Varios
doblones incrementaban el peso de la escarcela del soldado Don Lorenzo de
Cañada, tipo alto, moreno, de abundante melena ocultada en parte por un
chambergo oscuro, ancho de alas y tocado con un cintillo de esmeralda y una
gran pluma amaranto. Entre delgado y recio, de ojos vivos y penetrantes,
paseó sus fanfarronerías por tierras de Italia y Flandes, encontrándose
ahora en la toledana Zocodover mirando cómo ganapanes y cicateruelos hacían de
las suyas intentando escurrir el bulto ante la autoridad que intentaba vigilar
cuanto pasaba entre el numeroso gentío que pasaba por tan conocida plaza.
Llegada
la hora de toque de queda, los grandes portones de murallas y puentes echaron
sus cerrojos, no sin cuidado de dejar a algún vecino afuera, pues tan recias
defensas no se levantaban hasta la próxima mañana.
Ya
avanzada la noche, los vigías del puente de Alcántara informaron de movimientos
de antorchas en las almenas del Castillo de San Servando, escuchándose voces en
el silencio de la noche. Pocos minutos después, los del castillo avisaron a la
guardia del puente pidiendo auxilio y el capitán de estos que era Don Lorenzo
de Cañada, mandó al sargento de guardia con diez de los que tenían fama de
valientes para enterarse de lo allí acaecido.
A
la vuelta del retén, y recibiendo informe de su sargento, partió de inmediato hacia
la puerta de Doce Cantos, dándose a conocer a la guardia y accediendo al
Alcázar, morada del Alcaide Don Ferrán Cid, que recibió al capitán a pesar de
lo avanzado de la hora:
- ¿Decís que el muerto es?
- El Alférez Valdivia.
- ¿Y cómo se explica el suceso?
- No se sabe… Todo es tan raro.
- ¿Habéis comprobado las cuevas del
Castillo?
- Todo ha sido minuciosamente
registrado por los soldados.
- ¿Qué heridas presenta el fallecido?
- Una sola, y en el corazón.
Tras
este breve interrogatorio, quedaron en decidir al día siguiente para investigar
con más detenimiento el suceso.
El
suceso de aquella noche en el castillo corrió de boca en boca por la ciudad. El
Alcaide, tras interrogar a guardias del castillo y no obtener solución alguna a
la muerte del Alférez, decidió doblar el número de guardianes. Nombró al joven
Don Diego de Ayala como jefe de la guardia del Castillo, con gran renombre por
su valentía.
Esa
misma tarde el joven tomó el mando del castillo, doblando guardias.
Transcurrieron las primeras horas de la noche sin ningún hecho que destacar,
pero a eso de las doce, hora de aquelarres y pactos demoníacos, tuvo necesidad
Don Diego de bajar al patio, haciéndolo por la escalera del torreón del este,
pero cuando estaba a mitad de camino, la vela que portaba en la mano
repentinamente se apagó, y sintiendo una fría mano que agarraba con fuerza su
cuello, sintió como una dura hoja atravesaba su pecho, y exhalando un grito de
dolor se desplomó inerte sobre las escaleras.
Una
vez descubierto el cadáver, los soldados buscaron de nuevo por todo el
castillo, cuevas, paraje cercano… De forma infructuosa. El terror iba en
aumento entre todo hombre que habitaba el castillo.
Los
días siguientes, reunidos de nuevo los capitanes en el Alcázar, decidieron
abandonar la defensa del castillo y repartir la guardia por las murallas de la
ciudad.
Durante
días, el castillo de San Servando, oscuro, abandonado, era observado por
cientos de ojos temerosos iluminados por antorchas desde las murallas que daban
al Tajo.
Pasaron
varias semanas y cuando se olvidaban las muertes acaecidas, un nuevo rumor vino
a turbar la tranquilidad de la ciudad. Algunos guardias de la muralla afirmaban
que una sombra aparecía en el torreón norte, todas las noches, asemejándose a
un descomunal guerrero, cuya armadura lanzaba resplandores azules y verdosos.
Nadie
se atrevía a pasar cerca del castillo, incluso por el día pocas gentes querían
acercarse a las murallas que ocultaban tan terrible misterio. Todos ya
conocían que un fantasma habitaba en el castillo de San Servando.
Pasó
el tiempo y no eran pocos los que echaban en falta al capitán Don Lorenzo de
Cañada. Ya no se le veía por Zocodover, y muchos pensaban que había huido de la
ciudad por miedo a tener que cumplir el deber de entrar al castillo y
enfrentarse al ser que habitaba en su interior.
No hay comentarios:
Publicar un comentario