En los campos de la Encomienda de Montalbán,
después de la reconquista de la zona por Alfonso VI, los caballeros de la Orden
del Temple defendían estas tierras de las invasiones musulmanas. En una de
aquellas posiciones, una granja fortificada cerca del río Cedena,
los caballeros cristianos se vieron cercados por los musulmanes en la torre
defensiva.
Los moros no desistían de tomar la fortaleza y
viendo que no podrían hacerlo guerreando, secuestraron a dos caballeros para
ofrecerles una recompensa en oro si les abrían un portillo de la Torre. El
primero contestó de manera airada y le cortaron la cabeza inmediatamente.
El segundo aceptó y recibió una moneda de oro en prenda. Al llegar la noche, el
templario traidor abrió la puerta a los moros, quienes encontrando a los
cristianos dormidos e indefensos, mataron a todos decapitándolos. El traidor,
al reclamar el resto de su recompensa, fue también decapitado.
Los cadáveres de los templarios muertos fueron
arrojados a los roquedales para ser devorados por las alimañas. Pero cuando no
mucho tiempo después los cristianos reconquistaron el lugar, comprobaron que
los cuerpos de los caballeros habían derretido la piedra, hundiéndose en ella
hasta que tomó forma de sepultura y preservó sus cadáveres de las fieras.
Sólo un cadáver había quedado sobre las
piedras, el del traidor. De éste las alimañas solo habían dejado el esqueleto,
que en la mano apretaba todavía la moneda de la traición. Esta mala
moneda dio nombre al lugar y al arroyo al que fue arrojada, Malamonedilla.
Los enterramientos se taparon con losas y en el
roquedal se grabó una inscripción, relatando el milagroso suceso. Pero
por las noches, el ánima fantasmal del templario traidor busca su moneda para
pagar al diablo el rescate de su alma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario