miércoles, 31 de enero de 2018

El Canchal de la Monja (Colmenar de Montemayor, Salamanca)

Esta leyenda se remonta, según la tradición, al período de tiempo en el que Colmenar formaba parte del señorío de Montemayor, allá por el siglo XVI. En esa época una familia formada por los padres y dos hijos, varón y hembra, se instalaron en la ladera norte del Cancho o Castrijón. Transcurrido un tiempo, se trasladan al casco urbano y construyen una pequeña vivienda de piedra en la zona alta del pueblo, en las cercanías de la Peña Redonda.
Su vida transcurre entre el cuidado de los hijos, las labores de la casa y los trabajos  requeridos para una economía de subsistencia. Con escasez y dificultades, pero plácida por la tranquilidad y paz que el campo les proporcionaba.
El señor de Montemayor, como era costumbre en ese tiempo, disponía a su antojo de las vidas y haciendas de las personas que componían las aldeas de su jurisdicción y designaba a las personas de su confianza para ocupar los cargos importantes; personas que en su mayoría eran vecinos de Montemayor por ser éste su lugar de residencia. Uno de esos cargos de confianza le fue asignado al hijo del administrador del marqués, un joven de poco más de veinte años, al que se le había encomendado la guarda de las fincas de Valdescoboso y Las Navas en el término de Colmenar.
Era el joven mozo apuesto, gallardo y pendenciero, al que conocían por el color de su piel  con el sobrenombre de "El Tostao", y  gozaba de gran predicamento entre las jóvenes de Colmenar y los alrededores, acudiendo muy a menudo montado en una vistosa yegua a las fiestas de los pueblos.
  
Había conocido a la hija de los señores de nuestra historia (una joven quinceañera, guapa, inocente, confiada y modosita) en el campo, dado que él era el guarda de las fincas y ella pastora, habiéndose entablado entre ambos una relación más que amistosa, que dio como resultado que  la joven cayera en las redes del guarda a pesar de las advertencias de sus padres, pues no gozaba el mozo de buena reputación en el lugar. No obstante los consejos de sus padres y gentes del lugar que le recordaban constantemente  que aquella relación no llegaría a ninguna parte, la joven, que estaba enamorada locamente del apuesto guarda, no hacía caso de los consejos y creía, -inocente ella-, que él  le correspondía.
Como es fácil deducir, lo que se temía pasó: la joven quedó embarazada y "El Tostao" se desentendió de ella y no se preocupó del bienestar de su futuro hijo. Sus padres y hermano sufrieron con resignación y poca comprensión de las gentes del lugar,- como era habitual en estos casos-, las consecuencias del embarazo de su hija y hermana, con desprecios, miradas furtivas de desaprobación, retirada del saludo de algunos de sus vecinos etc., a la espera de recibir alguna compensación por parte de los padres del guarda o del marqués.
A mediados de agosto, un atardecer caluroso, hallándose la joven en su octavo mes de gestación, recibieron en su casa la visita  de tres personas: un varón de aspecto siniestro y dos monjas. Dijeron que venían en nombre del marqués con la misión de llevar a la joven al Asilo-Hospicio que la comunidad de religiosas tenía en Baños, lugar en el que nacería el niño y donde la joven madre sería cuidada por las monjas de la congregación.
Entre lo inesperado de la visita, el ademán autoritario de una de las monjas y el sombrío semblante del varón que las acompañaba, no supieron reaccionar, temerosos de que su oposición les acarreara males  mayores y se dejaron llevar por lo que las monjas les indicaron. Vistieron a la joven con un sayón y calzas de cuero y después de dirigirse a su madre, indicándole que no era prudente oponerse a las órdenes del marqués, y que tanto el niño como la joven cuando diera a luz serían atendidos por la congregación puesto que era lo mejor para ellos, se despidieron y subiendo a la grupa de un caballo se dirigieron por el camino de Adeacipreste hacia Montemayor y de allí a Baños.
La joven dio a luz en el Hospicio un varón al que no pudo ver puesto que le fue retirado de inmediato y encomendado  al cuidado de las monjas, mientras ella se habría de resignar cuidando a otros niños e intentando encontrar la vocación que necesitaba para ingresar en la orden. Trabajaba durante el día y pensaba durante la noche en el mozo de sus desgracias y en su hijo.
Cuando el niño cumplió un año, las monjas le pidieron que las acompañara a los pueblos de la zona para recoger las limosnas que los vecinos aportaran para el sostenimiento de la comunidad y del orfanato. Salieron desde Baños camino de El Cerro, Montemayor, Aldeacipreste, para llegar hasta Colmenar,  donde le dijeron, podría visitar a sus padres. Cuando se encontraban cerca del casco urbano pararon a descansar junto a una peña. Ella solicitó permiso a las monjas para que le dejaran  subir porque, según dijo, le recordaba sus tiempos de pastorcita. Subió a lo alto y se precipitó al vacío.
Y en este punto las versiones varían: para unos fue suicidio, para otros que una racha de aire le hizo perder el equilibrio y algunos sostienen que fue un traspié el culpable de su caída. Tampoco en el desenlace se ponen de acuerdo. Pues según una versión no murió,  porque el hábito actuó como un  paracaídas y amortiguó el golpe y, a pesar de que sufrió graves lesiones, sobrevivió.

Otra versión habla de que murió como consecuencia de la caída, y que como por arte de magia apareció un caballero en un negro corcel, con casco, coraza y espada, que subió a la grupa del caballo el cuerpo sin vida de la joven y lo trasladó hasta la puerta de la Iglesia de Colmenar y allí entregó varias monedas y un collar de oro para que, avisado el cura, se procediera a su entierro, desapareciendo sin dejar rastro. En lo que sí coinciden todas las versiones es en que, sobre la piedra en la que cayó el cuerpo de la pastorcilla quedó grabada una cruz. Desde entonces, la peña es conocida como el  "Canchal de la Monja".

Los moritos y el tesoro de Valdepino (Colmenar de Montemayor, Salamanca)

Se cuenta que, allá por el siglo XV, un joven pastor de Colmenar de fe cristiana se enamoró de una joven de Valdelpino de religión musulmana. A pesar de los problemas que ello pudiera ocasionarles, se casaron a la usanza mora y el pastor se trasladó a vivir a Valdelpino con ella y con su familia, donde al cabo del tiempo tuvieron una  niña. Pero la intransigencia religiosa irritaba los ánimos y propiciaba que casamientos como éste no fueran bien vistos por los cristianos viejos del lugar y que ello diera pie a represalias.

Una noche, un grupo de  exaltados "defensores de la religión cristiana" se tomaron la justicia por su mano y en venganza por la afrenta que la familia mora había hecho a la cristiana, dieron muerte a la joven y a sus padres, dejando con vida a la niña recién nacida. Al regresar el joven pastor a su casa se encontró con los cuerpos sin vida de sus suegros y de su esposa. Tomó a la niña en sus brazos y partió hacia Colmenar, dejándola al cuidado de sus padres y ayudado por algunos vecinos regresó para dar sepultura a los muertos. A su esposa la enterró cerca del arroyo y plantó en su recuerdo un pino junto a su tumba y a sus suegros al lado de unas jaras.

A partir de esa fecha, se comenta, que todas las primaveras aparecen, cerca del lugar de los enterramientos, formas de media luna en los pétalos de las flores blancas de una  jara,  de un color amarillo intenso, junto a cruces rojas, y que  esa forma de media luna es la que, en esa misma época, proyecta el pino sobre el terreno.

Lo de las formas de media luna y cruces que aparecen en las flores, o  la sombra que proyecta el pino, pudieran ser una parte más del relato fantástico, aunque hay personas en Colmenar que dicen haberlas visto en algún momento y corroboran lo indicado anteriormente.

