Seguro que han escuchado alguna vez la expresión «soy Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como». Como saben, unas veces se utiliza de forma positiva, resaltando la autosuficiencia de ciertas personas, y otras en sentido despectivo, cuando alude a un egoísmo desmesurado. Lo que quizás no conocían es que el origen de este dicho tan popular podría encontrarse en el Valle de los Pedroches. Concretamente en el pequeño municipio de Fuente la Lancha, al norte de nuestra provincia, donde a principios del siglo XIX se estableció un romántico rufián. Desde allí dirigió sus escaramuzas contra las huestes de Napoleón, y aunque su nombre real fue Diego Padilla, todos lo conocieron como Juan Palomo.
Cuenta la tradición local que este bandolero y su cuadrilla, Los Siete Niños de Écija, convirtieron la Casa Grande de Fuente la Lancha en su fortaleza inexpugnable. Se trataba de un hermoso cortijo situado a unos 50 metros de la parroquia de Santa Catalina, que perteneció a los descendientes del Conde de Belalcázar y de Alfonso de Sotomayor. En la actualidad no queda nada del viejo caserío, que ha sido dividido en cuatro viviendas de aspecto moderno. Tan sólo el recuerdo en el inconsciente colectivo de que aquel mítico enclave, que dio origen a esta acogedora villa, fue convertido por Juan Palomo y sus hombres en un bastión de resistencia contra el ejército invasor durante la Guerra de la Independencia. Según los lugareños, en sus cuadras depositaba las joyas y el dinero robado al enemigo. Sus numerosas habitaciones sirvieron como presidio para ilustres prisioneros, por los que los bandidos exigían cuantiosos rescates. E incluso existe la creencia de que desde el pozo parte un túnel subterráneo que comunica el cortijo con el río Guadamatilla, a través del cual escapaban los bandoleros cuando su refugio era asediado.
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