Cuenta
la leyenda que el empecinamiento de Isabel de Castilla y Fernando Aragón, a la
postre los Reyes Católicos, por dominar esta villa iba más allá de reducir el
apoyo que otorgara a su rival Juana la Beltraneja. Incluso el monarca participó
en varias ocasiones de los asedios a Cantalapiedra con un campamento junto a la
muralla, hasta que después de dos cercos, la ganó en 1477, dándose a partido su
guarnición. Fruto de esta resistencia y del apoyo a la Beltraneja, los Reyes
Católicos castigaron a la villa mandando derribar su castillo y murallas, cegar
las cavas y otras defensas. Pero, ¿por qué este empecinamiento con asaltar una
pequeña localidad en tierras de pan llevar?
Los
señores del castillo disponían de una vasta fortuna. Hasta oídos del rey
Fernando de Aragón llegó la existencia de tales riquezas. Y quiso poseerlas.
Llegó a obsesionarse con ellas. Las deseaba con todas sus fuerzas. Apenas
comía. Y la impaciencia por dominar la villa de sus anhelos le nublaba hasta la
razón. ¿De dónde provenía tanto oro? ¿Cómo era posible que unos simples nobles
poseyeran más cantidad del preciado metal que incluso las propias arcas del
reino?
La
explicación se escondía bajo la fortaleza. Una suculenta veta de oro se hallaba
justo debajo de Cantalapiedra. Los señores del castillo descubrieron el
diamante en bruto que las entrañas de sus tierras le ofrecían y sacaron
rendimiento de la providencia. Idearon un laberinto de grutas subterráneas
donde se extraía el oro cada día, siempre por las mismas personas. Siempre de
noche. Siempre viviendo en el castillo para no relacionarse con el resto de
lugareños y revelar el secreto. Pero una confidencia sólo es tal si la guarda
uno mismo, porque tres pueden guardar un secreto si dos de ellos ya están muertos.
Intramuros
también conocían la codicia del monarca. No comprendían cómo podía haberse
enterado del gran tesoro amasado por los señores del castillo. Sabían que tarde
o temprano sucumbirían a los ataques de Fernando el Católico, por lo que
decidieron obrar en consecuencia y esconder todo el oro en la propia mina.
Volaron la entrada a la gruta para no dejar rastro y confiaron en la clemencia
del rey. Una vez que comprobara que no había tales riquezas, los dejaría libres
y podrían recuperar con el paso del tiempo su tesoro. Así lo hicieron, llenando
de espuertas repletas de oro el subsuelo del castillo.
Dominada
la fortaleza, los hombres del rey buscaron con ahínco el tesoro, pero no
hallaron rastro alguno. ¿Acaso habría sido todo una ensoñación? ¿Un bulo interesado
de un traidor confidente? Durante varios días las tropas del monarca removieron
hasta los cimientos de cada muro. Pero nada. Ni una simple moneda de oro.
Fernando el Católico estalló de ira y ordenó derribar todo el castillo. Que no
quedara piedra sobre piedra. Con ellas también se fue la vida de sus señores,
llevándose a la tumba el acaudalado secreto. Desde entonces, bajo las calles de
Cantalapiedra esperan las espuertas de oro para volver a ver algún día la luz
del sol. Y cuentan los más viejos del lugar que por eso una de las calles de la
villa se llama Hueca, porque en el subsuelo permanece una mina que, partiendo
del patio del antiguo castillo, atravesaba la plaza y corría a lo largo de toda
la localidad.
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