En el término municipal de Monturque, a ochocientos metros, aproximadamente, al noroeste de su casco urbano, situado en el polígono número nueve del actual Catastro de Rústica, e inscrito dentro de las coordenadas geográficas de 37º 28' latitud Norte y de 4º 35' longitud Occidental (hoja 988 4-1 del Mapa Topográfico de Andalucía), se localiza el paraje conocido como Piedra del Cid. El lugar, con unas diez hectáreas de extensión y forma ligeramente triangular, se encuentra delimitado: al norte, por la carretera N-331 de Córdoba a Málaga; al sur y oeste, por el camino del Cañuelo, y al este, por el partidor que lo separa del pago de La Esperilla; y según la tradición, debe su nombre en honor del mítico héroe castellano Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, por haberse desarrollado en el mismo una de sus gloriosas hazañas bélicas, ampliamente recitada y difundida por juglares y poetas en los típicos romances de la Edad Media (1).
A finales del siglo XI, gran parte del territorio de la península Ibérica continuaba aún bajo la dominación musulmana, que desde la fragmentación del Califato a principios de esa misma centuria, como consecuencia de las revueltas tribales iniciadas poco después de la muerte del célebre caudillo árabe Almanzor, había quedado dividido en los diferentes reinos de taifas, pequeños estados independientes gobernados por los miembros más influyentes de la antigua nobleza, descendientes de las familias llegadas al inicio de la invasión. Durante el período transcurrido desde su origen hasta la época citada, y debido a su ambición expansiva, algunos de estos pequeños feudos fueron anexionándose otros cercanos, y adquirieron con el tiempo una notable influencia y un mayor poder en el nuevo contexto político-social que se vivía; de esta manera, en el sur de al-Andalus, el reino de Sevilla acabó dominando todo el valle del Guadalquivir, y el de Granada se extendió prácticamente por toda la parte oriental. Además de los importantes adelantos culturales, científicos y materiales que los encumbraron, los reinos de taifas se caracterizaron también por una gran debilidad política, en contraposición con el fuerte espíritu bélico y menor nivel cultural de los reinos cristianos del norte, los cuales vieron pronto hechas realidad sus aspiraciones de conquista y colonización, pues en sucesivas campañas militares consiguieron adueñarse paulatinamente de nuevos territorios, y amenazaban con extender cada vez más su ocupación, favorecidos por la rivalidad existente entre los soberanos de esos diversos estados.
La supremacía que los reyes cristianos alcanzaron sobre los musulmanes llegó en algunos casos hasta el extremo de convertirlos en verdaderos vasallos, mediante el establecimiento de unas contribuciones pecuniarias que estos últimos debían pagarles a cambio de que los primeros no invadieran sus dominios, y les prestaran protección y ayuda en las continuas hostilidades internas que mantenían entre ellos. Cuando en ocasiones los reyes de taifas intentaban eludir las exigencias económicas reclamadas, los cristianos recurrían a las incursiones militares para disuadirlos, con lo que realmente se estaba produciendo una superposición de períodos de cierta convivencia con otros de acoso y conquista.
A finales del año 1079, el monarca castellano-leonés Alfonso VI envió una embajada al reino sevillano con el objeto de cobrar las parias -nombre que recibieron las contribuciones monetarias a que nos referimos- que debía pagarle el soberano de dicha taifa, poniendo al frente de la misma a su fiel vasallo Rodrigo Díaz de Vivar. Gobernaba allí el rey Almutamid, quien ya era pechero del cristiano desde varios años atrás, y que mantenía una fuerte rivalidad con el granadino Abdallah, traducida en continuas disputas e invasiones recíprocas de sus respectivos dominios. Precisamente, la llegada del Campeador a Sevilla coincidió con un momento en el que el de Granada hostigaba al sevillano, apoyado inexplicablemente en sus correrías por cuatro poderosos caballeros castellanos, fieles vasallos también del rey Alfonso: el conde García Ordóñez de Nájera y Fortún Sánchez, casados ambos con sendas infantas de Navarra, Lope Sánchez, hermano del segundo, y Diego Pérez. Enterado el Cid de esta situación y creyendo su obligación defender a su tributario Almutamid, escribió al gobernante de Granada y a sus aliados cristianos para que desistiesen en sus amenazas; pero éstos, haciendo caso omiso de las advertencias, atacaron las tierras del sevillano, saquearon todos los lugares a su paso y llegaron en sus incursiones hasta el castillo fronterizo de la población de Cabra.
Insistió Rodrigo en su defensa y, poniéndose al frente de la pequeña hueste que lo había acompañado en su empresa, se dirigió al encuentro de los invasores; trabose una dura y larga batalla en la que los granadinos sufrieron una gran derrota, y fueron hechos cautivos los caballeros cristianos que formaban parte de las tropas vencidas. Como prueba de su victoria, el de Vivar retuvo a los prisioneros durante tres días y humilló públicamente al de Nájera cortándole la barba una pulgada, lo cual estaba considerado como una afrenta gravísima y causa de enemistad perpetua (2).
