viernes, 29 de diciembre de 2017

Cueva de la Mora (Villaviciosa de Odón, Madrid)

“Andaban los cristianos en plena reconquista y la meseta era una zona fronteriza y de instabilidad. Tras varias semanas de escaramuzas con los árabes, ambos bandos decidieron concederse una tregua. Esto lo aprovechó la vanguardia cristiana para emplazarse en una pequeña loma, cercana a un frondoso pinar y un arroyo de aguas cristalinas. Observaron la bonanza del lugar, y sin más dilación, comenzaron las obras de construcción de una pequeña fortificación defensiva avanzada, en terreno de nadie.
Levantaron 3 pequeñas torres circulares unidas por un muro de ladrillo a modo de muralla, trajéronse piedras de las canteras de Colmenar, ladrillos de los hornos de Quijorna, construyeron foso, sistema de alcantarillado y desagüe, cuartos para la guarnición, cocina, despensa, cuadra, calabozos, patio de armas con un pozo de grandes dimensiones, y a la atalaya más alta la denominaron torre del homenaje, con habitaciones y chimeneas para hacer la vida más fácil al caballero que debía habitarla. 

El joven caballero, noble y señor guerrero, de nombre Alfonso, era muy aficionado al arte cinegético y la cetrería, conocedor de las bondades del lugar y la abundancia de animales, pronto decidió morar e instalarse en el recién terminado castillo.
En los arrabales de la cercana aldea del señor de Odón, se celebraba todos los lunes un mercadillo o zoco, al que a don Alfonso le gustaba asistir para comprar cuero, artesanía, o simplemente a ojear. Este mercadillo recibía la visita de mercaderes árabes de la cercana y fronteriza Calatalifa, que exponían sus puestos en perfecta armonía con los artesanos cristianos. Allí se producían ventas o trueques de productos como las especias, hortalizas, sedas, calzados, o la venta de halcones adiestrados. Así convivieron en paz algún tiempo los recién llegados reconquistadores con los moradores de la zona, manteniendo como nexo este punto comercial.   

Uno de estos días de mercado, paseando Don Alfonso, se detuvo delante de un puesto de especias; observó maravillado la sugerente belleza de los ojos de una mujer, y aún tapada por el pañuelo de seda transparente, se permitía adivinar la lindeza del resto de su rostro. La mujer iba acompañada de un pequeño séquito personal. Don Alfonso hipnotizado por la visión, preguntó a su escudero quien era tan hermosa mujer, Rodrigo, que así se llamaba el escudero, le comento que era una de las damas de honor de la mujer del emir de la vecina y enemiga Calatalifa.  Esta respuesta, lejos de apagar su ímpetu, le empujó a intentar entablar conversación lo antes posible. La mujer mora, de tez morena, pelo oscuro, largo, brillantes y excelsos ojos, nariz chata, sonrisa sugerente…, también quedó prendada de tan apuesto caballero.

Otro día de mercado, don Alfonso mandó a su criado como embajador al séquito de la mujer, pero las normas de unos y otros, y lo imposible del acercamiento dieron al traste con la primera cita. El flechazo había surgido entre ambos, pero la religión, cultura y el hecho de ser enemigos, hicieron de esto, un amor imposible e inaceptable por ambos bandos.

A pesar de todo, don Alfonso consiguió una cita nocturna con la mujer, llamada Zuraida, en un paraje de las cercanías del río Guadarrama, a un kilómetro escaso del poblado de Calatalifa.  El caballero cristiano sabía lo que se hacía, pues era conocedor de los planos del castillo, y estaba informado que el canal de desagüe del castillo desembocaba en ese punto.

Así preparó su primer encuentro, y en el atardecer del día en cuestión, decidió bajar por el pozo del patio de armas de su castillo. Este pozo era de tal dimensión, que con una garrucha pudieron bajar su caballo; su escudero y un criado con antorchas completaban el grupo de aventura de don Alfonso. 

La longitud del desagüe era de unos 4 kilómetros, y toda la cueva estaba abovedada de ladrillo, su altura permitía ir a caballo a una persona, y así y protegidos por la cueva y la oscuridad, llegaron al punto de encuentro acordado, donde caballero y dama mora se vieron y conocieron por primera vez.

El amor no tardó en surgir, y los encuentros furtivos se prolongaron durante los meses siguientes. Así en el castillo si alguien preguntaba al atardecer por don Alfonso, decían que había salido por la cueva, para ver a su mora. Así nació la leyenda que perdura hasta nuestros días.

Esta historia imposible, solo podía tener un final desdichado, y así ocurrió.
El poblado de Calatalifa, acumuló refuerzos de berberiscos africanos, y recibió la orden de atacar el punto fronterizo de Odón.
En su último encuentro, Zuraida desvelo a Alfonso este plan, y la superioridad numérica de los soldados árabes. Se despidieron, se juraron amor eterno, y se prometieron que si alguna vez retornara la paz, volverían a reunirse en el mismo lugar. La despedida fue dura y costosa para ambos, pero el mensaje de Zuraida sirvió para salvar la guarnición cristiana de una muerte segura.

A la mañana siguiente, cuando los árabes avanzaron para atacar y destruir el castillo de Odón, lo encontraron vacío, sin defensores y abandonado a su suerte.  
Antes de destruirlo, encontraron en el pozo la cueva; una vez recorrida y percatándose donde se ubicaba la salida, decidieron destruirla y cegarla en varios tramos, ante la cercanía de la fortaleza de Calatalifa. 


Así ha permanecido hasta nuestros días, y todavía hoy se puede observar en una ladera del Guadarrama, la salida cegada de la “Cueva de la Mora”.
Los amantes nunca más volvieron a verse, pero hay quien afirma, que cerca de la salida de la Cueva de la Mora, en las noches de luna nueva, se ve la silueta impávida de una mujer, sentada en una roca, esperando la eternidad…”.

