lunes, 30 de abril de 2018

Virgen de la Aparecida (Valverde del Majano, Segovia)


Hace mucho tiempo, estando unos pastores construyendo una cabaña para sus ovejas, encontraron restos humanos, y entre ellos estaba una Virgen. Sorprendidos por este descubrimiento, corrieron a dar la noticia a sus vecinos de Valverde del Majano. Ante esta gran noticia, con gran alegría, todos los vecinos del pueblo decidieron construir una ermita en su honor, más abajo del cerro donde fue hallada la Virgen. Pero los vecinos no salían de su asombro cuando después del trabajo de cada día para levantar la ermita descubrían que durante la noche era destruido y aparecían en el suelo. Sólo después de mucho pensar, decidieron construir la ermita en lo alto del cerro y lo consiguieron sin contratiempos. Y allí es venerada actualmente.

Este hecho también conmovió a Segovia cuando conocieron los acontecimientos vividos. Entonces algunas segovianas pensaron que esa Virgen podría pertenecer a Segovia y que habría sido enterrada allí para esconderla de las hordas sarracenas. Entonces estas segovianas decidieron llevarse durante la noche a la Virgen a Segovia. Llegaron a la ermita y la cargaron en una carreta tirada por dos bueyes. Todas vieron que los bueyes no se movían de la ermita por más que les jaleaban. Engancharon, entonces, una segunda pareja; pero todo resultó en vano. Perplejas por lo que estaban viendo, decidieron bajar de la carreta a la Virgen y dejarla en el pedestal que ocupa y ocupará a través de los tiempos.

El día 27 de noviembre de 1623 a las diez de la mañana, siendo Rey de España Felipe IV y Papa Urbano VIII se produce el descubrimiento del sepulcro en el que se guardaba la imagen de nuestra señora la Virgen de la Aparecida. El obispo de Segovia era Fray Iñigo de Brizuela, dominico, el párroco de Valverde D. Antonio García Vela y el mayordomo de la Magdalena Pablo Lucía. Mazuelos era un despoblado de la jurisdicción de Valverde y la ermita de la Magdalena que se conservaba era la iglesia de ese lugar, la pradera eran las eras de la citada aldea.

Juan López, carpintero, estaba haciendo unos colgadizos por orden de Antonio García Vela pegados a la ermita, para seguro de pastores y labradores, pues de no hacerlo dejaban sus aperos en la ermita. Tiró unos paredones y se encontró con el sepulcro de piedra blanca dividido en dos apartados, el más pequeño cubierto con pizarra, servia para acoger a la Virgen y al niño.

La noticia corre como la pólvora y es comunicada al cura, al obispo, y al gobernador eclesiástico, el segoviano Dr. Arias Dávila, que mandó compareciesen ante él los cincos testigos presénciales del acontecimiento, quienes lo hicieron el 11 de mayo de 1624. Este año el obispo Brizuela dio permiso para la celebración de la primera romería celebrada el 27 de mayo siendo llevada en procesión alrededor de la ermita y hasta la Cruz que descollaba en el camino real o calzado que iba desde Segovia a Valverde. Ya en esta romería se encontraron ensalzando a la señora, gentes de Segovia, de Valverde y de los pueblos del entorno. Pronto llegan los milagros, dos de ellos recogidos en dos de los cuadros que adornan la ermita. Muchos de los documentos del archivo parroquial y del municipio desaparecieron en la revolución de 1868 y con ellos muchos datos sobre el pueblo y la Virgen.

Hasta 1630 la ermita siguió llamándose de la Magdalena y a partir de entonces cambia su nombre por el de nuestra señora del Sepulcro. En 1631 y 1632 se nombra indistintamente con ese nombre y con el de Santuario de Nuestra Señora de la Aparecida y a partir de la última fecha con el de La Aparecida que es el que se ha conservado hasta hoy.

En cuanto las Romerías desde la celebrada en 1624 hasta la de 1627 inclusive se celebraron en el segundo día de Pascua de Pentecostés, pero desde 1628 se trasladó dicha Romería al 8 de septiembre por entender que era el momento más apropiado al haberse acabado con las faenas agrícolas y en este mes estuvo hasta finales del siglo XVII, 1696 año en el que se celebrará el martes anterior al jueves de la Ascensión y en esta fecha se han estado celebrando las romerías hasta la desaparición de la fiesta de la Ascensión, siendo trasladada primero al martes antes del Corpus y al desaparecer esta también, al segundo o tercer sábado de junio.
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La leyenda del Doctor Velasco (Valseca, Segovia)


