lunes, 27 de mayo de 2019

Los marimantas (Benalúa de las Villas, Granada)

Cuenta la leyenda que los novios se iban a casar a dos meses vista y los preparativos de la boda estaban en todo su apogeo. Era tradición esponjar la lana del colchón de los futuros esposos, tarea que consistía en estirarla para darle el mayor volumen posible y, de paso, limpiarla de brozas y desechos adheridos, que procedían de las ovejas. Estos menesteres se realizaban normalmente en casa de algunos parientes o amigos y los participantes, al calor de una mesa camilla, se contaban los chismes que acontecían en la villa, sin que faltaran algunos chascarrillos dedicados a los novios, a los que incluso se les gastaba alguna broma que otra.
-Pues el otro día me dijo la Frasquita que su hombre había cogido al novio y lo había llevado a Alcalá la Real a comprar algunas cosas para el campo, dijo Lola, prima de la novia.
-Esos fueron a Alcalá a ponerse ciegos de vino y luego a jugar a las cartas. Parece mentira que la Frasquita no conozca a su hombre? ¡Ay, si de mi dependiera, donde estarían esos truhanes! Intervino María "la Cachucha".
-¡No seas así, mujer! Siempre estás sospechando de los hombres.
-Es que yo conozco muy bien a los hombres. Mira como tengo al mío, más recto que una vela. ¡Ese no se va de vinos por ahí sin que yo lo consienta!
Todas se miraron por lo bajo sin decir nada y a más de una se le dibujó una sonrisa solapada, mientras seguían escaldando lana en la mesa camilla.
Pilar, hermana de la novia, intervino a continuación:
-¿Sabéis de lo qué me he enterado? El marido de Leonor estuvo de médicos en "Graná" y cuando regresó al pueblo le trajo una preciosa mantelería comprada a una de las gitanas de la Plaza de Bib-Rambla.
-¡Algo querrá el muy tunante! Volvió a interrumpir "La Cachucha", quien añadió:
-Seguro que le ha pedido algo a cambio.
-¿Qué le va a pedir a cambio? ¿Es que no puede tener un detalle con su mujer? Contestó Lola.
--¡Ay hija, si yo te contara! A los hombre hay que tenerlos bien atados, mira el mío, solo sale un par de veces a la semana y siempre aquí, en el pueblo, nada de ir a la ciudad? ¡Que hay mucho vicio!
-¡Pues anda que les estás dando ánimos a la novia! Dijo Pilar.
Conseguido un buen montón de lana escaldada, la novia la metió en un saco limpio, sacando otro para seguir con la tarea. Los dedos de las mujeres, ágiles como picos de gorriones, entresacaban todas las impurezas y después extendían la lana una y otra vez en repeticiones casi mecánicas para darle más volumen
-Pues el sobrino de Mari Paz está rondando a la niña de Encarna, la del molino. Es un buen mozo y muy trabajador...
-¡Otro que tal... Mucha planta, mucho hombretón y con el bolsillo más seco que el ojo de un tuerto! ¿Para qué tanto porte si no tiene donde caerse muerto?
-Mujer, todo no es el dinero, también está el amor, dijo la novia.
-Qué ingenua eres, Amparo, a los hombres hay que tenerlos como a los mulos, dándoles en el lomo todos los días y solo de vez en cuando ofreciéndole una zanahoria, pero de muy de vez en cuando. Mira, cuando yo me casé con el Indalecio solo me tocaba una vez al mes y ahora nos tiramos tres y cuatro meses sin tocarnos? ¡Y así me tiene, como una virgen!
Las otras tres mujeres no pudieron aguantar la risa y explotaron con sonoras carcajadas.
-No sé por que os reís, así es como se tiene al marido controlado y siempre dispuesto a lo que se me antoja.
-Dime, María ¿por qué a tu marido le llaman "el marimantas"?
-Pues no tengo ni idea? A mí me pusieron "La Cachucha" por mi madre, pero a él?
Mientras tanto en la calle ya había anochecido y una figura con una manta enrollada sobre el cuerpo subía por el Callejón de la Cipri en dirección al la Plaza del Pilar. Unos niños que jugaban en la calle del Cerro salieron corriendo asustados al ver al fantasmagórico personaje. En su huida solo gritaban.
-¡Un marimantas, un marimantas!
Una puerta medio abierta dejó paso franco al extraño personaje. Tras penetrar en la casa, se oyó una cálida voz de mujer que decía:
-¿Indalecio, tu mujer no sabe nada de lo nuestro? ¿Verdad?
-Que no, mujer. Esa está en su mundo, creyendo que estoy en casa. Además, mira lo que te traigo hoy.
El "marimantas" sacó del bolsillo de la chaqueta un juego de primorosos pañuelos comprados en la plaza de Bib-Rambla.
-¡Qué detalle, Indalecio!
Y los dos se fundieron en un apasionado beso.

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