Nos referimos al callejón del Niño Royo. Este callejón, afincado justo antes de las Torres Bermejas porque permite llegar a ellas, fue testigo de lo peor del ser humano. Para entender las razones hay que viajar a comienzos de la Edad Moderna y finales de la Edad Media. Allí, durante los siglos XV y XVI con la dominación cristiana y musulmana alternándose, se cumplía una misión deleznable.
En este callejón se colgaban los miembros amputados de aquellos hombres y mujeres que habían cometido algún tipo de delito. Cualquiera que fuese el mismo, si estaba considerado lo suficientemente grave para la época, hacía que las personas tuviesen que temer por su integridad física. Por lo que el callejón del Niño Royo se convirtió pronto en una exposición de cuerpos putrefactos que se elevó a la categoría de leyenda.
Según cuentan las historias procedentes de aquel tiempo, la disposición de los cuerpos que estaban colgados hacía que el que los veía de lejos tuviese la sensación de estar viendo colgado a un bebé con su pañal. Un juego visual tétrico que además tuvo su propia consecuencia con el paso del tiempo. Pues hubo quienes aseguraban que se oía llorar a un bebé colgado de aquel lugar. Unos llantos que al parecer han llegado incluso hasta nuestros días.
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