El monótono sonido de un reloj de pared inunda la habitación. Apenas entran unos pocos rayos de sol a través de la celosía de la ventana. Sobre la mesa, los restos de la cena de anoche, un quinqué cuya llama está a punto de extinguirse y un puro a medio fumar.
Al sonido del reloj se le unen unos pasos soñolientos, amortiguados por la espesa alfombra que cubre el pasillo que da a la cocina. Ataviado con una bata y un gorro de dormir, el doctor Velasco mira con el ceño fruncido la estancia, como si tratase de recordar cual debe ser su siguiente paso. Sus profundos ojos claros carecen de brillo, mirando pero no viendo. Lánguidos, apuntan hacía una habitación, con la puerta cerrada, al final del pasillo. Un mohín de turbación, dolor y angustia los nubla apenas un segundo, como una sombra o un fantasma. Su boca se tuerce en una extraña sonrisa, contradiciendo a sus ojos, que no son capaces de mentir. Esa puerta, maciza y negra, le ha hecho volver a la realidad y rápidamente, como si el tiempo se le escapase de los dedos, prepara un copioso desayuno.
Mientras lo prepara, el doctor parece feliz, hasta tararea una canción, pero hay algo en sus movimientos, una fiebre, una alegría retorcida, que hace que todos sus movimientos sean perturbadores.
-¡Ya voy querida, no te impacientes! ¡Hay que empezar bien el día!
Con la bandeja rebosante de alimentos, el doctor avanza por el pasillo hasta llegar a la puerta maciza y negra.
-¿Estás lista? ¿Puedo pasar?
Silencio.
-Está bien, entro.
Sobre la cama, apenas visible, pues la entornada ventana solo deja pasar unos tímidos rayos de luz, una muchacha con un velo de novia está recostada sobre unos cojines apoyados en el cabecero. Todo su cuerpo parece sacado de una pesadilla. El doctor descorre las cortinas, dejando que la penetrante luz de la mañana bañe la habitación. Cubre su rostro con las manos para protegerse de la claridad.
-Estabas aquí en tinieblas Conchita, ¡con el buen día que hace!
A Conchita poco parece importarle las preocupaciones de su padre. Es más, no parece preocuparle nada en absoluto. Sus ojos son un pozo negro, donde nada puede entrar ni salir. Miran a punto fijo que solo ella parece conocer.
-¿Tienes hambre hija mía? – pregunta el doctor al tiempo que quita el velo que cubre el rostro de Conchita. Por fin podemos mirarla atentamente, y conocerla. Su tez tiene un tono grisáceo, viscoso. Brilla como mármol recién pulido. De su cuerpo emana un penetrarte olor almizclado. Un olor que ayuda a intensificar la atmosfera malsana que envuelve todo el lugar.
-Estás muy pálida, tienes que comer Conchita. Abre la boca – El doctor introduce en la boca de su hija un trozo de tostada. Trozos de pan y mermelada caen de la inerte boca de la muchacha. El doctor los coge y vuelve a metérselos en la boca. Ase sus mandíbulas con fuerza y empieza a moverlas de arriba abajo, imitando el movimiento natural del masticado. El reloj de la cocina sigue impasible su cuenta del tiempo y el doctor de pronto se percata de su presencia. Cada tic tac es un martillo que va golpeando su cerebro. Ansioso, no deja de meter comida en la boca de Conchita, que permanece inmóvil, perdida su mirada en la negrura de la muerte.
-¡Come, come! ¿Por qué no comes?
Roto, desesperado, muerto, Pedro González Velasco mira a su hija y, por un instante admite que sí, que está muerta, que le habla todos los días a un cadáver, que cada mañana le da de desayunar a alguien que nunca más volverá a saborear. Por un momento se rinde a la evidencia, admite que la Muerte le ha vencido y está dispuesto a dejar toda esta locura y dar descanso eterno a su hija. Pero ese instante no es más que una mecha que pronto se queda sin llama y tan pronto como prendió, se desvanece.
Pedro vuelve a negar lo evidente, a encerrarse en su cárcel de falsas esperanzas. Limpia la comida de las sábanas y la cara de su hija, entorna de nuevo la cortina, coge la bandeja y sale de la habitación, cerrando la puerta tras de sí. Avanza por el pasillo obnubilado, llegando a la cocina en un estado de tal agitación que tira la bandeja al suelo, armando un gran escándalo. Se ahoga, se siente desfallecer.
Silencio.
Silencio que es roto una vez más por el tic tac del reloj de la cocina, ajeno al drama que allí se vive. Pedro alza la mirada y clava sus ojos en las agujas del reloj.
Tic tac.

Vuelve la mirada al pasillo y a la puerta negra y maciza que se alza al fondo. Mira y mira y sus ojos adquieren una textura acuosa, que pronto se transforma en torrente de lágrimas. Lagrimas que cubren su rostro, como un bálsamo ácido, pues al llorar no encuentra consuelo, solo más desolación, amargura, incomprensión. Y una pregunta revolotea por su mente, una pregunta que no ha dejado de preguntarse desde hace meses.
¿Por qué mi hija?
 Y esto es solo un ejemplo de los muchos rumores que sobre las prácticas del Doctor Pedro González de Velasco corrían por la capital de España. Pero no siempre fue así. Nacido el 23 de Octubre 1818, en Valseca, Segovia, en una familia humilde de labradores vivió sus primeros años ayudando a sus padres en las tareas del campo. Antes de viajar a Madrid, Velasco se trasladó a Segovia, donde aprendería latín y serviría en alguna ocasión como soldado. A su llegada y debido al intenso estudio y dedicación le hacen lograr la plaza de practicante en 3 años, logrando el 5 el puesto de cirujano
Fue catedrático de la Facultad de Medicina de Madrid y doctor en el Hospital Clínico San Carlos (actualmente en la zona de Moncloa, por aquel entonces situado en el actual Museo Reina Sofía). Su cada vez más alto rango médico le reportaban bastante dinero, viajando a menudo y comenzando la recolección de piezas de antropología y etnografía. En 1873, tras varios años recopilando piezas, se construyó un edificio destinado a la exposición de la colección privada del doctor. Fue proyectado por Francisco de Cubas y se construyó en lo que es hoy el Museo Nacional de Antropología. El 29 de abril de 1875 el rey Alfonso XII inaugura el Museo Anatómico, aunque sería conocido popularmente como Museo Antropológico. Res famosa la anécdota que protagonizaron Alfonso XII y El doctor Velasco. El monarca le dijo al doctor que pidiese un deseo, algo con lo que poder continuar su labor. Velasco le contestó ¡Qué me concedan cadáveres para enseñar a los vivos!
Una anécdota que nos da algunas pistas sobre el carácter del doctor. Un hombre preocupado por los avances de la ciencia, del saber. Un hombre que no dudaría en pedir a quien fuera lo que necesitaba para seguir con sus estudios, ya sea un rector de universidad o el mismísimo rey de España. 
Pero todo ello cambió el día en que su hija Concepción, de 15 años, muere de tifus. El médico que trató a Concha fue el doctor Benavente (padre de Jacinto), colega y amigo de Velasco que no lograba para la enfermedad. Varios tratamientos no dieron resultado y Velasco, desesperado, le administró un purgante (algo a lo que el doctor Benavente se opuso tajantemente) que acabó con la vida de Concha.
Velasco jamás superó la muerte de su hija. Antes de ser enterrada la embalsamó, para preservarla, como si el tiempo pudiera detenerse, como si se pudiese vencer a la Muerte.
Poco duró Conchita en su eterno descanso, pues poco después exhumó sus restos del cementerio de San Isidro casi intactos y los trasladó a su casa-museo. El cuerpo fue instalado en uno de los aposentos de la casa con un vestido de novia. A partir de entonces los rumores y las leyendas se extendieron con la pólvora por la capital.
¿Verdad? ¿Leyenda? Nunca lo sabremos. Lo que si es cierto es que la muerte de Concepción González supuso un golpe más duro para Pedro de lo que ya es de por si la muerte de una hija.
Un golpe que marcó el resto de sus días para siempre
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domingo, 29 de abril de 2018

