La
historia de este señor ocurrió allá por la mitad del siglo XV, cuando reinaba
Enrique IV, apodado el impotente; fueron tiempos donde los desórdenes, las
injusticias y el desgobierno eran la tónica general.
Parece
ser que el famoso caballero de Motos, no era otro sino un tal Beltrán de Oreja,
natural de Hita y el cual en una reunión de Cortes celebradas en Madrid, tuvo
una fuerte trifulca con un Procurador del Reino, al que terminó agrediendo; hecho
éste que le llevó a tener que huir y esconderse, ya que eso era sinónimo de
pena de muerte.
Pasado
un tiempo prudencial, regresa a Hita, pero al no sentirse seguro ofrece sus
servicios como mercenario al Rey Juan II de Aragón, también conocido como Juan
el Grande. El cual acepta los servicios de Beltrán de Oreja, y éste allá por el
año 1458 aparece por las tierras de Molina, acompañado de su familia, y
haciendo más ostentación de pergaminos y títulos, que de caudales; Se
presentó a los hidalgos y administradores de la zona como Álvaro de Hita.
Al
órgano de Gobierno del Señorío, la denominada “Común de Villa y Tierra”,
ofreció sus servicios como caballero para proteger y defender los abundantes
ganados de la zona, y entrar en guerra si hiciese falta.
Desde
la común se aceptó su ofrecimiento, mandándolo a las tierras más duras y
hostiles, es decir a la Sierra; y le pagaban por
cada cien cabezas de ganado puestas bajo su amparo, una gratificación
denominada “borra”; de esta manera Beltrán de Oreja fue reuniendo cierta
riqueza.
Pero
parece ser que su carácter ambicioso, y de cierto despecho por tener que haber
huido de la Corte Castellana, lo movieron a abandonar las buenas prácticas de
proteger al ganado, para convertirse en un bandolero que arrasaba allá por
donde iba.
Mandó
construir una Casa Fuerte en el pueblo de Motos, y desde allí dirigía su cada
vez mayor ejército, (compuesto por mercenarios como él), hacia los pueblos del
Señorío, y hacia las tierras colindantes del reino de Aragón, hasta el punto
que mandó la construcción de otro castillete en las inmediaciones del Pico de
San Ginés, para así poder controlar las tierras del Jiloca. Sus continuas
tropelías, unidas a la ausencia de autoridad y orden del reinado de Enrique IV,
hicieron que los pueblos de la contornada tuvieran que protegerse con grandes
enrejados en sus casas, o directamente con la construcción de casas fuertes,
pequeñas murallas, adarves, u otras barreras que frenaran el hacer
belicoso del Caballero de Motos.
Cuando
entendió que ya tenía fortuna abundante, se sosegó en sus empresas de rapiña y
latrocinio, e incluso se puso al servicio de las autoridades molinesas para
luchar contra el nombramiento de Don Beltrán de la Cueva como Señor de Molina.
Con
respecto al final de sus días, no está claro lo sucedido, si fue asesinado bajo
sus mismas artes de engaño y estafa, o si murió de viejo, rodeado de riquezas
en su ostentoso castillo de Motos. Lo que sí se sabe es que años después, el
Rey Fernando II de Aragón, (el católico), a ruego y petición de los pobladores
de la zona, ordenó a la Justicia de Molina la demolición del
Castillo de Beltrán de Oreja, para borrar el rastro y recuerdo del caballero
que tanto daño había ocasionado a los moradores de aquellas tierras; y cuentan
las crónicas que se contaban por cientos los vecinos que acudieron a aquellas
labores de destrucción y derribo, como forma de vengarse de los graves
perjuicios que les había provocado aquel caballero y sus acólitos.
A
día de hoy apenas se aprecian unos lienzos de piedras sobre la colina que
preside el pueblo de Motos, pero la leyenda de su Caballero negro, sigue siendo
motivo de largas conversaciones al calor de las chimeneas, tan necesarias en
este frío pueblo serrano del Señorío de Molina.
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