El
Alcaide Fernando Gonzalo gobernaba
la ciudad de Toledo despóticamente y sin miramiento alguno. Cualquier cosa le
importaba más bien poco excepto mantenerse en el poder, e incluso al Rey que
ahora reverenciaba se había enfrentado en alguna ocasión para conseguir su
cargo. Ahogaba al pueblo toledano con excesivos impuestos, medidas injustas y
sin escuchar consejo de nadie… El mismo Rey le había confirmado en el puesto
para evitar habladurías y sin saber que era una persona tremendamente odiada
por todos los toledanos. Las doncellas temían que su mirada se fijase en ellas,
pues varias ya habían recibido insinuaciones y amenazas si no accedían a sus
favores…
Una
de estas amenazas fue la que dio nombre a un callejón muy próximo a la Iglesia
de San Justo, en el que vivía una joven madre de dos hermosas criaturas cuya
belleza era reconocida por toda la ciudad.
La
joven debía esquivar los numerosos pretendientes que tenía, pues hacía un
tiempo que había fallecido su marido y además debía sobrevivir con sus dos
hijos con las escasas rentas recibidas. Un día de camino hacia su casa, se
cruzó por la calle con el Alcaide quien, impresionado por su belleza decidió
que debía ser suya. A las primeras de cambio Fernando Gonzalo intentó recibir
los favores de la moza de mil formas diferentes, sin recibir respuesta alguna,
a lo que decidió urdir un plan diabólico para conseguir acceder a la cama de la
joven: secuestraría a sus hijos.
El
plan fue fácil de llevar a cabo, pues contaba con ciertos rufianes de la ciudad
que realizaban sus “trabajos sucios”. Los niños fueron puestos a buen recaudo y
el Alcaide envió un mensaje a la joven indicando que si quería ver de nuevo con
vida a éstos, debería acceder a sus peticiones, añadiendo que no le serviría de
nada acudir a la justicia, pues él era la máxima autoridad en la ciudad.
La
joven, angustiada, y deseando preservar la memoria de su fallecido esposo, se
debatía entre la vida de sus hijos y su honra, que el Alcaide vilmente
intentaba mancillar de esta despreciable forma.
Quiso
la fortuna que por aquellos días recalase en Toledo el Rey Fernando III “El
Santo” con toda su Corte, y como era costumbre, se propuso un día para que el
monarca escuchara en audiencia a los vecinos de la ciudad para comprobar cómo
marchaba todo en esta zona de su reino. El Alcaide montó un gran trono en
Zocodover donde el Rey escucharía a los vecinos, y así los recibió uno a uno,
subiendo al estrado y postrándose de rodillas ante él. Ningún vecino se atrevió
a denunciar nada del Alcaide, por temor a represalias, hasta que llegó el turno
de la joven a la que le habían sido secuestrados sus hijos.
La
mujer se arrojó a los pies del soberano clamando justicia, y al observar esto,
el rostro del Alcaide se quedó blanco de terror, viendo en la figura de la
mujer arrodillada a aquella que había estado chantajeando. Intentó éste impedir
la declaración de la mujer, indicando que ya era tarde, pero el Rey,
interesado, indicó a la mujer que iniciara su relato.
Ésta,
agradecida, refirió al monarca cuándo daño había hecho el Alcaide secuestrando
a sus niños, y las sucias intenciones que tenía con ella y contra otros muchos
toledanos que cobardemente no se atrevían a delatar las numerosas tropelías
cometidas por él y sus secuaces… A todo esto, numerosas voces de los allí
presentes comenzaron a acusar a Fernando Gonzalo, por lo que éste, viéndose
acorralado intentó escapar, siendo preso de inmediato por orden del Rey, y
llamando éste de inmediato a un verdugo para que sin mayor demora, ejecutara la
sentencia de muerte que justamente merecía por el sufrimiento causado a sus
vecinos.
Narra
la leyenda que tras serle devueltos los niños a la mujer, Fernando III ordenó
esculpir en la Puerta del Sol un relieve representando las cabezas de los dos
niños para que nadie olvidara jamás esta historia, y todos fuesen conscientes
de que su Rey siempre defendería las causas de los más justos, y no de los
villanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario