En 1411 el dominico valenciano Vicente Ferrer vino a predicar a Lorca, pues era frontera entre dos reinos de diferente religión. Se dice que los lorquinos prestaron escasa atención a su elocuente oratoria, por lo que se marchó muy enfadado, y cogiendo sus alpargatas y sacudiéndolas, exclamó: «de Lorca ni el polvo». En la calle Corredera, en el lugar donde según la tradición predicó el santo, a mediados del siglo XVII se colocó su estatua sobre un miliario romano de la vía Augusta adosado al esquinazo de la casa solariega de los Marín Ponce de León, donde más polvo se levantaba de toda la ciudad, imagen que aún podemos ver junto a la plaza que lleva su nombre.
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