Cuenta la leyenda que un zagal de Los Barrios, un tarugo sin lugar a dudas, subía cada noche de luna llena a Castellar y se asomaba al balcón para desde allí poder contemplarla más cerca cuando Luna se miraba en el espejo del Guadarranque. Fue allí donde encontró a Morayma, la hija del emir, y allí donde se enamoró de ella. Fue allí donde cada noche de luna llena se amaron y allí donde les sorprendió la guardia del moro, escamado ya de tanta salida de la niña, tanta luna y tanta tontería. Fue allí, en definitiva, donde el chaval entregó la vida atravesado por la daga del sarraceno, que no tuvo piedad en acabar con quien había tomado la honra de su hija. Pagó con su vida, como tantos otros, la dulzura de explorar –de luna en luna llena- la piel de una mujer.
Veintinueve días después, justo el tiempo que tardó la luna en volver a aparecer en su plenitud, la princesa nazarí saltó por el balcón para reunirse con su amado.
Este balcón, a día de hoy, es el único balcón público para asomarse en la muralla.
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