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La construcción de la torre (Villa del Prado, Madrid)

La iglesia y la torre grande del pueblo tuvieron un duro proceso de construcción a lo largo de su creación, tal como se hacía en la época, serrando las piedras a mano, y levantándolas con grúas de madera, poleas y sogas muy gruesas. Para ver cómo se construía un edificio en aquella época, recomendamos a los lectores que visiten el museo de arquitectura del monasterio de El Escorial. Sin embargo, el paso de los siglos desde la construcción de la iglesia y la torre, hizo que los pradeños fabricasen algunas leyendas en torno a dicha construcción: a continuación haremos mención de ellas:
1: "La Rampa"
Es todavía frecuente hoy en día oir que la torre se construyó elevando las piedras arrastrándolas a lo largo de una rampa larguísima que nacía en el alto donde están situados los depósitos de agua antiguos. Ésta leyenda parece inspirada en cómo hacían los egipcios las pirámides. La realidad es que la torre de Villa del Prado y todas las torres de piedra y ladrillo de su época y anteriores se hacían levantando las piedras con unas sogas de cáñamo muy gruesas que pasaban por poleas y grúas hechas con vigas de madera. Precisamente en los archivos de la parroquia se conservan facturas sobre las sogas desgastadas y rotas que se usaban para levantar las piedras. Las sogas seguramente eran tiradas por burros o mulas.
2:"El cuarto cuerpo derrumbado"
Ésta leyenda dice que la torre, que tiene tres cuerpos o pisos de altura, se hizo un cuerpo más alta y que el último se cayó y finalmente la dejaron como está. Lo cierto es que en ningún doumento escrito se refleja que dicha historia sea cierta, y todo lo contrario, la torre se hizo de forma bastante lenta y según los archivos, los visitadores del obispo que venían a inspeccionar las obras, metían constantemente prisa al párroco de Villa del Prado para que terminase la torre y no gastase dinero en cosas superfluas sino en terminar dicha obra. En 1587 se terminó la torre, concuyéndose la azotea, y unos 30 años más tarde se comenzó a levantar el chapitel de pizarra.
La leyenda del "derrumbe del cuarto piso" quizá esté fabricada a base de la tradición oral de los recuerdos vagos de los pradeños acerca de dos sucesos: Hacia 1576 se colocó la primera campana de la torre y tiempo después el madero que la sujetaba se partió y se cayó la campana sobre el suelo de la torre, sin que afortunadamente se hiciese añicos. El segundo suceso consiste en que la torre pequeña de la iglesia, según los archivos era ciertamente un piso más alta en su origen, pero en el siglo XVI, el visitador del obispo, cuando vino a inspeccionar la parroquia, dio la orden de que se tirase el último piso de la torre pequeña para que la grande, que estaba ya levantándose, se viese mejor desde la parte trasera de la iglesia.
3: "La Viga Atravesada"

Ésta leyenda dice que cuando se estaba construyendo la iglesia, los operarios querían meter una viga por una puerta y eran tan brutos que la querian meter atravesada, en lugar de meterla de forma perpendicular al hueco de la puerta. Desde entonces los habitantes de otros pueblos usan ésta historia para llamar "brutos" en general a los pradeños; pero resulta que ésta historia no sólo se cuenta en Villa del prado, sino que en lugares tan remotos como Cardoso de la Sierra (Guadalajara), también se dice que los habitantes de Cardoso quisieron meter una viga atravesada al construír su iglesia, es decir: se cuenta una historia exactamente similar, por lo que las "Historias de la Viga atravesada", no son más que unas leyendas inventadas en muchos pueblos distintos para reirse de los habitantes del pueblo que sea.

La niña perdida (Villa del Prado, Madrid)

Esta historia sucedió hace ya muchos años; cuando los coches de caballos y carros de bueyes iban y venían por el camino de Villa del Prado a Madrid. Desde aquellos vehículos, los viajeros verían a lo lejos los cerros que rodean Villa del Prado por el norte, igual que los vemos hoy; a un lado del camino. Llenos de pinos, matorral, encinas; éstos montes esconden arropadas por las jaras, historias de lobos, pastores y cazadores.
Allí, un día se perdió una niña del pueblo. Fuere como fuere, la niña, que se encontraba en el monte, se alejó, de su compañía... y cuando quiso darse cuenta, estaba sola, extraviada; y ya anochecía. En poco tiempo, el cielo se oscureció, y ya no se veía nada.
En Villa del Prado sólo lucían las lámparas de aceite y los candiles. La niña permaneció toda la noche perdida. Podemos imaginar el disgusto de la gente del pueblo y el miedo; máxime teniendo en cuenta que los lobos y alimañas podían aparecer detrás de algún chaparro ó entre las jaras a la pobre niña en la oscuridad.
Pasaron las horas ...
Al día siguiente un grupo de personas partió del pueblo a buscar a la niña y ésta apareció felizmente. Naturalmente, a la niña se la hicieron muchas preguntas. ¿Has tenido miedo? ¿Has pasado frío? ¿Has visto algún lobo? ¿Cómo has dormido?...
La niña contó que no había pasado ni frío ni miedo porque una señora que iba por el monte la arropó con un manto y la durmió en sus rodillas.
Los vecinos pensarían si la niña estaba diciendo fantasías. ¿Que señora iba a estar paseando a esas horas por el monte?.

Al día siguiente, los padres de la niña bajaron con ella a la ermita de La Poveda para dar gracias a la Virgen por el feliz desenlace del suceso. Cuando la niña se situó frente al altar, miró a la Virgen de la Poveda y, cambiando el gesto de la cara, comenzó a decir a voces: "¡Esa! ¡Esa es la Señora que me cuidó cuando me perdí en el monte!"

La Fantasma (Villa del Prado, Madrid)

Las viejas la llamaban la “fantasma” o también “fastasma”. El caso es que cuando a un niño desobediente se le decía que la "fantasma" venía ya por el arroyo Juanes, obedecía rápidamente metiéndose en casa. Cualquier cosa menos cruzarse con aquello.
Pero lo cierto es que aquello no era ningún cuento ni ninguna mentira. Mucha gente la había visto, cuando por la noche alguien se distraía mirando por la ventana o se asomaba a algo, veían aterrados a la fantasmagórica figura de unas sábanas moviéndose por la calle y haciendo sonidos guturales que espantaban a cualquiera.
Era allá por mediados del siglo XIX, las calles o no se iluminaban, o se ponía alguna lamparilla de aceite. En realidad, la que de verdad iluminaba Villa del Prado era la luz azul de la luna y entonces, a la fantasma se la veía de una forma más oscura y extraña. La gente cerraba las ventanas si la veía alguna vez pasar.
Una noche, allá por el año 1864 o 1865, en una casa muy antigua situada en la calle de Escalona al lado de la cuesta de los depósitos, que fue demolida en 1992; un candil lucia en una de las habitaciones. La pequeña ventana de madera estaba abierta para que pasara el fresco y asomada a ella, estaba una madre, Dª Romualda Vaquero y su hijo de pocos meses de edad, Juanín; Juan Álvarez Vaquero; que estaba en sus brazos.
La mujer, a la luz amarilla del candil, intentaba dormir al pequeño cerca de la ventana y así pasaba el rato. De pronto, se empezaron a oir pasos por la calle; y la fantasma se apareció colocándose frente a la ventana para asustar a la mujer, y así obligarla a cerrar las contraventanas a cal y canto: ...”¡Uuuuh!...”, dijo la fantasma en tono amenazador. Entonces, la madre dejó al niño en la cuna, cogió una escopeta que había en la habitación y se asomó por la ventana: "Vete de aquí ahora mismo o te pego un tiro que te dejo seco". La fantasma salió corriendo y no volvió a aparecer por allí.
Finalmente, terminó por saberse quién era la fantasma. Era un hombre del pueblo que por las noches se escapaba de su casa a buscar a su amante, y para que no le reconocieran, se disfrazaba de alma en pena, con unas sábanas por encima y asustaba a todo aquel que se le cruzaba.

