jueves, 30 de noviembre de 2017

El Cristo de las cuchilladas (Toledo)

Cuenta la leyenda que una noche, Don Diego de Ayala iba de camino hacia la plaza de San Justo para encontrarse con su enamorada Doña Isabel, vecina de ese lugar. Don diego cuando llega a la plaza y, como buen cristiano, hizo una breve oración al Cristo de la Misericordia que se encontraba en la fachada del templo. Justo en ese momento, empezó a escuchar unas voces de una mujer que parecía estar en peligro y que provenían de uno de los callejones aledaños a la iglesia. Raudo, salió en busca de esa dama.
Cuando don Diego se metió por uno de los callejones cercanos, pudo contemplar una dama, que estaba siendo atacada por varios caballeros. Para su sorpresa, esa dama era Doña Isabel, su enamorada, y los que la atacaban, los Silva, enemigos acérrimos de su familia. No tenía más remedio, aunque sabía que poco iba a poder hacer, tenía que salvar a su amada de manos de esos malvados.
Enfrentándose a ellos y herido, consigue arrebatarles a la mujer, pero no llegaron lejos: quedaron rodeados en la esquina de la Iglesia, debajo del Cristo de la Misericordia al que antes le había dedicado una oración. Dándose ya por muertos, pidió al Cristo que, si tenía que morir alguien, que fuera él, ya que su amada no tenía culpa de los enfrentamientos de sus familias. Y justo en ese momento, la pared sobre la que se apoyaban se abrieron como si fuera un cortinaje, y se tragó al interior del templo a la pareja de enamorados.
Los Silva no tuvieron la misma suerte: la pared volvió a hacerse piedra, y por más espadazos que dieron, no consiguieron nada. Así que, raudos, fueron a la puerta principal para intentar forzarla y darles caza. Pero las campanas de la iglesia empezaron a tañer con tal fuerza, que los vecinos salieron asustados por las horas, y por si se trabaja de algún incendio en una de las casas del barrio.

Los Silva, ante esto, salieron huyendo y los vecinos, queriendo comprobar que todo estaba correcto, acompañados del sacerdote entraron a la iglesia y, efectivamente, todo estaba intacto salvo un pequeño detalle: detrás del altar, agazapados, estaba esta pareja, y todos comprendieron que lo que allí había pasado había sido un milagro: fueron salvados por el Altísimo de una muerte segura. Todo fueron celebraciones.

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El cristo del Valle (Tembleque, Toledo)

Las narraciones llegadas hasta nuestros días fechan el milagro del Cristo del Valle en el 17 de julio de 1688. Dos peregrinos, identificados como Juan Bautista y Manuel Terrín, tras pedir limosna en una quinta propiedad del vecino de Tembleque Francisco Rodríguez Palmero pintaron al Cristo en la vivienda, tras haber pedido aceite para alumbrarse con lamparillas. El aceite apareció milagrosamente en las vasijas que se suponían vacías. Los peregrinos se fueron del lugar sin dejar rastro.
El romance impreso hallado por el Consistorio temblequeño narra la continuación de esta historia. Tras la marcha de los dos peregrinos, acudió el cura de Tembleque a ver si realmente había algo milagroso en las pinturas de los peregrinos. Para ello las mandó borrar, y para asombro de todos, parece ser que volvieron a aparecer.
Fue a partir de entonces cuando acudieron gentes de todos los lugares y nuevos acontecimientos milagrosos. Como el de una niña ciega, vecina de Mora, que al llegar abrió los ojos y recuperó la vista, y un hombre de Consuegra, que se cortó una pierna con un hacha accidentalmente, y que al llegar al Cristo del Valle sanó sin más explicaciones.
Esta narración también incluye un castigo a los descreídos. Se habla de un molinero que se quejaba de que, con la cada vez mayor llegada de devotos al lugar, muchos peregrinos ocupaban su parcela, que esta cercana. Dijo que no creía en los milagros, lo que provocó que unos «volcanes de fuego» hicieran pasto de llamas con su molino. Así se habrían sucedido un sinfín de sucesos milagrosos de los que el autor del folleto confiesa que no tiene papel suficiente para dejar plasmados, hasta que se resolvió construir en ese sitio la ermita del Cristo del Valle.


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El escudo de Talavera (Talavera de la Reina, Toledo)

Se cuenta que cierto pretor del Imperio Romano, siguiendo la vieja costumbre de erigir monumentos para conmemorar victorias, celebró su entrada en Talavera levantando en la zona del Casar la figura de dos toros junto a una torre. Al parecer, la torre que aparece en nuestro escudo representa las numerosas torres albarranas que llenaban nuestra ciudad; y los dos toros no son toros, sino un buey y una vaca, y simbolizan una costumbre romana muy curiosa que consiste en dejar sueltos a estos animales enganchados a una vertedera. El surco que trazaban al andar era seguido después por los ingenieros romanos para empedrar sobre él un camino. Dicha costumbre no es ninguna superstición, al contrario, se basa en un razonamiento muy astuto, pues los bueyes buscan siempre el terreno menos dificultoso (sobre todo en los ascensos). La fórmula de ingeniería quedó simbolizada para siempre en el escudo talaverano, pues también se empleó para delimitar el término de nuestra ciudad.

Pero existe una leyenda totalmente inventada que da otra explicación a los símbolos de nuestro escudo. Al parecer, este buey y esta vaca eran los únicos animales que quedaban tras el recinto amurallado donde los talaveranos resistían cierto asedio. Los días pasaban y las dos reses cada vez se hallaban más cerca de servir de almuerzo a los asediados. Cuando el hambre se hizo insoportable y ya acudían los talaveranos con el cuchillo a dar el tajo a las pobres bestias, se les ocurrió una idea: abrieron la puerta del recinto y las dejaron libres.

Por esta señal los enemigos entendieron que a los talaveranos nos sobraba el alimento, y viendo que el asedio podría alargarse indefinidamente, desistieron de su intento y se marcharon, pues los enemigos tampoco andaban muy holgados de provisiones. El escudo, pues, reflejaría el momento en que las reses salen de las murallas y dan la victoria a los talaveranos. 

Escudo de Talavera de la Reina

Atlántida (Talavera de la Reina, Toledo)

Antes de que los romanos llegaran a Talavera, según cuenta la leyenda, los habitantes creían ser descendientes de los últimos pobladores de la Atlántida. Éstos, luego de la desaparición de la ciudad, emigraron desde la antiquísima Atlantis sumergida en el mar por las costas de Portugal hasta el estuario del río Tajo.
Desde allí se encaminaron río adentro hasta fundar la ciudad de Akuis, dibujando un entramado de túneles por toda la villa, donde ocultaron todas sus riquezas. Un terrorífico terremoto desvió el curso del río, llevando su trayectoria hacia el sur y la mayor parte de la ciudad se sumergió bajo las aguas. Pero lo catastrófico fue la inundación de todos los túneles y la privación a sus habitantes de todos sus tesoros.

Después de finalizada la Guerra Civil, en el año 1940, artificieros del Ejército español fueron a un domicilio en Ronda de Canillo, para comprobar un túnel en el que durante la guerra, la gente del barrio había utilizado como refugio de los ataques republicanos. Los soldados salieron estupefactos y terriblemente conmocionados. Comunicaron al Ministerio de Guerra un horrible secreto y acto seguido sellaron el conducto que permitía acceder a los túneles.

En el año 1959, dos muchachas, nietas de los dueños de la casa, lograron violentar la entrada y se internaron en el paso subterráneo. Aún hoy en día, una de ellas cuenta cómo la falta de oxígeno puede provocar el desvanecimiento de quien se interne en él.

De todas formas, ambas hermanas continuaron adentrándose en él y la que sobrevivió relata que aproximadamente a doscientos cincuenta metros de la entrada, cuando un fortísimo viento que lo inunda todo se detuvo, se encontraron con un salón lleno de esqueletos y baúles. En el techo, unas placas amontonadas con inscripciones y también armas antiguas.
Unos minutos más tarde, pudieron ver y oír unos pequeños hombrecillos, de rostro pálido y ojos inyectados de sangre que las miraban con desconfianza. Eran calvos y su estatura no sobrepasaba el metro y medio de estatura. Uno de ellos pronunció una frase en un idioma ininteligible e instantáneamente, una abundante masa de agua inundó la sala a la vez que los extraños seres se escabullían entre los intersticios de la pared.