La niña fue criada en Colmenar por su familia en el seno de la religión cristiana, aunque  siempre llevó el estigma de "morita". También se tiene por cierto que la familia de Colmenar cuyo apodo es el de "Los moritos", son descendientes directos de la niña de esta historia.

Cascadas del Gullizo o Bullizo hacia Valdelpino.

La Coronada (Ciudad Rodrigo, Salamanca)

Se sabe por documentos de la época, que Marina Alfonso fue una dama mirobrigense bien acomodada perteneciente a la familia de Los Pacheco, y que según la tradición popular, poseía una prodigiosa hermosura y era un ejemplo de castidad. Su belleza era tal que despertó la pasión de un rey español que visitó la localidad.

El rey, estaba empecinado en derrocar la virtud de la dama, pero ella, muy honrada reclinó las ofertas reales e ignoró las amenazas del soberano. Éste, primeramente intentó atraer sus encantos con lindezas, pero antes las negativas de la dama y no estando acostumbrado a que le llevasen la contraria, recurrió a poderosas amenazas, dando a entender que la familia de la dama podría conocer su cólera. La joven, desolada, y siendo consciente que su propia familia corría un serio peligro, se refugió en la lectura de un libro titulado "Máximas del Evangelio, y resumen de la moral cristiana", donde leyó la siguiente sentencia: "Si tu ojo derecho te escandaliza, arráncatele; quiere decir, si lo que te es más apreciable y de mayor utilidad, le es una ocasión de pecado, córtalo, huye de ello, sacrifícalo sin dilación cueste lo que costare".  

Citó al rey en su casa, y ordenó a sus criados que pusiesen al fuego una tina de aceite hasta hacerlo hervir. Cuando el monarca se presentó en el hogar de la joven, la dama se echó por encima de su cuerpo el aceite hirviendo, el cual desfiguró horriblemente su rostro y posteriormente le causó la muerte, mientras pronunciaba estas palabras "No quiera Dios que por ti, caiga en tal vil y torpe pecado". El rey, al ver lo desfigurado del rostro de la chica, quedó horrorizado y se marchó de Ciudad Rodrigo con el peso de la culpa.

Marina Alfonso, fue enterrada en la Catedral, en un suntuoso sepulcro, sobre el cual se hallaba la estatua yacente de la dama con una corona real, la cual se dice que fue el propio monarca arrepentido, quien la mandó colocar. Por este motivo, es conocida por el sobrenombre de “La Coronada”. Hoy en día, no se conserva este sepulcro, ya que son muchas las sepulturas desaparecidas de la Catedral, pues a partir del siglo XVII, fueron sustituidas por losas adosadas a los muros de la misma. Aunque el historiador Sánchez Cabañas, llegó a conocerlo en vida, y en su libro de historia de Ciudad Rodrigo, lo describe como un monumento suntuoso y en la estatua aparecían las quemaduras en referencia de la defensa de la virtud suicida. Y Don Lope Domenech y Bustamante en su libro "Leyendas Tradicionales Mirobrigenses", escrito en 1.880, lo describe de la siguiente manera: "Este sepulcro que se halla enfrente de la puertecilla del coro, no tiene seguramente en la actualidad, la magnificencia y lujo que tuvo en otro tiempo, según refieren algunos manuscritos y crónicas antiguas que he leído, pero llama sin embargo la atención hacia él, una corona real situada en la parte inferior de la losa, y la particularidad de hallarse ésta medio oculta, tras de un viejo confesionario. ¿Qué virtudes encierra este sepulcro a cuyos pies se ha humillado una corona y cuyo pudoroso recato parece sobresaltarse por tal honra hasta el extremo de acogerse presuroso e inquieto al tribunal santo de la penitencia? ¿Qué grandeza es la de esas cenizas que así desdeñan las mundanas vanidades? ¿Qué humildad es esa, que a despecho de sí misma descuella altiva sobre la loca soberbia humana? Estas y otras reflexiones, me obligaron a leer el epitafio de este sepulcro, que se limita a decir: Aquí yace la noble Marina Alfonso, que comúnmente llaman la Coronada".

Como recuerdo de tan noble acción, aún existe una lápida en la nave de la epístola con la siguiente inscripción: “Aquí yace la noble Marina Alfonso que comúnmente llaman La Coronada. Falleció era de 1Z53”. Cuenta la leyenda que la “Z” que figura en la fecha, tiene la finalidad de ocultar la identidad del rey. Pero se cuenta que se trató del rey Juan II, quien acostumbraba a visitar Ciudad Rodrigo, siendo una visita, en Octubre de 1453... 

El oso de la catedral (Ciudad Rodrigo, Salamanca)

En los años en que el rey Fernando II de León andaba como enamorado de Ciudad Rodrigo, repoblando la zona y ordenando construir, entre otras muchas cosas, la Catedral, ocurría que las obras de tan magno proyecto eran destruidas por una misteriosa fuerza que, en medio de sobrecogedores bramidos, visitaba cada noche el lugar donde se estaba construyendo el templo.

Por la ciudad circulaban rumores que responsabilizaban a algún demonio de las destrucciones nocturnas, alguna fuerza del mal empeñada en que no se llevara a cabo la construcción de la Catedral.
Hasta que una noche alguien se armó de valor y decidió hacer frente a la misteriosa criatura nocturna. En medio de la oscuridad, cuando comenzaron a oírse los amenazadores rugidos, un valeroso caballero atravesó con su espada al hipotético demonio, que resultó ser un enorme oso. Mas, cuenta la leyenda, que no puede haber oso en el mundo con la fuerza y la fiereza de aquel, más bien era el mismísimo Satanás en forma de oso. En la Catedral de Ciudad Rodrigo puede verse la figura de un hombre luchando contra una enorme bestia...
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martes, 30 de enero de 2018

La fuente de los enamorados (Castraz, Salamanca)

En el siglo IX, en la Batalla de Monsagro, los cristianos sufren una terrible derrota a manos de los musulmanes. Un caballero sin nombre logra escapar del espantoso campo de derrota y muerte y su amada está escondida cerca de allí; cuando llega donde está ella la sube a su caballo. Pero la huída se tronca en muerte, el caballo y sus dos jinetes caen en un inesperado pantano que aparece en su camino. Los esfuerzos de la pareja por sobrevivir y salir de la ciénaga no les libran de morir ahogados. Las aguas pantanosas sepultan y guardan su amor para siempre. El lugar es conocido como la Fuente de los Enamorados.

Se cuenta que por las noches aún se puede ver a dos figuras montadas sobre un caballo galopando a la luz de la luna.

Famoso es el tesoro de Castraz, que se encuentra a cierto número de pies distante de la Fuente de los Enamorados, en dirección a donde mira un gato que hay grabado en una piedra.

