Había en Daimiel, allá
por principios del siglo XX, un matrimonio que tenía nueve hijas. El varón se
resistía en llegar, pese a los numerosos intentos. Al décimo tampoco lo
consiguieron. Cuando le dieron la noticia al padre, que estaba en su huerta,
este empezó a despotricar y a blasfemar, diciendo que no quería esta nueva hija
y que prefería que se la llevase el diablo.
Regresando
al pueblo, cuando le faltaba un par de kilómetros para llegar, encontró un niño
en la carretera, llorando. Como el niño no contestaba nada pese a sus
preguntas, lo subió a la grupa de su caballo y continuó su marcha. Muy cerca de
la Cruz de los Pajes, donde descansa la Virgen cuando la traen del Santuario,
se le ocurrió mirar hacia atrás para ver cómo iba el niño. Su sorpresa fue
enorme cuando vio que al niño le arrastraban los pies, pues se había convertido
en una especie de monstruo. La reacción del hombre fue instantánea: espoleó al
caballo y se tiró de bruces a la Cruz de los Pajes mientras exclamaba «¡Virgen
de las Cruces, ampárame!». El niño, que era en realidad el diablo al que había
invocado antes al blasfemar, le dijo: «¡Esta exclamación te ha salvado!», y
desapareció.
Al
labrador, al amanecer, lo encontraron todo pálido, y a consecuencia de la
impresión el pobre se pasó un mes en la cama, enfermo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario