En Santa Cruz de la Zarza –municipio
ubicado en el este de la provincia de Toledo- hay un relato parecido que acabó
de modo diferente del de Teruel. La leyenda refiere que, en el año 1778, dos
jóvenes de esta localidad, Ángela
y Alonso, estaban enamorados y aspiraban a casarse.
Pero
el padre de ella, D. Juan Manuel
de Lara, viudo hidalgo terrateniente, sostenía una vieja enemistad con
el padre de él, Alonso Chacón,
rico hidalgo también, y por ello no autorizaba la boda de los jóvenes; ni
siquiera autorizaba que se hablaran; hasta mandó levantar un muro para que él
no pudiera acercarse a la ventana de ella.
Sin
embargo, el amor pudo más y Ángela contó a su padre que se iba de su casa para
casarse con su amado. Enfurecido, su padre lanzó un terrible juramento; “¡Yo te juro que si sales para casarte por
esa puerta, no volverás a entrar por ella, ni viva ni muerta!” pero esto
no detuvo a la joven y se marchó.
Cuenta
la tradición que, pasados los años, el Rey Carlos III pasó por Santa Cruz de la Zarza y se alojó
en la casona del matrimonio formado por Alonso y Ángela. Como en otros relatos semejantes, al final de la
estancia, el Rey dijo a D. Alonso que le pidiera lo que quisiera para
agradecerle las atenciones recibidas. Alonso recordó el juramento formulado por
su suegro y pidió al Rey que intercediera ante él para que lo levantara, a fin
de que su esposa Ángela pudiera volver a ver a su padre en su casa. El rey
accedió y habló con D. Juan Manuel de Lara que, no obstante, no se mostró
dispuesto a desdecirse, ni ante la voluntad del Rey.
Sin
embargo, reconociendo la felicidad del matrimonio de su hija y ante la
insistencia del Rey, accedió al fin pero, en realidad, sin dar su brazo a
torcer. Dijo D. Juan Manuel de Lara: “Ya
que el juramento de un hidalgo caballero español está por encima de todas las
cosas…, he tenido a bien mandar tapiar esa puerta y que, antes de dos jornadas,
se construya a distancia prudencial una nueva puerta. De esta forma, mi hija
podrá entrar en esta casa y abrazarme y yo mantendré, por el paso de los años,
mi palabra y juramento de hidalgo”.
Final
feliz: padre e hija se reunieron y la
casa quedó con dos puertas: una tapiada –que se conserva aunque con una
ventana abierta en su centro- y la nueva, la que desde entonces se utiliza para
los accesos. La casa ha sufrido algunas transformaciones importantes aunque se
conservan algunos vestigios más, aparte de las puertas.
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