Se puede considerar a Federico Ramírez (1850-1929) como una de las primeras personas que se dedicó al estudio de la historia de Linares de una manera sistemática. Sin embargo, entre tanta seriedad de legajos y papelotes amarillentos, nos solía regalar con alguna historieta a medio camino entre lo humorístico y lo legendario. Y este es el caso del curioso acontecimiento relatado en una carta que un lejano pariente del señor Ramírez le hizo llegar allá por las postrimerías del siglo xix. Este pariente, militar retirado, se sintió atraído de forma inexplicable por una «papelerilla», es decir, una especie de cofre o baúl de época indefinida. El dependiente del tenducho donde se exponía este artículo supo excitar la curiosidad (y la codicia) del militar con historias de fabulosos tesoros escondidos. De esta manera, nuestro ingenuo personaje se apresuró a comprar ese trasto por la nada despreciable suma de doce reales. En ese momento, vino a la mente de nuestro cándido comprador una antigua historia que el avispado vendedor se había encargado de recordarle:
Vio en sus sueños a una familia de moros afincada en Linares en el tiempo en que nuestra villa es reconquistada por las huestes de Fernando III el Santo, allá por el año 1227. Vio a esa familia de honrados musulmanes emprender la huida hasta las puertas de Úbeda (ciudad que todavía se encontraba en poder de los sarracenos), en donde pidió auxilios a otros hermanos que, sin embargo, se lo niegan. En ese momento, nuestro infeliz fugitivo no tuvo más remedio que emprender el camino del reino Nazarí de Granada, ciudad en la que es acogido por un caritativo príncipe que le señala un lugar junto al río Darro en donde poder afincarse junto con otros paisanos suyos igualmente desterrados. En contra lo que pudiera pensarse, nuestro personaje sí pudo llevarse consigo cierto cofrecillo lleno de monedas que, una vez afincado en la ciudad de Granada, fue rellenando con más monedas y joyas por parte de sus descendientes.
Disfrutaba la descendencia del fugitivo linarense de cierta holgura (acrecentada por la seguridad que les otorgaban sus ahorros), cuando aconteció la batalla de la Higueruela. Este hecho de armas tuvo lugar el 1 de julio de 1431 en las inmediaciones de Medina Elvira, término municipal de Atarfe (Granada). Fue tal el desastre en que se vio sumido el ejército musulmán que únicamente quedó en pie una pequeña higuera que dio nombre a esta batalla. Este hecho supuso la victoria más importante que las huestes castellanas obtuvieron frente al reino de Granada durante el reinado de Juan II (1406-1454). Sin embargo, la desunión interna de los castellanos impidió que se aprovechase la ocasión y se tomase Granada, que además se encontraba más desprotegida que nunca a consecuencia de un terremoto. Pero la familia de moros oriunda de Linares, ajena a los aconteceres futuros, piensa que esa batalla acabaría con su feliz remanso a orillas del Darro, por lo que deciden esconder dicho cofrecito en su vivienda. Pasan cincuenta años y los Reyes Católicos toman la ciudad de la Alhambra, por lo que los descendientes de nuestro querido paisano musulmán huyen a las Alpujarras granadinas dejando tras de sí el preciado tesoro. No considerarían definitiva esa huida; antes bien, en su mente anidaba la esperanza de un regreso que nunca se produjo.
Pasa el tiempo y la antigua casa de la familia moruna es adquirida por un hebreo que encuentra el tesoro, el cual va pasando de generación en generación como un preciado secreto. Sin embargo, la repentina muerte de su último poseedor impidió que este pudiera comunicar a sus sucesores el complicado secreto de aquella caja en donde se ocultaban, sin duda alguna, piedras preciosas y costosas alhajas. La siempre socorrida «casualidad» haría que aquel cofrecito volviese a la población (ahora convertida en populosa ciudad) de la que había salido hacía más de 660 años.
Y he ahí el principal error de nuestro ingenuo militar: dar crédito a una historia cuyo punto más débil era precisamente el retorno, por arte de birli-birloque, del dichoso cofrecito, ahora escondido en una especie de baúl. Pero solo hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana, de tal manera que el atribulado militar ya se creía dueño de un fabuloso tesoro, y más aún cuando oyó en el interior de aquel desvencijado mueble el tintineo de algo que se movía en su interior. ¿Qué podría ser aquel mágico sonido sino el repique de joyas y monedas aguardando a su nuevo poseedor? Dicho y hecho, en cuanto estuvo a solas con la papelerilla separó una de sus tablas laterales y lo que se mostró a su vista fue… una botella rota, cuyos vidrios al chocar eran los responsables de aquel «cascabeleo ideal». Rota en mil pedazos la dignidad del pariente de Ramírez, descargó su furia contra el mueble causante de su ridículo. Pero todo no estaba perdido: escondido en un cajoncillo secreto, encontró un manuscrito que se titulaba: «Breve noticia de la Antigua Hellanes, relatada por el Licenciado Tolico Fernández de la Cobatilla, graduado por la Barbacana, Era de 1852». Dicho cuaderno no era otra cosa que un compendio de historia de Linares, que el despechado pariente de Ramírez tuvo mucho gusto en ofrecerle y que este aceptó de buen grado. Y no es que el tal Cobatilla se pudiera comparar con Heródoto o Estrabón (más bien todo lo contrario), pero, al menos, proporcionó a nuestro recordado Ramírez algún material para componer sus conocidos Apuntes sobre la historia de Linares. Todo no se había perdido y, si no un tesoro de joyas, al menos sí que se había conseguido un tesorillo de legajos y papelotes antiguos, tan del gusto de Ramírez.
Vemos en este relato que la fiebre por la búsqueda de tesoros ocultos no es exclusiva de los tiempos posteriores a la expulsión de los moriscos, ya que en este caso se retrotrae algunos siglos atrás. Por otra parte, no es casualidad que en la península ibérica, en donde tantos pueblos han dejado su huella, el fenómeno de la búsqueda del tesoro revista una especial dimensión. Tampoco resulta extraño que sean «los moros», en todos sus sucesivos estatus (conquistadores, conquistados y moriscos), los que hayan originado las más disparatadas especulaciones. Y es que la accidentada vida de los seguidores de Mahoma no solo ha sido un continuo alimento para la literatura romántica, sino que también ha inspirado a no pocos eruditos locales.
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