Sin embargo, posteriormente a éste suceso, y en épocas muy posteriores, ha habido más casos en que se ha visto a otras “Fastasmas” y la tradición de asustar a los niños desobedientes, diciendo que va a venir, se ha mantenido hasta prácticamente hoy.

jueves, 28 de diciembre de 2017

La botella del tío Colores (Villa del Prado, Madrid)

Una de las más frecuentes historias o anécdotas sobre la torre de la iglesia de Villa del Prado, contadas en la segunda mitad del siglo XX, era la que hace referencia a una simple botella: "la botella del Tío Colores". Son muchos los pradeños que afirman en sus años mozos haber subido trepando por el chapitel de la torre, fundamentalmente por dentro, que es por donde fácilmente para una persona bien preparada físicamente, se puede ascender trepando por las vigas del hueco interior, y haber llegado, bien hasta los pequeños balcones del chapitel, que antiguamente podían abrirse, o bien haciendo un alarde de mayor destreza llegando "hasta donde la cabeza ya no cabe mas, debajo de la bola". El "Everest" de Villa del Prado. El punto más alto. El sueño del alarde de cualquier mozo que quisiera impresionar a sus vecinos. Pero sólo un pradeño logró pasar a la historia popular de Villa del Prado por una hazaña escaladora de éste tipo: D. Julián Pascual, llamado "El Tío Colores".
No era Julián ya un mozo cuando realizó ésta hazaña, sino un hombre casado y con un hijo en el servicio militar. La idea de "Colores" fue una mezcla de promesa religiosa, sacrificio personal, y ritual ancestral rural casi mágico: Si su hijo volvía sano del Ejército, Julián prometía escalar hasta la cruz de la torre y colgar allí una botella de vino como ofrenda. Nuevamente quedaba demostrado que, antropológicamente, la cruz de la torre aparece en el subconsciente de los pradeños como un símbolo casi totémico; un punto de referencia: el lugar más alto del pueblo al que todo "héroe" popular anhela alcanzar alguna vez. Aún hoy en día, creo que son pocos los pradeños que no se han dicho a sí mismos alguna vez mirando hacia arriba "lo que me gustaría un dia poder subir hasta ahi"....
Finalmente, el hijo de Julián volvió a casa sano y salvo; y su padre, tomando su honor y palabra se dispuso a llevar la ofrenda hasta el lugar prometido años antes. Para llegar hasta la cruz es fácil subir la escalera de la torre y alcanzar la azotea;... es ya bastante menos fácil trepar por las vigas interiores del chapitel y llegar a los balconcillos... y es ya casi imposible realizar el tramo final... trepar por fuera, por el tejado de la aguja hasta llegar a la cruz. Quizá algo pudieron ayudar al Tío Colores los clavos que sobresalen sujetando las tejas de pizarra, quizá tuvo que ayudarse él mismo de alguna cuerda y gancho... Quizá la sensación de volar en el aire, el vértigo, la imagen bella y sobrecogedora de ver a lo lejos todo el paisaje que rodea el pueblo era al mismo tiempo para Julián un factor de vértigo contra sus propósitos, y al mismo tiempo una imagen de belleza que lo animaba a subir más aún o a detenerse unos segundos a mirarla. Ésta vez no había andamios... era el hombre, tal vez divisado con impresión y espectación por la gente desde las calles, como una pequeña hormiga, trepando por el gigante gris de pizarra, zinc y plomo.
Una vez llegado a la hueca bola de bronce, es fácil imaginar que ésta primero serviría de escollo para la escalada, pero luego sería un punto de apoyo para facilitar la tarea. Quizá se sentó Julián en la bola para tener las manos libres y poder coger la botella de vino y atarla al eje de la cruz, junto a la veleta. Una vez realizado el rito, la ofrenda; de nuevo quedaba el regreso, por ése tejado agudo, casi vertical, quizá con mayor sensación de vértigo aún. Al suelo firme regresó también sano y salvo Julián, y allí quedó la botella, llamada desde entonces "Botella del Tío Colores". A partir de aquellos años de 1940 en adelante, los pradeños que lo presenciaron se encargarían de transmitir la pequeña historia a las generaciones venideras... y en los días de intenso sol sobre la cara principal de la torre, no era difícil distinguir a simple vista,  y mucho mejor con unos prismáticos, aquella botella brillante y negra décadas después.

En 1976, paradójicamente un año antes de ser alcanzada la torre por un rayo, se comenzó una restauración del chapitel, y al llegar a revisar la zona de la cruz, ésta vez con la seguridad de unos andamios, por vez primera, los obreros pudieron ver de cerca la solitaria botella. Se había roto con el paso del tiempo, quizá por el azote del viento o alguna helada. En la botella estaba la inscripción que el Tío Colores había hecho décadas atrás para quien la descubriese: "Vino de Adrián Sampedro del año 1921. La colocó Julián Pascual, Colores", mencionando al cosechero de aquel vino, la añada de elaboración y el propio nombre del popular hombre escalador que lo llevó hasta allí. En el lugar que ocupaba la botella, el entonces párroco, Rafael de la Fuente, mandó colocar un tubo de plomo que contiene monedas de la década de 1970. Éste tubo es el que hoy en día se puede ver con relativa facilidad con unos prismáticos, siendo confundido a veces con la botella. Respecto a los restos de la misma desconocemos si fueron retirados o se dejaron también en el lugar. Desafiando al vértigo de los tiempos, queda en la memoria de Villa del Prado la pequeña historia de "La botella del Tío Colores", que logró colocarse en el punto más alto y llamativo del caserío del pueblo.