Puente de los enamorados (Valdeprados, Segovia)


Cuentan que un castellano de Valdeprados fue preceptor de un príncipe que vivía con él en el Torreón. Un día el joven príncipe conoció a la hija de los Señores de Vegas y se enamoró de ella. La muchacha correspondía a aquel amor y, los jóvenes pasaron días felices pero poco después, el príncipe, que llegaba a su mayoría de edad, recibió el aviso de que debía prepararse para volver a la corte. Ambos sabían que aquello sería el final de su amor juvenil… Un día se reunieron en el Puente de los Enamorados y, cogidos de la mano, abandonaron el puente, se dirigieron a la cumbrera de La Risca de Valdeprados y… se dejaron caer por el precipicio…
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El Torreón (Valdeprados, Segovia)


Este torreón está coronado por una veleta con una forma singular, un caballo. Esta curiosidad hizo que Lorenzo García Huerta, escritor nacido en Valverde del Majano se inspirase en ella para realizar un relato que tituló el Caballo del Conde. Esta versión, comenta Santamaría, la oyó cantar a un vecino de Valdeprados y muestra algunas diferencias con la que publicó García Huerta en el periódico El Liberal Dinástico.
Dice la leyenda que había un rey que quería premiar el valor del conde durante la guerra y le ofreció todas las tierras que hubiese podido recorrer con su caballo en un día. El conde valiente y ambicioso, montó su mejor corcel, lo espoleó con furia y se lanzó al galope por los montes, valles y llanuras. A punto de cerrarse el plazo, el caballo cayó reventado. El conde lamentó el final de aquel “buen caballo” y, en señal de reconocimiento, levantó un castillo en el mismo lugar donde murió el animal e hizo una veleta con su figura para recordar este suceso.
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Cueva de los Pedrones (Torreiglesias, Segovia)


Esta segunda leyenda hace referencia a una cueva en la cual dicen que se refugiaba una cuadrilla de bandidos, cuyo jefe se llamaba Pedro (por eso a la cuadrilla y a la cueva, se le llamaba "pedrones"). Cuentan que en más de una ocasión se les vio por la noche atravesar el pueblo montados en sus ligeros corceles y también se les veía correr en pleno día por el lugar llamado "La Matanza" y por "El Juncar", cuando la gente estaba entregada a sus faenas agrícolas. Se les culpa a estos del robo de la Iglesia, habiéndose encontrado restos del botín detrás del cementerio. También se cuenta que a estos bandidos, les bajaban la cena y los comestibles a la cueva, vecinos de algunos pueblos limítrofes. Pero un día, de improviso, se declaró un incendio en casa de uno de ellos; inmediatamente, acudieron los demás a sofocar el fuego y, ante el asombro de ellos, vieron que sus dueños que carecían de hijos no hacían la menor intención de ponerse a salvo, pereciendo allí abrasados. Al día siguiente, cuando fueron a quitar los escombros de la casa para evitar cualquier conato de incendio que pudiera volver a resurgir, vieron con asombro la causa de su sacrificio: allí aparecían ropas y joyas, la mayoría pertenecientes a la iglesia, fruto de los robos de estos bandidos que pagaban sus servicios a base de esto.
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Cuna de los Moros (Torreiglesias, Segovia)


Este paraje, por el emplazamiento y los restos hallados en él, se cree fue poblado por alguna tribu celtíbera: aún se conserva la muralla que atraviesa de una lado a otro este cerro convirtiéndolo en una fortaleza inexpugnable (hoy la pared que allí se conserva, se la conoce como la "pared de los siete dobleces"). Pues bien, cuentan que en las tardes soleadas del invierno, y cuando el baile del pueblo estaba en el "Egido", se asomaban los moros que habitaban aquí, al cerro de Carratorca, desde donde contemplaban el baile. Cuando alguno intentaba aproximarse a ellos, estos huían hacia dicho paraje.


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Origen (Torrecilla del Pinar, Segovia)


 Los vecinos cuentan cómo un portugués partió a un largo viaje, anunciando que sólo pararía allí donde terminara la roca que afloraba en su pueblo. El protagonista caminó durante semanas hasta que llegó a Torrecilla del Pinar, lugar donde terminó la roca y donde se casó.


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jueves, 26 de abril de 2018

Los alcaides (Sepúlveda, Segovia)


