Esta
ocurre por el mes de febrero del año 1924, cuando muy temprano en una fría
mañana de carnaval, el cabrero de la dehesa de “El Hornillo”, sita en el
término municipal de Castilblanco de los Arroyos, sale de la misma con su
rebaño en busca de pastos para éste. Su esposa también se había ausentado de la
casa y los tres hijos del matrimonio jugaban alrededor de ésta.
En
medio de sus juegos vieron acercarse a un hombre que les causó temor por su
aspecto desaliñado, y salieron corriendo alejándose del domicilio. Poco
después, viendo que el hombre se marchaba, retornaron a su casa. Pero sólo regresaron
dos de los tres hermanos. Ángel, el menor, de cuatro años de edad, es el que no
volvió.
Al
no encontrarlo empiezan a buscarlo por el monte, junto a la Guardia Civil y
muchas personas del pueblo, iluminándose en la noche de las más diversas
maneras, pero continuando la búsqueda sin resultado. Los padres acuden a la
ermita de San Benito para rogarle que proteja a su hijo. No era posible que un
niño de tan corta edad pudiera sobrevivir a tan bajas temperaturas, con hambre
y sed. Se temían lo peor, aunque siguían confiando en San Benito. La familia se
resistía a darlo por perdido.
En
la tarde del tercer día un pastorcito que va al monte a por leña encuentra al
pequeño corriendo entre las agrestas rocas de “Valdearenas”, cerca de la ermita
del Santo, y a más de una legua de “El Hornillo”.
Los
padres que no caben en sí de gozo le preguntaron lo que había ocurrido en esos
tres días tan angustiosos para ellos. El niño en su lenguaje les explicó que
“una mujer vestida de negro, le daba higos de comer y, por la noche, lo
arropaba con su manto”.
La
madre, ante lo que le dijo su hijo, se dirigió hacia la iglesia de Castilblanco
para darle las gracias a la Virgen de los Dolores, pensando que era ella quien
había cuidado de su hijo. Pero cuando llegaaron ante la Virgen le preguntan a
Ángel si ésa era la señora que le había cuidado, pero el niño tras mirarla dijo
que no.
Pasan
los meses y el día 27 de agosto, cuando todo Castilblanco acude a la Romería de
San Benito, la familia marcha a la ermita, llevando consigo a su hijo el menor,
el cual nunca la había visitado. Se acercaron al altar donde se venera y se
encuentra la imagen de San Benito y el niño al levantar la vista exclamó:
“¡Ésta, ésta era la mujer que me cuidaba!”.
Y
los agradecidos padres, entre lágrimas, abrazan a su hijo, mientras un
alborozado clamor se extendía por la ermita: “¡Milagro, milagro!”.
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