miércoles, 30 de mayo de 2018

El Toro Enmaronado (Benavente, Zamora)


Existió una señora condesa, viuda y con un solo hijo, al que adoraba.
Vivían los dos en el castillo  de Benavente, administrando y cuidando sus tierras muy justamente.
El joven conde, que contaba con 19 años, era muy aficionado a los toros, siendo un excelente garrochista, que según cuentan, era una afición muy practicada en los nobles de aquella época, ya que solo ellos podían desempeñar esta función.
Los plebellos y sirvientes se ocupaban del capote que utilizaban solo para colocar el toro en situación o intervenir en caso de peligro.
Según parece, el joven conde, apuesto y gallardo como ninguno, solicitó permiso a su señora madre para asistir y participar en la lidia de toros que, en honor a un alto personaje de la corte de Castilla, tendría lugar en la dehesa del Pinar, a corta distancia de la villa.
Con maestría y gallardía lanceó y mató a su primer enemigo, ganándose los aplausos y tiernas miradas de las doncellas mientras los caballeros envidiaban su maestría pero cuando le tocó el turno de lancear su último toro, un ejemplar de bella estampa, le resultó huidizo y de malas intenciones.
Todo ocurrió con la rapidez; el toro atacó al caballo primero, derribándolo y con gran violencia, arremetió ferozmente contra el indefenso conde, produciéndole mortales cornadas, sin dar tiempo a que las coloradas capas manejadas por diestros peones pudieran hacer el debido y salvador quite. Todo fue inútil; el inusitado condesito yacía roto y desangrado sobre la arena del ruedo…
La señora condesa pálida, sin proferir ningún grito ni derramar una lágrima, ordenó que, después del entierro se reuniesen en la plaza del castillo todos los caballeros y servidores de su feudo para, desde allí, trasladarse a la dehesa del marqués del Pinar y apresar al toro causante de la muerte de su hijo.
Le amarraron por los cuernos con una larga y pesada maroma y, como castigo, le hicieron recorrer las calles de la villa, apuntillándole.
Más tarde, la señora condesa “decretó” que todos los años en las vísperas del Corpus, se corriese por las calles y plazas de la villa Benavente un “toro enmaromado”, dándole muerte como castigo a perpetuidad de aquel otro que mató a su único y queridísimo hijo.
Se cuenta que, al poco tiempo, la condesa  murió de pena, y que en ciertas noches de luna aún se la oye llorar.

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