Según cuenta, Sepúlveda estaba gobernada por dos alcaides Abubad y Abismen, ambos capitanes de Almanzor (sic). Sepúlveda estaba bien protegida y se sentía segura ante el ejército castellano que comandaba Fernán González.
Los musulmanes enviaron un emisario que, al llegar al campamento cristiano, dijo al conde: «Abismen mi señor envía por mí a decirte que salgas de su tierra y no le obligues a destruirte». El conde respondió: «Dirás a tu señor que yo le haré que cumpla con su obligación».
Y acercándose el moro, con disimulo, al conde le tiró un alfanjazo, que si no hubiera tenido reflejos el conde le hubiera herido gravemente.  Los soldados del conde quisieron matarle, pero el conde mandó soltarle, diciendo, que en tal acción importaba más que sus enemigos supiesen el desprecio de tal acontecimiento, que el castigo de aquel loco.
Dirigiéndose a Sepúlveda, el conde trabó una sangrienta escaramuza, en la que Fernán González, cuerpo a cuerpo, mató a Abismen y los cristianos muchos moros. Se puso cerco a Sepúlveda que Abubad defendía esforzadamente, ayudado por la muchedumbre de sus moros y por la fortaleza del sitio y sus murallas, sobre cuyos adarves hizo degollar cuantos cautivos cristianos había en la villa a vista del ejército cristiano enviando a decir al conde, que lo mismo haría de él y sus soldados, si al punto no levantaba el cerco.
El conde furioso del sentimiento, mandó le dijesen: «Que quien ensangrentaba el acero en cautivos miserables, no sabría usarle contra enemigos animosos: y que le juraba por el verdadero Dios en quien creía de no quitar el cerco a la villa hasta quitar la vida a capitán que tanto se preciaba de verdugo».
Avisaron en esto al conde que a media legua de distancia aparecía una tropa de caballos, y era necesario reconocerlos. Mandó llamar a Ramiro su sobrino, y a Orbita Fernández, ambos maestres de campo, y les encargó que se dispusiesen el combate para otro día, con última resolución de morir o vencer: que él quería ir a reconocer aquella gente con cincuenta caballos y docientos infantes; mandando a Gonzalo Sánchez se adelantase con el estandarte.
Al medio camino se descubrió más gente al otro lado; con que los castellanos se repararon recelosos de haber caído en celada. Y Gonzalo Sánchez dijo en voz alta: «Señor, estos parecen cristianos en la seña y armadura». Respondió el conde: «Amigos, no estamos en tierra de socorro, si no es del cielo; a él y a nuestros brazos, que la justicia y el valor aseguran la victoria, más que la muchedumbre y el engaño». Y adelantándose en esto entre los recién aparecidos un caballero, llegó a decir al conde: «Señor, don Guillén mi señor, caballero leonés, viene con sus parientes y amigos a servir a Dios en vuestra compañía y escuela contra los enemigos de la fe». Mucho se alegraron el conde y sus castellanos con tal compañía recibiéndolos con muestras de contento a punto que ya los moros acometían, y poniendo el conde espuelas al caballo derribó dos que salieron a encontrarle, y los demás en conociéndole volvieron las espaldas con muerte de muchos.
Con esto castellanos y leoneses volvieron al cerco, disponiendo el combate para el día siguiente. En cuya mayor furia un moro dio voces sobre el adarve, diciendo, que el capitán Abubad desafiaba al conde cuerpo a cuerpo, remitiendo la victoria al combate de ambos, usanza de aquellos tiempos. Aceptó el conde, y dispuesta la seguridad salió el moro a caballo, de robusta y descomunal estatura.
A las primeras lanzas estuvieron ambos a punto de perder las sillas, y recobrados, el moro con su fuerte alfanje menudeaba fuertes golpes sobre el conde, que bien opuesto el escudo afirmado sobre los estribos tiró tan fuerte cuchillada al moro, que le partió adarga, yelmo y gran parte de la cabeza, con que cayó en tierra.
Los moros faltando al concierto, cerraron las puertas poniéndose en nueva defensa. Los castellanos reforzaron tanto el combate, que a pocas horas entraron en la villa pasando a cuchillo a la gente de guerra y cautivando la restante. Colérico, el conde ordenó incendiar la villa, mandando luego que cesase, reedificándola más tarde.

Frontón de la fachada de la Casa del Moro en Sepúlveda

Los diablillos (Sepúlveda, Segovia)


Una tradición tan anclada en el tiempo, que ni se recuerda su origen. Unos dicen que hasta sus bisabuelos ya hablaban de cuando eran pequeños y asistían a esta fiesta. Un rito que reúne en torno a una hoguera a cientos de vecinos y que anuncia el preludio de unas de las fiestas más importantes de la localidad. Los diablillos, una vez más, han vuelto a anunciar las Fiestas de los Toros de Sepúlveda con sus juegos, correteos, y escobazos.
No es fácil, cuentan, fechar una fiesta de la que no se han hallado documentos escritos, pero si es cierto, que el paso de generación en generación ha hecho posible que todos los años, el grupo de diablillos que aparecen tras la hoguera continúen recreando el mito de San Bartolomé. Tanto se encargaron los sepulvedanos de no olvidar esta fiesta, que incluso en la Guerra Civil se continuó representando.
Y así, cada año, el jolgorio popular se ve turbado por la presencia de estos personajes que, vestidos de rojo, portan únicamente escobas y unas linternas en la cabeza que alumbran sus frenéticos pasos. Unos seis diablillos aparecen sobre la escalinata de la iglesia de San Bartolomé detrás de las nerviosas llamas de una hoguera prendida frente al santo lugar, para echar a correr, saltar, unos tras otros, molestando a los allí congregados, que no obstante, los esperan año tras año para continuar con la tradición el mismo día 23 de agosto, y muy importante, comenzar con las fiestas del último fin de semana de agosto. Con el encendido del alumbrado público, y una vez los diablillos vuelven a subir los 26 escalones de la iglesia del Santo, la limonada corre por la villa entre unos vecinos, que ya esperan la próxima llegada de la Fiesta del diablillo
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lunes, 23 de abril de 2018

Cristo de Santiago (Segovia)


Este Cristo crucificado, hoy en el Museo Diocesano, procede de la desaparecida iglesia de Santiago y fue el inspirador de una leyenda eclipsada por la que, en la época romántica, el poeta José Zorrilla atribuyó al toledano Cristo de la Vega. Había en esta ciudad de Segovia -escribió su creador, Lorenzo Calvete- una doncella muy virtuosa por cuyos amores andaba un mozo loco y perdido. Los desatinos del mozo eran muchos y la doncella andaba temiendo cualquier desastre cuando un día, hallándose ésta rezando ante el Cristo de Santiago, el mozo se acercó y le prometió que si consentía en entregarse se casaría con ella. Sin embargo, una vez que la hubo conseguido, el mozo no mostró intención de cumplir su promesa, a lo que la joven decidió acusarle ante el obispo. Preguntó éste si había algún testigo y como la muchacha señalara al Cristo de Santiago, el obispo acudió a tomarle juramento, cosa que el Cristo hizo, desclavando su mano y poniéndola sobre los Evangelios.
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Corpus Christi (Segovia)


Frente a la entrada de la Iglesia de Corpus, un lienzo narra la leyenda de la profanación de una Hostia por los judíos. El sacristán de San Facundo entregó la custodia en la calle del Mal Consejo (todavía existente), y los judíos quisieron echarla en una gran caldera hirviente. En ese momento la Hostia empezó a volar por el aire y un terrible estallido provocó el hundimiento del edificio. Desde entonces, en desagravio , se celebra la Fiesta de la Catorcena, por las catorce parroquias que existían en la ciudad. 
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Sala Cordón (Segovia)


Un cordón realza el techo de la Sala Cordón, una de las salas principales del Alcázar. Cuenta la leyenda que el relieve fue encargado por la reina Violante como lección de humildad para su esposo Alfonso X el Sabio ya que llegó a afirmar que Dios hubiera hecho bien en pedirle consejo antes de crear el Universo. Fray Antonio de Segovia le suplicó que confesara su pecado pero como éste se negó se desató una terrible tormenta y un rayo que atravesó las estancias reales, mató a varios cortesanos. Entonces el monarca dio su brazo a torcer y cumplió su penitencia; su mujer aprovechó para encargar el friso, un amuleto encargado de calmar la habitual ira de su esposo.
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Grajos en la Iglesia de la Vera Cruz (Segovia)


Según cuenta la leyenda durante la vela de un caballero de la orden el cuerpo, en un descuido de los demás hermanos, que lo dejaron solo, y sin que nadie se diera cuenta fue atacado por los grajos que devoraron el cuerpo. El prior maldijo a estas aves impidiéndoles entrar o acercarse a la iglesia. Desde entonces nadie ha vuelto a ver grajos en la Iglesia de la Vera Cruz.