Las hermanas corrieron a toda prisa, sin mirar atrás, en dirección opuesta a la que habían entrado, pero una trastabilló y fue tragada por las aguas. La otra logró escapar, y fue encontrada por un hortelano en un pozo en el Cerro Negro. La joven sobreviviente contó esta historia a quien quisiera escucharla, pero como sucede siempre, nadie le hizo caso, ni le creyó.

Un mes después, el cadáver de su hermana fue hallado flotando putrefacto en la isla del Chamelo. La autopsia reveló que no había muerto por ahogamiento. Sus pulmones estaban en perfecto estado, pero todo su cuerpo estaba plagado de unas marcas de unos pequeños dientes por donde le había sido extraída toda la sangre.

Hace unos años, por las obras del río Tajo y del Lagar de San Prudencio, se ha descubierto una enorme red de túneles que abarcan todo el casco antiguo, y hay quien dice que por las noches se escucha mucho más que el sonido del agua. Hay quien habla de verdaderas conversaciones y voces agudas hablando en un extraño dialecto, chillando exasperados sin cesar jamás. 

Atlantis. Fuente: urbanghostsmedia.com

miércoles, 29 de noviembre de 2017

La princesa mora (Talavera de la Reina, Toledo)


Fruto entre los inestables tratados entre cristianos y musulmanes, una bella doncella mora, Aixa Galiana, hija de Al-Menón de Toledo y sobrina del rey Al-Mamún es conducida a Ávila. Casi una niña, con sus catorce años, llegó triste y abatida ya que sufría de mal de amores: había dejado atrás, en Talavera, a su amado. Ni las fiestas celebradas en su honor ni la tutela de Doña Urraca, hija del rey Alfonso VI, la devolvían la sonrisa.

Era tal su belleza que fueron muchos los caballeros que se interesaron por ella pero el más prendado resultó ser el valeroso Nalvillos Blázquez, que llegó a concertar su boda con ella por medio de su tutora Doña Urraca. Pero resultaba que los padres del doncel ya habían concertado su matrimonio con otra hija de la nobleza abulense, Arias Galindo. Y que el rey, en agradecimiento a su colaboración, había hecho lo propio con la mora, en este caso, su prometido sería un jefe árabe llamado Jezmín Yahia.

Nalvillos, terco como él sólo, se empeñó tanto que consiguió casarse con Aixa (convertida al cristianismo) pero se granjeó el odio de Jazmín y el desengaño de Arias, enamorada perdidamente de él y que debió conformarse con esposar con su hermano Blasco.

Ignorando de quién se trata, Nalvillos traba amistad con Jazmín en un viaje a Talavera. Y tanto le agasaja el primero, que el cristiano no tiene por menos que invitarle a los esponsales de su hermano Blasco, incluso, dándole aposento en su casa palaciega.

Ya en Ávila ambos y dentro de las celebraciones por la boda entre Arias y Blasco, se celebraban torneos y justas y al abulense reta a su nuevo amigo a combatir a espada. Le vence con cierta facilidad y el musulmán se siente humillado, no tanto por el escarnio público sino por ver entre los asistentes a su amada Aixa y apreciar como ésta le observa desesperada, acosada. Y si, el amor que había dejado atrás la mora al ser llevada a Ávila, no era otro que Jazmín.

La tristeza que acompaña a Aixa y cuyo motivo su esposo desconoce, duele cada vez más a Nalvillos que pensando que sufre en la ciudad amurallada, construye para ella una hacienda con todo tipo de lujos en el paraje de Palazuelos, a escasas leguas hacia el norte siguiendo el cauce del río Adaja.

Pero ella continuó aquejada por sus dolencias sentimentales, sólo consolada por las visitas secretas de Jazmín que aprovechaba las frecuentes ausencias del esposo capitaneando incursiones militares, para ver a su querida aprovechando la noche. Aquello desembocó de la única forma posible: los amantes se fugaron para retornar a Talavera.

El guerrero vuelve de sus contiendas y encuentra la hacienda vacía y, sabedor de la afrenta, decide ir en busca de los adúlteros. Se hace acompañar por sus más leales caballeros. Sin embargo, no ataca la ciudad talaverana sino que les hace acampar en las inmediaciones, adentrándose en la villa en solitario disfrazado con vestiduras árabes. Eso sí, da orden de atacar si no retorna en dos días.

El ultrajado caballero se dirigió al palacio de Jazmín logrando alcanzar el jardín de esta residencia donde su amada Aixa restaba sola. Tapando su rostro con el esbozo, la dedicó frases lisonjeras, ésta, embelesada, terminó por dejarle acceder hasta su alcoba. Allí, Nalvillos se descubrió y ella llamó presurosa a la guardia que lo apresarán. Ya el ofendido no albergaba ningún sentimiento hacia su esposa al comprobar su adúltera conducta que no era fruto únicamente de un secuestro.

Jazmín decide ejecutar a Nalvillos en una plaza pública quemándole en una pira. Como último deseo, el cristiano pide hacer sonar una trompa de guerra. Accede a ello el árabe, sin saber que aquella era la señal que los caballeros leales al reo aguardaban para atacar la ciudad.

La matanza fue cruenta y el noble abulense vengó su afrenta particular quemando a los amantes en el lugar preparado para su propia ejecución. El resto de su vida la dedicó a guerrear incansablemente ya que no había otro objetivo en su vida que no fuera luchar. A su muerte, fue enterrado en la Iglesia de Santiago, entre los llantos de los abulenses que valoraron su carácter heroico aunque todos conocían por qué nunca llegó a ser feliz en vida.

Nalvillos existió como personaje histórico, la toma de Talavera de la Reina fue un hecho histórico decisivo en el avance cristiano hacia el sur (1083, Alfonso VI) y la finca de Palazuelos es una bella dehesa ubicada entre los encinares al norte de la ciudad. Como siempre en las leyendas, hay retales de realidad y otros aderezos que cada uno debe creer o no en función de los deseos de hacerlo. Mas, cuando pases por la Plaza de Nalvillos de Ávila, recuerda al atormentado caballero y piensa que nunca consiguió la felicidad de corazón que fue lo que buscó en vida y no el ser conocido por empuñar las armas. 

La bruja Elvira (Talavera de la Reina, Toledo)

En Talavera de la Reina, se encuentra un barrio muy extenso llamado ‘Puerta de cuartos’. En este barrio, en donde en la antigüedad hubo un templo en honor al dios Mercurio, se erigió la Iglesia de San Andrés. A pocos metros de allí y hace quinientos años vivió una mujer de nombre Elvira.
Elvira ya tenía unos cuantos años y nunca había estado casada. Sus días transcurrían entre unos campos donde recolectaba hierbas de diferentes clases y la casa que tenía en la Calle del Tinte, adonde muchas mujeres iban a buscar medicinas para sus aflicciones.
Un día como cualquier otro, se dirigió hacia su casa una mujer de la nobleza llamada Lucrecia. Esta mujer de alta cuna, estaba casada con Bernardino de la Rúa, que la engañaba con otra mujer de baja reputación. Lucrecia quería conseguir que su marido volviese a sus brazos, volver a recuperar su amor y que dejase a la susodicha con la que fornicaba. La bruja Elvira tenía la solución, pero requería un sacrificio a la altura. Lucrecia debía conseguir los ingredientes básicos, sangre de su propia menstruación, un cabello de la amante del marido, semen de él y un gallo que jamás hubiese copulado con ninguna gallina.
Hábil y sigilosamente, Lucrecia fue juntando los ingredientes solicitados. La sangre no era problema, apartó un pollito de sus hermanos para que creciese en soledad, del chaquetón de su esposo pudo recoger los cabellos que necesitaba y a pesar del espanto que le causaba, masturbó a su marido en la noche con su boca y guardó el preciado líquido en un pequeño aceitero de barro.
Seis meses más tarde estaba todo listo, la hechicera mezcló todos los elementos en una olla de metal con vino de Montearagón, aceites y un ungüento mezcla de su propia orina y grasa de cerdo. Luego de horas y horas de cocción, con un olor pestilente, ordenó a la mujer que se desnudase y degolló al pobre animal, untando por completo el cuerpo de la noble dama con su sangre. Más tarde le dio a beber la horripilante pócima y le exigió que a las cuatro de la mañana, mientras todo el mundo dormía, diese dos vueltas a la Iglesia de San Andrés, rodeando su huella con la sangre del gallo.
Obediente, Lucrecia hizo todo lo que le ordenó la vieja, pero meses después su marido seguía con su amante y además asistía a todos los burdeles que había en la ciudad.
Lucrecia enfermó gravemente de los pulmones y el corazón. Una noche tras una terrible pesadilla corrió hacia la casa de la hechicera y la inquirió por no haber dado solución a su mal. La bruja le prometió esta vez, un resultado que la favoreciese, pero Lucrecia en un rapto de locura, le clavó un punzón en el corazón. Días más tarde, unos caballeros de la Santa Hermandad, encontraron a Lucrecia con un aspecto desaliñado y completamente fuera de sus cabales. Les dijo que el mismísimo diablo había estado copulando con ella noche tras noche y que a pesar de sus rezos no había sido oída.
Después de que el párroco le practicó un exorcismo, la mujer se mantuvo silente hasta el día que falleció, varios años más tarde, habiendo sido recluida en un convento de monjas para pagar el pecado de haber practicado la brujería.

