Antonio de Canillas. Antonio Jiménez González, nace en 1.929. Natural e Hijo Predilecto de Canillas de Aceituno, está considerado como el más veterano de los cantaores malagueños. Lleva más de cuarenta años dedicado al cante flamenco y cuenta en su haber con numerosos premios nacionales de cante. Posee la Lámpara Minera del VI Concurso del Cante de Las Minas de La Unión (Murcia). Es un gran saetero y a él se le atribuye la creación de la saeta malagueña. La interpretación de cada uno de los palos vernáculos es, en su voz, magistral. Son muy consideradas por los aficionados sus colaboraciones en Rito y geografía del Cante, Magna Antología del Cante Flamenco, Cultura Jonda y Sabor a Málaga. Los años, más que mermar, han acrecentado su calidad interpretativa, conservando sus registros con la nitidez y el esplendor que siempre le ha caracterizado. La veteranía y dominio de este laureado cantaor malagueño ha sido uno de los importantes reclamos del espectáculo ‘Paisanos’, una producción estrenada en la I Edición del Festival ‘Málaga en Flamenco’ organizado por la Diputación de Málaga.
Según recogen las crónicas, un morisco llamado Al Muezzín, que ayudó a los alpujarreños en la famosa sublevación del siglo XVI, llegó a Canillas en busca de su mujer, a la sazón esclava de un cristiano. Al Muezzín promovió el levantamiento en Canillas de Aceituno, y algunos de sus hombres, envalentonados por la causa, dieron muerte a ocho cristianos que se encontraban en una venta. El juez de Vélez, informado del suceso, metió en prisión a un indeterminado número de moriscos, a los que torturó y despojó de sus posesiones, lo que generalizó el levantamiento. Una vez sofocado, los moriscos fueron expulsados del pueblo y el castillo fue destruido por orden de Felipe II.
Forma parte de la leyenda la historia que, transmitida por tradición oral de padres a hijos, cuenta que la imagen de la Virgen de la Cabeza, patrona de Canillas de Aceituno, había salido de las manos de San Lucas evangelista en la ciudad de Antioquía, tallando la verdadera cara de la Virgen, a la que había conocido personalmente en Palestina. La imagen fue llevada por San Pedro en su visita a Andújar allá por el año 50. Escondida en el monte durante casi 500 años en tiempos de la dominación árabe, fue encontrada después, levantándose en el mismo lugar donde fue hallada el santuario que hoy lleva su nombre, cuya réplica se venera.
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