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martes, 3 de abril de 2018

Origen (Sauquillo de Cabezas, Segovia)


Se dice que el nombre de esta localidad fue simplemente Sauquillo hasta mediados del siglo XIX y que la primera vez que aparece oficialmente su existencia en un documento fue en el año 1247, cuando se llamaba Sauquiello (Saúco pequeño) pues, el añadido de “Cabezas” llegó más tarde, por la pertenencia del municipio al Sexmo de este nombre.
Se cree que esta zona está habitada desde los tiempos de los romanos porque, en las afueras del pueblo, se encuentran las ruinas de “Santa Lucía” (entre Aguilafuente y Sauquillo de Cabezas) y, en ellas, se puede ver una “casa de labor” romana. El máximo esplendor de esta zona se alcanzó en el siglo IV d.C.
Se sabe que Sauquillo debió tener mucho poder económico pues sus nobles participaron en la Guerra de las Comunidades (Carlos I de España) y, de las tres familias de nobles de la zona, solo se tiene constancia de una: Los Hijosdalgo de los Cáceres. Cada una de estas familias nobles, poseían su palacio.
La historia de Sauquillo de Cabezas continúa y, a mediados del siglo XX una gran peste dejó diezmada la población de la localidad. Ya en el siglo XX, en la década entre el año 60 y el 70, una gran parte de la población más joven, emigró a otros lugares.
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Virgen de la Soterraña (Santa María la Real de Nieva, Segovia)


La historia de la localidad se encuentra totalmente ligada a la de la Virgen de la Soterraña, patrona del municipio. Gracias a su aparición y en torno al templo que acogió la imagen, nació el municipio.
La historia comienza en el año 1392 cuando la Virgen se le apareció a un pastor. Le habló y le encargó pedir al Obispo de Segovia que acudiera al lugar, un pizarral, a desenterrar una imagen suya. Además le solicitó levantar un altar en ese mismo lugar para su culto. Cuando el Obispo acudió al lugar, efectivamente apareció la imagen.
Cuando regresó a Segovia le comunicó el hallazgo a la reina Catalina de Lancaster, que se interesó por el suceso y visitó el lugar donde se encontró la imagen. Fue ella quien mandó edificar una iglesia sobre el lugar de la aparición y pidió al papa Clemente VII licencia para pedir limosna en todos los reinos de España para la construcción del nuevo templo.
Hasta aquí la historia. Pero a través de los años son muchos los milagros y relatos que sobre la imagen se conocen en la localidad. Es tanto lo que se le atribuye, que hace años se contaba que la imagen protegía de las epidemias, pedriscos y grandes peligros. Sanaba cojos, mancos y tullidos, curaba graves enfermedades, ofrecía felicidad en los partos, resucitaba difuntos, apagaba incendios e incluso detenía el sol.
También son numerosas las leyendas. Una de las más conocidas se refiere a una gran serpiente, cuya piel aún se conserva en la iglesia parroquial de la localidad, con un relleno de paja.
La historia cuenta como un pastor alimentaba a dicha serpiente con leche. Fue llamado a filas y cuando volvió, el animal no lo reconoció y atacó al pastor. Éste pidió ayuda a un cazador, diciéndole que debía matar a un conejo. El cazador se puso en marcha y cuando se encontró la serpiente, se encomendó a la Virgen, que, según la leyenda, intercedió por él, ayudándole y de un sólo disparo consiguió acabar con el animal.
También en la iglesia de Santa María la Real de Nieva se puede encontrar el cuerpo de un hombre, expuesto en una urna de madera y cristal. Se trata del pastor Pedro Amador, a quien los dominicos confiaron el cuidado del altar de la Virgen. Posteriormente se le dio sepultura a los pies de la imagen que más tarde fue trasladada a su actual camarín.
Cuerpo incorrupto
Sobre este cuerpo la leyenda cuenta que en el año 1566 estaba todo preparado para llevar la imagen de la Virgen de la Soterraña en procesión por las calles de la localidad. En el momento en el que iba a salir del templo, se detuvo ante la sepultura del pastor, que se abrió y allí se encontró el cuerpo incorrupto.
Fue a raíz de este caso cuando se trasladó el cuerpo a la capilla mayor y más tarde al camarín de la Virgen, donde se puede encontrar en la actualidad.
Sobre este mismo cuerpo también se cuenta otra leyenda. Dicen que una dama segoviana, María de Peñalosa, sabiendo del milagro obrado y de las virtudes del cuerpo, intentó cortar un poco el tafetán que cubría al pastor, pero no lo consiguió puesto que las tijeras se rompieron al comenzar a cortar.
Otra leyenda nos lleva al año 1428, cuando se trasladó la imagen de la Virgen desde el lugar de su aparición hasta el altar mayor del templo. Al día siguiente se observó que la imagen se encontraba nuevamente en el sitio de su aparición. Por esto se colocó una talla moderna de Nuestra Señora en el sitio primitivo, mientras que la imagen encontrada en el año 1392 se instaló en el altar mayor del templo.
Desde entonces hasta nuestros días, continúa la devoción por la imagen de la Virgen de la Soterraña y las fiestas de Santa María la Real de Nieva se celebran en torno a esta imagen de Nuestra Señora durante la segunda semana de septiembre, siempre precedidas de una novena y un triduo en su honor.