Se cuenta que en algunas noches se puede ver correr un gallo alrededor de la Iglesia de San Andrés y si antes de una semana el que lo ve no se arrepiente de sus pecados, también puede enfermar del estómago y del corazón.

Leyenda de la bruja Elvira

La mujer del marinero (Talavera de la Reina, Toledo)

A mediados del siglo XVI vivía en la calle mesones de Talavera de la Reina, España una hermosa mujer llamada Isabel. Su marido era un intrépido marinero que había llegado a navegar por los siete mares.

Isabel, era una mujer amante de su casa y de su marido, aunque tenían un problema, que disgustaba grandemente a ambos: Isabel no se quedaba nunca embarazada. Una primavera, las naves españolas iban a partir desde el puerto de Cádiz en una travesía que les iba a llevar durante varios meses a recorrer las costas de América Central.

Durante este periplo, Isabel, quien era una mujer muy hermosa, cuidaba de la casa y de unas tierras que tenía en la localidad de Belvís de la Jara.

Isabel además de bella, era una mujer muy limpia para su tiempo. No hay que olvidar que bañarse diariamente era considerado por los españoles de aquella época como un signo de judíos. De todas maneras Isabel llenaba una tinaja con agua del pozo del patio y luego se sumergía en ella durante horas. Esto le relajaba mucho y le hacía olvidar la pena de tener a su esposo en tierras tan lejanas.

Isabel cometió el error una tarde de verano, de dejar la ventana, de su cuarto abierta para que entrara la fresca brisa del Tajo, olvidando que desde la ventana vecina alguien podría verla. Efectivamente, una anciana inmiscusora, cada tarde la veía bañarse en su tinaja. Esto le valió a Isabel una denuncia ante el tribunal de la Santa Inquisición. Aunque como nada pudo ser probado, Isabel fue dejada en libertad.

Dos años más tarde cuando su marido regresó de la isla de la española, le trajo a Isabel muchos regalos: la resina seca de un árbol que se masticaba sin tragar, varios abalorios de cuero y conchas comprado a los indígenas y una especie de hojas grandes, enrolladas, cuya punta, los indios quemaban y por el otro extremo chupaban el humo con gran placer. Sin saberlo Isabel estaba probando uno de losprimeros puros que llegaron a España.

Cuando su marido en primavera volvió a enrolarse en otro navío conquistador. Isabel, volvió a cometer el error de dejar la ventana abierta. Esta vez, la anciana cotilla, avisó al cura de la parroquia cercana de Santiago y ambos espías ante su estupor, no solo vieron a Isabel bañarse en su tinaja, sino que esta soltaba bocanadas de humo por la boca mientras chupaba un extraño instrumento semejante a un falo.

Esta vez la denuncia tuvo una sentencia inculpatoria. Isabel fue condenada a muerte y quemada en la plaza de la Cruz Verde por bruja.

Cuando su marido regresó a Talavera y entró en su casa, encontró la tinaja aún repleta de agua y sobre la superficie habían nacido nenúfares.

El hombre quien tantas veces se había salvado de estragos en la mar, del acoso de los piratas ingleses y las racias de los indígenas corrió hacia el río y gritando el nombre de Isabel se tiró y nunca se supo más de él.

Aún hoy, dicen… si se cruza el puente romano justo a la hora en la que Isabel fue quemada (las dos de la madrugada) y uno se asoma al río, puede ver el rostro de la mujer y escuchar sus espeluznantes gritos cuando las llamas comenzaron a consumirla.

La mujer del marinero

La bruja Catalina Sánchez (Talavera de la Reina, Toledo)

Hace ya cuatro siglos, en la Ciudad de Talavera, residía una conocida hechicera llamada Catalina Sánchez. Catalina Sánchez era capaz de conectar con seres infernales y de echar las suertes con naipes y otras artes oscuras.

Cuenta la leyenda que sus rituales oscuros se realizaban al lado de la Iglesia de San Andrés y muchos nobles y personas influyentes recurrían a ella para diversos casos, entre ellos para contactar con los muertos.

Catalina solía ir a misa de siete, pero sus fines no eran piadosos, su objetivo era otro muy diferente, acudía a la celebración para conseguir agua bendita que luego utilizaría en sus rituales nocturnos.

Fueron muchos los testigos que ratificaron las artes oscuras de Catalina ante el tribunal de la Inquisición, entre ellas, una supuesta amiga de la bruja que describió con detalles el ritual que seguía.

Todo comenzaba al anochecer, Catalina se acercaba hasta la Iglesia de San Andrés y colocaba, en cada una de sus esquinas, ochavos o monedas. Cuando ya había anochecido con el agua bendita robada por la mañana, hacia un círculo y se introducía en él, después rodeaba el círculo de velas negras y repetía oraciones a Santa Marta.

A continuación comenzaban a acercarse hasta el círculo iluminado diversos animales, lobos, cerdos o incluso perros con las monedas en sus bocas.

Las bestias no podían atravesar el círculo de agua bendita y se dejaban interrogar por la bruja.
Una vez obtenida la información, Catalina se despedía de las bestias, de nuevo con oraciones a Santa Marta.


La pena que le impuso la Inquisición fueron 100 latigazos y el destierro de la bruja, para la sorpresa del pueblo que esperaba la hoguera para ella.

Juicio de las brujas. Fuente: Caminandoporparedes.com

martes, 28 de noviembre de 2017

El hombre respetado (Talavera de la Reina, Toledo)

Justo antes de que se construyese la avenida de la Real Fábrica de las Sedas -o Ronda Sur- en la toledana Talavera de la Reina, se alzaban allí las ruinas de un viejo castillo en la zona de Entretorres que fue utilizado durante la posguerra y hasta los años cincuenta como "casa de mala vida."

El que dirigía la casa era un hombre llamado Carlos, siempre vestido con su impecable traje blanco, corbatas de lo más chocante y un sombrero de ala ancha. A pesar de que todos sabían a qué se destinaba ese domicilio, Carlos era un hombre respetado y, aunque sus empresas no estaban bien consideradas, eran justificadas por gran parte de la gente influyente.

Pero una noche del año 1951, una de las chicas que practicaba su profesión en la casa amaneció muerta con una cuchillada en su vientre. Después de las diligencias realizadas por la Guardia Civil y la Policía, en sus conclusiones dejaron constancia de que había sido un hecho muy poco común.

No hubo nadie que oyese a la pobre infausta gritar mientras la mataban. La hoja del cuchillo había provocado heridas en sus manos y todo daba a entender que había sido ella misma quien se había infligido aquellas horribles heridas.

Los resultados forenses determinaron un suicidio, pero también que la prostituta llevaba un niño en su vientre. La autopsia y la declaración de una compañera así lo afirmaban. Unos días antes de morir se lo había dicho en confidencia y la amiga no podía entender la causa del suicidio ya qué, según sus palabras, ella estaba feliz por el nacimiento de ese niño. Le había contado que pensaba dejar la mala vida, conseguir un trabajo decente y criar a su hijo junto al padre de la criatura, al que siempre mentaba como su "ángel", por lo impoluto y blanco que siempre vestía.

El tiempo todo lo borra, y dos años después parecía que ya nada quedaba de esa triste historia. La habitación de la muchacha nunca se volvió a usar. El dueño del prostíbulo mandó clausurarla y nadie entró durante un tiempo.

Pero en el verano de 1953, llegó a casa una mujer de aproximadamente unos treinta años. Como era noche de mercado y estaba todo a rebosar, Carlos se vio obligado a hospedarla en la habitación sellada. Al abrir la puerta, el horror, la angustia y el miedo extremo los invadió a ambos. Caras de sufrimiento y dolor estaban dibujadas en las paredes, y también animales como gatos, lechuzas y ratones. Pero el color del terror era un cartel que rezaba: "Tu traje blanco está manchado con el rojo de mi sangre y de la sangre del fruto de mi vientre."