Cristo de las Batallas (Castellanos de Moriscos, Salamanca)

Cuenta la leyenda que había en La Armuña un cristo de gran advocación en toda la comarca. Había sido empleado durante los combates que los cristianos libraran contra los musulmanes al sur del río Duero. De ahí que se le conociera, al igual que muchos otros, como el Cristo de las Batallas, ubicado en una antigua ermita próxima al cementerio que en primavera subía en procesión hasta la iglesia de San Esteban para celebrarse la fiesta de ‘las velas’.
Durante la Guerra de la Independencia, los franceses quisieron acabar con toda la memoria artística de la Península, pero sobre todo con aquellos símbolos de fe capaces de mover a las masas. Porque un pueblo, cuanto más apesadumbrado, más débil es. Por aquel entonces la creencia en milagros propiciados por los cristos surgían cual setas que brotan en su mejor temporada para llenar una cazuela hambrienta de deseos. Un rico guiso de fascinación con que llenar las hambrientas mentes. Pero un guiso que los franceses no querían que llegara a condimentarse.
Al escuchar la existencia de un cristo con una gran devoción, las tropas galas no dudaron en desplazarse hasta Castellanos de Moriscos para destruir no sólo la talla, sino cualquier vestigio que condujera a su recuerdo. Pero hasta oídos de un avezado pastor llegó la intención de los invasores. Raudo se dirigió hacia el pueblo para dar la voz de alarma, pero no halló a nadie. Todos estaban en el campo recolectando las deliciosas lentejas armuñesas. Había sido una campaña abundante y requería cuantas más manos mejor para sacar el mayor partido a la cosecha.
Al no encontrar ayuda, el pastor decidió adentrarse en la ermita y cargar con el cristo para ponerlo a buen recaudo. No fue tarea fácil, pues las dimensiones de la talla complicaban su traslado por una sola persona. Sin embargo, quiso el destino, o los propios cielos, que a escasos metros se hallara un carro con un burro para poder llevar al cristo a un lugar seguro, lejos de las tropas francesas, donde jamás lo encontrarían. 

Al llegar los soldados al pueblo no encontraron rastro alguno de la talla. Interrogaron a los lugareños, los amenazaron, incluso los torturaron, pero en sus ojos no había lugar para el engaño. Desconocían por completo el paradero del cristo. Y escondido permaneció hasta que los franceses fueron vencidos y expulsados de España. Entonces regresó a su lugar para ser venerado durante el mes de junio, pero lo que entonces era un motivo de fiesta para todo el pueblo se convirtió con el paso de las décadas en un estorbo incompatible con la labor de recolección de la lenteja. De ahí que se decidiera el traslado de la fiesta al segundo fin de semana de agosto, en que se venera al Cristo de las Batallas en Castellanos de Moriscos.

La lápida romana (Casafranca, Salamanca)

 El día 16 de julio de 1922, en el término de Casafranca, en concreto en Aldeanueva de Campomojado, y fuera de contexto, se encontró una lápida romana que ahora se halla en el museo de Bellas Artes de Salamanca.
En dicha lápida hay una inscripción que ha sido traducida por varios expertos y que viene a demostrar la existencia de unfundus romano en esa zona. El lugar en concreto se desconoce por haber sido trasladada, lo que es una pena pues ese dato nos proporcionaría "pistas" para establecer una continuidad de poblamiento en la zona. De todas formas el simple hecho de que haya aparecido una lápida romana fechada en el siglo IV de nuestra era cerca de Casafranca, es importante en sí mismo pues nos habla de la existencia de personas y actividades antes de la repoblación definitiva ordenada por Alfonso IX en 1215.
Poco más se sabe, excepto la fecha en la que se encontró, testimonio que presento de puño y letra de un testigo, D. Ángel Macías, párroco de Casafranca, que además hizo el esfuerzo de tratar de copiar el texto que estaba grabado en ella.
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Origen del pueblo (Casafranca, Salamanca)

El pueblo originario estaba en Santillán, y donde hoy se ubica Casafranca solamente había una casa donde se guardaban los aperos de labranza, a la que todo el mundo podía acceder porque no se cerraba con llave, y donde nunca robaron nada. Santillán se abandonó (no se indica la causa) y sus habitantes se trasladaron a la casa "franca. 
En algunas versiones se añade que fue un incendio declarado en Santillán la causa del traslado, y supongo que también la justificación del gentilicio "chamuscaos" por el que se conoce en la zona a los Casafranqueños
Todas las leyendas, por muy fantásticas que parezcan, esconden una verdad transformada por la trasmisión oral a lo largo de generaciones, y este caso no es diferente.
Los hechos que pueden considerarse verdaderos son:
-   Existencia de Santillán con el S VII como datación más reciente.
-       Aparición de un lugar llamado Casafranca, perteneciente al alfoz de Salvatierra de Tormes. La fecha más antigua que tenemos, de momento, es 1405 (Antonio Llorente Maldonado de Guevara, "Toponimia de Salamanca" pp 244)
Los dos lugares existen y han existido en la antigüedad, lo que en parte corrobora el que uno de ellos fuera abandonado y se fundara en otra ubicación, pero ... ¿Qué ocurrió entre el siglo VII y el siglo XV?.
Los pueblos no surgen en cualquier lugar de manera aleatoria, se tienen que dar unas condiciones como la existencia de agua, o de vías de comunicación, o que el lugar sea estratégico, entre otras, y en el caso de Santillán-Casafranca se dan esas condiciones:
-       Presencia de dos vías de comunicación: La Vía de la Plata, que está más cerca de Santillán que de Casafranca, y la Cañada Real que está más cerca de Casafranca que de Santillán.
-       No hay ríos pero sí abundantes fuentes: La fuente de Santillán, "fuente Arriba", "fuente Abajo", "fuente Arrera", del Maíllo, del Chorlito, de la Mentira, etc. Santillán está cercana a la fuente del mismo nombre, y Casafranca entre la "fuente Arrera" y la "fuente Abajo"
-   Lugar estratégico: Para ilustrar este punto voy a citar textualmente lo escrito por D. Antonio Llorente Maldonado de Guevara que aparece en la recopilación de sus conferencias hecha por Rosario Llorente Pinto, y publicada por la Diputación de Salamanca con el título de "Toponimia de Salamanca" (pp 232-233)
"... La comarca de Salvatierra es de una importancia estratégica extraordinaria, por lo que no es extraño que esa zona fuera considerada por los reyes y sus caudillos militares como una "Salvatierra", es decir, una zona inmediatamente al lado de la frontera, que conviene poblar y fortificar para defender con garantías la línea fronteriza ... En nuestra Península quedan de estas "tierras de asilo" varios restos toponímicos y todos ellos se hallan en zonas que antiguamente fueron zonas fronterizas entre cristianos y musulmanes o entre los diferentes Estados cristianos ... Los alfoces, limítrofes con Salvatierra, de Ávila y Béjar, pertenecían al Reino de Castilla ..."
En 1215 Alfonso IX, rey de León, dio la orden de repoblar esta zona, y en 1217 ya estaba terminada, pero como dice el mismo autor, es probable que hubiera gentes asentadas en la zona de manera precaria, antes de que se repoblara definitivamente, aunque como ya he mencionado, el nombre de Casafranca no aparece en los documentos hasta 1523, al menos yo no he encontrado ninguno.
¿Y el incendio?. Aunque no sepamos cuando se produjo y ni siquiera si se produjo, es un dato a tener en cuenta porque lo que nos está diciendo es que sucedió algo tan traumático, como para que las gentes que habitaban en Santillán abandonaran el solar de sus antepasados y se desplazaran a menos de un cuarto de legua para fundar un nuevo pueblo. Tuvo que ser un incendio enorme, si incendio fue, que no solamente arrasara el pueblo sino también los bosques y los pastos de tal manera que no dejara ninguna posibilidad a la reconstrucción inmediata.
Elucubrando sobre el posible curso de los acontecimientos, podemos imaginar que por un accidente fortuito, como puede ser la quema de rastrojos, se declara un incendio que avanza imparable hasta el pueblo de Santillán. Ante la imposibilidad de contener el fuego la gente alarmada coge sus pertenencias y sale huyendo hacia la casa franca, dejando campo libre a la destrucción de sus casas, su iglesia y las tumbas de sus ancestros, pero ...

¿Por qué cuando las cenizas se enfriaron no reconstruyeron el pueblo en el mismo lugar? ...

