Ocurrió el 1 de noviembre de 2002, día de Todos los Santos, sobre las seis y cuarto de la mañana. Aún no había amanecido cuando Alejandro se montó en el vehículo junto a su hija y una estudiante irlandesa. Se trataba de un trayecto corto, solo tenía que acercar a las chicas hasta la vecina localidad de Alcaracejos, donde tomarían un autocar para ir de excursión con el instituto. A la salida de su pueblo, el coche se dispuso a incorporarse a la carretera que une Hinojosa del Duque y Pozoblanco, y al detenerse ante la señal de stop, el poeta se percató de algo inusual: a unos cien metros, una gigantesca sombra se acercaba hacia ellos. Era la silueta de un encapuchado, que flotaba unos veinte centímetros sobre el suelo. Alejandro no dijo nada, no quería asustar a las niñas, pero no fue necesario. Su hija rompió el tenso silencio: «Papá, ¿estás viendo lo mismo que yo?», preguntó nerviosa. «¿Qué es lo que ves tú? », respondió él para no condicionarla. «¿Pero no lo ves? ¡Una enorme silueta que viene para nosotros!», exclamó ella con el rostro desencajado. Mientras padre e hija intercambiaban sus percepciones, la estudiante irlandesa, que no entendía una sola palabra de castellano, sufría un ataque de pánico observando por la ventanilla como algo terrorífico se aproximaba pausadamente.
Alejandro trató de mantener la calma y esperó a que la figura pasara de largo. Pero cinco interminables minutos después, cuando el ser desencarnado se encontraba a tan solo diez metros del vehículo, el escritor pisó de forma instintiva el acelerador. Mientras se alejaba, por el retrovisor aún tuvo tiempo de observar que aquello medía unos dos metros y medio, llevaba una sotana como la de un monje, y lo más espeluznante de todo: no tenía rostro.
Cinco años después, en 2007, cuatro jóvenes del Higuerón pincharon una rueda cuando regresaban de noche a su pueblo. Se detuvieron en el arcén, llamaron a una grúa, y como tenían que facilitar al servicio de asistencia el kilómetro exacto donde se encontraban, comenzaron a caminar en busca de alguna señal que lo indicara. Después de unos minutos, en la distancia vieron emerger un bulto oscuro que avanzaba hacia ellos. Segundos después, los cuatro higueronenses se quedaron paralizados al comprobar que aquella figura se desplazaba sin pisar el suelo. A pocos metros de ellos, el ser desencarnado se detuvo, se quedó estático, flotando sobre la grava, ajeno a las preguntas de los testigos. Uno de ellos le alumbró la cara con la linterna de su móvil, y entonces descubrieron... que no tenía rostro. De súbito, los cuatro jóvenes salieron despavoridos. Al llegar al vehículo, arrancaron y huyeron a duras penas, con la rueda pinchada, observando aterrorizados por el espejo retrovisor que aquel encapuchado todavía les perseguía durante varios cientos de metros antes de desvanecerse en las tinieblas de la noche. ¿Por qué se le apareció a estos cuatro chicos? ¿Por qué eligió a Alejandro? Y lo más inquietante de todo, ¿quién será el próximo testigo de una nueva aparición de la Maranga? ¿Seré yo? ¿Será usted?
En este blog no conocen la ética ni la vergüenza. Esto es otro artículo plagiado de Diario Córdoba en el que no se altera ni una sola coma. Para colmo, en esta ocasión incluso se roba la foto, sin mencionar ni el autor ni la fuente
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