La fábula nos dice que unos labradores, o bañistas, ¿quién sabe?, la encontraron apoyada en la piedra que hay en medio del río. Sacáronla y la depositaron, con toda devoción, en el viejo templo parroquial, aquel que se edificó sobre la Mezquita a un lado de la plaza central del hisn Mulina mora, (nunca hins Mola) lugar desde donde la duma o reunión de ancianos, gobernaba la fortaleza. Mas, a la mañana siguiente cuando fueron a verla las buenas gentes de la villa se encontraron con que había desaparecido. Desconcertados volvieron al río, y en su ribera estaba la imagen.
Pensaron en una broma de mal gusto. Volvieron a trasladarla al templo donde fue contemplada, con una cierta admiración, por los molinenses. Unos con yelmo, espada, lanza y ballesta, otros con azada, arado y perro pastor. Las mujeres con sus tocas y refajos de colores. Los niños con sus pies descalzos. Pasó la noche y al día siguiente la imagen había vuelto a desaparecer y a encontrarse en las riberas del río. Justo en el mismo sitio. El párroco y los feligreses entendieron que aquello significaba que la Virgen quería allí una ermita para su devoción. Aquellas buenas gentes, se pusieron manos a la obra nunca mejor dicho y levantaron la que podemos considerar primera ermita.
En cuanto a la aparición de la imagen la leyenda puede apoyarse y hasta sostenerse, con una cierta credibilidad si tenemos en cuenta que a lo largo del siglo XV el enfrentamiento con los musulmanes fue frecuente, y además, Molina participo en ellos de una manera intensa, tanto con don Juan Manuel, como después y por más tiempo, con los Fajardo. Lo cierto es que no hay rastro de la posible antigüedad de la imagen, excepción de su talla, que, desgraciadamente para el arte, más que para la religión, fue quemada en 1936. Las fotografías que quedan, así como la hechura que Bernabé Gil imitó y que restauró, en 1993, José Hernández Navarro, hablan de los siglos XIV y XV.
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