Habíase
inaugurado en verdad el reinado del hijo de doña María de Molina de una manera
extraordinaria y un tanto maravillosa, respecto de los judíos.
—
Recordando tal vez las promesas mesiánicas, tantas veces lisonjera y
ardientemente acariciadas como tristemente desvanecidas, habíanse levantado,
con título de precursores ó profetas, en Ávila y Ayllon dos rabinos, respetados
en una y otra aljama no menos por la austeridad de sus costumbres que por la
poderosa é invencible dulzura de su palabra.
—
Ayunando cada dia y mortificándose con ásperos cilicios, mostrábanse eximios
observadores de la ley mosaica, cuyas ceremonias intentaban restituir á su
primitiva pureza; y ejercitando todo linaje de virtudes y predicando el amor y
la caridad, cundian tanto la reputación de su vida ejemplar y la autoridad de
su doctrina que apenas hubo aljama en Castilla, donde no lograran ser reputados
como santos. Rodeados, á vista de sus hermanos, por semejante aureola, nació ya
en ellos la tentación de subir á mayores; y comenzando por revelar cosas un
tanto peregrinas y vedadas á la general penetración, atrevíanse luego á
profetizar otras no tan fáciles y cumplideras, acabando por anunciar á los
suyos el próximo fin del cautiverio, con la ambicionada venida del Mesías.
Fué
el efecto, producido por esta predicación en las sinagogas de las regiones
rurales de Castilla, verdaderamente maravilloso, bien que nada tumultuario: los
profetas, concertados sin duda en secreto, anunciaban con la mayor firmeza que
la venida del Mesías tendria cumplimiento, al expirar el cuarto mes de aquel
año, ó lo que era lo mismo, el 30 de Abril de 1295 (5055 de la C): los judíos,
aceptado el pronóstico, resolvíanse á esperar con penitencias, oraciones,
ayunos, limosnas, restituciones de haciendas y otras obras piadosas, al
suspirado Redentor; mas por tan pacífica manera que sólo llegaban á excitar la
curiosidad de los cristianos.
Venido el día prescrito por los precursores,
dirigíanse con las primeras luces de la aurora á sus respectivas sinagogas los
judíos de los campos de Castilla.
— Llevábalos á ellas la esperanza de oir en breve la
señal misteriosa de la divina trompeta, que anunciaría á todas las criaturas la
venida del Salvador del Mundo. Iban hombres y mujeres cubiertos de blancos
vestidos, como cumplía en tan solemne ocasión y prescribían además los
preceptos talmúdicos para las principales festividades. Mas lejos de oírse el
celestial clamor que señalara la venida de Jesús-hijo-de-David, aparecía en los
aires, ante los tabernáculos mosaicos, la figura de la cruz redentora; y
reflejándose en los muros de las sinagogas, grabábase en las blancas vestiduras
de los judíos, atónitos y desconcertados con tan estupendo milagro.
Sospecharon
los más que era todo aquello obra de Satanás, cargando de maldiciones y
denuestos a los cristianos, por cuya súplica se había obrado : algunos, menos
contumaces en su creencia, tomando semejantes señales por inequívoco aviso del
cielo, corrían presurosos á las iglesias cristianas, pidiendo á voces las
aguas, del bautismo.
Los
burlados rabinos, haciendo suyas las afirmaciones de los primeros, esforzábanse
desesperadamente por apartar á los segundos de la conversión, espontáneamente
iniciada. Desautorizados por tan portentoso suceso, veían, sin embargo, en gran
parte malogradas sus reiteradas instancias, siendo muchos los israelitas que
abrieron los ojos á la luz del Evangelio...
Tal
es la narración, que de este hecho verdaderamente maravilloso debemos á muy
diligentes y afamados escritores, en cuyas venas corrió sangre israelita.
Dada,
no obstante, la habitual predisposición de los ánimos, no es inverosímil que el
mismo anhelo, mostrado por los rabinos de Ayllon y de Avila para contener la
deserción de los judíos, excitara el enojo de los cristianos, provocando la
persecución...
Niegúelo
ó acéptelo la crítica de nuestros dias, es indubitable que vivió en la
tradición cristiana del siglo xiv con entera eficacia histórica, y que recibido
de la narración oral, se trasmitió con igual fuerza al xv, contribuyendo
poderosamente á señalar el primer año del reinado de Fernando IV como Era de
fatal augurio para la generación hebrea. Y no dejó de serlo hasta cierto punto.
Fijando nuestras miradas en las directas é inequívocas enseñanzas de la
historia, no es difícil discernir ciertamente — dados los hechos que á los
postreros días de la XIII/ centuria
se
refieren y quilatados con maduro examen los que en los primeros doce años de la
XIV centuria acaecen — que ni la política de doña María de Molina, ni la de su
hijo don Fernando, ofrecieron, respecto de la raza israelita, ya obraran de
consuno, ya separadamente, aquella seguridad y fijeza, que debieron ostentar
sus actos, habida consideración al ejemplo de otros reyes, al provecho del
Estado y á los no vulgares servicios, una y otra vez recibidos de manos
hebreas...”
No hay comentarios:
Publicar un comentario