La noria de San Polo (Villa del Prado, Madrid)

Esta leyenda es conocida sobre todo por quienes a lo largo de muchos años han tenido que ir a trabajar desde Villa del Prado a la finca "El Rincón". El lugar está en cuestión fuera del término de Villa del Prado, pero casi en la misma linde, además de que la tradición se cuenta en nuestro pueblo.
Hablaremos de un lugar que se halla en la mencionada finca, cerca del antiguo tejar del Rincón, donde se fabricaron tantas tejas y ladrillos en siglos pasados; caminando hacia el río Alberche, lugar hoy llamado "La Rinconada". A pocos metros de éste lugar se alzan las medievales ruinas de la Ermita de San Polo (San Pablo), que fue la iglesia del desaparecido pueblo de Villanueva de Tozara.
En éste paraje se halla la noria de San Polo. Ésta noria es un agujero profundo. El más profundo de los más profundos de los conocidos en la comarca. Es una noria para suministrar agua a los cultivos. Pero aparte de su utilidad funcional, la noria de San Polo es uno de esos pozos que despiertan leyendas en los pueblos.
En el fondo, entre tinieblas se oye como una cascada que cae. Debe ser el agua que mana por las paredes y cae al fondo. "Es un pozo que no tiene fondo" - dicen unos - "Te asomas y está todo negro" - dicen otros -. Pero cuando se habla de la noria de San Polo, muchos recuerdan la tradiciónal leyenda que han oido de sus mayores: es un respiradero del mar y se comunica realmente con él.

Toda ésta leyenda seguro que le interesaba poco al pobre burro que antiguamente se pasaba el día dando vueltas para mover la noria, al rededor del "respiradero del mar".

El duende del Retiro (Madrid)

Según cuenta la leyenda, el Monarca quedaba embelesado con las plantas que parecían crecer de la nada, jornada tras jornada. Incluso los propios empleados del mantenimiento del parque se preguntaban cómo era posible lo que allí sucedia.
Con el tiempo, algunos trabajadores del parque llegaron incluso a afirmar que habían visto al duende perpetrar su obra, pero este peculiar personaje siempre se las apañaba para escapar entre la vegetación y la maleza. Por eso nadie pudo darle captura hasta hoy.
Años más tarde, cuando la Corona cedió el parque para que fuera de uso público, se convirtió en el escondide de muchas parejas. Algunas de ellas también aseguraron que habían sentido su presencia. Y que, además, quien logra verlo implica que serán bendecidos con la suerte de mantener una relación dulce y estable.

Nadie ha podido capturarlo. Solo José Noja, en el año 1985, consiguió congelarlo en el tiempo. Y desde entonces permanece sentado sobre una de las jaulas de la Casa de Fieras que un día ocuparon unos osos pardos. Desde allí observa su obra. Un bonito homenaje para el culpable de que El Retiro, año tras año, se vista de flores en cada primavera.

La escultura del duende es una obra de José Noja

Torre de Lodones (Torrelodones, Madrid)

La atalaya de Torrelodones es uno de los escasos vestigios medievales que se conservan en la Sierra de Guadarrama. La barrera natural, que conforman las escapadas formaciones rocosas, protegió a las poblaciones circundantes durante el asalto árabe. Las poblaciones de Madrid y Toledo habían sido recuperadas de manos moras cuando Don Tirso Lodón decidió regresar al hogar.
Los años de batalla le habían agotado y la senectud amenazaba con vencerle, por lo que, apelando al favor del rey, emprendió el camino de vuelto. En su hogar, le esperaba su mujer y sus dos hijos que ya eran dos jóvenes.
La llegada al castillo transformo su alegría en melancolía, pues los dos pequeños que dejó al cuidado de su amada, ahora eran hombres.
Sabiendo que el señor del castillo había regresado de la guerra, no tardaron en llamar a su puerta todos los agraviados. Harto de sus actos, expulsó a Sancho y Ferrán del castillo, que se refugiaron en la torre. Como era Noche de Difuntos, Tirso esperó hasta la llegada del día.

A la mañana siguiente, subió las escaleras seguido de sus sirvientes. Encontró la puerta medio abierta y halló los cuerpos sin vida de sus hijos. Temiendo lo peor, Lodón ordenó colgar a sus hijos de la torre, aparentando una falsa redención de sus pecados. Los vecinos de la zona no le creyeron y terminaron por matar al mismo Tirso.

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miércoles, 27 de diciembre de 2017

La mujer loba (Santa María de la Alameda, Madrid)