El dueño, asustado y tembloroso, hospedó a la mujer en otra habitación con una compañera y al día siguiente ordenó pintar la habitación. Pero con todo el empeño, los rostros dolientes y las palabras acusatorias volvían a aparecer una y otra vez en las paredes. Carlos intentó empapelar el cuarto, pero una humedad emergida de la nada hacía que el papel se desprendiese y apareciera otra vez el macabro mensaje.
El rumor de lo que sucedía empezó a extenderse por la ciudad de tal forma que Carlos tuvo que cerrar el prostíbulo e irse de Talavera.

Un año más tarde lo encontraron desnudo, tirado en su cama y con un cuchillo clavado en sus genitales.



Junto a la cama y en una silla, su inmaculado traje blanco cubierto a pedazos de rojo. Era sangre, pero no la suya. A partir de aquel momento, la casa quedó abandonada a su suerte hasta casi el año 1994, año en que se la derrumbó para construir una avenida.

Se cuenta que por las noches, en el segundo piso del portal número 16 de esa misma avenida, se escucha llorar a una mujer mientras susurra tiernas canciones de cuna.

Fuente: http://talaveraoculta.es

La mora de la torre Tolanca (Sonseca, Toledo)

La leyenda trasmitida por tradición oral cuenta que en tiempos de Alfonso VI, cuando arrasó la población mora del poblado de La Mezquitilla, cercano a la torre, un moro superviviente andaba errabundo, oraba en el llamado cerro El Moro (al sur de Sonseca) y guardaba a su hija en la Torre Tolanca. Esta bella y morena mora salía a lavarse a la cercana fuente de la "Boticaria". A los atardeceres subía a lo alto de la torre y mientras se peinaba, cantaba lastimeramente su desdicha. Los pastores, que por allí apacentaban su ganado, quedaban embobados por la voz sensible y suave de la muchacha.
   Uno de estos pastores, apuesto galán, se acercó a la torre y se enamoró de ella, comenzando así un romance entre ellos. Todos los días la visitaba a la misma hora y le enseñaba la doctrina cristiana para poder casarse con ella.
   Un día tomando agua de una oquedad con una vasija, trepó por el muro de la torre hasta llegar a la doncella, le colgó una medalla de la Virgen del cuello, ella se arrodilló ante el zagal, y la butizó poniéndola por nombre Soledad.
  El pastor le pidió que se casara con él. Ella accedió y el mozo en su contento hizo un desafortunado movimiento, resbaló y no pudiendo asirse a ningún agarradero, cayó sobre las duras piedras y se mató ante la mirada atónita de la mora.
  Desde entonces, la mora nunca volvió a cantar, sólo lloraba amargamente sobre la roca su desdicha.

También se cuenta, que en esta Torre Tolanca estaba la entrada de unas galerías subterráneas que cominicaba con el castillo de Almonacid o con la cueva del Quinto del Judío, en las faldas de Los Montes de Toledo.

lunes, 27 de noviembre de 2017

La encantada (Santa Cruz de la Zarza, Toledo)

Corrían los tiempos de la Reconquista durante los cuales era Rey de Castilla Alfonso VII (1105-1157). El Señor de Aurelia, un joven y apuesto caballero iba a reunirse con el Señor de Alboer en el castillo de éste último para planificar conjuntamente la defensa del territorio ganado a los moros. En el castillo de Alboer conoció a Juliana, hija del Señor de Alboer y famosa por su gran belleza. Ambos se enamoraron y el caballero prometió a su amada que antes de la Noche de San Juan volvería a su castillo para casarse con ella. Llegado el día Juliana estuvo preparando su castillo para la fiesta, y se retiró a su habitación para esperar la llegada de su amado, donde se peinaba con un peine de oro regalo de su padre años atrás.
La noche había caído y no había noticias del Señor de Aurelia, éste cogió un sendero más peligroso por los desfiladeros de la zona para burlar a una avanzadilla mora replegada por la zona. Una tormenta empezó a desatarse y el padre de Juliana partió en su busca, temiendo que se hubiera encontrado con algún peligro. Juliana quedó sola en el castillo ansiosa y desesperada por la tardanza en llegar de su padre y de su amado, peinándose cada vez más aprisa por el nerviosismo desatado. En esto que llamaron a la puerta fuertemente, y Juliana pensando que eran noticias abrió la puerta ella misma, al abrir se topó con una gitana con su hijo moribundo en brazos que pedía desconsoladamente ayuda al castillo, Juliana en vez de ayudarla la increpó y la echó de malos modos de su puerta; la gitana insistió dos veces más, la última vez Juliana empujó a la gitana tirándola al suelo gritando que se fuera al infierno con su hijo. La gitana levantándose del suelo y mirando fijamente a la chica dijo:
          “Bien quiera Dios que mi hijo salve su vida esta noche porque de no ser así maldigo a este castillo, el cual desaparecerá quedando solo las ruinas, igualmente te maldigo a ti, que desaparecerás con el hasta que un caballero de  armadura blanca venga a buscarte en una noche de San Juan, hasta entonces te condeno a desaparecer y errar hasta la eternidad”
Dicho esto el niño expiró y la gitana levantando su hijo en dirección a los cielos clamó justicia a su maldición, la tormenta se incrementó, las brumas se hicieron con la zona y los rayos y relámpagos redujeron a ruinas el castillo. Al ver lo que sucedía Juliana se arrodilló pidiendo perdón por su culpa. Momentos más tarde un soldado se acercó a Juliana con una tremenda noticia, el Señor de Aurelia se perdió por el desfiladero al no ver la silueta del castillo, y su caballo al asustarse de un rayo se precipitó por el desfiladero llevándose a su jinete hacia el fondo del barranco. Una capa ensangrentada con el blasón del árbol, armas de Aurelia, era la prueba de su final.

Así pues, Juliana quedó maldita a errar para siempre y solamente puede ser vista durante la noche de San Juan peinándose el cabello junto a uno de los muros de las ruinas del Castillo de Alboer, esperando que algún caballero la libere de su castigo.

castillo alboer santa cruz de la zarza

La casa de dos puertas (Santa Cruz de la Zarza, Toledo)

En Santa Cruz de la Zarza –municipio ubicado en el este de la provincia de Toledo- hay un relato parecido que acabó de modo diferente del de Teruel. La leyenda refiere que, en el año 1778, dos jóvenes de esta localidad, Ángela y Alonso, estaban enamorados y aspiraban a casarse.
Pero el padre de ella, D. Juan Manuel de Lara, viudo hidalgo terrateniente, sostenía una vieja enemistad con el padre de él, Alonso Chacón, rico hidalgo también, y por ello no autorizaba la boda de los jóvenes; ni siquiera autorizaba que se hablaran; hasta mandó levantar un muro para que él no pudiera acercarse a la ventana de ella.
Sin embargo, el amor pudo más y Ángela contó a su padre que se iba de su casa para casarse con su amado. Enfurecido, su padre lanzó un terrible juramento; “¡Yo te juro que si sales para casarte por esa puerta, no volverás a entrar por ella, ni viva ni muerta!” pero esto no detuvo a la joven y se marchó.
Cuenta la tradición que, pasados los años, el Rey Carlos III pasó por Santa Cruz de la Zarza y se alojó en la casona del matrimonio formado por Alonso y Ángela. Como en otros relatos semejantes, al final de la estancia, el Rey dijo a D. Alonso que le pidiera lo que quisiera para agradecerle las atenciones recibidas. Alonso recordó el juramento formulado por su suegro y pidió al Rey que intercediera ante él para que lo levantara, a fin de que su esposa Ángela pudiera volver a ver a su padre en su casa. El rey accedió y habló con D. Juan Manuel de Lara que, no obstante, no se mostró dispuesto a desdecirse, ni ante la voluntad del Rey.
Sin embargo, reconociendo la felicidad del matrimonio de su hija y ante la insistencia del Rey, accedió al fin pero, en realidad, sin dar su brazo a torcer. Dijo D. Juan Manuel de Lara: “Ya que el juramento de un hidalgo caballero español está por encima de todas las cosas…, he tenido a bien mandar tapiar esa puerta y que, antes de dos jornadas, se construya a distancia prudencial una nueva puerta. De esta forma, mi hija podrá entrar en esta casa y abrazarme y yo mantendré, por el paso de los años, mi palabra y juramento de hidalgo”.

