La
leyenda aparece recogida entre los trabajos de Elena M. Whishaw y Windsor, una
adelantada de la arqueología, pero sin formación académica, que vivió en Niebla
entre 1920 y 1937, de la que fue hija adoptiva, y fundadora de la Escuela Anglo
Hispano Americana de Arqueología, como reza en el membrete de sus escritos.
Entre los diversos trabajos que se conservan en el Archivo Municipal de Niebla
se encuentran coplas, leyendas, dibujos, encajes, fotografías y algunos
originales, uno de los cuales se titula “Lucena del Puerto en la historia y tradición del condado de Niebla”, artículo
o capítulo de libro incompleto porque le faltan páginas, además de algunas
estratigrafía de la zona del río, que parece que se ubican en nuestra
localidad.
Quería demostrar la inglesita, como era conocida
entre los Ipliplenses, la existencia de primitivo puerto de Niebla, en su
tiempo “cegado bajo un profundo
arenal”. Para ello, sin el menor empacho, afirma que en tiempos
desconocidos “cuando Andalucía
era colonizada por la raza libia que vinieron a la cuenca del Tinto en busca de
oro, la plata y, sobre todo, .... el cobre...” existió un puerto
que sacaba la riqueza mineral de la mina de Riotinto y que, según la leyenda,
cegó el diluvio universal. Es más, ubica el muelle neolítico de Niebla en el
Desembarcadero, que perdura, y describe, oculto entre “infinidad de plantas acuáticas”.
La imaginación desbordada de nuestra autora, y
posiblemente la pasión, le hicieron emplazar en la Luzena de los íberos “una fortaleza pequeña pero Impregnable (sic,
por inexpugnable, su ortografía española no era muy buena) emplazada sobre la cuesta pendiente de la
ribera sud del río Tinto, una legua más o menos de la ciudad principal de la
región, llamada entonces Ili-Pula, o sea, la ciudad sobre un peñón, hoy Niebla”.
Y si no se ven restos de esta fortaleza, al menos perduran en la parte más
antigua de la población, según dicen y Whishaw recoge, los restos de cuevas o
galerías únicas, cortadas en el barro gris, mientras no se atrevieron a
levantar las casas a la vista de los enemigos. En el mismo sentido, no le cupo
duda, a la hora de catalogar los restos de uno de los molinos mareales que
aún perduran en el río, en la misma época e hipótesis:
“Todavía existen en el
río Tinto al pie de la cuesta apiñada sobre la cual yace el pueblo, los restos
de una presa que atravesaba todo el río desde una ribera a la otra, con un
muelle de tamaño suficiente para recibir todas las más abultadas entregas de
minerales traídas desde Ilipula en los barcazos (sic) que aprovechaban las aguas del canal
para el viaje desde el desembarcadero de Ilipula”
Continua el estudio relacionando la vía romana hasta
Sevilla con el mismo tráfico y mercancías, y es aquí donde surge la leyenda que
nos ocupa:
"Entre Lucena y Bonares hay una
cantera de una clase de laja tan especial que la gente dice que tira al mármol
por su finura y dureza. Está demostrado que dicha cantera era explotada desde
la edad neolítica, porque tenemos en nuestro museo una sección de un altar
circular dedicado al culto del sol, con los rayos saliendo del centro, en el
estilo más primitivo que se conoce, y es de aquella laja......
Visto,
pues, que aquella cantera era en plena explotación tantísimo tiempo antes de
apartar el tráfico general marítimo de Lucena a Onuba, nuestra tradición bien
puede aceptarse como basada en un hecho histórico relatado el el mismo
Evangelio, que aconteció hacia el primer siglo de Jesús Cristo.
Se
cuenta así: un día los canteros trabajando allí vieron parar (por pasar) un señor de aspecto
extranjero y muy venerable, montado a caballo, y yendo por el sendero de Lucena
del Puerto. El caballero les saludó con mucha benevolencia y preguntaba porqué
estaban sacando y preparando con tanto cuidado aquellos bloques de piedra tan
hermosa. Contestaron que era para una ermita que estaban labrando en la ciudad
de Ilípula para el culto nuevo del señor Jesus Cristo, crucificado muy lejos de
allí para salvar las almas de quienes creyeron que era hijo de Dios.