Los milagros de la Soterraña

El pelícano (San Cristobal de Segovia, Segovia)


La imagen de un pelícano alimentando a sus polluelos no es una excentricidad. Muy por el contrario, es uno de los motivos más antiguos de la iconografía cristiana, prácticamente desde sus inicios, y uno de sus motivos animales preferidos, junto a los del cordero, el Fénix (que renace de sus cenizas, símbolo de la Resurrección de Cristo) y el unicornio (que, de acuerdo a la leyenda, sólo puede ser capturado por una virgen pura, y que por ello se convirtió en una alegoría de la Encarnación).
El pelícano, cuenta la historia (recogida incluso en el Physiologus, un texto del siglo II después de Cristo escrito por un autor anónimo alejandrino), para evitar que sus polluelos mueran de hambre en tiempos de escasez, hiere su pecho con su propio pico y les alimenta con su propia sangre. De acuerdo a otras leyendas, si los polluelos del pelícano mueren, éste se abre el costado y los trae de vuelta a la vida, a costa de la suya propia, rociándolos con su propia sangre.
En vista de esta tradición preexistente, es fácil ver por qué los primeros cristianos adoptaron el motivo como símbolo de Cristo, el Redentor que da su vida para sacar a los suyos de la muerte que es el pecado y que les alimenta con Su Cuerpo y Su Sangre en la Eucaristía.
San Epifanio, San Basilio y San Pedro de Alejandría citan textualmente elPhysiologus; Dante, en su Paradiso, se refiere a Cristo como “nuestro Pelícano”, y el mismo Shakespeare, en su Hamlet, en boca de Laertes, hace referencia a la leyenda del pelícano: “¡Oh! A mis buenos amigos yo los recibiré con abiertos brazos, y semejante al pelícano amoroso, los alimentaré si necesario fuese con mi sangre misma”.

lunes, 2 de abril de 2018

La muñeca (Prádena, Segovia)


Son incontables los lugares y caminos marcados por cruces, y muchas las interpretaciones de las mismas. Señalaban puntos de interés, recuerdan sucesos y acontecimientos, o como en la Castilla medieval, que advertían de límites entre territorios Cristianos y Judios.
En los albores de la repoblación de las tierras al sur del Duero, en el reinado de Alfonso VI. Por aquestos parajes, existieron pequeños asentamientos de gentes, que levantaron hogares y cultivaron campos en la Trascasa o en los prados de Municio.
Es parte de la cultura popular de Prádena y se cuenta, que una niña fue sorprendida y devorada por un lobo, y que inexplicablemente dejó de ella nada más que la muñeca de su mano derecha.
La tradición oral seguramente ha ido mezclando con el devenir de los tiempos, historia y leyenda lo que contaron nuestros mayores, se ha transformado en parte de la vida de los habitantes, que transmitían el suceso de generación en generación.
Esta cruz, cuyo asiento se encontraba a pocos metros de aquí, recuerda el encuentro entre la niña y el animal, y hasta donde alcanza la memoria este lugar se conoce con el nombre de "la Muñeca".
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La desaparecida Moclín (Pinarnegrillo, Segovia)


Cuenta la leyenda que hace cientos de años, el lugar que ahora ocupa el pequeño pueblo de Pinarnegrillo fue en su día una gran ciudad, conocida con el nombre de Moclín y hoy desaparecida.
Según narran, las dos familias más poderosas de la gran ciudad, estaban enfrentadas y entre sus problemas en una de sus luchas, la hija de una de las familias falleció.
Su cuerpo fue enterrado en uno de los parajes situados junto al municipio, conocido como El Temeroso, junto con legajos en los que se cuenta la historia de la ciudad, así como un cofre que guardaba todas las riquezas de oro de la familia.
La leyenda continúa explicando que sólo una persona elegida puede encontrar la tumba y el tesoro, y ese elegido puede ser cualquiera, aunque será inútil que ningún otro vaya a buscarlo. Igualmente se cuenta que si se tarda mucho en descubrir el tesoro, el oro que se enterró junto con la joven muchacha se convertirá poco a poco en plata, la plata en cobre y el cobre en plomo.
En la actualidad, el lugar del supuesto entierro, el Temeroso del Otero, es un bello enclave del municipio, por el que transcurre una senda que parte del puente sobre el río Pirón. Destacan las vistas desde lo alto. El temeroso del Otero fue un coto del Mayorazgo del Sello. En el año 1930 se lo compraron los colonos de Carbonero al Marqués de Altamira. En su término abundan los pinos albares y negrales, los rebollos y las encinas.
Con el tiempo la ciudad de Moclín conoció el despoblamiento y no fue hasta la reconquista cuando un nuevo asentamiento construyó lo que ahora se conoce como el municipio de Pinarnegrillo, o Pinar Negrillo, hasta hace unos cientos de años. Y parece que la historia podría volver a repetirse, puesto que, a pesar de los esfuerzos municipales por fijar población, el municipio se une a la larga lista en la que el descenso de vecinos es acusado año tras año.
La leyenda de la ciudad de Moclín podría tener mucho de realidad, puesto que en el municipio se realizó una excavación arqueológica en la que se obtuvieron numerosos resultados.
El descubrimiento comenzó de forma casual, al realizar las obras de infraestructura de un nuevo frontón para el municipio y se encontraron una serie de manchones o cenizales. Entonces la Junta de Castilla y León decidió contratar los trabajos de excavación que dieron sus frutos.
El cenizal aparecido resultó ser un testar de alfarero y, junto a él, aparecieron abundantes restos de cerámicas, aunque en muchas piezas y muy fragmentadas. Además, cenizas de diferentes tonalidades, al parecer para dar color a las piezas cerámicas.
Tras estudiar el material recuperado, el testar de alfarero se situó en la época pleno o bajo medieval, entre los siglos XII y XIV.
Lo que también queda en la localidad, son restos de viejas norias con las que se sacaba el agua de los pozos que alimentaban las huertas de la localidad, cuyos productos y hortalizas eran muy afamados en la provincia, con denominación propia.
También recuerdos de los mayores o leyendas hacen referencia a la forma de riego en el municipio, puesto que antes de las norias se utilizaban los cigüeñales, unos utensilios consistentes en una pértiga o palo largo apoyado sobre un pie de horquilla y dispuesto de modo que, atando una vasija a un extremo y tirando de otro, puede sacarse agua de pozos poco profundos.
Estos recuerdos narran cómo durante la Guerra Civil, los pilotos franceses sobrevolaban la localidad de Pinarnegrillo y confundieron las decenas de cigüeñales que plagan todo el término, con cañones dispuestos para el ataque, por lo que, en vista de la posibilidad de recibir un gran ataque, se retiraron a sobrevolar otros puntos y Pinarnegrillo no fue bombardeado.