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lunes, 29 de enero de 2018

Las ánimas solas (Cantalpino, Salamanca)

Cuenta la leyenda que a la puesta del sol, cuando las campanas de la iglesia tocaban a muerto, luces y sombras se aparecían por estas tierras de pan llevar. Los lugareños aseguraban que eran las ánimas errantes que vagaban por los campos de Cantalpino en busca de compañía hacia el inframundo. La aparición de tumbas solitarias a las afueras del pueblo había acrecentado el temor de sus habitantes. Grandes losas de pizarras sin inscripción alguna a modo de lápida en lugares alejados del espacio de común enterramiento. Aseguraban que eran malditos del pasado, locos y herejes que fueron apartados de la sociedad y ahora querían cumplir su venganza.

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La mina de oro (Cantalapiedra, Salamanca)

Cuenta la leyenda que el empecinamiento de Isabel de Castilla y Fernando Aragón, a la postre los Reyes Católicos, por dominar esta villa iba más allá de reducir el apoyo que otorgara a su rival Juana la Beltraneja. Incluso el monarca participó en varias ocasiones de los asedios a Cantalapiedra con un campamento junto a la muralla, hasta que después de dos cercos, la ganó en 1477, dándose a partido su guarnición. Fruto de esta resistencia y del apoyo a la Beltraneja, los Reyes Católicos castigaron a la villa mandando derribar su castillo y murallas, cegar las cavas y otras defensas. Pero, ¿por qué este empecinamiento con asaltar una pequeña localidad en tierras de pan llevar?
Los señores del castillo disponían de una vasta fortuna. Hasta oídos del rey Fernando de Aragón llegó la existencia de tales riquezas. Y quiso poseerlas. Llegó a obsesionarse con ellas. Las deseaba con todas sus fuerzas. Apenas comía. Y la impaciencia por dominar la villa de sus anhelos le nublaba hasta la razón. ¿De dónde provenía tanto oro? ¿Cómo era posible que unos simples nobles poseyeran más cantidad del preciado metal que incluso las propias arcas del reino?
La explicación se escondía bajo la fortaleza. Una suculenta veta de oro se hallaba justo debajo de Cantalapiedra. Los señores del castillo descubrieron el diamante en bruto que las entrañas de sus tierras le ofrecían y sacaron rendimiento de la providencia. Idearon un laberinto de grutas subterráneas donde se extraía el oro cada día, siempre por las mismas personas. Siempre de noche. Siempre viviendo en el castillo para no relacionarse con el resto de lugareños y revelar el secreto. Pero una confidencia sólo es tal si la guarda uno mismo, porque tres pueden guardar un secreto si dos de ellos ya están muertos.
Intramuros también conocían la codicia del monarca. No comprendían cómo podía haberse enterado del gran tesoro amasado por los señores del castillo. Sabían que tarde o temprano sucumbirían a los ataques de Fernando el Católico, por lo que decidieron obrar en consecuencia y esconder todo el oro en la propia mina. Volaron la entrada a la gruta para no dejar rastro y confiaron en la clemencia del rey. Una vez que comprobara que no había tales riquezas, los dejaría libres y podrían recuperar con el paso del tiempo su tesoro. Así lo hicieron, llenando de espuertas repletas de oro el subsuelo del castillo. 

Dominada la fortaleza, los hombres del rey buscaron con ahínco el tesoro, pero no hallaron rastro alguno. ¿Acaso habría sido todo una ensoñación? ¿Un bulo interesado de un traidor confidente? Durante varios días las tropas del monarca removieron hasta los cimientos de cada muro. Pero nada. Ni una simple moneda de oro. Fernando el Católico estalló de ira y ordenó derribar todo el castillo. Que no quedara piedra sobre piedra. Con ellas también se fue la vida de sus señores, llevándose a la tumba el acaudalado secreto. Desde entonces, bajo las calles de Cantalapiedra esperan las espuertas de oro para volver a ver algún día la luz del sol. Y cuentan los más viejos del lugar que por eso una de las calles de la villa se llama Hueca, porque en el subsuelo permanece una mina que, partiendo del patio del antiguo castillo, atravesaba la plaza y corría a lo largo de toda la localidad. 

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sábado, 27 de enero de 2018

Virgen de los Remedios (Buenamadre, Salamanca)

Cuenta la leyenda que estaba en una ocasión un mayoral cuidando de los toros de una prestigiosa ganadería en el Campo Charro. Sus atenciones le habían conferido una merecedora fama, criando a los animales que más juego ofrecían en el coso taurino para deleite de los aficionados. Cada día los mimaba con mucha atención, evitando cualquier imprevisto que pudiera dar al traste con la futura lidia. Sin embargo, una mañana de primavera uno de los astados se alejó de la manada. El mayoral, extrañado, lo siguió.
El animal se detuvo junto a unas rocas y comenzó a escarbar con el hocico. Al principio con timidez, pero según fueron transcurriendo los minutos mayor era el empeño y fiereza del toro hacia el terreno. El mayoral, temeroso de que el astado pudiera dañarse los pitones, se tornó prestó a retirarlo del lugar. Lo agarró del rabo, le arrojó varias piedras a las patas e incluso intentó llamar su atención con un capote. Pero nada. Imposible. El toro continuaba empecinado escarbando entre las rocas.
Tal era la insistencia del toro, que el mayoral se acercó a ver qué era lo que con tanto ahínco escarbaba. Según avanzaba percibía algo de color azul. ¿Qué podría ser? Y la duda se despejó al comprobar cómo entre la tierra asomaba la corona y la cabeza de la imagen de una Virgen. Ayudó al animal y consiguió dejar al descubierto la talla por completo. La tomó en brazos, la envolvió en un paño y decidió regresar al pueblo para mostrar la Virgen a sus vecinos. El animal regresó con la manada y el mayoral cabalgó hasta Buenamadre. 

Las autoridades interpretaron el hallazgo como un augurio de buena suerte y designio divino, por lo que decidieron construir una ermita en honor de la Virgen de los Remedios en el lugar donde fue encontrada. Y en homenaje al toro que lo propició, al concluir la Semana Santa se realizaba un festejo taurino en una primitiva plaza de piedra que también se levantó en los alrededores del templo. Con el paso de los siglos la imagen fue ganando en devoción y seguidores debido a las acciones milagrosas que propiciaba. Así, cada Lunes de Aguas tiene lugar una multitudinaria romería. Para proteger la talla románica, que permanece todo el año en la ermita, ese día sale en procesión otra imagen más moderna, mientras la tradición popular recuerda a la imagen original.

viernes, 26 de enero de 2018

Virgen del Peral (Bogajo, Salamanca)