Final feliz: padre e hija se reunieron y la casa quedó con dos puertas: una tapiada –que se conserva aunque con una ventana abierta en su centro- y la nueva, la que desde entonces se utiliza para los accesos. La casa ha sufrido algunas transformaciones importantes aunque se conservan algunos vestigios más, aparte de las puertas.

El Puente de San Martín (Toledo)

Dice la tradición toledana que a consecuencia de las guerras entre Don Pedro I y Don Enrique de Trastámara, unos de los puentes más importantes de la ciudad quedó malparado, ya que los atacantes utilizaron minas, haciendo volar las defensas para poder entrar en Toledo y los defensores lo cortaron para impedir la entrada de sus enemigos. 
Con todo eso se causaron muchos destrozos en el viaducto. Varios siglos después hacia el 1390, el arzobispo don Pedro Tenorio, deseoso de fortificar Toledo en previsión a posibles necesidades defensivas futuras, ordenó reconstruir dicho puente. Para ello encomendó la misión a una afamada arquitecto, con el fin de afirmarle y hacerle seguro. Convinieron en el precio y el arquitecto empezó su obra con mucha ilusión. Según iba pasando el tiempo el alarife se le iba viendo cada vez más triste, callado, sombrío y huraño. Todos los atardeceres, a la vuelta de su trabajo, su mujer que le conocía muy bien, se sentía decaído y fuera de sí. Nada podía cambiarle su estado de ánimo nadie de la gente que le conocía, acertaba en los posibles motivos que le hubieran llevado a tan repentino cambio de carácter. 
La obra avanzaba con rapidez, y nada parecía cambiar ese estado de ánimo. Su mujer que soportaba su mal humor día tras día, busco con inteligencia lo que a su esposo le provocaba ese mal humor continuo, hasta que un día el alarife abatido le contó lo que le quitaba el sueño y día tras día le abatía. Le confesó que se había equivocado en los cálculos de cimentación del puente, y que cuando al darse cuenta había intentado subsanar el error cometido, era demasiado tarde. Cuando se quitase la cimbra del arco central todo se vendría abajo y que él además de deshonrado y arruinado sería castigado por su negligencia. 
Le comentó a la mujer que había pasado muchas horas buscando una posible solución al problema, muchísimos cálculos matemáticos y no hallaba solución alguna, el mal no tenía remedios. Su esposa trató de tranquilizarle, le prodigó sus más cariñosos consuelos y se dispuso a discurrir una posible solución para sacar a su marido de ese fatídico trance en el que se hallaba. Por fin, después de poco dormir por el mucho pensar se le iluminó la mente y se dispuso a llevar a cabo la acción que tenia en mente, creyendo ser la única solución al grave problema de su marido. Así una noche muy oscura se acercó sigilosa al puente llevando consigo unas teas cubiertas de estopa y embreadas y una yesca. Se situó bajo el arco central y embreando la parte inferior de los andamios y la cimbra sobre la que descansaba el arco, prendió las teas, que posteriormente acercó a la madera y con suma rapidez se alejó del lugar confundiéndose con las sombras de la casa, hasta llegar a la suya, que se hallaba en el callejón del Alarife, estrecha calleja sin salida que se abre al principio de la calle Santo Tomé. 
Mientras tanto, las llamas fueron extendiéndose por las maderas que formaban el andamiaje. Cuando los vecinos quisieron darse cuenta del incendio ya era demasiado tarde. El fuego consumió la cimbra y tras un crujido se vino abajo, arrastrando el arco. 
Al día siguiente la noticia del accidente se fue extendiendo por toda la ciudad acechando la catástrofe a la casualidad. 
El Arzobispo al enterarse del hecho llamó al arquitecto y le ordenó que de inmediato se pusiera manos a la obra con la reconstrucción del puente, este corrigió los errores y poco tiempo después el nuevo y flamante puente se hallaba terminado y en disposición de prestar todos los servicios que se le requerían. 

Al poco tiempo de inaugurado la esposa pidió audiencia al arzobispo se tiró a sus pies y le contó todo lo que había pasado pidiendo, este la escuchó y la levanto del suelo comprendiendo el gran amor que le habían llevado a hacer tan reprobable acción, pero lógica para salvar el honor de su esposo. Para perpetuar la memoria de este hecho y que sirviera de ejemplo de abnegación, sacrifico en ingenio a las generaciones futuras, mandó poner en piedra en un nicho sobre la clave central del puente, la imagen de la protagonista de esta bonita historia de amor, y aun hoy en día mirando desde los laterales del puente se puede ver la imagen de la mujer del alarife.

viernes, 24 de noviembre de 2017

El hombre de palo (Toledo)

