“Sucedió
que en un pueblo, a dos leguas de Cuenca, llamado Buenache de la Sierra, yendo
un pastorcillo a levantar un canto para tirarlo a su ganado, reparó en su
hermosura y no lo quiso tirar, sino que lo llevó consigo al lugar. Allí la
gente entendida reconoció que era un finísimo jaspe y, llevados de la
curiosidad, fueron al lugar donde el pastorcillo lo había hallado, descubriendo
una mina de riquísimos y abundantes jaspes. Dieron aviso a Cuenca; fueron los
maestros a reconocer la mina y hallaron que era de quilates más subidos que los
que habían traído de Sevilla y Toledo. Y así todos convinieron que María
Santísima obraba este prodigio para que la Fábrica de su capilla saliese mucho
más hermosa con tanta abundancia de jaspes. Con esta providencial ayuda se
aminoró el coste tan considerable y prosiguieron las obras comenzadas con más
celeridad porque la mina de jaspes se hallaba a dos leguas de Cuenca. Con ello
se hizo toda la capilla, desde el suelo hasta cerrar la clave de la media
naranja, sin que faltase el mármol jaspeado.
Después
se hizo el altar de Nuestra Señora y pareciéndoles a algunos curiosos que sería
bueno ir a registrar la mina de Buenache de la Sierra y traer alguna piedra
para que sirviera de frontal en el altar de Nuestra Señora del Sagrario,
hallaron una sola piedra, la trasladaron a Cuenca, la aserraron por medio y la
sujetaron a pulimento. Pero, al colocarla en el altar mayor hallaron que de la
mano del Supremo Artífice salió el jaspe pintado de naturales colores y una
imagen del Ilustrísimo Seños Obispo Pimentel. Añaden los documentos de aquella
época que dicha imagen está hecha con tanta hermosura y colorido como la podría
haber pintado el artista más primoroso. Con mitra azul y cariel colorado, con
el rostro hermoseado con los colores naturales que tenía el Obispo Pimentel.
Tal era su parecido, que hasta un lunar que tenía su ilustrísima en una mejilla
también lo tiene el retrato suyo “que pintó el cielo para memoria y gloria de
Don Enrique Pimentel”.
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