A lo largo de los años, varios autores nos han dejado testimonio de la existencia de una tradición que identifica el paraje monturqueño objeto de nuestro trabajo como el lugar donde tuvo lugar esa épica batalla. Así, el poeta y arqueólogo cordobés Juan Bernier, en el artículo titulado "En Monturque, donde el Cid "mesó las barbas" al conde de Nájera", de su libro Córdoba Tierra Nuestra, nos cuenta: "Debió seguir [el Cid] la ruta del Genil arriba, desde Ecija, hasta el río Cabra y camino de Monturque, a la bifurcación de la vía hacia Lucena y Cabra. Precisamente aquí, unas enormes rocas con vestigios de haber tenido alguna fortificación quedan todavía a la izquierda, una vez pasado Monturque. Son las célebres "Piedras del Cid", de que se habla en las crónicas cristiano-arábigas y que tanto dieron que hablar a los eruditos posteriores. Aquí el Cid, con su escolta y tropas sevillanas, tuvo la suerte de encontrar los nobles ganapanes alaveses y castellanos, al servicio del granadino", y finaliza diciendo que "Desde entonces fueron célebres esta[s] "Piedras del Cid", que hoy vemos al salir de Monturque, uno de los pocos sitios cordobeses que se nombran en la gesta y el romance cidiano" (3).
También el Dr. Arjona Castro, gran investigador del pasado cultural de la Córdoba musulmana, se refiere a la batalla y al sitio en cuestión, y nos dice que "La tradición guarda la leyenda que cerca de Monturque está una roca llamada la piedra del Cid en recuerdo del famoso encuentro del Cid con los granadinos" (4).
Por su parte, el ilustre erudito Ramón Menéndez Pidal, uno de los mayores estudiosos de la vida del héroe castellano, en su obra La España del Cid se hace eco de lo recogido en 1844 por el historiador Lafuente Alcántara, sobre la identificación que los monturqueños hacían de la llamada Piedra del Cid como el lugar donde ocurrió la comentada confrontación bélica (5). En realidad, y según hemos podido comprobar, este último autor no hace sino reproducir lo ya apuntado un siglo antes por el Cura de Montoro en sus Memorias de la Ciudad de Lucena, y su territorio, cuando dice: "Aunque la Historia General [del rey Alfonso X el Sabio] no dice el Campo donde se tubo esta batalla, y solo expresa, que el Rey de Granada, y sus aliados corrieron hasta Cabra. La tradición de los Naturales de Monturque, y el célebre monumento de la piedra del Cid, que existe distante de allí menos de un quarto de legua, dicen claramente, que en su campo se dio esta célebre batalla. Está esta piedra en la junta de los caminos, que van de Cabra, y Lucena para Aguilar, distante una legua de este Pueblo, y dos de aquellos. Es una piedra viva mui grande, y escarpada, en la que pudo estar a defensa de los acometimientos enemigos una Casa fuerte, o Castillo, de lo que se muestran allí bestigios, y señales de estar unida a la misma piedra, como se ve por lo agugeros, que se manifiestan, fabricados por arte, a fin de sostener las Vigas, que servían a el edificio" (6).
Pero, sin duda, el testimonio más interesante sobre el tema lo encontramos en un documento que se conserva en la Biblioteca Nacional en Madrid, formando parte integrante de uno de los volúmenes que agrupan las relaciones geográficas reunidas por Tomás López, renombrado geógrafo y cartógrafo español, que en la segunda mitad del siglo XVIII intentó realizar un completo mapa de España que recogiera, de forma precisa y lo más exhaustiva y descriptivamente posible, todos los lugares, territorios y accidentes que la conformaban. Para su propósito, envió una especie de interrogatorio a los diversos prelados, a los curas párrocos y a algunos funcionarios civiles, recabándoles información sobre datos económicos, geográficos, históricos, políticos, administrativos, demográficos, religiosos, etc.; y aunque su objetivo no se vio culminado, con las numerosas contestaciones recibidas consiguió reunir un abundante material, que hoy día constituye para los investigadores una fuente documental de un enorme valor histórico.
Así, en la relación correspondiente a Monturque existe, entre otros, un manuscrito cuyo encabezamiento dice: "Notizias que da Dn. Joaquín Muñoz Notario mayor de esta Villa al Señor Dn. Manuel Gonzales López Vicario y cura de esta Villa de sus Antigüedades en este presente año de 1792", y en cuyo interesante contenido puede leerse el testimonio al que nos referimos: "A la distancia de medio quarto de legua asia el Norte y poniente existe una gran piedra excarpiada cortada a zinzel y bestixios en ella de vigas y cimientos fuertes y está en un ameno balle nombrada la Piedra del Cid Canpeador de quien diré después", siguiendo más adelante: "… estando Dn. Rodrigo de Vibar con su exército o gentes acanpadas en un ameno valle menos de medio quarto de legua de ésta apoderado de una casa fuerte en una grande piedra que diximos ariva llamada del Cid, en donde estava guarezido oculto de las vistas del exército granadino, que llevados de su intento seguían su menada saliéndoles al encuentro les dio vatalla en la que les venció quedando por prisioneros el Conde Dn. García Ordóñez, Diego Pérez, Fortún Sánchez Yerno de Rey de Navarra, y Lope Sánchez su ermano. Los que estubieron presos tres días en dicha casa fuerte poniendo el exército del Rey de Granada en bergonzosa fuga persiguiéndole asta egabro o Cabra; Vitorioso de esta enpresa vista por los de su canpo de común acuerdo de Moros y Christianos de su exército le apellidaron entonces y determinaron llamarle y nonbrarle desde entonzes Cid Canpeador, de donde tomó el nonbre la referida piedra del Cid Canpeador por esta azaña que en ella consiguió" (7).