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Elvira y Roberto (Pedraza, Segovia)


En los primeros años del siglo XIII, existía (y existe) en Pedraza, provincia de Segovia, un formidable y suntuoso castillo, de anchos muros, flanqueado de altas torres almenadas y rodeado de un foso, que hacían de él una fortaleza inexpugnable. Lo habitaba el noble Sancho de Ridaura, guerrero y señor generoso a quien idolatraban todos sus vasallos.
En una aldea de sus dominios vivía una humilde muchacha, de gran belleza, hija de unos pobres colonos, y en una casa próxima habitaba un joven labrador, trabajador y honrado, que estaba enamorado desde niño de la muchacha. Juntos habían crecido, confundiendo sus juegos y sus risas con un profundo e invariable amor.
El señor del castillo vio un día a la muchacha, y quedó ciegamente prendado de tanta hermosura, tanto fue así que valiéndose de sus derechos feudales la hizo su esposa, elevándola de su humilde condición a rango de noble castellana.
Destrozado quedó el corazón del joven al tener que renunciar a su amor, en su condición de siervo no podía disputársela a su señor, y como no encontraba consuelo humano, fue a ocultar su dolor en la dulce paz de un monasterio. Allí se entregó a la oración y con el amor de Dios fue cicatrizando suavemente su herida.
Pasó el tiempo, y los nobles castellanos vivían felices. Pero habiendo muerto el capellán del castillo, el cristiano señor pidió al cercano monasterio que le enviara al monje más virtuoso de todos ellos, para reemplazar en sus funciones al fallecido sacerdote. El abad eligió de entre todos los frailes, como el más humilde y devoto, al antiguo adorador de la bella doncella, y le envió sin saberlo junto a ella. Confusa quedó la misma al reconocer al nuevo capellán, aquel muchacho de sus juegos infantiles, por el cual sintió un profundo amor y que ahora tendría que vivir con ellos entre los muros de la fortaleza. Presintiendo el peligro que supondría el volver a renacer aquellos sentimientos, procuraba evitarle en todo momento. El por su parte, hacía lo propio y acallaba sus sentimientos con rezos y fuertes disciplinas.
Ocurrió entonces la invasión de los almohades, y Alfonso VIII organizó rápidamente la defensa de Castilla, con la ayuda de los reinos vecinos y la cooperación de los nobles castellanos, que abandonaron sus dominios y acudieron con sus tropas al auxilio de la parte de España que tras cientos de años habían logrado reconquistar.
Partió al mismo tiempo el noble castellano del castillo de Pedraza, que al frente de sus huestes se distinguió por su heroísmo en todas las batallas contra los moros, y se llenó de gloria en la de las Navas de Tolosa, donde los cristianos rompieron las cadenas de la tienda que protegía al dirigente musulmán e infringieron una gran derrota a los invasores, estas cadenas se conservaron desde entonces grabadas en el escudo de España, son las cadenas de Navarra, puesto que fue el rey de este reino el que las rompió.
Cubierto de gloria, regresó el caballero a su castillo, todos los vasallos acudieron en masa para aclamar al guerrero victorioso y rendirle homenaje.
En el umbral, rodeada de sus servidores, esperaba su esposa. El señor, después de saludar agradecido a sus siervos, atravesó el puente levadizo y radiante de gozo fue a abrazar a su esposa, que turbada se desmayó entre sus brazos.
Pensativo y confuso quedó el caballero ante la extraña actitud de su esposa, e intentó de informarse por uno de sus más antiguos criados. Supo por él que la intachable fidelidad de su esposa, durante su ausencia había sido al final empañada por su inextinguible amor por el fraile.
Al día siguiente, reinaba en el castillo un gran bullicio, el caballero recibía con fingida alegría las visitas de otros nobles que acudían para darle la bienvenida. Para celebrar el triunfo se preparó una gran cena, al banquete estaban invitados todos los nobles del reino.
Llegado el momento, se sentaron a la mesa todos los comensales presididos por el señor y su esposa. Al final el ilustre guerrero, con voz elocuente, manifestó que iba a otorgar ante todo el premio merecido a los servicios excepcionales que en su ausencia se habían prestado.
El señor dio orden a sus servidores de que le trajeran una corona. Al momento entraron dos vasallos vestidos con brillantes armaduras, llevando sobre una enorme bandeja de plata una corona de hierro, cuya parte inferior estaba erizada de púas enrojecidas al fuego. Los dos hombres se acercaron con ella al fraile, y el caballero calzándose unos guantes de acero, colocó él mismo la corona sobre la cabeza del fraile mientras decía:
-La recompensa por tus servicios.
El fraile, tras agónicos gritos de dolor cayó al suelo. Quiso luego el caballero dirigirse hacia su esposa pero ésta había desaparecido. Salieron en su busca y la encontraron en sus aposentos con el corazón traspasado por una daga.
Los siglos pasaron y el castillo se abandonó hace mucho tiempo, pero aún hoy en día las gentes de aquella comarca afirman que cierta noche del año en el ruinoso castillo dos extrañas figuras resplandecientes coronadas por una orla de fuego pasean por las derruidas almenas, siempre juntas a pesar de su dolor.
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domingo, 1 de abril de 2018

Cristo de las Melenas (Otero de Herreros, Segovia)


Narra la historia que la larga cabellera que luce la talla que se encuentra en la iglesia de los Santos Justo y Pasto está a ahí desde finales del siglo XIX. Dicen que es el pago de una promesa que una joven mujer realizó porque su marido, como ella pidió, regresó sano y salvo de la Guerra de Cuba. Corría el año 1898 cuando el joven matrimonio se tuvo que separar para que él, Doroteo, como otros muchos españoles, fuese a luchar a la contienda en la que España terminó perdiendo sus últimas posesiones de ultramar. El fin del imperio creado a raíz del descubrimiento de América por Cristóbal Colón en 1492 coincide con el comienzo de la leyenda del Cristo de las Melenas.

