Quienes
recorren las salas del Museo Diocesano y Catedralicio de Valladolid, ubicado en
los restos de las dependencias del siglo XIII de la antigua Colegiata de Santa
María la Mayor, iniciada mucho antes por iniciativa del Conde Ansúrez,
repoblador de la ciudad en el siglo XI, se encuentran en uno de los ángulos de
la capilla de San Llorente una pequeña vitrina, apoyada sobre una ménsula
pétrea, que deja apreciar en su interior una imagen atípica de Cristo
crucificado, una figura que apenas sobrepasa los 20 cm., de tosco aspecto y sin
valores artísticos significantes. A un lado de la vitrina un pequeño rótulo lo
identifica como "Cristo de la Cepa, imagen milagrosa",
mientras que al otro un texto enmarcado recuerda parte de su leyenda, una
singular historia a la que hoy queremos referirnos.
Lo
primero que conviene aclarar es que la imagen procede de la iglesia de San
Benito el Real, donde presidía el altar de una capilla situada bajo el coro, a
la derecha de la entrada, que había sido fundada por el licenciado Cornejo y
equipada por su esposa. Lo segundo, que no se trata de la imagen convencional
de un crucifijo realizado por un escultor profesional, sino de una suerte de
pareidolia en el tronco y raíces de una cepa, un capricho de la naturaleza,
ligeramente retocado, que sugiere la imagen de un crucificado, de modo que sin
mucha imaginación es perfectamente apreciable el cuerpo con los brazos
levantados en forma de "Y", las piernas cruzadas y una
desproporcionada cabeza, en la línea de algunos crucifijos románicos, que
presenta la peculiaridad de tener largos cabellos y barbas formados por cúmulos
filamentosos de raíces. Por si fuera poco, la forma antropomórfica está unida a
otra parte del tronco que sugiere la forma de una cruz, cuya base fue insertada
sobre una peana de bronce dorado, con un tratamiento similar a un relicario.
Este
Cristo de la Cepa adquiría un especial significado en el monasterio de San
Benito, en cuyas dependencias se expedía al público vino elaborado en sus
bodegas en virtud a la explotación de los viñedos de su propiedad cultivados en
localidades próximas a la ciudad, un negocio que llevaría a la comunidad
benedictina a presentar un pleito contra el escultor Alonso Berruguete cuando
este también inició la venta de vino en su propia casa, situada a escasos
metros de la iglesia, siendo acusado de competencia desleal. Ello justifica
también que esta imagen fuese muy venerada por el gremio de vinateros,
especialmente en la fiesta de la Invención de la Cruz celebrada cada 3 de mayo,
único día en que era mostrada al público rodeada de velas y flores.
La
primera noticia sobre la curiosa imagen del Cristo de la Cepa aparece en el
inventario realizado por el humanista e historiador cordobés Ambrosio de
Morales cuando en 1572, a petición del rey Felipe II, recorrió
Castilla, León, Galicia y Asturias rastreando las principales reliquias
conservadas en estas tierras, viaje en el que la primera ciudad visitada fue
Valladolid, donde dejó constancia de los nutridos relicarios reunidos en los
conventos de las Huelgas Reales, San Francisco y San Benito, destacando el
carácter milagroso y la enorme devoción que este crucifijo, con categoría de
reliquia, ya gozaba en aquella época.
Porque
a esta figura, aparentemente insignificante e incluso de aspecto
monstruoso, le ampara una historia piadosa que fue la causa de una
veneración multitudinaria, una historia recogida por Casimiro González
García-Valladolid en su obra "Valladolid, sus recuerdos y sus grandezas",
publicada en 1900 (Tomo I, págs. 91-93), cuyo texto es justamente el que
aparece enmarcado junto a la vitrina del museo. Transcribimos la historia
milagrosa del origen de la imagen según fue recogida por este cronista:
"Allá por el tiempo en que los judíos
invadieron a España, vivía en la ciudad imperial de Toledo uno tan aferrado a
su ley y por ende enemigo acérrimo del cristianismo, que haciendo alarde de sus
creencias y mofa constante de los cristianos, no encontraba otra satisfacción ni
gusto mayores, que burlarse de las doctrinas enseñadas por éstos y muy
principalmente de la de que Jesucristo es el verdadero Mesías prometido, que es
Dios y Hombre y que por su muerte afrentosa, clavado en la cruz, el patíbulo de
los malhechores, ha obrado la redención del género humano.
Absorto
se hallaba cierto día en tales ideas mientras podaba una de las hermosas viñas
de sus extensas posesiones, cuando de improviso le llamó la atención un objeto
extraño que apareció sobre una cepa: se acercó lleno de curiosidad y vio
sorprendido que era un Crucifijo.
Obrando
entonces la gracia de Dios en su alma, cayó de rodillas anonadado, tomó en sus
manos la efigie bendita, besola con humildad profunda, inundola de lágrimas y
reconociendo sus errores, abrió los ojos a la luz esplendorosa de la Fe, el
corazón al amor divino y la inteligencia al conocimiento de la verdad.
Convirtiose y pronto recibió el bautismo, administrándole este Santo Sacramento
el Reverendísimo señor Cardenal Arzobispo de Toledo, Don Sancho de Rojas".
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