El
Cristo tenía su propia leyenda. Hubo un conde de Benavente -sin que
sepamos de quién se trata- al que se define como "santo y grande",
que solía salir de incógnito por la villa casi todas las noches. El motivo no
era otro que hacer limosnas y cuanto de bien podía. Una noche, un pobre desde
el suelo, le pidió auxilio y el conde le respondió que se levantara y le
acompañara, que se lo daría. Pero el mendigo no podía incorporarse, por lo que
el conde lo cargó sobre la espalda y lo llevó a su palacio para darle aposento
y cama. Le ayudó a desnudar, le vistió con una camisa y le acostó. Pimentel se
fue a cenar y ordenó que llevaran al mendigo parte de la cena. Pero el camarero
no pudo abrir la puerta de la estancia, lo que comunicó al conde. Cuando este
pudo entrar en la habitación comprobó que en lugar del pobre había un Cristo.
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