Hacia
1917 se presentó en Olivares una señora con su hijo, llamado Felipe, y se
instalaron en una vivienda situada en la calle de La Fuente. Pronto se corrió
la voz en el pueblo de que el dicho Felipe tenía poderes especiales y que era
capaz de curar enfermedades. Según Luis Sanz “era un médico especial que iba por los pueblos”. ¡Y, tan especial!
Pues, según nos contaba María Pelayo y otros vecinos utilizaba un truco que hoy
día, aún, resulta muy eficaz entre curanderos
y adivinos. Los enfermos acudían
a su casa y esperaban en una habitación a modo de sala de espera; entre tanto
–como suele ocurrir- se contaban entre ellos sus desgracias, momento éste que
aprovechaba la madre de Felipe, la cual, escondida tras una cortina, se
enteraba de las dolencias de todos ellos y, a continuación, se lo comunicaba
todo a su hijo. Pueden ustedes imaginar el resultado. Cuando pasaba el enfermo
a la consulta, Felipe le auscultaba y, sin mediar palabra y como por arte de
magia, le adivinaba su enfermedad. El paciente quedaba tan sorprendido que
seguía al pie de la letra las indicaciones del medicastro y salía alabándole y divulgando su fama entre los
vecinos del pueblo.
Y,
claro, tantos milagros llegaron a oídos de los vecinos de Quintanilla de Abajo
(hoy de Onesimo), los cuales han sido unos auténticos maestros sacando cantares
a los de Olivares.
Pero,
esto no es nada comparado con lo que estaba por llegar. Felipe, ya conocido
como el “Niño Santo”, comenzó a correr la voz por el pueblo de que debajo del
“Palacio” había un tesoro enterrado con mucho oro.
Consiguió
convencer a los agricultores ricos del pueblo para desenterrar dicho tesoro.
Los labradores no lo dudaron ni un momento y, tratando de hacer las Américas,
pusieron a todos sus obreros a picar en el sitio indicado por el “Niño Santo”,
en la parte sur de la ladera frente a la plaza del pueblo. Parece ser que
hicieron una especie de sociedad para repartirse el oro con arreglo a los obreros
que cada uno aportaba. Los pueblos colindantes quedaron atónitos y no salían de
su asombro.
Los
obreros trabajaban a destajo y el oro no aparecía; el Niño Santo animaba sin
cesar, pero, el señor Regino era mas practico y, por la noche, enterraba
jarras, ollas y otros restos de cerámica para animar a los obreros cuando lo
encontrasen. Y el truco surtió efecto, pues los obreros se animaban y alzaban
sus picos al aire con brío renovado cada vez que aparecía una jarra o algo
similar.
Los
picos y las palas se introducían cada vez mas en las entrañas del “Palacio”; era
tal el socavón que hicieron sobre el terreno que le llamaban “La Mina” y la
desesperación llegó cuando apareció el agua y ni rastro del oro. Cavaron tanto
que sacaron agua en la ladera del “Palacio”, que, ya, es decir.
Al
final, como pueden ustedes imaginar, el Niño Santo puso pies en polvorosa y, de
la noche a la mañana, desapareció del pueblo, pues ya se temía lo peor.
Los
obreros regresaron cabizbajos a sus trabajos habituales.
Hola, este relato tiene autor con nombre y apellidos ¿Nos puede decir por qué no lo cita?
ResponderEliminarYa que se aprovecha de los textos sin ningún permiso, al menos podía citar al autor.