No hay que olvidar que Rota tiene la traducción de “Ruta” por ser y sigue siendo paso obligado de barcos con rumbo a Cádiz y hacia el mediterráneo a través del Estrecho de Gibraltar, por lo que es fácil deducir que a lo largo de la historia se originaron cientos o miles de naufragios; aun tenemos en nuestra memoria a pequeñas embarcaciones pesqueras o faluchos de marineros locales que zozobraron, engullendo consigo a sus tripulantes, como asimismo a barcos de gran tonelaje que la historia del pueblo nos recuerda en sus máximas, o dichos populares como ese que dice que “estás más perdío que el barco del arroz, o del bacalao”. Mi madre me contaba la de cosas que aparecían por las playas en tiempos de la guerra civil o durante la II Guerra Mundial procedentes de barcos mercantes y transportes de guerra alemanes, ingleses, etc. hundidos a no demasiadas millas de nuestro litoral.
Lo que hablamos son acontecimientos recientes, puesto que nuestra Bahía de Cádiz ha sido surcada por embarcaciones desde la existencia del hombre por estos andurriales, aunque fue a partir de la civilización Tartesia y la posterior llegada de los fenicios, romanos y árabes, y por supuesto los grandes galeones que iban y volvían del Nuevo Mundo, cuando podemos constatar la presencia de barcos de mayor calado y eslora, que por múltiples problemas naufragaban sin haber llegado a atracar en Cádiz para desembarcar su preciosa mercancía, permaneciendo aún bajo las aguas de nuestro litoral todas sus riquezas. No en vano corre por los mentideros históricos y arqueológicos la famosa frase de que “en el Golfo de Cádiz hay más oro que en el banco de España”. Y es que los expertos aseguran que sólo entre el siglo XV y la mitad del XIX pudo haberse producido entre novecientos y mil naufragios documentados, por lo que nuestro litoral, y más concretamente la bahía de Cádiz, es un verdadero cementerio de barcos hundidos, conocidos técnicamente en el mundo arqueológico y subacuático como “pecios”. Naturalmente no son sólo las aguas de la bahía, sino que también las de la desembocadura del río Guadalquivir en Sanlúcar de Barrameda, la zona de Trafalgar, la ensenada de Bolonia, la isla de Tarifa, la Bahía de Algeciras y la desembocadura del río Borondo en San Roque, se encuentran sembrados de pecios.
Unas veces los temporales, otras los abordajes de piratas o enemigos en guerra con nuestro país, como fueron berberiscos, ingleses, franceses, holandeses, etc. que esperaban a nuestros barcos cargados con ricas mercancías, muchos de los cuales terminaban en los fondos marinos tras encarnizados combates. En otras ocasiones, como sucedió en los siglos XVII y XVIII, muchos barcos terminaron estrellándose contra los arrecifes de las costas, engañados por indeseables que, aprovechando el furor de los temporales, apagaban los faros, poniendo en su lugar faroles en las enfilaciones de los bajos y arrecifes para hacer encallar los barcos, que eran luego desvalijados con el auxilio de pequeñas embarcaciones de escaso calado, llegado incluso a rematar a los tripulantes que sobrevivían a la tragedia. Por la mañana aparecían desparramados por la orilla los cadáveres y la mercancía que flotaba, era recogida por los denominados “anda playas”, que no eran sino otro grupo de piratas especializados en recolectar las “carroñas” dejadas en la noche anterior por los primeros malhechores.
Según se cuenta, casi todos aquellos individuos terminaban en la horca, ya que cometían la torpeza de vender a muy bajo precio los metales preciosos fruto de sus depredaciones o de mostrar las piezas procedentes de sus botines en tabernas y mesones, al tiempo que hacían gala de sus fechorías en sus borracheras, que luego confidentes y envidiosos chivateaban a las autoridades, las cuales enviaban a todos aquellos ”piratas de costa” al patíbulo tras sumarísimos juicios.
También se cuenta que solían utilizar la macabra costumbre de colocar un farol pendiente de los cuernos de una vaca, confundiendo con su luz a aquellos marinos que, perdido el rumbo, se hallaban deseosos de saber donde se encontraban, y que al ver aquella luz en movimiento, pensaban que sus señales luminosas y sus salvas en demanda de socorro habían sido vistas y oídas, sin saber que tras aquella luz oscilante había un asesino que dirigía al animal perpendicularmente hacia unos arrecifes.
Es posible, que “aquellos duros antiguos que tanto en Cádiz dieron que hablar…” que encontró un tal “Malospelos”, trabajador de la factoría almadrabera de “Hércules” cuando se hallaba abriendo zanjas de canalización, azadón en mano, para el desagüe de los resíduos procedente del baldeo tras el ronqueo procedía de alguna pillería. Y es que el “Malospelos” cavó y cavó hasta que puso al descubierto una saca corrompida de piel con duros “a porrillo”. El suceso tuvo lugar el día 3 de Junio de 1904…
Es bastante probable que los pesos fuertes (duros antiguos) encontrados en la gaditana almadraba de Hércules, ubicada en lo que hoy es un Parking y anteriormente antigua cochera de Transportes Generales Comes, no procediera de ningún naufragio, pues entre la arena de la playa donde apareció el yacimiento y el mar abierto existe una barrera de escollos difícil de traspasar, por lo que pensamos que el supuesto naufragio pudo haber sucedido al oeste de la expresada barrera de escollos, si bien no existe conocimiento histórico de restos de naufragio ni de la pérdida de ningún galeón o navío en aguas más profundas en la zona con posterioridad a 1.755.
Por todo ello se cree que aquel depósito fue mas bien el producto de alguna “metida o sacada” de contrabandistas, que hubieron de emprender las de “Villadiego” por algún contratiempo inesperado dejando allí su carga, y que luego la acción de la mar y de los vientos se encargaron del resto hasta aquel año de 1.904, que se sepa, según cuenta en su blog Jesús Borrego.
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