Primeros años del siglo XX. La nieve y el frío mantienen a los vecinos de la Sierra de Malagón en sus hogares. La noche es especialmente cruda. Los lobos aúllan en el páramo sobre el pueblecito de Santa María de la Alameda y no hay leña de roble que pueda aliviar el escalofrío que sienten en los huesos: saben que con los lobos está ella.
La vieja. Fea. Deforme. La mendiga que desciende de tanto en cuando del villorrio de La Lastra a pedir un mendrugo. La vieja maldita del pueblo maldito. La loba. No es Galicia. No son lobisomes. Es Madrid, en su frontera invisible con Ávila. Es la mujer loba de Guadarrama.
 Es difícil imaginar la Sierra de Guadarrama hace 100 años. Salvo algunos desgraciados hacheros o paleros, nadie se aventuraba por sus vericuetos. Por tal razón, quizás haya sido Constancio Bernaldo de Quirós el responsable último de que hoy Guadarrama sea un Parque Nacional. Se trata de un personaje fascinante poco reconocido y que representa ese espíritu madrileño que se fraguó a la sombra de la Institución Libre de Enseñanza y que colocó a nuestra ciudad en lo más moderno y progresista de Europa durante medio siglo.
Bernaldo de Quirós fue el motor del montañismo en Guadarrama y a su alrededor creó un grupo de entusiastas que se reunían en el Ateneo: jóvenes bien formados con un espíritu inquieto y amor por las montañas. Esas reuniones cristalizaron en 1903 en la sociedad de Los Doce Amigos de Peñalara y, dos años más tarde y muchos otros amigos más, en la Sociedad Española de Alpinismo de Peñalara, de la que Quirós fue su primer presidente hasta 1916. Publicó varios libros sobre montañismo, como Peñalara. Notas de camino por la Sierra de Guadarrama (1905), Guía alpina de Guadarrama (1915), La Pedriza del Real del Manzanares (1921) y Sierra Nevada (1923).
El resto es historia de nuestra Sierra.
Pero Bernaldo de Quirós no fue sólo un montañero y entusiasta de la exploración natural, sino que conformaba ese espíritu casi renacentista de hombre culto y racional que abarcaba muchos saberes y encontraba tiempo para incontables actividades. Licenciado en derecho, afamado jurista, elogiado siempre como articulista, fundó las bases de la sociología en nuestro país. Fue también profesor de psicología y creador de los primeros estudios de criminología científica.
Y es en su primer libro sobre Peñalara en 1905 (casi imposible acceder a un volumen original; ha de haber poquísimos y su precio ronda los 350 €), donde da cuenta de esta curiosa cita sobre licantropía en la provincia de Madrid. Lejos de aceptar las leyendas y supersticiones de los lugareños, Constancio acudió al lugar, caminó por el poblado de La Lastra, comprobó que sus habitantes presentaban serias deformidades en los rostros y conoció a la mísera mujer que tachaban de loba. En sus propias palabras la anciana mendiga asemejaba a un antropoide.
Su espíritu científico y racional relaciona las deformidades con el bocio, quizás por su mísera alimentación y por beber las aguas de una determinada fuente. Y las costumbres salvajes de la anciana con un episodio de histeria: un movimiento natural de simpatía para con aquellas bestias tan famélicas como ella. Encuentra así una solución antropológica y psicológica a un comportamiento pretendidamente sobrenatural. ¡No olvidemos que estamos en 1900!
Fue leyendo estas curiosidades cuando descubrí que el misterio no terminaba aquí. Pues el pueblo de La Lastra es ahora un despoblado, un pueblo fantasma del que sólo quedan algunos muros desvencijados y la espadaña de la iglesia. A poca distancia de Santa María de la Alameda, sobre unos páramos volcados al río de la Aceña, perduran los tristes restos de un pueblo siempre poco afortunado.
Sus habitantes nunca fueron más que unos pocos; mitad madrileños, mitad avileños, malviviendo en el villorrio más elevado de la provincia (1400 m); siempre odiados por los habitantes del valle; tildadas de brujas las mujeres y de malditos los hombres; siempre míseros y abandonados a su suerte.
Hay leyendas que afirman que los pobladores de la Sierra de Malagón acudían allí, antorcha en mano, a cazar brujas. Poco sabemos de lo que allí sucedió durante los oscuros años. No pinta bien el cuadro. Lo cierto es que la aldea sufrió un severísimo bombardeo durante la Guerra Civilque la redujo a ruinas. Y que tras la contienda nadie se molestó en reconstruirla. Allí han quedado algunos muros apenas cubiertos por la maleza, las historias de brujas que aún se reúnen por las noches en la soledad de los montes y de la vieja maldita que se revolcaba en el suelo con los lobos.


Sierra de Guadarrama: La Lastra. Foto Grupodaguianmadrid.

El castillo de fantasmas (San Martín de Valdeiglesias, Madrid)

Parece como si la maldición arrancase ya con el primer propietario, Don Alvaro de Luna. Pese a ser noble y un personaje destacado en su época, acabó siendo decapitado en 1453.
La mayoría de las personas que han ocupado este lugar no han tenido una existencia muy feliz y además, las extravagancias en su comportamiento eran notables. Por ejemplo, uno de los antiguos propietarios del castillo, tuvo la desgracia de que sus hermanos fueran  asesinados ¿Qué imagináis que hizo el dueño de La Coracera en este caso?  Pues construyó una capilla y enterró a sus hermanos en las paredes.
Pero el que más nos llama la atención es el último propietario, Juan Fernández Ganza. Un personaje a considerar como un moderno marqués de Sade: violento, cruel y obsesionado con el ocultismo.
La influencia del castillo de la Coracera sobre este personaje ya de por sí ciertamente desequilibrado fue importante. Comenzó a tener un comportamiento aún más extraño de lo habitual. Sus mascotas por ejemplo, eran dos leones y un tigre, que no dudaba en soltar ante sus propios invitados simplemente para disfrutar de lo que él consideraba una broma.
Suponemos que estos invitados no volvieron, claro.
Tras los muros del castillo , Fernández Ganza vivió una vida llena de excentricidades macabras , donde se decía que celebraba rituales satánicos, que llevaba a cabo delitos sexuales de todo tipo y un dato curioso, es que trataba a sus trabajadores como si fuera plena edad media. Se hacía llamar Marqués del Valle y decía que no era la primera vez que él era un señor feudal. Se creía la reencarnación de un antiguo dueño del castillo. Solía pasearse por el pueblo a caballo como si fuera el dueño de todo el territorio y con una actitud que no encajaba demasiado en el siglo XX.
En cuanto a su relación con el esoterismo y las fuerzas ocultas, Juan era un gran conocedor de ellas y solía celebrar reuniones de espiritismo en el interior de su castillo.
Con el paso del tiempo, a las reuniones cada vez acudía gente más extraña y singular. A la par, Ganza también comenzó a obsesionarse con un personaje de la realeza, de la casa de los Austrias, Carlos II el Hechizado. al que, al margen de atribuirle una relación oculta con el castillo, también Juan creía contactar con su espíritu con frecuencia durante  sus sesiones de ouija.
Hasta tal punto llegó su obsesión que, en cierta forma, se creía la reencarnación de esta persona, de Carlos II el Hechizado.
Y en el pueblo de San Martín de Valdeiglesias, comenzaron los rumores y los miedos hacia estas reuniones misteriosas con personajes extraños. Se llegó a decir que si se ofendía al o se contrariaba a Juan Fernández de Ganza, una maldición caería sobre ellos.


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martes, 26 de diciembre de 2017

Estatua de San Lorenzo (San Lorenzo del Escorial, Madrid)

Estaba claro que ‘el protagonista’ que da nombre al municipio de San Lorenzo de El Escorial tenía que tener una estatua en el monasterio y sobre él también recae una leyenda: se dice que la figura mira hacia la montaña que tiene en frente, hacia el lugar donde dicen que hay escondido un tesoro que nunca ha sido hallado.

