Cuenta
la leyenda que a la puesta del sol, cuando las campanas de la iglesia tocaban a
muerto, luces y sombras se aparecían por estas tierras de pan llevar. Los
lugareños aseguraban que eran las ánimas errantes que vagaban por los campos de
Cantalpino en busca de compañía hacia el inframundo. La aparición de tumbas
solitarias a las afueras del pueblo había acrecentado el temor de sus
habitantes. Grandes losas de pizarras sin inscripción alguna a modo de lápida
en lugares alejados del espacio de común enterramiento. Aseguraban que eran malditos
del pasado, locos y herejes que fueron apartados de la sociedad y ahora querían
cumplir su venganza.
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