Por nuestra parte, el topónimo de Piedra del Cid o Peña del Cid referido al pago del que venimos hablando, lo encontramos ya reseñado en un libro del archivo de la parroquia de San Mateo de Monturque del año 1687, en donde entre los bienes pertenecientes a la Fábrica Parroquial se menciona un censo de mil quinientos maravedís anuales, impuesto el 22 de junio de 1626 por el vecino Bartolomé Garzía Moyano Almogávar y su esposa Leonor de Ortiz en favor de María de Bergara, como compensación del capital de treinta mil maravedís que habían recibido de ésta, hipotecando para ello "una haza de seis fanegas de tierra suias propias, que están a la parte de la Peña del Cid" y otra finca de "quatro aranzadas de viña menos una quarta, suias propias en el partido de Navalengua" (8). También en los Libros de Haciendas del Catastro de Ensenada de 1753 se menciona el nombre del paraje, como lugar en el que se hallaban ubicadas algunas de las parcelas de varios de los propietarios que allí se relacionan; es el caso, por ejemplo, del vecino don Luis Porcel que, además de otras, poseía una "pieza de tierra de sembradura de secano al sitio de la piedra del Zid distante desta villa medio quarto de legua que consiste en dos fanegas y un zelemín de mediana calidad. Se siembra un año de trigo y descansa dos" (9).
En la actualidad, las diez hectáreas que, como decíamos, ocupa el paraje en cuestión se encuentran plantadas en sus cuatro sextas partes de olivar, otra de viñedo y la restante de uso no agrícola, y por ellas discurre desde el sur hacia el norte el arroyo de la Noria en busca del cercano río Cabra, aprovechando la ligerísima pendiente que presenta el terreno en esa dirección. Sin embargo, en su parte noroeste, cerca del vértice donde confluyen el camino del Cañuelo y la N-331 y, concretamente, ocupando parte de la parcela catastral número ciento noventa y dos, se levanta un pequeño promontorio de cima aplanada, con unos cien metros de perímetro en su base y una altura de catorce metros sobre el nivel de la carretera, formado por una aglomeración de piedra caliza y cubierto, a pesar de ello, por varias plantas de olivar así como por algún que otro chaparro.
Detalle de un extremo del muro de una posible edificación de época medieval que se conserva en el paraje de la Piedra del CidEsta formación rocosa es perfectamente visible desde su cara que da vista a la citada vía de comunicación, al haber sido utilizada antiguamente a lo largo de los años como cantera para la extracción de piedra destinada a diversas obras de construcción, habiendo quedado aquí una concavidad con paredes escarpadas y signos evidentes del uso al que nos referimos. Precisamente, casi en lo más alto de una de estas paredes, la que queda más próxima al pueblo, se erige un fragmento de muro hecho de tapial, con orientación sur-norte, de apenas dos metros de largo, por veinticinco centímetros de ancho, y una altura de un metro y medio en su extremo sur, único sitio por donde se encuentra unido a la roca natural; la altura apuntada va disminuyendo progresivamente por su parte inferior hasta reducirse a tan sólo unos cuarenta centímetros en su extremo norte, el cual queda completamente al aire sin sujeción alguna, al igual que toda la base del muro, debido a las propias excavaciones producidas en el terreno. El tapial está elaborado de tierra mezclada con arena y pequeños trozos de piedra, debiendo en buena medida intervenir también la cal en su composición como elemento estabilizador y determinante de la gran solidez que presenta. Aunque a primera vista la estructura parece ser de origen medieval, únicamente el análisis de posibles restos de cerámica que se encuentren en la misma podría confirmarnos la datación que apuntamos.
Así mismo, esparcidos por toda la superficie del montículo y mezclados con la inmensa cantidad de guijarros que la cubren, pueden descubrirse algunos restos de elementos constructivos que, junto con el muro comentado, constituyen los únicos vestigios en el lugar de la existencia en otro tiempo de algún tipo de edificación. Si las paredes de este desaparecido edificio, según nos cuenta la tradición, fueron realmente testigos privilegiados de la célebre batalla y victoria del Cid Campeador sobre el ejército del rey moro granadino, es un secreto que el transcurso de los siglos y de la historia han dejado para siempre enterrado, al igual que también lo han sido sus derruidas y olvidadas ruinas.
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