Cuenta la leyenda que había una vez un joven pastor que llevaba con esmero el ganado por tierras del Abadengo. Bogajo siempre fue cruce de caminos, de ahí su importancia en la trashumancia, pero su cercanía con Las Arribes también le confieren abundantes pastos entre dehesas, sierros y pequeños ríos. Una singular orografía que en ocasiones propicia la existencia de árboles frutales más propios de parajes mediterráneos. En aquel entonces se esparcía por la finca de Las Torrecillas media legua de perales, tan frondosos como prolíficos, cuyos frutos eran sabrosos. El zagal gustaba de acudir allí cada mediodía. Mientras el ganado pastaba él recomponía fuerzas con el suculento postre.
Pero una soleada mañana de junio algo trastocó su habitual tranquilidad. El casco de unos caballos resonaba a lo lejos. Al principio el pastor no le dio importancia. Será uno de tantos comerciantes de paso por estas tierras, pensó. Pero nada más lejos de la realidad. El trotar del jamelgo era cada vez más atronador. Más cercano. El zagal comenzó a impacientarse. De repente apareció por el horizonte de la dehesa un veloz caballero. La impaciencia se transformó entonces en temor. Eran tiempos de persecución a los templarios, de venganza y muerte. El pastor creyó que podría tratarse de un caballero huido que no querría dejar rastro de su presencia por lo que podría acabar con su vida. De ahí que decidiera esconderse en lo alto de uno de los perales.
El jinete se detuvo al llegar a los árboles, miró hacia los cuatro puntos cardinales para cerciorarse de que se encontraba solo y bajó del caballo. Entre sus brazos portaba algo. Desde su escondite el pastor no día discernir con exactitud el contenido del objeto, cubierto con una tela. El caballero fue perdiéndose entre los árboles. Una hora después, regresó. Y como había llegado, raudo, se fue. El pastor bajó del árbol. Agradeciendo a los cielos que hubiera pasado desapercibido, buscó el ganado para regresar al pueblo. El sol ya había iniciado su descenso. Pero la curiosidad se apoderó del sentido de la responsabilidad que caracterizaba el zagal y decidió seguir los pasos del caballero. 
Era buen rastreador y ni le costó seguir las pisadas hasta el lugar donde se detenían. Sin embargo, allí el rastro se tornaba confuso, como si el jinete hubiera estado deambulando sin parar. El pastor escudriñó la zona, pero no halló movimiento de tierra alguno. Estaba convencido de que el caballero había escondido el objeto que portaba, pero no podía averiguar dónde. La imaginación del joven comenzó a divagar por el reino de los sueños, anhelando que pudiera tratarse de un tesoro. Y así el ansia de encontrarlo crecía. Tanto tiempo empleo en la búsqueda que no se percató de que anochecía. Los primeros cantos del búho le devolvieron a la realidad y de un brinco oteó el horizonte entre el tronco de los árboles. Maldiciendo su infausta curiosidad, el zagal se dispuso a regresar con su rebaño, pero algo le hizo frenar en seco. Entre uno de los árboles asomaba un trozo de tela, tan blanco como la luna que ya ascendía hacia su trono. 

Al acercarse comprobó que el árbol había sido quebrado. Por eso no halló rastro en la tierra, el caballero había hundido su espada en un tronco y escondido la carga. El pastor retiró la madera y allí estaba. El objeto recubierto con una tela que viera portar al jinete horas antes. Retiró el paño con sigilo, esperando que un brillo cegador iluminase sus ojos, pero la mirada se tornó en indiferencia. Ni rastro del tesoro. En su lugar encontró la talla de una virgen. El zagal la tomó en brazos y la llevó a Bogajo, donde relató a los lugareños el hallazgo, eso sí, obviando la parte de la historia que hacía mención al caballero. Desde entonces, es la patrona de la localidad, la Virgen del Peral.

Los gatos y el diablo (Berrocal de Huebra, Salamanca)

Cuenta la leyenda que el diablo quiso una vez subir a la superficie de la tierra en busca de almas corrompidas que arrastrar hasta las profundidades de su infernal reino. Pero extravió el trayecto y fue a parar al campo charro, repleto de encinas, pero despejado de seres humanos en kilómetros a la redonda. El maléfico ser deambuló por la dehesa salmantina durante horas, pero sin éxito alguno. Así que comenzó a sentir los achaques que la encarnación. Sintiéndose fatigado, decidió sentarse a la sombra de un frondoso árbol para recobrar el fuelle durante un momento. De repente, un agudo sonido le sobresaltó.
El diablo se percató de la presencia de un maullido que le aturdió el oído. Un grupo de gatos reclamaba su atención a lo lejos, a la puerta de lo que parecía ser una alquería. Donde hay gatos hay hombres, y bajo techo más, pensó la maldad hecha carne y hueso, por lo que no dudó en acercarse raudo hasta los mininos. Durante el trayecto era él quien se relamía de placer calculando avariciosamente cuántas almas robaría.
Al llegar hasta los gatos, éstos se introdujeron por la puerta. El diablo decidió seguirles. Pensó en adentrarse sigilosamente, pero eso era un síntoma de debilidad. Él era el señor del inframundo, el dueño de las hogueras terrenales, así que irrumpió a la fuerza y vociferante. Sin embargo, el silencio se adueñó de la estancia. Allí no había nadie. Los gatos se arremolinaban ante una figura. Y entonces el diablo comprendió que había sido engañado. Los animales se apostaban a los pies de un cristo. Estaba en un templo.

Apenas pudo reaccionar, pues tan rápido como había llegado el diablo comenzó a evaporarse, sucumbiendo al poder de la bondad que emanaba de aquel lugar. Pero no quería regresar de vacío al infierno, así que mientras desaparecía hizo un último esfuerzo para agarrar por el rabo a los gatos que le habían burlado. Los animales hicieron todo lo posible por permanecer en la superficie, estirando las zarpas para quedar anclados a la tierra a través de sus uñas, quedando sólo el rastro de éstas como testimonio de lo allí acontecido. Desde entonces se cuenta que los pequeños berruecos que se reparten por las fincas de lo que hoy es Berrocal de Huebra son las uñas petrificadas de los gatos que el diablo se llevó despechado al infierno.

La Fuente del Lobo (Béjar, Salamanca)

Cuenta la leyenda, y según recoge Gabriel Eduardo Rodríguez en su libro "Viejas leyendas bejaranas", que un carbonero ejercía su modesta profesión por esos lugares; cada día, este trabajador paraba en una fuente de agua fría y cristalina para consumir las escasas sobras de su comida. Un día, después de beber, oyó un ruido y de la maleza surgió un hermoso lobo. El carbonero se quedó paralizado, el animal le miró fijamente, bebió en la fuente y emprendió una rápida huida.
El carbonero no se lo contó a nadie, pero la escena se volvió a repetir hasta que convirtió a ambos en ‘amigos’. Llegó un momento en el que ya no podía ocultarlo más y le contó a su mujer esta aventura; cada vez que hablaban de ello la conversación se iniciaba refiriéndose a "La Fuente del Lobo".
El duro invierno y la dificultad para encontrar comida volvió osadas a las alimañas, siendo cada vez más audaces, asaltando gallineros y corrales. Ante esta situación el consistorio autorizó una batida en el monte. Al atardecer los alimañeros depositaron en la Plaza Mayor cuatro lobos, tres zorros y dos gatos monteses. Los curiosos acudieron a presenciar el espectáculo, como también acudió el carbonero que, con estupor y dolor observó aquel hermoso lobo inerte, que dio nombre a esta fuente de abundante agua cristalina y fresca.

La Fuente del Lobo: su leyenda

Los Hombres del Musgo (Béjar, Salamanca)

Cuenta la tradición oral que fue en la festividad de Santa Marina, 17 de junio, cuando un grupo de bejaranos cristianos cubrieron sus ropas con musgo y ramas para deslizarse entre la maleza y sorprender a los musulmanes. Llamaron a una de las puertas de la muralla y al verlos, los guardianes huyeron. Entonces, los cristianos aprovecharon para acceder al interior de la ciudad para liberarla del dominio musulmán.
Al anochecer, escondidos detrás de la muralla, los hombres de musgo aguardaron su turno para atemorizar a los musulmanes y recuperar la tradición cristiana para Béjar, que vive este domingo una de sus fiestas más arraigadas con muy buenas perspectivas para el turismo.