Estatua de San Lorenzo en el monasterio. Contando Estrelas (Flickr)

Las esposas de Felipe II (San Lorenzo del Escorial, Madrid)

Ya hemos hablado de algunas apariciones en el monasterio. También se decía que las cuatro mujeres de Felipe II (María de Portugal, María Tudor, Isabel de Balois y Ana de Austria) paseaban, después de muertas, con cirios en sus manos por la lonja del monasterio durante las noches de luna llena.

Patio de los Reyes. M Moraleda (Flickr)

El renegado (San Lorenzo del Escorial, Madrid)

Una de las mejores leyendas es la del renegado. Cuentan que un obrero del monasterio, creyendo en los rumores de que el rey no podría sufragar los gastos de tan magna obra, se hizo con una bolsa llena de monedas y huyó al monte con tan mala suerte que cayó en una ciénaga y se hundió allí con todo el dinero que había robado, de ahí que se diga que en el pecado llevó la penitencia.

Vista del monasterio desde el monte. cabezadeturco. (Flickr)

La sala de los secretos (San Lorenzo del Escorial, Madrid)

Muy poca gente conoce que esa pequeña sala oscura y sin ningún ornamento que está después del panteón de Infantes es conocida como sala de los secretos. Y es que Juan de Herrera, el arquitecto, consiguió que dos personas colocadas en ángulos opuestos pudieran conversar, sin chillar y con enorme claridad, mientras que los que estaban en medio no oían nada.

Patio de Mascarones. Jan (Flickr).

lunes, 25 de diciembre de 2017

La piedra filosofal (San Lorenzo del Escorial, Madrid)

Dicen que Felipe II estaba obsesionado con la piedra filosofal y que utilizaba la alquimia y a los alquimistas para dar con ella. Por este motivo, Felipe II reunió en la gran biblioteca del monasterio, gran cantidad de tratados relacionados con esta misteriosa ciencia, así como literatura sobre magia y astrología. De hecho se dice que llegó a consumir brebajes. Pero lo cierto es que Felipe II estaba interesado en la alquimia por su delicada salud porque creía que a través de esta ciencia mejoraría.

Biblioteca del monasterio. -Merce- (Flickr)

El perro negro (San Lorenzo del Escorial, Madrid)

Según cuenta una leyenda que ha trascendido de generación en generación y de boca en boca, durante la construcción del monasterio del Escorial un misterioso can de un oscuro color negro, tenía aterrorizados a los rudos obreros en las frías noches, llegando incluso a paralizarse las obras por el miedo que el perro negro les producía.
Quién sabe si en realidad el perro negro no era más que un protector del lugar, ya que al igual que sucede con Turin, el Escorial también está considerado como uno de esos lugares en los que están las diferentes puertas de acceso al mismísimo infierno. Hay quien argumenta que fue esta, y no su enclave mágico, lo que llevo al rey Felipe II construir el monasterio en ese sitio, mantener cerrada la puerta del infierno.
Finalmente, el negro y rabioso perro, que durante muchas noches tuvo aterrorizado al personal del monasterio fue capturado, y por orden de Felipe II fue ahorcado y exhibido en una de las torres del monasterio, donde estuvo mucho tiempo colgado.
Fue cuando Felipe II decidió ya su regreso de manera definitiva a El Escorial para morir, que durante todas las noches que el monarca estuvo agonizando se escuchaban los aullidos y ladridos desde su lecho de muerte. Cuentan, que su espectro recorría los pasillos del monasterio, a pesar de que se le había dado muerte meses antes, quizás, porque simplemente estaba esperando al rey para acompañarlo a atravesar esa puerta que el monarca había querido cerrar.


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Las puertas del infierno (San Lorenzo del Escorial, Madrid)

Se dice que el Monasterio de San Lorenzo del Escorial se construyó en ese lugar porque se pensaba que allí estaban situadas las puertas del infierno y con él encima, éstas podrían taparse. El origen de esta creencia es difuso. Por un lado se piensa que es porque allí había una mina con sus profundas galerías pero por otra parte se alude a una gran tormenta que ocurrió el día en el que los técnicos del rey fueron a inspeccionar lugares para su emplazamiento y los relámpagos y rayos que allí cayeron les hicieron decidir que lo construirían ahí.

Imagen exterior del monasterio. Pablo Cabezos (Flickr)

San Fernando y la Virgen de los Reyes (San Fernando de Henares, Madrid)

Poco antes de conquistar Sevilla, el rey Fernando III el Santo estaba rezando en el campamento de Tablada, se adormeció y tuvo una visión de la Virgen con el Niño en brazos que le decía:
 –          Yo te prometo que conquistarás Sevilla.
 Al despertar le contó la visión a su capellán, el obispo Don Remondo. Al poco tiempo se cumplió lo prometido por la Virgen y el rey, en sus continuas oraciones, se acordaba de aquella imagen que vio mientras dormía. Para no olvidarla, pidió a los escultores que la esculpieran, pero ninguno supo reproducirla exactamente.
 Hubo un día que tres jóvenes vestidos de peregrino llegaron al Alcázar provenientes de Alemania. Eran escultores en su ruta de perfeccionamiento y, tras recorrer el país germano y Francia, llegaban a estas tierras para mostrar su arte y aprender de las obras que aquí se hacían.
 El rey Fernando les ofreció lo que quisieran y ellos contestaron que simplemente querían hacerle un regalo por su gran acogida. Le quisieron regalar la talla de una Virgen para alguna de sus capillas. El rey aceptó y les ofreció cuantos materiales necesitaran, pero ellos dijeron que no necesitaban nada, solamente un salón donde pudieran trabajar sin ser vistos y sin que nadie los molestara.
 Cuando los tres jóvenes estaban a su labor, una criada se asomó a ver cómo trabajaban y se asombró al contemplar que ninguno tallaba, sino que se encontraban cantando plegarias en medio de un gran resplandor. Corriendo fue a contárselo al Rey. San Fernando fue a comprobarlo por sí mismo, pero cuando se acercó vio sobre la mesa que se les había prestado para trabajar, la talla de la Virgen que en sueños había visto día antes.
 Los jóvenes escultores habían desaparecido, allí no estaban y no había otra puerta por donde pudieran haber salido. Se dio cuenta el Rey en aquel momento que esos tres chicos eran ángeles y que le habían dejado allí la Virgen como regalo divino. Los centinelas confirmaron que nadie había salido del Alcázar y los escultores sevillanos certificaron que era imposible haber tallado aquella imagen en tan poco tiempo.
 Así también lo declaró el obispo Don Remondo y, considerándolo un milagro, ordenó que se colocara la imagen en la Capilla del Alcázar con el nombre de Nuestra Señora de los Reyes. Con el paso del tiempo, ya muerto San Fernando, en su testamento dejó escrito que deseaba estar sepultado a los pies de la Virgen de los Reyes, así encontramos que la Virgen pasó a la catedral, instalándola en el altar de la Capilla Real donde San Fernando tiene su túmulo.


