Cuenta
la leyenda que el señor del castillo de Almenara de Tormes fue un ferviente
adulador de la cultura oriental. Durante sus años mozos visitó la China
imperial, quedando fascinado de la magnitud de sus obras. Entre todas le
maravilló la gran muralla, miles de kilómetros edificados por el hombre para
dominar a la naturaleza. Y regresó a tierras castellanas con el objetivo de
recrear la construcción.
Desde
lo alto del castillo divisaba todos sus dominios. Mandó llamar a los mejores
ingenieros de la zona para planificar lo que sería su propia gran muralla. Un
ejemplo de fortaleza que mostrase su poder. Cada mañana el señor de Almenara se
levantaba pronto para repasar los detalles en cada avance. El castillo fue
reforzado con una muralla que ni los más importantes baluartes al sur del Duero
poseían tal tesoro de piedra. Pero no era suficiente. Quería más. Y entre
sueños y deseos, enloqueció.
La
intención del señor era rodear una superficie de cien mil fanegas con un muro
todavía de mayor tamaño que el construido. Era su particular muralla china para
dejar a la posteridad. Un ejemplo de grandilocuencia para admiración de las
generaciones venideras. Así, poco a poco comenzó a construirse un paño de
piedra de diez metros de grosor y treinta de alto. Piedra de las cercanas
canteras de Villamayor llegaba en cientos de carros cada día. Estaba dispuesto
a dilapidar su fortuna si así fuera preciso con tal de cumplir su sueño.
La
hiperbólica construcción rápidamente se difundió por el reino. ¿Quién era aquel
loco que quería levantar semejante barrera? Y aquello que el señor de Almenara
pretendía, atraer a nobles y plebeyos para admirar su obra, se cumplió sólo con
bandoleros y salteadores de caminos, que vieron en la fortaleza un seguro escondite
tras sus fechorías. Allí fueron cobijados y agasajados. Algo que enojó a los
señores de Salamanca y ciudades cercanas. El lugar se había convertido en un
refugio para bandidos. La delincuencia se había disparado en la zona, por lo
que decidieron intervenir. Por eso se dio parte de los hechos al rey, quien no
dudó en ordenar derribar no sólo la muralla, sino el castillo entero.
El
señor de Almenara se resistió ante tal afrenta. Por encima de su cadáver
deberían pasar los soldados del rey si querían hacer añicos su sueño. Y así lo
hicieron. Tras una cruenta batalla, los salteadores fueron apresados y el señor
del castillo muerto por la espada. Nunca más volvió a reconstruirse el
castillo, cuyas ruinas son casi imperceptibles ya sobre el cerro de Almenara,
aunque aún queda el rastro del trazado de la antigua muralla. Incluso cuentan
los más viejos del lugar que en noches de luna llena se pueden escuchar los
lamentos del señor de la villa al ver incumplido su ambicioso deseo.
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