Esta leyenda se remonta,
según la tradición, al período de tiempo en el que Colmenar formaba parte del
señorío de Montemayor, allá por el siglo XVI. En esa época una familia formada
por los padres y dos hijos, varón y hembra, se instalaron en la ladera norte
del Cancho o Castrijón. Transcurrido un tiempo, se trasladan al casco urbano y
construyen una pequeña vivienda de piedra en la zona alta del pueblo, en las
cercanías de la Peña Redonda.
Su vida transcurre entre
el cuidado de los hijos, las labores de la casa y los trabajos requeridos
para una economía de subsistencia. Con escasez y dificultades, pero plácida por
la tranquilidad y paz que el campo les proporcionaba.
El señor de Montemayor, como era costumbre en ese tiempo,
disponía a su antojo de las vidas y haciendas de las personas que componían las
aldeas de su jurisdicción y designaba a las personas de su confianza para
ocupar los cargos importantes; personas que en su mayoría eran vecinos de
Montemayor por ser éste su lugar de residencia. Uno de esos cargos de confianza
le fue asignado al hijo del administrador del marqués, un joven de poco más de
veinte años, al que se le había encomendado la guarda de las fincas de
Valdescoboso y Las Navas en el término de Colmenar.
Era el joven mozo
apuesto, gallardo y pendenciero, al que conocían por el color de su piel
con el sobrenombre de "El
Tostao", y gozaba de gran predicamento entre las jóvenes de
Colmenar y los alrededores, acudiendo muy a menudo montado en una vistosa yegua
a las fiestas de los pueblos.
Había conocido a la hija de los señores de nuestra historia (una joven quinceañera, guapa, inocente, confiada y modosita) en el campo, dado que él era el guarda de las fincas y ella pastora, habiéndose entablado entre ambos una relación más que amistosa, que dio como resultado que la joven cayera en las redes del guarda a pesar de las advertencias de sus padres, pues no gozaba el mozo de buena reputación en el lugar. No obstante los consejos de sus padres y gentes del lugar que le recordaban constantemente que aquella relación no llegaría a ninguna parte, la joven, que estaba enamorada locamente del apuesto guarda, no hacía caso de los consejos y creía, -inocente ella-, que él le correspondía.
Había conocido a la hija de los señores de nuestra historia (una joven quinceañera, guapa, inocente, confiada y modosita) en el campo, dado que él era el guarda de las fincas y ella pastora, habiéndose entablado entre ambos una relación más que amistosa, que dio como resultado que la joven cayera en las redes del guarda a pesar de las advertencias de sus padres, pues no gozaba el mozo de buena reputación en el lugar. No obstante los consejos de sus padres y gentes del lugar que le recordaban constantemente que aquella relación no llegaría a ninguna parte, la joven, que estaba enamorada locamente del apuesto guarda, no hacía caso de los consejos y creía, -inocente ella-, que él le correspondía.
Como es fácil deducir, lo
que se temía pasó: la joven quedó embarazada y "El Tostao" se
desentendió de ella y no se preocupó del bienestar de su futuro hijo. Sus
padres y hermano sufrieron con resignación y poca comprensión de las gentes del lugar,- como era habitual en
estos casos-, las consecuencias del embarazo de su hija y hermana, con
desprecios, miradas furtivas de desaprobación, retirada del saludo de algunos
de sus vecinos etc., a la espera de recibir alguna compensación por parte de
los padres del guarda o del marqués.
A mediados de agosto, un
atardecer caluroso, hallándose la joven en su octavo mes de gestación,
recibieron en su casa la visita de tres personas: un varón de aspecto
siniestro y dos monjas. Dijeron que venían en nombre del marqués con la misión
de llevar a la joven al Asilo-Hospicio
que la comunidad de religiosas tenía en Baños, lugar en el que nacería
el niño y donde la joven madre sería cuidada por las monjas de la congregación.
Entre lo inesperado de la
visita, el ademán autoritario de una de las monjas y el sombrío semblante del
varón que las acompañaba, no supieron reaccionar, temerosos de que su oposición
les acarreara males mayores y se dejaron llevar por lo que las monjas les
indicaron. Vistieron a la joven con un sayón y calzas de cuero y después de
dirigirse a su madre, indicándole que no era prudente oponerse a las órdenes
del marqués, y que tanto el niño como la joven cuando diera a luz serían
atendidos por la congregación puesto que era lo mejor para ellos, se
despidieron y subiendo a la grupa de un caballo se dirigieron por el camino de
Adeacipreste hacia Montemayor y de allí a Baños.
La joven dio a luz en el
Hospicio un varón al que no pudo ver puesto que le fue retirado de inmediato y
encomendado al cuidado de las monjas, mientras ella se habría de resignar
cuidando a otros niños e intentando encontrar la vocación que necesitaba para
ingresar en la orden. Trabajaba durante el día y pensaba durante la noche en el mozo de sus desgracias y en su hijo.
Cuando el niño cumplió un
año, las monjas le pidieron que las acompañara a los pueblos de la zona para
recoger las limosnas que los vecinos aportaran para el sostenimiento de la
comunidad y del orfanato. Salieron desde Baños camino de El Cerro, Montemayor,
Aldeacipreste, para llegar hasta Colmenar, donde le dijeron, podría
visitar a sus padres. Cuando se encontraban cerca del casco urbano pararon a
descansar junto a una peña. Ella solicitó permiso a las monjas para que le dejaran
subir porque, según dijo, le recordaba sus tiempos de pastorcita. Subió a lo alto y se precipitó al
vacío.
Y en este punto las
versiones varían: para unos fue suicidio, para otros que una racha de aire le
hizo perder el equilibrio y algunos sostienen que fue un traspié el culpable de
su caída. Tampoco en el desenlace se
ponen de acuerdo. Pues según una versión no murió, porque el hábito actuó
como un paracaídas y amortiguó el golpe y, a pesar de que sufrió graves
lesiones, sobrevivió.
Otra versión habla de que
murió como consecuencia de la caída, y que como por arte de magia apareció un
caballero en un negro corcel, con casco, coraza y espada, que subió a la grupa
del caballo el cuerpo sin vida de la joven y lo trasladó hasta la puerta de la
Iglesia de Colmenar y allí entregó varias monedas y un collar de oro para que,
avisado el cura, se procediera a su entierro, desapareciendo sin dejar rastro. En lo que sí coinciden todas
las versiones es en que, sobre la piedra en la que cayó el cuerpo de la pastorcilla quedó grabada una cruz. Desde
entonces, la peña es conocida como el "Canchal de la Monja".