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sábado, 23 de diciembre de 2017

Las Trincheras (Robledo de Chavela, Madrid)

Los frentes de la Guerra Civil eran cada vez más y estaban principalmente centrados en los alrededores de  Madrid. La toma de Madrid estaba siendo un derramamiento de sangre. La batalla de Brunete, La de Guadarrama... Robledo de Chavela fue uno de esos pueblos afectados.
Las trincheras y bunkers se contaban a centenares y las batallas eran intensas, sangrientas y dolorosamente torturadoras. Los muertos y heridos se contaban a centenares y parecía que aquello jamás se acabaría.  Pero, se acabo.
Robledo de Chavela y muchos otros pueblos cercanos sufrieron las consecuencias. Llevados a la destrucción casi completa y numerosas bajas les costo volver a la rutina mucho tiempo. Las gentes inmersas en su dolor empezaron a contar historias que para muchos son macabras ilusiones, pero cuando ves a alguien que no tiene nada que perder contándotelo con tanta decisión dudas sobre la autenticidad y hasta te lo crees.
Se cuenta que, en las trincheras y búnkeres de la Guerra Civil que hay en la parte superior de la ladera del Risco de los Monaguillos, muchas noches se han escuchado lamentos, suspiros y gritos de muchos de los muertos en este sitio, durante lo que fue el frente de Robledo de Chavela




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El puente del perdón (Rascafría, Madrid)

El nombre de este puente sobre el río Lozoya, en el término municipal de Rascafría (Madrid), se remonta al siglo XIV. Por esa época el valle de Lozoya pertenecía al Concejo de Segovia, debido a su espesa vegetación y la multitud de pinares, además de su difícil acceso, era el terreno adecuado para grupos subversivos de moriscos, malhechores y maleantes que hacían sus travesuras por estas tierras. Ante esta incontrolable situación los Reyes decidieron agilizar la administración de la justicia delegando parte de sus poderes, así, en las villas que crecieron después de la reconquista nacieron unos milicianos llamados "quiñoneros".
Estos quiñoneros podían juzgar y administrar justicia en este territorio inmediatamente, e incluso la pena máxima, sin necesidad de consultar con la corte. Las ejecuciones se cumplían en una casa llamada ‘Casa de la Horca’ a cinco kilómetros del Monasterio del Paular, entonces es cuando entra en juego el citado puente. Antes de partir para la casa de la Horca se les revisaba la sentencia a los delincuentes a los que algunos se perdonaba, pero sin que estos lo supieran todavía. Se continuaba el camino y cuando llegaban al puente, a los que se les había perdonado se les dejaba sueltos, y cruzaban el río en libertad, de esta benevolencia le viene el bello nombre al no menos hermoso puente.
Sin embargo, el puente que hoy podemos observar frente al Monasterio de Santa María del Paular data del siglo XVIII. El primer Puente del Perdón fue erigido a principios del siglo XIV, en 1302. Las crecidas del río y la dura climatología invernal del Valle Alto del Lozoya deterioraron el puente, por lo que a mediados del siglo XVIII fue reemplazado por uno nuevo que es el que actualmente existe.

Sirvió a los monjes de vía de acceso hacia el Molino de papel de Los Batanes, una de las principales industrias que explotaban los monjes cartujos de Santa María de El Paular. Y como anécdota para terminar, de este molino salió el papel con el que se imprimió la primera parte de Don Quijote de La Mancha, publicada en Madrid en 1605.

La leyenda del Arca (Pinto, Madrid)

Esta leyenda musulmana está relacionada con la denominación de Pinto como ¨centro geográfico de la Península Ibérica¨. Según la vieja leyenda, los musulmanes llevaron a cabo unas mediciones que situaron en el barranco del Egido de Pinto, en lo que ahora es la confluencia entre las calles del Hospital y Maestra María del Rosario (hasta 1935 calle del Arca) el punto céntrico de la Península. En el citado lugar, quedó enterrada bajo una piedra circular marcada con una X, el arca en cuyo interior depositaron los instrumentos que habían utilizado en sus mediciones.  

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Entre Pinto y Valdemoro (Pinto y Valdemoro, Madrid)

Supongo que todos conocéis esta expresión, que generalmente se emplea como símbolo de duda en la elección entre dos opciónes. También se utiliza cuando uno no está muy bien de salud o cuando uno está borracho, pero no demasiado. Y son bastantes las leyendas que corren por ahí sobre el origen de esta frase. Dependiendo de si se es de Pinto o de Valdemoro, la leyenda cambia un tanto por la "rivalidad" entre ambos pueblos, pero en esencia, son iguales. Y vamos con ellas:
1. Se cuenta que había un arroyo entre ambas localidades madrileñas, y que un borracho se dedicaba a saltar de una orilla a otra, gritando "¡Ahora estoy en Pinto!", "¡Ahora estoy en Valdemoro!", hasta que en una ocasión cayó en el arroyo y gritó: "¡Ahora estoy entre Pinto y Valdemoro!". Poco fiable esta leyenda porque, que se sepa, jamás ha habido un arroyo o riachuelo entre ambos pueblos.
2. Cuentan que un rey debía descansar antes de llegar a Madrid en uno de los dos pueblos, pero para no agraviar a ninguno de los dos, ordenó que se montara un campamento entre los dos pueblos, para que pudieran agasajarle ambos. Es evidente que cada uno quería que el rey probara lo mejor de sus vinos, y cuando estaba bastante achispado y uno de sus ayudantes le preguntó cómo se encontraba, el rey contestó: "¡Entre Pinto y Valdemoro!". Divertido origen para el significado que tiene que ver con la ebriedad.
3. También relacionado con la realeza, se dice que había una casa de mala reputación entre ambos pueblos, que un rey de los Austria frecuentaba con asiduidad. Cuando alguien preguntaba por el rey, y para no decir que estaba de putas, se decía que estaba "entre Pinto y Valdemoro". Aquí si que es cierto que ha habido siempre una casa de mala repotación entre Pinto y Valdemoro.
4. Otra controversia habla de los vinos de Pinto y Valdemoro, y en esta opción, lo que dice la leyenda es que en tiempos de los Austria -igual que en la anterior-, los vinos de un pueblo eran muy buenos y los del otro muy malos, siendo los primeros los que se consumían en la Corte. Cuando un vino no era ni bueno ni malo, se decía que estaba "entre Pinto y Valdemoro". La realidad es que es muy difícil que de dos pueblos que están al lado y cuyo suelo es similar, se obtengan unos vinos buenísimos y otros malísimos. Los vinos de esta zona, por lo que he podido averiguar, no eran malos del todo, pero dudo que en la Corte de los Austria se sirvieran los vinos de ninguno de los dos pueblos. Volvemos a la rivalidad.