Además, como novedad, los figurantes serán 'refrigerados' para paliar en lo posible el intenso calor que reina en la ciudad y en toda la sierra durante los últimos días. Así, este domingo, antes de comenzar la procesión, han sido 'rociados' con agua para refrescarlos.
Momento en el que refrescan a uno de los hombres de musgo.

jueves, 25 de enero de 2018

La Reina Quilama (La Bastida, Salamanca)

Existe una leyenda perfectamente ambientada, en una de las áreas montañosas mas intrincadas del sur de la provincia de Salamanca: la de la reina Quilama que en épocas pretéritas vivió en la cueva del mismo nombre custodiando grandes riquezas. Más de un incauto ha intentado apoderarse de ellas, habiendo pagado a veces con la vida y otras con la pérdida de la razón.
Se cuenta que en las noches claras sobre todo por San Juan, brota del fondo de la cueva un conjunto de ruidos y lamentos: es el espíritu de la princesa mora, quien permanece sujeta a un encantamiento. A veces sale de su escondite y entonces se la puede ver en las inmediaciones del río Quilamas, con el que se comunica mediante un pasadizo desde las entrañas de la cueva.
La cueva se encuentra ubicada en la ladera sur del pico que lleva su nombre, en un lugar de difícil acceso y enigmático por el sustrato legendario que la acompaña. La leyenda relaciona este lugar como el refugio del último rey godo Don Rodrigo y de su bella amante la reina Quilama, que huyeron por este lugar que comunica con el pico del Castillo Viejo de Valero. También cuenta la leyenda que en su interior en intrincados laberintos y pasadizos se encuentra escondido el tesoro del rey godo Alarico.  

Se decía por los pastores que antaño recorrían estos parajes acompañando a sus rebaños, que la Cueva era una mansión infernal, un antro de seres malignos, cuyas carcajadas y risas estridentes y horribles llegaban en las noches invernales hasta los chozos en los que dormían. El caso es que un albañil que se aventuró en la gruta en busca del tesoro, desapareció y no se volvió a saber más de él, engullido en las profundidades.
En todos los casos las moras guardan las riquezas contra la codicia de los hombres, quienes solamente podrán apoderarse de ellas mediante el desencantamiento de aquellas. Y parejo a ello, puede producirse el descubrimiento de tesoros en las inmediaciones. De hecho en el caso de la cueva de la Quilama, se conserva memoria de un hallazgo de ese tipo en un castro próximo a cargo de un pastor. 
Decían los viejos que en la sierra había una reina. Que la reina murió de pena y aquí yace enterrada. Que la reina no era reina, sino la amante secuestrada por don Rodrigo a su padre el conde don Julián.
Que don Julián se alía con los árabes y derrotan a Rodrigo. Y que este se retira con el tesoro de los visigodos y la bella Quilama y en lo alto de la sierra se construye un castillo y un palacio subterráneo para su amada, que por eso llamarán La Cava.
Que don Julián y el moro Muza al castillo ponen cerco trayendo hasta La Bastida a sus mesnadas. Que la Quilama muere de pena, al ver a su amante y su padre enfrentados. Que Rodrigo la entierra con su tesoro en una gruta secreta que conecta con la cueva de la Buitrera por cuya boca él huye de don Julián y los sarracenos.
Que los moros dan vuelta al castillo buscando el tesoro y a Quilama y a don Rodrigo pero no encuentran nada. Que los días de luna llena aún se oye a Quilama llorar desconsolada mientras al río va a buscar agua.  
Que estas cosas contaban los viejos y aunque todos los que las oyen no dan crédito a sus palabras dicen que hay quien metió un perro en la cueva y apareció en Valero a la semana.
Y juran que es verdad que al padre del Tío Precioso, estando de cabrero en Castil de Cabras, se le acercaron dos hombres a caballo preguntándole por Chivo y Cabra. Y explicándoles él que aquello era Castil de Cabras, estudiaron un mapa que llevaban y tras escarbar en la tierra sacaron un cofre lleno de monedas de oro y que en agradecimiento a el le dieron una que valía como las ganancias de todo el año.
Y no falta quien entre las viñas ha escarbado buscando el tesoro de Quilama.
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Wolframio (Barruecopardo, Salamanca)

Salamanca atesora una pintoresca historia, con ciertas semejanzas –aunque con sentido menos aventurero– al protagonizado en el fart west americano que inspiró a Marcial Lafuente Estefania en sus celebradas novelas del Oeste.
Se trata de la particular revolución que vivió esta provincia cuando se convirtió en la principal productora de wolframio de España, en el tiempo que alcanzó un altísimo precio en los mercados internacionales por su demanda para construir material bélico con la llegada de la II Guerra Mundial.
A diferencia de la conquista del oeste americano, el episodio charro del wolframio apenas tuvo relieve literario, a pesar de contar con los ingredientes que se necesita para que alguien hubiera llevado a las librerías un best seller. De esa época, únicamente Martín Vigil se hizo eco de ello en su fantástica novela Tierra Brava. Pero si Pérez Reverte o Julio Llamazares conocen ese submundo bordarían una obra para el recuerdo. Porque esas explotaciones tuvieron el misterio de un mundo desconocido donde el azahar guiaba el reloj de la existencia ante la intriga en la búsqueda del deseado filón que solucionaría la vida, también el acecho de la muerte que sorprendía en las voladuras o en los numerosos peligros que se debían sortear en la mina. Y sobre todo la aventura de las semanas que comenzaban llenas de interrogantes y finalizaban, casi siempre, en medio de la jarana.
Por eso, ahora, que volverá a abrirse de manera inmediata la explotación de Barruecopardo, el columnista rebobina la historia que escuchó a los viejos mineros que trabajaron en esos filones cuando acudió a hacer reportajes. O también le brota en su recuerdo alguna de las muchas leyendas que circula en la ciudad de las noches de farra, cuando los mineros venían a divertirse con los bolsillos llenos de dinero.
Todo ocurría en las décadas posteriores a la Guerra Civil. Entonces, la Salamanca enlutada de la época vivía con el miedo metido en las entrañas, sumida en el llanto de la recién finalizada guerra. Era justo cuando miles de infelices presos republicanos horadaban las entrañas de Cuelgamuros, en la sierra de Guadarrama, para levantar la basílica soterrada debajo de la gigantesca cruz de granito que es otro símbolo del dolor.
En aquel escenario varios pueblos estaban inmersos en Eldorado que generaba el wolframio. Era el caso de Navasfrías, en pulso con el contrabando; Los Santos, que hace unos años volvió a recuperar sus explotaciones y, sobre todo, el mencionado Barruecopardo con sus minas La Petrolífera, La Comercial… en las que cientos de trabajadores extraían el cotizadísimo mineral que convirtió a ese lugar en un particular paraíso económico de los tiempos del hambre.
Entonces, gracias a los mineros que llegaban desde el pueblo de Barruecoparado, inmerso en la fiebre del wolframio, el histórico barrio chino de Salamanca vivió su época de mayor esplendor a la par que las más populares ‘madames’ administraban los dineros de esa gente, como la famosa Margot, la Peque, la Petra o una jovencísima ‘entreverada’ de mora y gitana que se llama Dolores Campos y después, con el nombre de La Mara, fue la reina de ese santuario del desenfreno.

Pronto volverá el wolframio a Barruecopardo, con la diferencia de que la extracción será para hacer filamentos de bombillas –lo que encenderá la luz económica en ese rincón charro–, a diferencia de antes, cuando se utilizaba para construir armas. También las modas de los mineros serán otras y ya no les hará falta ser destajistas, ni volverán a protagonizar las noches de farra en el Barrio Chino.

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La Flor de Lis (Salamanca)

Existe también una leyenda bastante curiosa en referencia al escudo de los Maldonado, que luciendo flores de lis puede apreciarse sobre el dintel de las puertas del palacio. Según esta historia, el rey de Francia otorgó a Aldana, un antepasado de los Maldonado, el honor de llevar en su escudo la flor de lis propia de los Borbones. Aldana había vencido en duelo al duque de Normandía, y el rey, para evitar la muerte de su hijo, le habría hecho este ofrecimiento a cambio. Cuando el honor fue otorgado, el rey dijo en francés "cette fleur de plat est maldonnée", que podría traducirse como "Esta flor es mal donada..."; pero como Aldana no sabía nada de francés, pensó que se le estaba otorgando el nombre de "Maldonado", cambiando desde entonces su apellido por éste.
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La onza de oro en la casa de las conchas (Salamanca)

Otra historia menos extendida es la que afirma que bajo una de las conchas de piedra se oculta una onza de oro. Curiosamente, esta es una historia que podría estar más cerca de la realidad, ya que era costumbre poner una moneda de oro en los cimientos de los edificios en construcción. Con esta costumbre se pretendía atraer la suerte sobre los edificios y tal vez pudo hacerse en alguna de las conchas del palacio.

