Cuenta la leyenda que en tiempos del absolutista Fernando VII tras de echar a los franceses, el hambre y la miseria acampaban por sus anchas en estas tierras. El joven Mateo era hijo de un labrador de los cortijos cercanos a la villa, y cada cierto tiempo se acercaba a la Tahona para cambiar un poco de trigo que su familia reunía por unas cuantas hogazas de pan y así, ir tirando de la hambruna que asolaba la región.
Mateo, cogió el único saco de trigo que quedaba a la familia hasta la próxima cosecha y se lo echó a la espalda dirigiéndose al pueblo sabiendo que sus últimos maravedíes serían empleados en pagar al barquero que le cruzaría el río Genil hasta la otra orilla, donde se encontraba la Tahona. Mientras esperaba poder subir a la barca, vio como un corcel negro como el tizón y nervioso como el rabo de una lagartija lo intentaban subir a la barcaza no con poco trabajo de su jinete. Tras varios intentos desesperados de bregar con el equino, pudieron sujetarlo a un lado de la nao mientras que en el otro extremo una mujer de aspecto triste y mísero abrazaba a una pequeña y preciosa niña de seis años.
Mateo se sentó junto a ellas lejos del animal con rumbo a la otra orilla. Llegaban a la medianía del río cuando el caballo se asustó de alguna sombra y dando un respingo se encabritó lanzando al caballero al agua de una coz, moviéndose por la cubierta como demonio enfurecido. La mujer en sus ansías de proteger a la niña dio un traspié empujando a Mateo que cayó al río con el saco y la niña que se escapó por la borda. La tragedia estaba servida... y el instinto natural de Mateo le obligó a soltar su carga e ir a rescatar a la pobre chiquilla que a duras penas lograba sacar la cabeza del agua. Así, tras bregar contra corriente, pudo agarrarla por el cabello y rescatarla sana y salva de una muerte segura. Del caballero nada más se supo y del trigo, ni rastro.
La mujer agradeció su valentía y si no hubiera sido por su extrema pobreza a buen seguro habría recompensado al joven evitando su desgraciada situación. Así fue como Mateo se encontró implorando al alcalde por la pérdida de su valiosa carga solicitando una recompensa, o la entrega del caballo al no localizar a su dueño. El alcalde de la villa, codicioso y truhán, no quiso compensar a Mateo ni entregar a la bestia, quedándosela él por si alguien reclamaba.
Desesperado marchó deambulando por las calles de Villanueva de la Barca, topándose de frente con la Iglesia de Nuestra Señora de la Aurora y entrando en el recinto sagrado. Buscó consuelo ante la figura de San Sebastián a quien lloró su desgracia. De pronto, unas manos delicadas como la seda y frías como el hielo se posaron en su hombro. Mateo giró la cabeza y vio a una anciana mujer vestida de negro riguroso, con la bondad reflejada en su mirada que le sonreía.
-¿Es usted el que esta mañana ha salvado a mi nieta?, preguntó la señora.
-Sí, contestó secándose las lágrimas.
-¿Y por qué lloras si deberías estar contento de tu hazaña?
-Porque he perdido lo único que tenía para dar de comer a mi familia, el saco de trigo.
-Escucha, esta noche has de venir al templo cuando las campanas repliquen la media noche. Aquí mismo te estaré esperando y pondré remedio a tu aflicción.
Mateo quedó perplejo ante aquella misteriosa mujer pero nada tenía que perder. Ya dando la última campanada, se encontró de nuevo en su interior apareciendo la señora con un candil de aceite encendido y haciendo señales para que la siguiera. Apartó un tapiz de rico brocado colgado en la pared descubriendo un pasadizo tan oscuro como la boca de un lobo.
-Mateo, este túnel te llevará hasta el Pósito donde se guarda el grano del pueblo, al final hay una trampilla, ábrela y coge lo que en conciencia estimes.
-Pero el pueblo sabrá que he robado el pan.
-Eso, déjalo de mi cuenta. Sólo debes regresar antes del amanecer.
Y así hizo Mateo, que cogió un saco de pan de los que acababan de hornear esa misma mañana y se lo llevó. Llegando a la iglesia, la anciana estaba esperando comprobando su mesura y prudencia.
-¿Por qué no has cogido más?, le interpeló.
-Porque ese pan es también de los vecinos del pueblo y ellos pasan hambre. No sería justo llevarme lo que no es mío.
-Anda salgamos de aquí antes de que nos descubra el cura. Y llegando a la ribera del río, vio una mula cargada con dos sacos de harina.
-Mateo, coge esa mula que es mía y en recompensa por salvar la vida de mi nieta te la regalo.
-Pero señora, a su hija y nieta le harán más falta que a mí.
-No te preocupes de ellas, yo las cuidare como se merecen... ¡anda, vete que ya ha amanecido y el barquero esta aquí! Por el pago del trayecto no te preocupes, he hablado con él y no volverá a cobrarte nunca más.
Montado junto al barquero quiso despedirse de la anciana pero ya había desaparecido.
Cuando el alcalde, el cura y el alguacil que eran los tres 'Claveros' encargados de abrir las tres cerraduras del Pósito cada uno con su llave, vieron que en el recuento faltaba un saco de pan, pensaron que mejor era callar ya que el pueblo podía creer que los tres se habían conjurado para robar la despensa de la villa.
Pasó el largo invierno y Mateo volvió a Villanueva de la Barca con la mula cargada de trigo para cambiarla por harina y pan. Preguntó por la mujer a la que salvó la vida de su hija y le contestaron que a los pocos días de aquel suceso, madre e hija desaparecieron del pueblo justo cuando al alcalde se mató al intentar pasar el río con el negro corcel. Al preguntar por la anciana, abuela de la niña, muy extrañado el tahonero le dijo que esa anciana había muerto hacía ya una década.
En cuanto pudo corrió hacia la Iglesia a comprobar si el tapiz seguía en su sitio y, efectivamente, el rico tapiz con bordado exquisito se mantenía en el lugar, lo apartó con mano temblorosa y vio el frío muro de la iglesia.
A veces son tus actos los que abren los fríos muros de la incomprensión.
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