5. La versión histórica, la más probable para la expresión, es la siguiente: Durante el siglo XII abundaban los enfrentamientos entre los nobles por la propiedad de comarcas vecinas e incluso lejanas. El que nos interesa aquí es el que mantuvieron el Obispo de Palencia y las ciudades de Segovia y Ávila con Madrid, por incluir en sus respectivas demarcaciones las tierras de Pinto y Valdemoro. Hasta tal punto llegaron las cosas que el mismísimo rey Alfonso VII, el 7 de febrero de 1184, tuvo que tomar cartas en el asunto, asistiendo personalmente a la colocación de mojones en las lindes entre Pinto y Valdemoro. Sin embargo los enfrentamientos entre Madrid y Segovia no terminaron. Años mas tarde, el 20 de julio de 1259, y siendo ya rey Fernando III el Santo, debe tomar la decisión con carácter irrevocable de asignar Pinto a Madrid y Valdemoro a Segovia. Fue entonces, y en su presencia, cuando se colocaron 42 nuevos hitos, algunos visibles hoy en día. Es probable que el rey pasara varios días en la Casa de Postas que existía en la línea divisoria, mientras se colocaban los hitos. Y seguramente aprovecharía para degustar los buenos quesos, embutidos y vinos que por aquel entonces hacían famosa a la comarca, amén de pasar buenos ratos con las gentes del lugar. Por eso cuando en la Corte alguien preguntaba "¿Dónde está el rey?", los cortesanos en tono bromista contestaban con la famosa frase: "¡Entre Pinto y Valdemoro!"

viernes, 22 de diciembre de 2017

¿Una ballena? (Parla, Madrid)

En el norte de la ciudad, en el lugar en el que actualmente se ubica el barrio residencial La Laguna, existía un gran lago que fue desecado paulatinamente. Éste poseía un gran valor ecológico, sirviendo de refugio a multitud de aves acuáticos y anfibios. Una leyenda urbana dice que en él habitaba incluso una ballena, a la que se ha rendido homenaje con una escultura, situada en el Parque de la Ballena (calle Real).

¿Una ballena en Parla?

La Cueva del Beso (Navalcarnero, Madrid)

La historia nos cuenta que el rey Felipe V llega a Navalcarnero el día 6 de octubre de 1649, para esperar a su sobrina Doña María Ana de Austria, que viene de Nápoles aquella tarde para casarse con él. La ceremonia se celebra al día siguiente, en la capilla de la Concepción de la Iglesia, acto que celebra y bendice el Cardenal Primado don Baltasar de Moscoso y Sandoval, presente en la Corte Real.
Después de la ceremonia matrimonial, los monarcas son invitados por el Padre Superior de los Jesuitas a visitar la Cueva del Seminario y a degustar los ricos jamones colgados y curados en la casa, los sabrosos quesos que elaboraba el padre Zacarías y los buenos vinos solera de la tierra.
Los reyes desposados aceptaron la ofrenda y bajaron a la cueva, una bodega bien adornada y alumbrada. con grandes candilejas. Se dejaron acompañar por la Comunidad de Jesuitas, por el Cardenal de Toledo y por algunos grandes de la Corte. Cataron las buenas viandas y se entretuvieron tanto en los vinos rancios que al rey se le subieron los colores tanto que, cuenta la leyenda, cogió en brazos a su sobrina carnal, ya reina y esposa y la dio un beso tan fuerte, prolongado y silencioso que el Padre Superior de los Jesuitas exclamó "Jesús, María y José" y se bajó la capucha al igual que el Cardenal Primado. Hasta las llamas de los candiles se inclinaron para ver tal muestra de amor ¡Qué beso, Dios mío, que hasta la reina se desmayó!

Cuenta la leyenda que aquel beso dejó un cierto aroma en la Cueva y que a pesar de los siglos, todavía sigue en el ambiente. Las jóvenes monjas que conocían la historia bajaban a hurtadillas y se extasiaban con el recuerdo y con el olor del célebre beso.

cueva del beso en Navalcarnero

El campesino que habla con Lucifer (Navalcarnero, Madrid)

Cuentan los más ancianos del lugar, que allá por el siglo XIV, cuando Madrid caminaba en la Edad Media, había un personaje místico en Navalcarnero.
Se trataba de un campesino de nombre Martín Perdomes, que dedicaba su vida a llevar a los mercados de Madrid verduras y hortalizas una vez a la semana. Este hombre contaba que todas las noches hablaba y recibía consejos del mismísimo Lucifer. Le tacharon de loco, pero Martín, un buen día dijo que durante el camino hacia Madrid, en una madrugada, Lucifer le contó que en menos de cuatro días caería una lluvia intensa en la capital. Es interesante destacar, que por aquel entonces Madrid estaba sumida en una profunda sequía, por lo que todo el mundo hablaba de aquel suceso.
Martín contó la historia a todo el mercado, muchos le aconsejaron que se confesase. Pero a los cuatro días, bien por azar, bien por el propio Lucifer, o bien por el destino, cayó una de las mayores trombas de agua en el Madrid de aquella época, que llegó a inundar parte de la ciudad.
¡Para qué queremos más!. Os podéis imaginar lo que la gente pensó. A partir de aquel momento, el campesino de Navalcarnero, Martín Perdomes, se hizo famoso y no le faltó de nada en el resto de su vida. Se hizo rico y todo el mundo le pedía consejo; hasta tal extremo llegó la curiosidad suscitada, que fue llamado para ir al Alcázar Real para hablar con el Rey.

El campesino seguía diciendo que el demonío seguía hablando con él todas las noches. 

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