dama desconocida produjo el escándalo en Cuenca. Ante nada
retrocedían, desprovistos de todo respeto humano y… hasta divino. Nada
consiguió el padre de Diego cuando trató de apartarlo de aquellos amores y
conductas. Por toda respuesta le dijo que pensaba casarse con aquella dama, de
la cual nada sabía, excepto su nombre: Diana. Nombre pagano que asustó al
oidor, y pidió a Dios por aquel hijo depravado. Continuaron aquellas relaciones
escandalosas, y llegó el día de Todos los Santos. Precisamente aquella noche,
la pareja, reunida con amigos y amigas de sus misma aficiones, se divertía y
reía del miedo que mucha gente tenía en salir de su casa o bromear a propósito
de los difuntos y vida de ultratumba. Diego llegó a discutir con Luís, uno de
sus amigos, que se negó a acompañarle en un viaje que proyectó hacer en aquel
mismo momento por el campo. De tal discusión resultó un desafío entre ambos,
que quedó concertado para el amanecer del día 3, ya que Luís, temeroso, se negó
a llevarlo a efecto aquella misma noche. Pero Diego y Diana, acompañados de
unos pocos, salieron y se dirigieron hacia el atrio de la ermita de las
Angustias. Ninguna de las alocadas damas les acompañó. Sólo unos pocos, que muy
pronto dejaron solos a los amantes. La noche, tormentosa, con abundantes
truenos y relámpagos, acabó en una lluvia que fue empapando los vestidos de
Diana, sentada junto a Diego en las escaleras del atrio. Al advertir el joven
el estado de Diana, completamente mojada, y tiritando él mismo de frío, le
propuso guarecerse al abrigo de la ermita. La puso en pie, y al tratar de
llevarla en brazos, debido a un relámpago deslumbrante y habiendo quedado un
poco levantando el vestido, descubrió no una pierna de mujer, sino una horrible
pata de cabra, peluda y fea, terminada en una horrible pezuña. Diego comprendió
al momento su equivocación. Había estado coqueteando con el diablo, en forma de
bellísima mujer. Subió las gradas de la escalera donde se habían sentado y
abrazándose a la cruz pidió auxilio a Dios. La fingida Diana desapareció en un
alarido, envuelta en siniestros resplandores. Diego aterrorizado, descendió las
escaleras y se dirigió al convento de los Descalzos, en cuya puerta estaba la
cruz. A su llamada respondieron los frailes, ante cuyo prior hizo el joven
confesión de su terrible experiencia, así como de sus culpas. No quiso
levantarse del suelo hasta que le permitieron quedarse en el convento. Su
arrepentimiento fue sincero y total. Vivió aún largos años de vida ejemplar y
penitente, y murió santamente. Recuerdo de esta leyenda es la cruz, que se
conserva en el atrio del antiguo convento de los Descalzos, en cuyo centro se
ve una mano extendida con cinco dedos, que según la tradición era la huella de
la mano de Diego cuando se abrazó a la cruz pidiendo el auxilio divino, al
identificar a Diana como el demonio.
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