En el término municipal de Linares hay un lugar cerca de su casco urbano que se conoce con el nombre de Castro. Hubo un tiempo, no muy lejano, en que tenía iglesia parroquial bajo la advocación de María Magdalena, la cual estaba atendida por un único prior[10]. Este Castro está ocupado hoy en día por las ruinas de varios edificios y, entre ellas, las de un castillo cuya torre redonda aún se ve a lo lejos. Por los siglos xv y xvi, la población de Castro estaba constituida por moriscos[11] y labradores que habitaban los cortijos y caseríos cercanos. El padre jesuita Francisco de Torres (1612-1678), en su libro Historia de Baeza[12], cataloga a esta fortaleza dentro de la categoría de «castillos arruinados», e incluso se atreve a reseñar el año de su destrucción, que según este autor aconteció en 1607 y fue provocada por una epidemia de peste. Aunque las cosas que nos cuenta el P. Torres no suelen ser muy creíbles, lo cierto es que entre los años 1606 y 1610 tuvieron lugar en España algunas epidemias, si no de peste, al menos sí de otras enfermedades contagiosas como la difteria, llamada vulgarmente tabardillo. Igualmente, resulta curioso comprobar cómo la supuesta ruina del castillo coincide con el periodo de 1609 a 1616. En este lapso de tiempo, los moriscos, que eran la población mayoritaria en Castro, fueran expulsados definitivamente de nuestra nación.
Pese a lo atractiva que nos pueda parecer la catalogación del P. Torres, lo único que se sabe con certeza del renombrado castillo de la Magdalena de Castro es que no era un castillo como tal, sino que se trataba de un torreón construido durante la Edad Media en el Castro de la Magdalena. Por lo tanto, su origen puede datarse en el tiempo de los iberos, ya que este pueblo se asentaba en «castros», es decir, en poblados amurallados y elevados. Lo más relevante de la torre o castillo «de la Malena» (como popularmente se conoce) es su posición estratégica, ya que en su origen pudo haber constituido un adelantamiento de la ciudad ibero-romana de Cástulo que tendría como objetivo vigilar la vía de Aníbal que discurría junto a la citada torre. Además, según el Sumario de las Antigüedades…[13], en este lugar murió el general cartaginés Amílcar Barca, padre de Aníbal, militar que se casó en Cástulo con la legendaria princesa Himilce.
Pero como de lo que se trata es de relatar una leyenda, hay que volver la vista a nuestro inefable padre Torres, quien en su renombrada Historia de Baeza nos cuenta que un habitante de Linares, llamado Herrenuelo, encontró un tesoro en la torre vieja del citado castillo. Las pruebas que nos proporciona Torres de que ese hallazgo fue real son que el tal Herrenuelo, «siendo hombre de poco caudal», había gastado 15 000 ducados en unas herrerías (suponemos que rejas) que fabricó en el río Guarrizas, que es un cauce fluvial cercano a Linares. Además, cuando casó a sus dos hijas les otorgó una buena dote y, para rematar la faena, en lugar de banquete, obsequió a los invitados con monedas de plata «para la gente principal» y de vellón «para la común».
¿De donde provenían esas monedas? Para ello también tiene respuesta el padre Torres, ya que afirma que provenían nada menos que del rey don Rodrigo y, para sostener su afirmación, recurre a la autoridad de un tal Francisco de la Peñuela. Este personaje era un acaudalado vecino de Linares que vivió en la segunda mitad del siglo xvi y que contribuyó con su patrimonio a que la antigua villa de Linares obtuviese en 1565 jurisdicción independiente de la de Baeza. Con ello también se consigue ubicar la época del supuesto hallazgo en la segunda mitad del siglo xvii, algo que el padre Torres no había hecho. Por lo tanto, vemos cómo la leyenda se reviste de una cierta pátina histórica al recurrir a un personaje real de Linares para atestiguar la supuesta autenticidad de este tesoro.
En cualquier caso, es un hecho cierto que los visigodos acuñaron monedas en España entre los siglos v y vii. A esas piezas se las llamaba tremisis o también triente de oro, y equivalían a la moneda romana o bizantina del mismo nombre. Su diseño era semejante a los trientes imperiales, pero con algunas pequeñas diferencias, como la aparición de la cruz. Se sabe que al efímero rey don Rodrigo (710-711) le dio tiempo a acuñar un triente en la ceca de Toleto (Toledo). Pero es que, incluso en la antigua ciudad ibero-romana-visigoda de Cástulo, (muy cercana de Linares), se llegó a acuñar moneda en los reinados de Sisenando (631-636) y Chintila (636-639), aunque según otros autores puede que durante más tiempo[14]. Por otra parte, muy cerca de esa antigua ciudad de Cástulo y por aquellos mismos años, existió otra ceca en Mentesa, es decir, la actual población de La Guardia (Jaén).
Por lo tanto, tenemos un escenario que no deja de ser atractivo: Cástulo, una antigua ciudad romana, convertida al cristianismo y que fue sede episcopal en tiempo de los visigodos. Dos cecas muy cercanas, una en la misma Cástulo y otra en Mentesa (La Guardia, Jaén) y, por último, un torreón que servía de vigía a tan solo 5 km de dicha ciudad de Cástulo. Además, los hechos no son menos apasionantes: la invasión árabe del año 711 y alguien que, en su huida, quiere ocultar una ingente cantidad de monedas en un antiguo torreón. Y, por último, un avispado linarense que, quizás en connivencia con el tal Peñuela, aprovecha la guerra contra los moriscos (1568-1571) y sus primeras deportaciones para hacerse con un fabuloso tesoro.
Podemos enmarcar esta leyenda dentro de las relacionadas con la búsqueda de tesoros ocultados por los moriscos. Esta población, empeñada en salvar sus pequeñas riquezas, había recurrido a esconder sus ahorros en campos y casas, con la esperanza de recuperarlos algún día. Pero ese día nunca llegó y la posibilidad de encontrar fabulosos tesoros excitó de tal manera la imaginación de los cristianos que, a finales del siglo xvi, se desató una auténtica vorágine buscadora. Pero, volviendo al padre Torres, lo que este seudohistoriador nos oculta es si Herrenuelo encontró la totalidad de lo que ese visigodo habría escondido en su huida o tal vez solo una parte de lo que ese afortunado morisco había hallado y luego vuelto a ocultar. En definitiva: ¿qué fascinantes secretos podrá revelarnos todavía el ruinoso castillo de la Malena cuando se excave en sus alrededores...?
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