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miércoles, 24 de enero de 2018

Cristo de Hornillos (Arabayona de Mógica, Salamanca)

Una de esas creencias, que se mantiene viva entre los vecinos por lo que les transmitieron hace siglos los frailes basilios que regentaron la ermita, cuenta que la imagen original del Cristo no pasa el puente que separa el templo del casco urbano del pueblo por lo que desde entonces permanece siempre junto al altar mayor mientras una copia posterior, ya del siglo XVIII, es la que sale en procesión.
El Cristo original es cada año atracción e imán para cientos de personas que mientras dura la procesión, e incluso después, forman largas colas en la ermita para acercarse a él y besar el sudario bordado que cuelga desde su cruz. El momento de ese beso siempre va acompañado de emotividad por el cumplimiento de alguna promesa realizada al Cristo de Hornillos o por la petición de otras, sobre todo relacionadas con la salud y apelando a la fama "milagrera" que tiene.

Numerosos cuadros, a modo de exvotos, dan testimonio de los milagros atribuidos al Cristo de Hornillos a lo largo de la historia, entre ellos el propio de su aparición en este lugar cuando en el año 1637 la piedra lanzada por un pastor para evitar la huida de una de las reses que cuidaba fue a impactar en el costado izquierdo del Cristo emanando una poderosa luz que llamó la atención de las gentes del pueblo mientras otras leyendas cuentan también que de aquella herida brotó sangre. La devoción por la imagen no ha cesado desde entonces y los vecinos dan prueba de ello en Arabayona.

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La muralla china (Almenara de Tormes, Salamanca)

Cuenta la leyenda que el señor del castillo de Almenara de Tormes fue un ferviente adulador de la cultura oriental. Durante sus años mozos visitó la China imperial, quedando fascinado de la magnitud de sus obras. Entre todas le maravilló la gran muralla, miles de kilómetros edificados por el hombre para dominar a la naturaleza. Y regresó a tierras castellanas con el objetivo de recrear la construcción.
Desde lo alto del castillo divisaba todos sus dominios. Mandó llamar a los mejores ingenieros de la zona para planificar lo que sería su propia gran muralla. Un ejemplo de fortaleza que mostrase su poder. Cada mañana el señor de Almenara se levantaba pronto para repasar los detalles en cada avance. El castillo fue reforzado con una muralla que ni los más importantes baluartes al sur del Duero poseían tal tesoro de piedra. Pero no era suficiente. Quería más. Y entre sueños y deseos, enloqueció.
La intención del señor era rodear una superficie de cien mil fanegas con un muro todavía de mayor tamaño que el construido. Era su particular muralla china para dejar a la posteridad. Un ejemplo de grandilocuencia para admiración de las generaciones venideras. Así, poco a poco comenzó a construirse un paño de piedra de diez metros de grosor y treinta de alto. Piedra de las cercanas canteras de Villamayor llegaba en cientos de carros cada día. Estaba dispuesto a dilapidar su fortuna si así fuera preciso con tal de cumplir su sueño.
La hiperbólica construcción rápidamente se difundió por el reino. ¿Quién era aquel loco que quería levantar semejante barrera? Y aquello que el señor de Almenara pretendía, atraer a nobles y plebeyos para admirar su obra, se cumplió sólo con bandoleros y salteadores de caminos, que vieron en la fortaleza un seguro escondite tras sus fechorías. Allí fueron cobijados y agasajados. Algo que enojó a los señores de Salamanca y ciudades cercanas. El lugar se había convertido en un refugio para bandidos. La delincuencia se había disparado en la zona, por lo que decidieron intervenir. Por eso se dio parte de los hechos al rey, quien no dudó en ordenar derribar no sólo la muralla, sino el castillo entero.

El señor de Almenara se resistió ante tal afrenta. Por encima de su cadáver deberían pasar los soldados del rey si querían hacer añicos su sueño. Y así lo hicieron. Tras una cruenta batalla, los salteadores fueron apresados y el señor del castillo muerto por la espada. Nunca más volvió a reconstruirse el castillo, cuyas ruinas son casi imperceptibles ya sobre el cerro de Almenara, aunque aún queda el rastro del trazado de la antigua muralla. Incluso cuentan los más viejos del lugar que en noches de luna llena se pueden escuchar los lamentos del señor de la villa al ver incumplido su ambicioso deseo.

El tesoro escondido (Salamanca)

La leyenda más recordada de la Casa de las Conchas cuenta que la familia propietaria del palacio escondió sus joyas en uno de estos elementos decorativos de la fachada, documentando el tesoro ocultado pero no la concha en la que se depositó. Con ello, se habría ofrecido la oportunidad  a cualquier persona de buscar estas joyas en una de las conchas, dejando una cantidad estipulada como fianza. De encontrar el tesoro, podría llevárselo junto con el dinero dejado en prenda; pero de no ser así perdería su fianza.

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El origen de las conchas de piedra de las Casa de las Conchas (Salamanca)

La mera elección de este elemento ornamental supone ya un cierto enigma y es fruto de algunas controversias. Algunos autores afirman que son una muestra de la pertenencia de los Maldonado a la Orden de Santiago,  mientras que otros piensan que las conchas se colocaron en honor al escudo de armas de la esposa de Rodrigo Maldonado (formado por barras y conchas). También se ha manejado la posibilidad de que fueran un añadido posterior (ya que no están talladas en los sillares, sino que se adosan al muro con ganchos) y que aludieran al símbolo nobiliario de los Pimentel.

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martes, 23 de enero de 2018

El picón de Felipe (Aldeadávila de la Ribera, Salamanca)

El Picón de Felipe es un nombre familiar para la mayoría de salmantinos, no en vano es uno de los mejores lugares desde los que observar la belleza de Las Arribes del Duero. Pero, ¿de dónde viene este curioso nombre?
Al parecer, la leyenda que da nombre a este mirador data del siglo XVIII o principios del XIX. Esta tradición habla de un pastor de Aldeadávila de la Ribera, Felipe, quien solía acudir con sus cabras a este paraje. El joven estaba enamorado de una muchacha del pueblo portugués de Bruçó, a la que no podía ver debido al tremendo corte que provoca el río Duero entre los territorios español y portugués.
Desesperado ante esta situación, Felipe decidió utilizar pequeñas herramientas e incluso sus propias manos para picar la piedra con la intención de provocar un ´derrumbe´ a modo de puente para poder cruzar al otro lado.
Podemos decir que se trata de un precursor de la unión de los dos pueblos ibéricos y del posterior Salto de Aldeadávila, situado a menos de 500 metros aguas abajo, y que se construiría dos siglos después.

Paisaje de Las Arribes del Duero.