El tiempo pasaba, y el marido no regresaba. Muy creyente y ante la falta de noticias sobre su amado, la joven imploró frente la imagen del Cristo del Crucero que si su querido esposo regresaba con vida de la batalla, ella se cortaría el pelo y se lo donaría.

Su deseo se hizo realidad y tiempo después, el joven Doroteo regresó junto a su esposa, que como muestra de gratitud por la intercesión divina, no dudó en cortarse esa larga caballera que tanta envidia despertaba entre sus vecinas y prendérsela a la imagen del Cristo del Crucero, que desde entonces luce en el altar mayor una bonita melena de pelo natural que le sirve para que todo en Otero de Herreros le conozcan como el Cristo de las Melenas.


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Hércules (Ortigosa del Monte, Segovia)


HERCULES que persiguió con su honda al asesino de la Mujer Muerta La leyenda surge de los amores entre una esbelta joven y dos pastores El viajero que llega hasta estos lugares se queda prendado de una colosal silueta que está adherida a la gigantesca sierra carpetana que como una serpiente se alarga interminablemente por diversas provincias. Vista desde lejos esta sierra se ven innumerables figuras recortadas en el horizonte pero quedase uno con especial fijeza mirando a una esbelta mujer tumbada que resalta por su belleza en toda su lejanía del horizonte. Seguramente será la sierra mas emblemática de toda la provincia de Segovia. Viéndola desde la zona de Santa María parece como una esbelta mujer en edad de desbravar que está tomando el sol en un paraje agreste. Viéndose desde la zona donde ocurrió la pelea de esta leyenda, parece como si esa joven hubiera envejecido un poco de tantos siglos de llevar en esa postura sepulcral, pues la historia sucedió hace cientos de años, cuando toda esta zona estaba habitada por gigantes, cuando nuestros ancestros eran personas corpulentas y descomunales, y utilizaban enseres enormes propios de titanes. La historia de este gigante Hércules, sucedió aquí en terrenos de Ortigosa del Monte, donde existen unos monumentales y enormes cantos, que fueron los que utilizó el titán para hacer huir a un pretendiente asesino de su amada, la desde entonces siempre conocida por la Mujer Muerta.
Pastaban los rebaños de dos pastores por estos frondosos lugares y entre cánticos y lanzamientos con honda vivían felices sin importarles mas. Pero comenzaron a fijarse los carnereros en una elegante joven de sonrisa imantada y adolescente mirar. Oficio este de pastor de mucho prestigio en aquella época de gigantes, e intentaron los hatajeros mostrar lo mejor de ellos y lo mejor de los rebaños ante tan juvenil y atractiva muchacha para conseguir sus amores. Presentábanse como mayoral o mansero insinuando que el otro adversario era un zagal o rabadán o mozo de andar bregando con ganado de otro por esta zona meseteña. Descalificábanse llamándose machorreros para así ganarse la mirada complacida de la joven. Y la joven se decidió por el mayoral Hércules, y así, cuando éste cerraba el hatajo en su redil y ponía la última telera, se reunía con la esbelta adolescente a pasar hermosos ratos de amor y bucólicas frases, pastoril mirada y suaves roces culminaban la tarde. La felicidad de este mansero hizo que crecieran sus rebaños de forma rápida y buena calidad en sus ganados. Así se decía: “carnero castellano, vaca gallega y arroz valenciano.
Pero llegaron los celos al otro ovejero que había sido despreciado por la muchacha de mirar alegre y pensó: “Ni para mí ni para nadie”. Y una noche estando la esbelta joven dormida en su postura supina la mató de una puñalada en el costado, manando al instante borbotones de sangre y donde hoy en día nace un río que se ve brillar en los amaneceres del verano. Cuando a la mañana siguiente vio Hércules tal desgracia, rugió de dolor y rabia y enfurecido sacó su honda, que ya se sabe que “gente de montaña es gente de maña” y fue a buscar al criminal que había matado a su amada. Le encontró mas abajo, con su rebaño y comenzó a lanzarle piedras con la honda de tal tamaño y a tal velocidad que silbaban en el amanecer con un sonido originalísimo al penetrar en el aire. Comenzó a correr el homicida por temor a una descalabradura en la crisma y los cantos que lanzaba Hércules le perseguían con una brutal ferocidad, que mas de uno le dio en las espaldas, haciéndole tambalear al gigantesco y monumental pastor. Todos sabemos queHércules fue luego a fundar Segovia y la Mujer Muerta permanece en postura supina desde tiempo desmemoriado, llamándose a la testa cerro de la Pinareja con 2194 metros de altitud, al vientre cerro del Oso, que no peña, que es otra y a los pies alto de Pasapán, donde se juntan cuatro coteras.Pero pocos saben que los cantos que lanzara el titán al perseguir al rehalero aún están hoy en su forma y medida original en Ortigosa del Monte y algunos a modo de menhir o dolmen que serán de altos como cuatro personas, descomunales pedruscos con formas redondeadas propios para la munición de la honda.
A estos cantos se les llama peñas por su tamaño y las mas grandes tienen su nombre como: peña Campanario, Cama la liebre, Matarrubias, peña el Gato o peña Redonda. Hay un pedrusco que llama poderosamente la atención, pues con su gigantesco tamaño de plomizo granito berroqueño que al menos pesará cuarenta toneladas y esta sujeto de manera tan curiosa que una sola persona, tan solo una, consigue moverle. A donde fueron a parar muchas de estas peñas se llama el paraje El Berrocal, para calificar la clase de piedras que utilizó el gigante en sus disparos. Y hay un cerro en esa zona que recordando época tan pastoril se llama cerro de la Cachiporra. También recuerda épocas ovejeras de inmensa riqueza una ancha cañada que bordea el cuerpo inerte y de postura sepulcral de la joven asesinada y se llama a esa cañada de “la Vera de la Sierra” o cañada Real y por ella pasaron en la antigüedad mayorales con sus descomunales rebaños, zagales y rabadanes con sus hatos o manadas y el resto de animales como mastines o acémilas y achiperres que movía esta ganadería.