Aquella mañana otoñal, plagada de hojas de olmos y castaños, el bachiller Rui López de Dávalos (abuelo del que llegará a ser Regidor de Toledo) y el damasquinador Bernardino Moreno de Vargas comentaban los pormenores de las fiestas de Esquivias, cuando avistaron a menos de un treintena de pies al relojero del Emperador Carlos V, conocido por todos con el sobrenombre de Juanelo Turriano( en la pila bautismal de Cremona, donde vino al mundo con el siglo, rezaba como Giovanni Torrino), que venía hacia la plazuela donde ambos estaban apostados aprocechando los rayos solariegos de tan bendecida mañana. Lo sorprendente no era ver al ingeniero y matemático italiano caminar por estos lares, ya que de costumbre matutina Juanelo solía dar paseos en compañía de su mozo, Jorge de Diana, donde era agasajado y reverenciado por curia y artesanos, licenciado y mercaderes, cortesanos y pueblo llano; nadie olvidaba que Juanelo y su artificio habían calmado la sed del amurallado y empinado Toledo. No.
Las perplejas miradas del bachiller y del damasquinador de aquel día de mil quinientos sesenta y tantos se centraron en el extraño acompañante, que no era su ayudante Jorge, que caminaba al lado de Juanelo con paso balanceante como si el vino de El Toboso hubiera hecho mella por su temprana y aventurada ingestión.
Cuando el resuello de Juanelo y su enigmático compañero de zancada alcanzaron a Rui y Bernardino, éstos fueron incapaces de pronunciar palabra y saludar al relojero del César como en ellos era castellana costumbre. Quedaron petrificados, embrujados por un no sé qué hechizo, como si huebieran visto a los mismisimos Caballeros de Lucifer cabalgando a lomos de dragones alados. Pero no sólo estos dos toledanos quedaron estupefactos, también el resto de vecinos que en ese momento se hallaban en el lugar no daban crédito a lo que estaban viendo aquella mañana de primeros de noviembre. Algunos, incluso, con rodilla en tierra, invocaron a sus santos de devoción, acogiéndose al Santísimo como máximo protector por que podía pasarles.
Turriano, ajeno a la perpejeidad de sus vecinos, anduvo su camino por la calle estrecha que conducía hasta el Palacio Episcopal, asiendo de vez en cuando a su acompañante por un brazo para que éste no diera de bruces con el suelo. El personaje tan enigmático que había causado el terror, más que la admiración, entre la población no era otra cosa que un autómata de madera que, según los presentes, se movía con tal garbo y destreza que en nada tenía que envidiar a los agüeros que desde el Puente de San Martín al Zoco acarreaban todas las mañanas el agua que refrescaba los gaznates de los curtidores, plateros y alfareros, que a grito pelado vendían en este mercado sus artesanas manufacturas. Al día siguiente, Juanelo Turriano repitió el mismo paseo acompañado de su autómata, y aunque la expectación fue la misma el recelo de la muchedumbre, sin embargo, se convirtió, una vez más, en admiración hacia el ingeniero al que les tenía acostumbrados el relojero italiano de Carlos V. Ese día, si cabe, el autómata de Tuerriano daba zancada más acordes con los andares imperiales, muy de moda en Toledo tras imponerse la iconografía de los reales Alcázares de Sevilla donde Carlos V y el amor de su vida, Isabel de Portugal, habian contraído matrimonio canónico en la lejana y añorada madrugada del día 11 de marzo de 1526.
Fue una mañana histórica, de reconocimiento multitudinario, puesto que la voz se había corrido tanto o más que la pólvora utilizada por el Emperador para poner orden en sus vastos territorios europeos. Cientos de toledanos madrugaron para ver persoalmente el nuevo invento de Juanelo Turriano, y apostados en las calles en filas interminables, como si fueran a presenciar el cortejo procesional del Corpus Christi, esperaron pacientemente a que el relojero saliera de su casa camino del Palacio Episcopal. Incluso representeantes del Santo oficio participaron en este espectáculo por si la inspiración luterana y hereje hubiera poseído al hasta ahora modélico católico y apostólico Juanelo Turriano.
El relojero abandonó su vivienda a la misma hora que solía hacerlo cada mañana, pero para la decepción de todos, Juanelo iba acompañado ese día por su ayudante Jorge de Diana y no por el protagonista que había causado tamaño revuelo y congregado a cientos de toledanos a lo largo de la calle por donde supuestamente caminaría el autómata. Entre la vecindad se alzó una voz, y preguntó a Turriano: "Señor, ¿dónde habéis dejado hoy a vuestro famoso hombre de palo, del que todo Toledo habla y que nos ha reunido a todos aquí?". Juanelo, envuelto en capa de paño segoviano por las tempraneras heladas que presagiaban un duro invierno en la Ciudad Imperial, se dirigió al grupo de donde procedía la interrogante voz, y con palabra pausada e ineludible acento italiano, respondió: "Estén todos ustedes tranquilos que al que llaman hombre de palo, que para mí es sólo un pasatiempo y un juguete, saldrá de mi morada no más tarde de que el sol limpie la escarcha de esta plazuela". Dicho esto, Juanelo y su mozo se dirigieron hacia el Puente de Alcántara para inspeccionar su artificio y comprobar que la compleja y gran noria funcionaba a la perfección y que el suministro de agua al Alcázar era constante y fluido. Allí, en los aledaños de la casa de Juanelo, permanecieron todos, sin que nadie se atreviera a abandonar su privilegiado emplazamiento que le permitiría ver a la estatua moviente.
La dueña de la casa abrió el protón, y ayudando al autómata situarse en ruta, lo acercó con delicadeza al centro de la calle. Acto seguido, el hombre de palo echó su pie derecho hacia delante y comenzó a andar, y después de muchas reverencias y cortesías llegó hasta el Palacio Arzobispal, donde tomó la ración de pan, carne y sal que a Juanelo Turriano correspondía como aparejador de la Catedral, nombrado en su día por el Cardenal Tavera, prelado entonces de esta Diócesis. Una vez depositadas las viandas en un pequeño saco que colgaba a modo de mochila de su hombro hasta alcanzar media espalda, al autómata dio media vuelta sobre sí mismo y recorrió el camino andando, donde el ama le esperaba impaciente. Este paseo del hombre de palo fue del agrado de todos los toledanos, que a partir de ese momento reforzaron, aún más, la convicción de tener entre su vecindario al más insigne y sabio de cuantos científicos vivían en la época.
Fue a partir de entonces cuando la popularidad del italiano traspasó todas las fronteras atribuyéndole nuevos y prodigioso inventos desarrollados en su época milanesa, y que, según los rumores alentados por el populacho, había cuadrado con extremo celo hasta su muertes el Emperador Carlos V para su deleite personal en su retiro de Yuste, donde Juanelo vivió casi recluido en Cuacos en compañía de otros destacados inventores, astrólogos y científicos. Se decía que había construido pájaros que batían las alas y cantaban, y tanta era su naturalidad que había que atarlos para que no se escaparan. Otros aseguraban haber visto varias estatuillas de hombres armados a caballo, que tocaban las trompetas y los tambores. Incluso, su fiel amigo y cronista Ambrosio de Morales describía el modelo que hizo de una "dama de más de una tercia de alto, que puesta sobre una mesa danza por ella al son de un tambor, que ella misma va tocando y da vueltas tornando a donde partió".
El hombre de palo se convirtió así en la atracción preferida por los toledanos, que incluso, venían de los pueblos y de la vecina Madrid para ver in situ al autómata de Juanelo que, puntualmente, unas veces acompañado por su creador, otras en soledad matutina, recorría el camino que distaba entre la casona del sabio italiano y el palacio de la curia toledana, donde los eclesiásticos tenían en el autómata una de sus preferidas diversiones. "sólo le falta hablar", comentaba Saturnino Bellido, santero arzobispal, que era el primero en recibir a la estatua andante antes de que ésta recogiera en su pardo saco las prebendas alimenticias que correspondían a su amo y creador. La popularidad del autómata llevó a los toledanos a renombrar la estrecha calle donde la estatua moviente tenía más dificultades de atravesar, y que antecedía a la plaza donde se hallaba el Palacio Arzobispal, siendo bautizada pro el propio pueblo como Calle del Hombre de Palo.

Así fue como el hombre de palo quedó inmortalizado en la historia milenaria de Toledo, y hoy todavía perdura la calle que lleva su nombre, por donde el autómata, de dos varas de alto y miembros correspondientes, paseó su gracia, unas veces vestido de corto, otras de golilla, pero siempre exhibiendo una cariñosa cortesía que cautivó a los guachos del Toledo que pocos años después perdería la capitalidad del Reino. Tal era la devoción de estos muchachos, tal su querencia con el hombre de palo, que los corros infantiles quisieron dotar a la estatua de vida propia y tratarla como un vecino más del amurallado Toledo, bautizándolo con el nombre de Don Antonio, pero eludiendo dotarlo de apellido no fuera que el árbol genealógico de Giovanni Torriano, a pesar de no estar blasonado, se sintiera herido en su historia ancestral por llamar al hombre de palo Don Antonio Turriano, que como criatura creada por el relojero de Carlos V le debería corresponder.

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jueves, 23 de noviembre de 2017

El castillo templario de Dos Hermanas (Navahermosa, Toledo)

Los aldeanos veneraban una Virgen situada en la capilla de la fortaleza. Un día que vecinos y caballeros templarios estaban oyendo misa, acertó a entrar en la iglesia una cierva extraviada que entró por una puerta y salió por otra tan campante. Asombrados, todos los asistentes salieron corriendo detrás de ella, incluso el propio sacerdote que oficiaba la Misa.  

Este gesto tan poco cristiano sentó tan mal a la Virgen que condenó a los lugareños a vivir errantes durante tres generaciones.  Y para obligarles a abandonar el lugar, volvió las aguas insalubres y los aldeanos empezaron a morir, empezando por el sacerdote que dejó la misa a medio concluir.  Los supervivientes abandonaron el lugar avergonzados por su conducta y perseguidos por la maldición del Cielo, puesto que la cierva era una bruja transfigurada.  La leyenda afirma que el alma del mal sacerdote templario continua vagando por aquellos riscos esperando que algún otro termine la misa que dejó inacabada.

miércoles, 22 de noviembre de 2017

La cueva de Hércules (Mocejón, Toledo)

Dicen las leyendas que el héroe griego Hércules, cuando llegó a Toledo, construyó un palacio descrito por unos y por otros como un edificio maravilloso que daba gloria a la ciudad y en el que se supone que guardó un gran tesoro. Más tarde cerró sus puertas dejando a diez guardianes, a los que entregó la llave del candado. Dando orden expresa a estos que cuando muriera alguno fuera remplazado por otro.

    Así pasó el tiempo y se cogió la costumbre que los reyes posteriores pusieran cada uno un nuevo candado en la puerta de este palacio, como reconocimiento de la disposición de su creador, cuyo objetivo era que nadie entrara en él para evitar posibles males.

   Llegaban los candados a número de veinticuatro en el tiempo que empezó a reinar el último monarca visigodo, don Rodrigo, al que los jueces y clérigos de la ciudad le insistieron a que pusiera su candado como tradicionalmente habían hecho sus antepasados. Este rey no sólo se negó a ello sino que quiso entrar en el recinto, intrigado enormemente por lo que había dentro del recinto pudiera encontrar. Por todo el mundo fue advertido que no lo hiciera, y que si lo que buscaba eran tesoros ellos se lo conseguirían para él, pero don Rodrigo hizo caso omiso de las súplicas, pidiendo las llaves de los candados que ya estaban colocados. Al notar la tardanza pensó que era desobedecido y uno por uno fue arrancando los candados de las puertas hasta que penetró en las puertas del palacio.

   Lo que por fuera parecía tener forma cilíndrica en su interior era cuadrado, formado por cuatro estancias. Una de ellas era blanca como la nieve; otra negra como la pez; otra verde como la esmeralda y la cuarta roja como la sangre. Al llegar a la tercera sala se encontró un arca finamente labrada, con un candado que al final también violentó, con gran deseo de descubrir el gran secreto que contenía. Cara de asombro tanto en el monarca como en los que le acompañaban al descubrir que en su interior una tela blanca que tenía pintados hombres con arcos, flechas, lanzas y pendones, montados sobre caballos y todos ellos vestidos a la usanza árabe. Tenía también una inscripción o leyenda que rezaba así: <<Cuando este paño fuere extendido y aparecieran esas figuras, hombres que andarán así vestidos conquistarán España y se harán de ella señores>>.

