Con la información en mi poder llegué a Rota buscando la denominada como “Casa de Mongoli”, cercana a la base militar de Rota y que desde el Rompidillose puede ver majestuoso dominando una cercana colina. Pero la casa está habitada y no parece que sus habitantes estén preocupados por los supuestos fantasmas que, según lo que cuentan los vecinos, habitaban antaño aquel lugar. Lo cierto, sumergiéndonos en su apasionante historia misteriosa, es que hace unos años era el lugar elegido para vivir una “aventura de miedo” y que dieran pie a los chicos del pueblo o los veraneantes a hablar de los fantasmas del lugar.
La casa tiene un amplio historial en cuanto a historias de fantasmas en su interior. Así Curro del Olmo Olivares (llamado Qurro) es una se esas personas que conoce bien esta casa y lo que se cuenta de ella. La leyenda contaba que en el sótano se aparecía un hombre sin cabeza, un fantasma decapitado; o en el ático habita el atormentado espectro de una mujer que se ahorcó de una de sus vigas… Leyendas urbanas creadas para alimentar el mito de una casa que muchos quisieron dar por encantada. Curro comentaba al diario “Rota al día”: “De los accidentes que puedes tener en una casa, parece que en esta hay altas probabilidades de quedar lastimado. Bastaba con jugar una noche a las pistolas de bolas (tipo paintball) para que alguien acabara lesionado. Una vez, una bola de esas que utilizas en pistolas de juguete atravesó el cristal de las gafas de mi amigo de una forma sorprendente. Es como si en la casa la puntería se afinara. Recuerdo que cuando jugábamos a algún deporte, a baloncesto, al golf o a la pelota, alguien siempre acababa con una lesión importante, una simple caída dentro de la casa se convertía en algo grave. No quiero alimentar nada de esto, pero para mí siempre ha resultado muy curioso porque la casa parece que tenía como vida propia, no sé, es complicado de explica para no alimentar el morbo”, comenta Qurro enlazando quizás una de las situaciones más llamativas.
“Un día estábamos jugando con escopetas de aire comprimido vacías que hacían sólo un ruido al dispararlas, y en una de esas veces, un amigo apuntó a otro simulando un disparo. De repente, mi otro amigo empezó a gritar porque tenía algo en la mano. Fuimos a verlo y lo que tenía era un clavo grande, del tamaño de la palma de su mano. Yo se lo quité lentamente y nuestra sorpresa fue que pese a las dimensiones del clavo, la mano sí tenía una herida superficial pero no se había lastimado ni tendones, ni huesos, músculos… nada. Al día siguiente era un simple rasguño. La pregunta era de dónde había salido ese clavo y cómo es que con ese tamaño no le había pasado nada. Teníamos unos 16 años y lo viví con cuatro amigos de testigos. Quizás fue suerte, quizás no”. Otra historia fue la publicada en la red social Facebook: “A finales de agosto fuimos unos amigos a cenar en el jardín de la casa, hicimos el pedido por la calle y cuando íbamos llegando, vi que el pizzero se nos había adelantado. Corrí hacia él para pagárselas en la calle y que me diera allí las pizzas, y cuando llegué a la puerta de la casa el repartidor hablaba con alguien por el telefonillo. Era imposible porque la casa estaba vacía pero cuando llegué lo escuché decir “ya está aquí Qurro, no se preocupe, se las doy a él”, Curro preguntó que a quien se dirigía y el repartidor le indicó que a alguien que había contestado… “Mi casa está absolutamente vacía, eso es imposible, no me jodas” siendo entonces cuando el pánico se apoderó del repartidor “y los ojos del pizzero empezaron a brillar de miedo y a mí se me erizaron todos los vellos del cuerpo. Ningún amigo quería entrar pero al final entramos y no había nadie. Ya te digo que es una anécdota más que alimenta la leyenda pero de verdad que fue así”.
Para Curro la casa no tiene nada de paranormal: “aunque la gente es más fantástica que yo. Me he criado en una casa gigante a la que se accede por un callejón oscuro, con un jardín enorme, con un pasillo lleno de murciélagos que de noche la verdad es que da una imagen escalofriante, pero yo lo he vivido siempre y eso quizás me ha hecho más duro. No me asusto fácilmente y siempre me he burlado de estas historias” indicaba a la publicación.
La casa, se sabe, que se construyó entre la década de los 40 y 50 perteneciendo a León de Carranza como su hogar para pasar las largas jornadas estivales. La casa cayó en decadencia pues las visitas se espaciaron hasta casi ser inexistentes y sólo vivía en ella un guarda que asustaba a los niños con un garrote para evistar que se colaran dentro y comenzó a llamarse como “La casa del mongoli” y de ahí “Casa El Mongoli” o “Casa Mongoli” que es como popularmente se la conoce.
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