domingo, 7 de abril de 2024

El avión sumergido (San Javier, Murcia)

 Por la zona sur del Mar Menor, junto a la Isla Rondella, la parte más profunda de toda la salada laguna, hay un avión sumergido, todo cubierto de algas y rocáceo caracolillo blanco. Tiene su piloto a los mandos, propia calavera tocada de casquete de cuero y gafas alzadas. Los peces de profundidad y las medusas blancas, amigas de las acuosas honduras, pululan silenciosas en torno al aeroplano. Y todo él parece a la espera, eterna, de la orden de despegar para surgir de nuevo a los aires, buscando un destino de tierra que ya nunca tendrá. Sucedió en plena Belle Epoque, dulce periodo prebélico en una Europa feliz e inconsciente. Desde un aeródromo francés del norte de África, despegó uno de aquellos aviones de carlinga inclinada, biplano y gran motor delantero de grueso morro. Anochecía, y era su misión hacer un vuelo nocturno con innovadoras estrategias aeronáuticas. La orientación nocturna experimentaba nuevas técnicas, en realidad pioneras. El avión debería sobrevolar toda la costa argelina de oriente a occidente… pero cierto destino logró desviarlo. Fueron burlados así los planes pensados para erigir un nuevo hito en la Historia de la Aviación. El avión, de la casa Breguet, acabó en la costa española. Nada vio el piloto, salvo el intermitente aviso lumínico de Cabo de Palos. Al poco, el choque con las tranquilas aguas oscuras del Mar Menor, varias horas ya inmerso en las nocturnas sombras. Luego, el posarse sobre el lodoso fondo aledaño a la Rondella. Los barcos que por allí pasan cuando la primera luna llena estival está cercana, si paran el motor, o yendo a vela, silencian voces… pueden escuchar el ruido de la hélice, que aunque siempre quieta, sabe emitir cierto dulce ronroneo del avión presto a despegar. Dice la leyenda que algún día, cuando otra vez la luna llena de Julio tenga la misma fuerza que hizo desorientarse al avión en su vuelo africano, logrará arrancar el avión y alzarse de las aguas, saliendo con el arrastre de luengas algas de sus alas, que, como galas de novia, lo acompañarán en su postrer vuelo. Me contó un poeta ribereño, de esos que saben las causas primigenias de las historias más verdaderas -que son las leyendas- que el avión fue hechizado por la luna, y que perdió su rumbo, raptado por el amor súbito de Selene. Y que cuando, nueva vez, la luna de Julio vuelva a brillar tanto como aquella vez de inicios de Novecientos, la mecánica del avión volverá a sentir la fuerza inmensa del temblor que mueve desde siempre al mundo, y rodando brevemente sobre el fondo, despegará imparable hasta llegar a la misma luna, donde se posará majestuosamente sobre aquel polvo de plata que un día lo hechizó. Estad atentos, pues, a las lunas de Julio desde ahora…