La leyenda o tradición de nuestros pueblos de etnia celta, nos describe: "En los valles se establecieron pueblos errantes; se asentaron y cada tribu construían sus castros de piedra. Una parte de estos habitantes, sobre todo mujeres, estaban hechizadas: la mujer engendraba el primer hijo normal; en el segundo parto, moría o nacía tarado.
Reunidas todas las tribus, decidieron desterrar a este grupo de mujeres por considerarlas embrujadas, con su prole, y los conflictivos. Esperaban que los rudos inviernos y la escabrosa tierra los aniquilasen. El destino de los proscritos fue precisamente Terra de Montes. Pero la caza de los montes y la copiosa pesca de los ríos hizo prosperar a la comunidad.
Pronto prosperaron, domesticaron animales, utilizaron los minerales, explotaron la cantería, llegando a ser unos famosos canteros.
Así se desarrolló una comunidad fértil, siendo además la zona de los mejores canteros. Dejaban las bestas (caballos) y mostrencos libres en los montes, (ganado vacuno). En el solsticio de verano, las reunían en cercos de madera, dando origen a los famosos curros. Viendo que la maldición se cebaba en su segundo hijo, decretaron que nadie se casara con miembros de su propia tribu. Tuvieron que encandilar mujeres de pueblos lejanos. No las raptaron. La mujer elegía esposo y entre varón y hembra había respeto, igualdad. Todavía en estos crueles montes se cumple el maleficio. Los Druidas establecían sus moradas entre los manantiales de aguas cristalinas y las robledas.
Sintetizamos sus creencias: se encuentran muy afianzadas en estos elementos básicos: Agua, Aire, Tierra y fuego envueltos en los Espíritus Elementales. Destacamos la devoción por la Gran Madre, protectora de las diosas guerreras, lo que originó la igualdad absoluta entre la mujer y el hombre, olvidada por otras civilizaciones. El Acebo representa a la Gran Madre. Lo plantaron, mimaron y veneraron a este arbusto sagrado, guardián de la sabiduría, dando origen al nombre de este enigmático lugar: ACIBEIRO, el generador de nuestro Matriarcado.
Sintetiza lo terrenal con los espíritus. El aire representa el saber, el agua el atrevimiento, el fuego el querer, y la tierra el callar. Estos cuatro elementos están unidos al Espíritu que habita en el interior de las cosas.
Respetan y buscan el conocimiento de las energías del planeta, de la naturaleza, de la luna y del sol. Estos últimos simbolizan La Gran Madre y el Gran Padre.
Plastificamos el origen de la Creación en nuestra mítica Celta: "Al principio no existía el tiempo, y tampoco dioses ni hombres caminando sobre la superficie de la tierra. Pero sí que existía el mar, y donde el mar se encontraba con la tierra nació una yegua, blanca como la espuma del mar. Su nombre era Eiocha.
La creación siguió su curso: de un roble que crecía sobre la tierra brotó una planta. Y fue en este lugar donde Eiocha dio a luz al primer dios: Cernunnos. Se apareó con Eiocha y engendró más dioses. Sin embargo, los dioses se sentían solos porque no había nadie a quien mandar ni nadie que los adorase.
Por eso, los dioses crearon con madera de roble tanto al primer hombre como a la primera mujer, así como a otros animales. Además, también nacieron gigantes de la corteza de otro árbol que Eiocha había arrojado al agua".
Ello dio motivo que el roble o carballo fuese siempre muy considerado entre nuestros pueblos, que ya lo van dejando en el baúl de los recuerdos. No, Caldas de Reis, los mima, los conserva.. Ellos nos susurran los secretos de nuestro pasado.
Hemos dejado atrás a nuestro río El Umia. Nace en Acibeiro, como el chulesco Lérez. Su curso es muy singular, robando aguas de riachuelos, aumentando su caudal. Mencionamos algunos: arroyos de Raigosa, Filloi y otros. Acapara al río Gallo; llega a Segade de Arriba y se lanza al vacío, pincelando una bellísima fervenza. Su recorrido por la Estrada, Cuntis, Moraña, Caldas, Portas, Meis, Rivadumia, Cambados, es enriquecida por templos románicos, emanando cuentos y leyendas (O Ponte dos Padriños).
Descansamos en este edén de paz y belleza. Este ensayo nos vamos a centrar en su posible origen. Este territorio estuvo ocupado desde la prehistoria hasta la actualidad, ya por su situación, ya por su suave clima, ya por ser mimada por generoso ríos.
Se han hallado mámoas, petroglifos; datan su antigüedad a finales del segundo milenio a.C. Es digno de visitar los petroglifos de A Laxe dos Bolos, en Saiar.
El Tesoro de As Silgadas, depositado en el Museo de Pontevedra. Lo datan en la Edad de Broce (1800-1500 a.C.)
Les recomendamos los estudios sobre este tesoro y otros hallazgos de nuestros antergos: Xoán M. Domato Castro y Beatriz Comendador Rey "El Tesoro Desencantado, As Silgadas".
Se han descubierto numerosos castros de la edad de hierro (siglos VII-I a.C.). En este municipio que esconde sus raíces, ya florecieron nueve castros que confirma su edén para asentamientos de varios pueblos.
Os invitamos a rutear estos vestigios castrenses. El castro de Eirin, en la parroquia de Santa María.
En Bemil, visitaremos tres castros: Follente, que se remonta a la Edad de Hierro; Castro do Outeiro, Castro de Tres Picos. En esta parroquia se encontró el tesoro prehistórico (1941), que se guarda en el Museo de Pontevedra.
Llegamos a San Andrés de Cesar; divisamos las mámoas de San Andrés, de Reirís y del Outeiro, la necrópolis de San Andrés y el Castro de Segade.
Ya en la parroquia de Saiar, se encuentran las Mámoas del Pousadoiro y de Monte Fento, así como la necrópolis de Canles de Touros y el Castro de Xaiba.
Una buena marcha para los amantes del senderismo. Subiendo los montes Castro y Castelo, iremos divisando restos de nuestros pueblos antergos: Localizamos también en San Clemente, el Castro de Cesar (en mal estado por un derrumbamiento de tierra en 1830) y el Castro de Asar. En esta misma parroquia, se encuentran las Mámoas de Monte Armada.
Destacamos el Castro de Follente, en la parroquia de Bemil; éste conserva en buen estado sus defensas naturales, en un lateral del monte Xabre; permaneció ocupado hasta mediados del siglo I d.C.
Era costumbre de los pueblos de etnia celta construir sus castros en laderas de montes, buscando una fácil defensa contra las otras tribus. Se defiende que los castros, ubicados en Caldas de Reis, los habitaban los Cilenos, de etnia celta. Los menciona Plinio y Ptolomeo que aseveran que llegaron a ocupar las tierras entre los ríos Ulla y Lérez.
Los pueblos de etnia celta eran panteístas y adoraban a varios dioses. Creían que cada elemento natural era protegido por su dios. En esta villa adoraban a Edovio, "El que calienta las aguas". Tenía un altar en su nombre; El segundo se encontró en el centro urbano, próximo al balneario Davila.
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