   Al rey le preocupo bastante lo allí visto, y arrepentido dejó todo como estaba antes de entrar, ordenando a los que allí se encontraban que no comentaran nada de lo sucedido.
Cuenta la leyenda que al poco un águila gigante bajó con un tizón encendido en el pico y lo depositó en el palacio y que aleteando fuertemente sobre él produjo tal incendio que al poco dicho palacio se hallaba reducido a cenizas y que éstas fueron tomadas por otras aves, que con sus alas las esparcieron por toda la península.

En el año 711 Toledo era conquistado por los musulmanes tal como predijo la tela blanca.

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La cristiana y el califa (Mascaraque, Toledo)

Cuenta la leyenda que El Walid de Córdoba, tuvo que hacer un viaje rutinario por los Reinos Taifas. Se trataba de un joven guapo y apuesto Califa muy versado e instruido en conocimientos diplomáticos que en aquellos momentos eran muy necesarios. Se hallaba atravesando "Ma'ancha", o "la tierra sin agua", como los árabes la llamaban, era verano y hacía mucho calor.
Llegaron una población llamada Villa Silos, (la actual Villa de Mascaraque), y allí se detuvieron para refrescarse y descansar. En la fuente del pueblo, el joven califa se encontró con una mujer bellísima que jugaba con el agua de la fuente. Muy amablemente le ofreció beber de su mano y entre juegos y salpicones surgió una tremenda atracción.
Aunque la mujer estaba casada con un hombre del pueblo, la pasión se desató entre la cristiana y el califa. Mientras Califa estuvo por aquellas tierras, la cristiana no perdía oportunidad de escabullirse de su marido y lanzarse a los brazos de su joven e instruido amante.
Mientras los dos amantes vivían su idilio, los rumores comenzaron a circular por Villa Silos. El marido de la joven cristiana acabó por enterarse, era un hombre de campo, huraño y bastante adusto. Esperó que el califa se fuera para repudiar a su esposa y echarla de su casa, levantando al pueblo entero en su contra. La cristiana al verse sola contra un pueblo enfurecido, corrió buscando refugio en el castillo de Almonacid, gobernado en aquel momento por un Rey Moro pariente y amigo del Califa.

Este, mando emisarios rápidamente al califa para ponerle al corriente de lo que estaba pasando. Cuando el Califa se enteró, según cuentan, fue tal su desesperación, que reventó un caballo en su camino de regreso para proteger a su enamorada cristiana. Y así fue como le construyó el Castillo de Mascaraque a su joven amada y protegido por los Castillos de Mora y de Almonacid.

martes, 21 de noviembre de 2017

La mágica sierra de Layos (Layos, Toledo)

En la conocida como Sierra de Layos, monte al que relacionan con ciertas leyendas, tan en conexión con Toledo, como la de la Mesa del Rey Salomón y el Grial. En relación a restos arqueológicos, se ha documentado un poblado en altura de la Edad del Bronce -dentro de lo que se conocen como "motillas" o "castellotes" del Bronce Manchego- y la presencia de un santuario dentro de una cueva, que los naturales de Ajofrín conocen como La casita de los lobos.
Porque en la Invasión de los musulmanes en la Península Ibérica tuvo lugar un hecho curioso, y es que la trayectoria que llevaban los invasores no era al azar, conquistando cualquier ciudad hispánica, sino que se dirigieron rápidamente a la ciudad de Toledo, para apoderarse de todos los tesoros sagrados y de poder de la Cristiandad, especialmente de la Mesa de Salomón.

El Cerro Layos es una sima sagrada, que vista desde el olivar de Ajofrín presenta el perfil perfecto de un dragón acostado. Es un lugar sagrado desde el Paleolítico, varios yacimientos arqueológicos del término están a su alrededor, así como diversas necrópolis confirman la reverencia que provocaba desde la antigüedad en sus primitivos pobladores. No es extraño que su emplazamiento fuera escogido para enterrar tesoros por los visigodos. Ajofrín es uno de los pueblos más antiguos del Reino de Toledo y eso es decir mucho.

Su Historia está plagada de misterios y enigmas. Está vinculado a leyendas y tradiciones donde se describen dos objetos sagrados y misteriosos, la Mesa de Salomón y el simbólico Grial. La etimología de Ajofrín, proviene del vocablo árabe “Aljofarín”, recordemos que la Mesa, era rica en “aljófar”, pero por si esto fuera poco. Un fragmento del citado Castillo de Faras, de la leyenda, podría ser, la conocida como “Cárcel Visigoda” por parte de los Ajofrineros. En un documento de compraventa de un mozárabe del pueblo vecino de Mazarambroz, se cita una parcela de Ajofrín como colindante con “Castello de Fahr o Fhirias”. Esta parcela estaría situada en la cara del Cerro Layos que da a Ajofrín.
En relación a restos arqueológicos, se ha documentado un poblado en altura de la Edad del Bronce -dentro de lo que se conocen como "motillas" o "castellotes" del Bronce Manchego- y la presencia de un santuario dentro de una cueva, que los naturales de Ajofrín conocen como La casita de los lobos.

El Cerro Layos es una sima sagrada, que vista desde el olivar de Ajofrín presenta el perfil perfecto de un dragón acostado. Es un lugar sagrado desde el Paleolítico, varios yacimientos arqueológicos del término están a su alrededor, así como diversas necrópolis confirman la reverencia que provocaba desde la antigüedad en sus primitivos pobladores. No es extraño que su emplazamiento fuera escogido para enterrar tesoros por los visigodos. Ajofrín es uno de los pueblos más antiguos del Reino de Toledo y eso es decir mucho. Su Historia está plagada de misterios y enigmas. 

El olmo del Milagro (Illescas, Toledo)

Según cuenta la tradición es el olmo en el que quedó atado el burro que transportaba a Francisca de la Cruz, la moza sobre la que la virgen obró el milagro, llegó allí sin poder andar y salió por su propio pie, allá por el 1562.
 Sobre las nueve de la mañana del día 11 de marzo de 1562, había ingresado en el hospital una moza tullida, Francisca de la Cruz, que tenía las pantorrillas pegadas a los calcañares y no podía andar sino a gatas. Venía echada de bruces sobre un borriquillo con dos costales de paja atados a lo largo de los lados del lomo. Era acompañada del hospitalero de Torrejón de Velasco, Pedro Marcos y su mujer Mari Rodríguez, e iba camino de Toledo, dónde ingresaría en el Hospital de los Incurables.
 Ella había oído hablar de las mercedes de la Virgen de la Caridad, y recién llegada, la hospitalera le recomienda acuda a la Sra. a suplicar salud. Se hallaba en el patio del Hospital echada al sol y andando a gatas se llegó hasta cerca de la entrada a la capilla. Había muchos testigos, y abiertas las puertas, comenzó a hacer oración rogando a la Sra. le diera salud en sus piernas o la llevase de esta vida.
 Luego le vino un sudor con desmayo que no sabía si era a causa de no haber comido. Siguió arrastrándose hasta las gradas del altar y sentada en ellas y la hospitalera que la vio se arrimó a ella con un báculo, pero Francisca sin ayuda alguna se incorporó y salió por sus pies andando por todas las salas del hospital, proclamando a voces el milagro y también salió por las calles del pueblo. Serían como las dos de la tarde”.

lunes, 20 de noviembre de 2017

Malamoneda (Hontanar, Toledo)

En los campos de la Encomienda de Montalbán, después de la reconquista de la zona por Alfonso VI, los caballeros de la Orden del Temple defendían estas tierras de las invasiones musulmanas. En una de aquellas posiciones, una granja fortificada cerca del río Cedena, los caballeros cristianos se vieron cercados por los musulmanes en la torre defensiva.
Los moros no desistían de tomar la fortaleza y viendo que no podrían hacerlo guerreando, secuestraron a dos caballeros para ofrecerles una recompensa en oro si les abrían un portillo de la Torre. El primero contestó de manera airada y le cortaron la cabeza inmediatamente. El segundo aceptó y recibió una moneda de oro en prenda. Al llegar la noche, el templario traidor abrió la puerta a los moros, quienes encontrando a los cristianos dormidos e indefensos, mataron a todos decapitándolos. El traidor, al reclamar el resto de su recompensa, fue también decapitado.
Los cadáveres de los templarios muertos fueron arrojados a los roquedales para ser devorados por las alimañas. Pero cuando no mucho tiempo después los cristianos reconquistaron el lugar, comprobaron que los cuerpos de los caballeros habían derretido la piedra, hundiéndose en ella hasta que tomó forma de sepultura y preservó sus cadáveres de las fieras. 
 Sólo un cadáver había quedado sobre las piedras, el del traidor. De éste las alimañas solo habían dejado el esqueleto, que en la mano apretaba todavía la moneda de la traición.  Esta mala moneda dio nombre al lugar y al arroyo al que fue arrojada, Malamonedilla.
Los enterramientos se taparon con losas y en el roquedal se grabó una inscripción, relatando el milagroso suceso.  Pero por las noches, el ánima fantasmal del templario traidor busca su moneda para pagar al diablo el rescate de su alma.