Nuestra Señora de Alconada (Alconada, Salamanca)

   Según una antigua tradición, se cree que la milagrosa Imagen de Nuestra Señora de Arconada, fue hecha por Nicodemus y traída a España por los primeros varones que acompañaron al Apóstol Santiago, que fue venerada con el nombre de Nuestra Señora de los Remedios, en la ciudad de Écija, en Andalucía, hasta la dominación de los moros por la pérdida de la batalla del Rey Don Rodrigo, del año 714, con cuyo motivo y con el fin de no dejarla expuesta al furor de aquellos, cogieron esta sagrada Imagen dos Capitanes llamados Rogerio y Fadrique y caminaron con los mayores riesgos hasta Carrión de los Condes, y a la inmediación del lugar de Arconada hicieron un subterráneo en forma de capilla, en donde la dejaron libre de los Sarracenos, en cuyo sitio permaneció oculto más de 400 años, hasta el de 1113, que habiendo observado aquel sitio un gran resplandor como de luces y música, y queriéndose acercar un labrador de los que lo habían observado, oyó una voz que dijo: no pases adelante , viendo al mismo tiempo ponerse sobre una piedra a esta Imagen, y habiendo dado aviso al pueblo, salió este en procesión, halló a Ntra. Sra. en el mismo sitio y con luces encendidas la llevaron a su Iglesia, y colocada en el altar mayor con el nombre de Ntra. Sra. del Socorro, permaneció en él por espacio de 106 años, hasta el 1219, que con motivo de exigir el Conde de Carrión, D. Juan, de sus vasallos, varias contribuciones y no poderlas pagar, se refugiaron en la Iglesia, y habiendo puesto fuego a sus puertas de orden de aquél, se salió Nuestra Señora por una de sus ventanas que miraban al oriente, a vista de todos los que se hallaban en la Iglesia, y se apareció a los tres días a un pastor llamado Marcos, en el valle de las Fuentes, jurisdicción de la Villa de Ampudia, a quien habló la Señora con estas palabras: Marcos, vuelve a la Villa; que el ganado que apacentas yo le cuidaré, di a los Eclesiásticos y Seglares que la habitan, cómo aquí he llegado, y que vengan por mí a este sitio donde me ves, que aquí quiero ser venerada y servida de los fieles”.
Ejecutó Marcos el mandato, pero no habiendo sido creído de cuanto decía, volvió al mismo sitio, lo manifestó a Nuestra Señora, la que volvió a decirle: “Marcos, vuelve por segunda vez a Ampudia a persuadir a sus habitantes la determinación que he tomado de quedarme con ellos en este mismo lugar en que estoy; y si no te creyeran dalos por señal la repentina mudanza que verás en ti(1), pues habiéndote visto con sólo vista en un ojo aparecerás a la de todos con dos ojos claros y con vista, con lo que creerán la verdad de lo que les dices, y confesarán ser esta mudanza de la diestra del Altísimo” . Vuelve el pastor a Ampudia y asombrados sus moradores de su repentina vista le dieron crédito y salió el clero y villa guiados de él al sitio, en donde hallaron a la Sagrada Imagen sobre una piedra(2) y habiéndose postrado todos en tierra, y dándola gracias por tal singular favor, la llevaron en solemne procesión a la Iglesia de la Villa, hasta que se la hiciese, como se hizo, el Santuario suntuoso en que se halla(3).

Noticioso de todo el Conde Don Juan, y arrepentido de sus excesos, solicitó de los de Ampudia le diesen esta Sagrada Imagen, pero negándose a ello, les puso pleito ante el Ilustrísimo Señor Obispo de Palencia, y seguido por los trámites judiciales, recayó la sentencia de que fuese restituida a su Iglesia de Arconada, a cuyo efecto vinieron diez leguas en procesión los de este pueblo e inmediatos, y dispuso el Conde D. Juan una magnífica carroza tirada de tres pares de bueyes, y colocada en ella Nuestra Señora; al tiempo de tirar estos, reventaron, sucediendo lo mismo con los que pusieron por segunda y tercera vez, quedando aún más admirados, cuando vieron todos salir del carro a Nuestra Señora y que se puso sobre el trono de donde la sacaron, por lo que se revocó en el cielo la sentencia que se había dado en la tierra, dejando tristes y desconsolados a los de Arconada, y alegres con tan gran Madre y Patrona a los de Ampudia, siendo muchos los favores que continuamente reciben y los milagros que han visto, según resulta de su historia que está en el catálogo de las Imágenes aparecidas en España, y compuso el P. Juan de Villafañe, impresa en Salamanca, año de 1726. 


La esquila de las ánimas (La Alberca, Salamanca)

Recorremos las estrechas y laberínticas calles de La Alberca sumergidos en el silencio y en la tranquilidad tan lejana del mundanal ruido. Las horas pasan demostrando que el tiempo, en este lugar, se mueve con otro ritmo. Cuando paseamos de noche, el silencio envuelve este lugar de paz.
De repente, escuchamos una campana. Mejor dicho, tres toques de campana. En aquel silencio, aquel sonido parece venido de ultratumba. No podemos evitar que un leve escalofrío sacuda nuestro cuerpo pero, pese a ello, nuestra curiosidad es mayor que la sacudida y nos acercamos hasta el lugar desde el que hemos oído el ruido. Contemplamos tres sombras, caminando despacio, mientras rezan. Tres mujeres vestidas de negro formando una extraña y lúgubre comitiva. Una de las mujeres vuelve a hacer sonar una pequeña campanilla de manera extraña. El sonido retumba en la piedra y lo devuelve en todas direcciones. Nuestro cuerpo y sentidos vuelven a sentir un escalofrío ante esa visión, esta vez más profundo. Pero no es una visión. Lo que contemplamos es una tradición  alberciana iniciada en el siglo XVI,   denominada “La esquila de las ánimas”.
Cada viernes del año  al atardecer, haga frio, calor o llueva, sin hora fija,  cuando el sol se oculta en el horizonte y la noche cubre todo con su manto, una “moza”, que en realidad es una mujer de cualquier edad, incluso avanzada, recorre las estrechas calles del pueblo, acompañadas por otras dos mozas más tocando  una esquila (campanilla) y portando un candil, mientras rezan el rosario. Cuando llega a las esquinas señaladas, da tres toques de esquila y entona una salmodia (oración) por todas las almas del Purgatorio: “Fieles cristianos, acordémonos de las Benditas Almas del Purgatorio con un Padrenuestro y un Ave María por el amor de Dios…”.  Tres nuevos toques a la esquila para continuar rezando: “Otro padrenuestro y otra Avemaría por los que están en pecado mortal, para que su Divina Majestad los saque de tal miserable estado”.  
 Hace sonar la esquila dando otros tres toques y continúa su camino sin dejar de rezar, hasta completar un recorrido de aproximadamente treinta minutos, mientras sus convecinos rezan, dentro de sus hogares en recuerdo de sus difuntos. La comitiva camina con paso lento hasta que, de repente, se detiene ante una de las casas. La mujer que lleva el farol y la esquila, vestida de negro y cubierta con un capuchón se vuelve hacia la puerta y recita una oración. Tal vez en recuerdo de algún fallecido. La puerta entonces se abre y aparece una mano que les entrega alguna ofrenda, probablemente unas monedas que paguen una misa al fallecido.
La comitiva, según la leyenda, seguirá su camino hasta un antiguo osario alojado en un hueco situado en la fachada exterior de la Iglesia. Protegidas por un enrejado se puede observar en el mismo dos calaveras, unos candiles y un cirio, que siempre permanece encendido a modo de luz para guiar aquellos que se encuentran en el mundo de los muertos.
Pero si sentimos escalofríos mientras observamos la lúgubre visión. Más escalofriante es aquella ocasión en que la moza de ánimas no salió a hacer su recorrido siguiendo la tradición.

Según unos, la moza no salió debido a que la nieve cubría el pueblo y era imposible caminar. Según otros, la moza había muerto ese mismo día. Sea como fuere, los habitantes del pueblo aseguran que esa noche escucharon perfectamente como sonaba la esquila, al igual que todas las noches, al paso por sus casas, sabiendo que la moza de ánimas estaba muerta y que no había salido nadie en su lugar….

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