El viajero les contestó,
según la leyenda, que se alegraba mucho encontrar a su llegada a Iberia hombres
creyentes en la religión nueva cristiana, y con tal motivo, les dijo que se
llamaba Santiago y dejaría a ellos para siempre un recuerdo de su paso por su
tierra. Cuando se despidió y desapareció por el sendero caminando hacia el
próximo pueblo, la villa Rosa de los romanos, hoy Villarrasa, los canteros
volvieron a su tarea y vieron con asombro la huella de una pezuña de
caballo hondada en la laja viva, bastante más grande que la de un caballo
natural pero perfectamente bien dibujada. Así supieron que el viajero no
era otro que el Apóstol del Señor, Santiago, que vino de Roma para
convertir al pueblo de España a la nueva religión, y con tal motivo dieron el
nombre de “la Pisada del Caballo de Santiago” a esa cantera. En los siglos
transcurridos después, el nombre y la tradición han perdurado tan granados en
los corazones de los iliplenses como la forma de la pezuña en la roca, y, tanto
es así, que todavía, a pesar de ser España actualmente un estado laico,
cualquier que tratara de desfigurar la Pisada tendría que arrepentirse, aunque
ahora el sendero prehistórico está reemplazado por un camino ancho y moderno; y
ya se va olvidando que Lucena en la antigüedad exportaba en los navíos
extranjeros miles de toneladas de metales durante los siglos de los siglos....
”
Y añade la autora, “yo por mi parte no siento dificulta(d) en creer que Santiago pudiera muy bien
desembarcar en el muelle de Lucena del Puerto para empezar su predicación en
toda la Iberia, una vez que llegaban aquí tantos comerciantes de Italia para el
negocio importantísimo de los productos de la mina”.
Continúa nuestra autora describiendo la relación del
puerto con la mina en época romana, y la llegada de la nueva religión de mano
de los nubios, venidos como mercenarios y adoptados como hijos de la tierra. Y
siendo así, manifiesta de nuevo que,
“podemos aceptar
como un hecho poco más o menos que histórico, la poética e
impresionante tradición de la Pisada del caballo de Santiago, impreso
milagrosamente en la laja dura como mármol, el paso del Santo Patrón de España
por Lucena del Puerto y Niebla, cuando vino de Italia para convertir a los
íberos todavía sin Luz Divina del cristianismo en el norte de la Península
Ibérica.
Sea(n) o no verdad los hechos contados aquí,
sus protagonistas no saben leer y escribir y por tanto no es posible que
los.... (faltan varias palabras ilegibles, a mano) ... tan
solo los saben por palabras de boca, constatados en leyendas heredadas por los
hijos de los padres, generación tras generación, en siglos tras siglos, así
es que ningún científico puede discutir la importancia antropológica y
arqueológica de las estupendas obras prehistóricas que perduran todavía tanto
en Niebla como en el término de Lucena del Puerto, ni las posibilidades de
descubrimientos asombrosos revelando la maravillosa cultura del pueblo”.
Estamos de acuerdo en resaltar la importancia
antropológica de la leyenda, que por cierto no habíamos escuchado nunca antes,
aunque existe otra versión con batalla incluida que tiene poco que ver con la
poética de la nuestra. Aunque el artículo no está fechado y está catalogado
como incompleto, porque pueden faltar algunas páginas, la alusión al estado
laico parece fecharlo casi con seguridad en la República, entre 1931 y
1936, más hacia los comienzos por la relación con otros trabajos.
En realidad, como hemos mantenido en otras
ocasiones, la Inglesita era poco original, y venía a recoger toda una tradición
en el Condado que atribuía el origen de los pueblos a los “artífices y oficiales de las minas”.
Francisco Ramón Garrochena, párroco de la iglesia de San Vicente Mártir, nos
legará por escrito una versión similar, aunque más amplia y cercana a los
luceneros, en los finales del siglo XVIII,
“Éste, mi lugar, es de los que se numeran más
antiguos de este Condado, como es dicha villa de Niebla, cabeza de partido, el
lugar de Beas y otros. Hay tradición bien fundada, se llamó en lo antiguo Ethna,
proviniendo este nombre de la gran multitud o golfo del sur, correspondiente a
Ethna, que se registraba en su cercanía como a un tiro de bala, donde está un
cabezo hacia el lado del sur, que llaman de las minas, en el cual, en sus faldas,
permanece en el día mucha escoria de hierro y a algunos le parece también de
plata, cuyos metales con otros que venían de las minas de Río Tinto, que nace
de ellas y pasa por aquí, se embarcaban en el embogue que hace dicho río en
este término, adonde llega la creciente del mar océano, que dista de aquí
cuatro leguas, para conducirlos al templo de Salomón y después se ha rompido en
nombre de Lucena....”.