La Cueva de los Mártires (Hinojosa de San Vicente, Toledo)

Entre la grieta que dejan dos grandes moles de granito se asoman los ojos asustados de un joven mientras el viento agita su túnica. Desde la cumbre del Monte de Venus mira como el Tajo se acuesta en el valle. Al fondo, angustiado, vislumbra los tejados de los templos de la ciudad de Ébora. Vincencio ha recogido unas bellotas que lleva envueltas en un pedazo de lienzo. Vuelve sobre sus pasos hasta le entrada casi oculta de una cueva por la que desciende hasta su interior. Con las espaldas apoyadas sobre la piedra dos muchachas esperan aterradas, pero sonríen aliviadas al verle mientras le interrogan con su mirada.
-No se ven soldados. El día ha salido despejado y debemos continuar -dice entre imperativo y cariñoso su hermano.
Aunque las hace estremecer el aire que azota la cumbre esa mañana, al salir de su refugio, la luz y el tibio sol de otoño las reconfortan. Con un poco agua de un fontarrón cercano lavan las heridas de sus pies defendidos de una caminata de nueve horas bajo la lluvia tan sólo por unas pobres sandalias. Antes de descender hacia el Piélago, el muchacho mira desconfiado hacia atrás y recuerda las historias que le contaba su abuelo. Aquí mismo se había fortificado el famoso guerrero Viriato y tuvo en jaque a los romanos desde estas alturas. Pero el lusitano al menos tenía armas. Vincencio, sin embargo, sólo tiene la certeza que empapaba todas sus vísceras de que la religión del judío crucificado, la que dice que los pobres heredarán la tierra, era la religión verdadera. Tan seguro estaba que hacía dos días, delante de Dacio, el gobernador que había encerrado a la piadosa Leocadia en las mazmorras de Toledo, había renegado de los viejos dioses asegurando que cuando los romanos los adoraban era como si veneraran a un montón de piedras y palos. Vincencio no lo creía, pero oyó decir a los soldados que le custodiaban que, en la piedra sobre la que descansaba cuando compareció ante el gobernador, quedaron marcados, como si la roca fuera de cera, sus pies y el báculo que le sostenía.
Esos mismos soldados le liberaron esa noche y con sus hermanas Sabina y Cristeta había huido entre encinas y enebros hasta el Monte de Venus. No podía permitir que el empecinamiento que Dacio achacaba sólo al fanatismo de los cristianos afectara a sus hermanas. Pero ellas, tanto y con tanta vehemencia habían escuchado hablar a su hermano sobre la nueva religión, que ya le acompañaban en lo que para unos era delirio y para otros eran convicciones profundas. Estaban ya dispuestas a morir con él sin renunciar al nuevo Dios que los emperadores perseguían con tanta saña.
Caminando entre los robles habían llegado al otro extremo de aquellos montes y podían ver frente a ellos la alta sierra de Gredos que deberían cruzar si querían ponerse a salvo. Unos pastores que los encontraron comiendo moras junto al río Tiétar les dieron refugio esa noche. No subieron por el puerto del Pico pues, junto a la calzada, siempre había soldados que controlaban el paso del ganado y de las mercancías. La senda por la que les condujo uno de los cabreros era empinada pero más segura. Después de alimentarse de carne seca durante cuatro días llegaron, tras atravesar los piornales y las praderas de las cumbres, hasta la ciudad de Ávila. Uno de los pastores, interrogado por los soldados, delató a los hermanos y cuando llegaron a la ciudad de los fríos inviernos estaban esperando para apresarles.
Otra vez los ofrecimientos de renuncia, otra vez mantenerse en esa curiosa fe que a Daciano, en realidad, le parecía tan falsa como la suya propia, una forma más de someter a los que debían someterse. Los desnudaron y los sacaron fuera de la ciudad y después les azotaron hasta la extenuación. En el tormento que llaman hecúleo descoyuntaron sus miembros sobre una cruz en aspa. Como no acababan con sus vidas apretaron las cabezas de los tres hermanos en una prensa formada por dos tablones poniéndoles, en fin, grandes losas de piedra y golpeando sobre ellas con grandes mazos hasta que sus sesos quedaron desparramados.

Después de muertos los arrojaron  a una cueva que llaman de la Soterraña. Y dicen las gentes de Ávila que, como no permitieran los soldados que nadie enterrase los cuerpos, una gran serpiente salió de las profundidades levantada la cerviz y dando temerosos silbidos. Cuentan que un judío miraba sus cuerpos con poca reverencia y la culebra se enroscó en su cuerpo casi asfixiándole hasta que prometió, convirtiéndose al cristianismo, levantar un templo que custodiara los cuerpos de los tres muchachos de Ébora.

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viernes, 17 de noviembre de 2017

El pozo del castillo (Guadamur, Toledo)

Se dice que en el pozo del patio interior de esta fortaleza descansa la cabeza de una joven princesa árabe, Zaida, a la que su padre cortó la cabeza al enterarse de que se veía en secreto con Alfonso VI.
Zaida vivía en el castillo de Guadamur y Alfonso VI estaba en la torre de Cervatos, en el término municipal de Argés. Se dice que, a través de un pasadizo secreto que comunicaba ambas construcciones, los jóvenes mantenían encuentros.
Cuando el padre de la princesa se enteró de lo sucedido, se enfureció tanto que cortó la cabeza de su hija y la lanzó al pozo.

Hoy todavía cuentas los vecinos de mas edad que en las noches más lúgubres se oyen los lamentos de la joven desde lo mas profundo del pozo.

El Castillo de Guadamur. Toledo

La virgen que decidió quedarse en Dosbarrios (Dosbarrios, Toledo)

Cuenta la leyenda que en tiempos de Felipe II, cuando la antigua imagen de la virgen, venía de Madrid  camino de Andalucía, se hizo de noche en los alrededores del pueblo de Dosbarrios.
A la mañana siguiente la galera donde llevaban la imagen de la virgen, se quedó inmovilizada. No había manera humana de que continuara su camino y entonces repararon en que la cara de la virgen estaba inclinada hacia el municipio.

Como no podían moverla de allí creyeron que la virgen quería quedarse en ese lugar. Así empezaron a construir una ermita provisional a toda prisa.

Dosbarrios, Toledo, España, Ermita, Virgen del Rosario del Campo, franceses, Fernando VII, carretera de Andalucía Madrid

jueves, 16 de noviembre de 2017

El moro desairado y la dama cristiana (Consuegra, Toledo)

Un caudillo moro estaba enamorado perdidamente de la dama cristiana poseedora del castillo de Consuegra. Este caballero, cortejaba con gran insistencia a la dama, con la intención de unirse en matrimonio con ella. La joven, con el fin de zafarse del acoso de su pretendiente y con la intención de ganar tiempo, le prometió casarse con él con la condición que hiciera llegar hasta su castillo el agua de un manantial que estaba a cuatro leguas (unos 24 Kms.) de Consuegra, la conocida como Fuente del Moro o Fuente Aceda. 
El caballero moro, prendado de amor por la dama, asumió el reto y comenzó al momento la obra, que logró acabar en un tiempo inimaginable para la época. A todas luces, se presentaba como una empresa imposible y él lo había logrado. El musulmán terminó  el acueducto y trajo el agua hasta una presa cercana al castillo, para retenerla  allí y que pudiera se utilizada por los habitantes del mismo. La dama cristiana, al ver que se vería obligada a cumplir una promesa que nunca tuvo intención de mantener, se quitó la vida llena de rabia y despecho. El pobre caudillo moro despreciado, a pesar de su gran afán, se quedó sin dama cristiana, pero con un suministro inagotable de aguas limpias y saludables.