Corría
el año 1531 cuando en la iglesia de Santa María, la hermandad de los
Hijosdalgos celebraba su reunión habitual.
Saltándose el protocolo y la sesión del día, Diego de Mazariegos, un joven
inconsciente y atrevido, comenzó a mercadear con sus bueyes y vacas. Al ser
reprendido por uno de los consorcios ya anciano, don Diego, haciendo alarde de
su mayor linaje y nobleza, le cogió el bastón y se lió a golpes con él.
El anciano Francisco de Monsalve hace llegar una carta a su hijo don Diego de
Monsalve, que se encontraba fuera de España, contándole todo lo acontecido.
Éste al recibirla promete lavar la deshonra de la que ha sido víctima su
padre.
Durante días navega y cabalga, en compañía de varios amigos, hasta que llegan a
su residencia en Zamora, situada en lo que es hoy plaza de Sagasta. Es en esta
misma plaza en su lado opuesto donde también tiene su residencia don Diego de
Mazariegos.
Al llegar a casa se encuentra con la desagradable noticia de la muerte de su
padre. Encolerizado escribe una carta a Mazariegos retándole en el Campo de la
Verdad. Éste la recibe estando de cacería.
El Comendador una vez enterado de los hechos y ante el cariz que estaban
tomando, decide detener a Mazariegos hasta que esto se arregle. Pero
don Diego, bien informado por familiares y amigos, no se deja atrapar y
huye.
En vista de que ese cobarde no da señales de vida, esa misma noche por orden
del Comendador, se promulga por toda Zamora un escrito en el que se cuenta lo
acaecido.
Los ciudadanos, atemorizados por las consecuencias que pueden
ocasionar las rencillas entre las dos familias, no se atreven a pasar por la plaza
donde ambos tienen sus residencias. La hierba y la maleza comenzaron a crecer
tanto que la plaza fue llamada popularmente “Plaza de la Hierba”.
Pasan las semanas y el domingo de Ramos, aprovechando que el Justicia Mayor
desfila en la procesión, se lee ante todo el pueblo el siguiente comunicado:
“Cualquier persona que comunique a Diego de Monsalve el paradero de Diego de
Mazariegos recibirá una recompensa de quinientos ducados”.
Diego de Monsalve desesperado por encontrar al villano hace un tunel para
alcanzar la casa de los Mazariegos y, a punto de conseguir su objetivo, es
avisado por un amigo que su rival está escondido en el convento de San
Benito.
Raudo, ensilla el caballo y a todo galope se dirige al convento donde un monje,
encubriendo al cobarde, niega que detrás de esos muros se encuentre don Diego.
Mientras tanto éste se escapa por una ventana.
Mazariegos ante la presión de su perseguidor y del pueblo en general, decide
entregarse al Comendador, al que jura arrepentirse ante la tumba de Don
Francisco de Monsalve y aceptar el reto de hijo a batirse al amanecer en el
Campo de la Verdad.
Despunta el día siguiente y los contendientes se encuentran, cara a cara,
ante la sorpresa de Monsalve por ver a su contrincante sin armadura
alguna.
- Monsalve:
Mucho confiáis en vuestras posibilidades cuando os veo venir sin armadura
alguna.
- Mazariegos:
Realmente no vengo a luchar contra vos, sino a pedirte clemencia, y en señal de
arrepentimiento a entregarte mi espada.
- Monsalve:
Y yo, Diego de Monsalve, acepto en nombre de mi apellido tu espada y tus
disculpas y a partir de hoy contarás con mi amistad así como con mi espada, si
alguien te agraviase en adelante.
Así
es como termina esta noble leyenda zamorana tal y como puede recogerse en la
tradición.
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