Esta historia tuvo lugar hace mucho, mucho tiempo. Nadie sabe con certeza cuándo ocurrió, su origen se ha perdido en la noche de los tiempos, pero la memoria de las gentes del lugar la ha mantenido viva repitiéndola de padres a hijos durante generaciones fieles a la tradición oral del conocimiento, de los misterios y de la magia.
En un paraje solitario de la Manchuela, cerca del pueblo de Villamalea, vivía un joven con sus padres campesinos… Su caserío estaba alejado del pueblo y también lejos del camino y protegido por dos guardianes, dos enormes olmos. No muy lejos se encontraba un profundo Tollo, una depresión que surgía de pronto en la llanura manchega y por donde discurría un riachuelo que formaba una pequeña laguna adornada por la caída de una continua cascada de agua plateada. Uno de sus momentos más esperado era cuando al atardecer, y una vez que terminaba sus tareas, bajaba a bañarse al hermoso tollo… Un camino empinado y serpenteante le llevaba hasta el agua.
Después del agradable baño le gustaba tumbarse sobre una enorme roca de granito que allí había y mientras observaba el discurrir de las nubes en el cielo azul, meditaba sobre su vida solitaria. Su única compañía, aparte de sus padres, ya ancianos, eran el rebaño de cabras, los burros y los animales de su granja.
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