Cuenta
la leyenda que una fría mañana de mediados del siglo XVI, después de una noche
de abundantes tormentas, apareció un carro que transportaba un crucificado en
los muros del convento que existía en lo que hoy se conoce como la iglesia del
Carmen.
Sin
embargo, el vehículo, que era tirado por bueyes, presentaba una rueda rota.
Tras realizarse diversas gestiones para que la imagen siga el camino que la
lleve a su destino, los bueyes se negaron a andar y, pese a ser cambiados por
otros, el Cristo no se movía del lugar, según recoge la Hermandad del Cristo de
la Sangre y la Virgen de la Soledad en su web. “Por tanto –añade- se decidió
que era una señal divina y que esa imagen del Cristo debía quedarse en el
monasterio”.
Dicha
imagen sería bautizada posteriormente como el Cristo de la Sangre, en
referencia al que era custodiado con anterioridad en dicho convento y que
procesionaba “el jueves al caer el sol”.
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