Cuentan las viejas crónicas que un día del año 1665 Simón de Toro, labriego y su compadre Bartolomé Peña, ambos vecinos del barrio del Alcázar Viejo, cultivaban en aparcería un pequeño terreno contiguo a la muralla de la ciudad como a la distancia del un tiro de piedra de la Puerta de Sevilla. Ambos afanados en su labor, al hundir la reja del rústico arado en la tierra, dejó al descubierto la entrada de un pozo con un brocal de mármol blanco y en una de las hendiduras se encontraba una pequeña imagen de la Virgen con el Niño en los brazos. Fue llevada a su casa mostrando a la vecindad el hallazgo, que con prontitud atestaron el patio para contemplar la imagen.
Cundió por la ciudad la noticia del portentoso descubrimiento y fue grande el impacto producido en las gentes sencillas, que se estableció una piedad sincera mediante la cual acudían multitud de enfermos, y siguiendo según la tradición, recobraron la Salud. De este hecho proviene la advocación de esta imagen. La Virgen fue depositada en la capilla de la Orden Tercera del Real Convento de San Francisco.
El fervor del pueblo y los caudales de su descubridor hicieron posible construir una pequeña capilla junto al lugar del descubrimiento, siendo abierta el lunes tercero de las calendas de abril del año 1673. Aquella mañana, el licenciado Diego de Alcudia Caballero, con autorización del obispo Francisco Díaz Alarcón y Covarrubias, bendijo la Ermita de Nuestra Señora de la Salud, celebrándose la primera misa en el mismo lugar donde según la tradición estuvo en la época mozárabe el monasterio de San Ginés, en cuya antigua iglesia fueron sepultados Santa Leocricia, Santa Litiosa, San Rodrigo y San Pelagio, mártires de Córdoba. En dicha ceremonia estuvo el corregidor Esteban de Aragón Alarcón que asistió con el Consejo de la Ciudad presidida por sus maceros y con los caballeros veinticuatro: Francisco de las Infantas y Aguayo, oidor de la real cancillería de Granada; Gonzalo Jacinto de Cea y Córdoba de los Ríos; José de Valdecañas y Herrero; Jerónimo de Acevedo, de la Orden de Calatrava, y Antonio Gutiérrez de los Ríos Argote y Guzmán, vizconde de Miranda.
El mismo día por la tarde los numerosos frailes de la comunidad del Convento de San Francisco, llevó a dicha ermita la imagen de la Virgen de la Salud que como se ha dicho anteriormente tenían depositada en su convento. Con este motivo tuvo lugar una espléndida velada con aires de romería entorno a la ermita.
En el testamento con fecha 19 de noviembre de 1677 Simón de Toro otorga y declara que con las limosnas que había recaudado dentro y fuera de Córdoba había labrado la ermita de Nuestra Señora de la Salud, y nombra por administrador de ella a Marcos de la Cruz, su compadre, de profesión maestro albañil y marido de María Gómez, hija de de María Zuñiga , mujer del otorgante.
Los terciarios de la Orden de San Francisco por su devoción a la Virgen de la Salud empezaron a enterrarse en terrenos junto a la ermita y este fue el origen del Cementerio de Nuestra Señora de la Salud. Esta misma Orden costeó la preciosa pena de plata y la ráfaga que tiene la imagen.
Durante más dos siglos, los cordobeses que necesitaban alivio de sus enfermedades, acudían al pozo donde la virgencita fue descubierta por Simón de Toro y su compadre, y recogiendo el agua fresca y transparente que brota del aljibe, en toda suerte de vasijas, la llevaban a sus casa cual líquido tesoro, haciendo del preciado líquido medicina prodigiosa como remedio de todos los males.
Concluida la ermita 1673 todos años se organizaba el segundo día de Pascua de Pentescostés una velada donde se celebraba la fiesta homenaje a la Virgen en la ermita de los llanos de Vista Alegre. Así comenzó la feria al ir concurriendo toda clase de gente, como vendedores de golosinas y chucherías donde instalaban sus tenderetes en torno a la ermita y en las eras colindantes; después a medida que su extensión lo fue requiriendo, alejándose de aquella hasta traspasar la explanada del que fue convento de la Victoria.
La feria así nacida al calor de la devoción sencilla de las gentes para divertimento, coincide con la feria del año agrícola y ganadero, de esta forma, ambas se ensamblaron mutuamente ya que esta última venía celebrándose desde el siglo XI por privilegio especial otorgado a la ciudad por el rey Sancho IV de Castilla.
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