martes, 31 de octubre de 2017

El lago de Taravilla (Guadalajara)

Era por el siglo XVI, en un día tormentoso, apareció en una posada, un caballero bien vestido. El posadero le abrió la puerta y le indicó dónde estaba la lumbre para que pudiera secar sus ropas. Como la tormenta no cesaba y la noche se echaba encima, decidió alojarse allí; mandó que le prepararan una buena cena y una habitación para dormir.
El Posadero, observando la buena calidad de las ropas del caballero, pensó que se trataba de alguien con mucho dinero, así que, decidió robarle el dinero. Le sirvió la cena lo más rápido posible, y sin cambiar palabra con él para que, sin ninguna distracción, se retirara inmediatamente a su aposento. El dueño de la posada, se despidió para acostarse, se metió en su cuarto, buscó un afilado cuchillo, y con gran agitación esperó a que su huésped estuviese acostado.
Esperó a que el huésped se durmiera, permaneciendo atento a cualquier ruido, y cuando se aseguró de que el caballero ya estaba dormido, se dirigió a su dormitorio, abrió con cuidado la puerta, se lanzó sobre la cama y clavó repetidas veces el arma sobre el infeliz. El asesino cuando comprobó que el hombre estaba muerto, registro sus ropas, hallando en ellas varias bolsas de oro.
El posadero, satisfecho de sí mismo, contó las monedas una y otra y vez, a continuación, las escondió, metió a la víctima, en un saco lleno de piedras y cosido, lo cargó y lo llevó a la laguna de Taravilla, la cual creen sin fondo y comunicada con la Muela de Utiel por abismos subterráneos.
Cuando volvió a la posada, limpió y se deshizo de cualquier rastro del caballero, se acostó satisfecho y durmió toda la noche. Al día siguiente, no encontró el cuchillo, y temió de que se lo hubiera dejado clavado en el cadáver, ya que el arma llevaba grabada en la hoja su nombre y apellidos. Intentó tranquilizarse pensando que no había forma humana de que alguien llegara al fondo del lago y lo encontrara. 
Pasaron los meses, y el posadero seguía con su vida. Pero un día, fuerte temblor de tierra se dejó sentir en la comarca, abriendo las entrañas de la Muela de Utiel, lo que hizo que bajaran las aguas del lago de Taravilla, hasta el punto de que el lago quedó seco. Ante tal acontecimiento, toda la población de alrededor, se acercó al lago para verlo. Uno de los curiosos, se fijó en un saco abierto, se acercó y vio un cadáver con un puñal en la mano, ese puñal llevaba el nombre del posadero grabado. La noticia se divulgó rápidamente, y el asesino al verse descubierto, antes de ser detenido, se ahorcó de una viga.


Semanas más tarde las aguas comenzaron a llenar de nuevo el lago. Desde entonces se ha repetido varias veces el fenómeno, y los vecinos creen que las aguas se retiran cuando el lago esconde algún secreto, y vuelven a aparecer cuando se le ha dado al cadáver cristiana sepultura.

El Chorro (Valdesotos, Guadalajara)

Playa de agua dulce en un paraje singular y muy bello. Una cascada de aguas claras sobre una poza de pizarra, con laterales de 50 metros y un rabo que es arroyo. Pequeña, de 15 x 6 metros, con una profundidad máxima de cuatro metros y playita privada.  Ideal para el baño, a 20 minutos del pueblo.
El camino sale de Valdesotos por la plazuela, entre dos viejas casas de pizarra. Después del puente tomamos a la izquierda; a doscientos metros un cruce desde donde se ven huertos, colmenas y un puente de madera. El camino de la derecha va paralelo al arroyo a media ladera, entre tapias, huertos y árboles.
En el primer recodo del arroyo la vereda se bifurca: la derecha sigue el arroyo por arriba, cogeremos la otra que baja al cauce y en algunos tramos se confunde con él.  A veces se borra, se divide, sale del cauce para volver a los pocos metros, … hasta que llega a un tronco sobre el arroyo que invita a cruzarlo. Se vuelve incómoda por momentos hasta llegar al Chorro que fluye siempre.

Al anochecer es posible un baño a solas. Entonces el lugar se vuelve mágico: el agua adquiere toda la negrura de la pizarra y la cascada suena a lamento. Dicen que “el Chorro llora por los amores fallidos de una cristiana y un morisco en tiempos de Felipe II”.

lunes, 30 de octubre de 2017

La fuente de la niña (Guadalajara)

En la parte alta de Guadalajara se encuentra el Parque de la Fuente de la Niña. Lugar de correrías y aventuras en la infancia de muchos de los que hoy peinamos canas. Pero espacio donde todavía hoy muchos niños y niñas descubren el campo, la naturaleza y el sonido del agua cerca de sus casas. Bien cuidado, abierto y limpio, es hoy un lugar a donde merece la pena acercarse a dar un paseo en estas tardes de primavera. Ahí es donde la tradición sitúa una terrible historia, que Felipe María Olivier describe con todo detalle en su pequeño libro.
Dice que tomó aquel sitio y fuente el nombre “de la Niña” en recuerdo de haberse ahogado en su pilón una criatura a la que le llevó hasta su profundidad el ansia de querer mirarse en el brillo de su superficie, sin saber quizás que aquello tenía un hondo camino. Era el 16 de agosto de un año lejano, cuando aún se celebraban en la cercana ermita de San Roque las romerías, procesiones y subastas entre sus devotos. Y es cierto, yo aún de pequeño asistí a aquellas celebraciones, que terminaban con todo el mundo que acudía merendando por los alrededores. Varias familias residentes en el arrabal del agua subieron allí, y tras las ceremonias religiosas se extendieron a tomarse sus tortillas y a beber el vino de bota, entre la ermita y la arboleda del Puente Verde. Se pusieron luego a jugar a la gallina ciega, y dejaron a los críos que pulularan entre los jardines y bosques del entorno. La fuente, que llevaba poco tiempo hecha, y era hermosa y singular, atraía con su sonido y brillos a los pequeños. Se hizo de noche, y apareció la luna. Se alzó luego, sonriente y loca, como es ella siempre. Era agosto, hacía buena noche y la reunión se alargó…. una niña, en un momento, se acercó al estanque, y miró cómo en sus aguas se reflejaba el satélite pálido, pero brillante. Pensó que era un globo, o una pelota, de material viscoso y suculento. Quiso cogerla, y cayó al agua. Se ahogó. Y la familia sólo se enteró cuando fue a recogerse. La búsqueda ansiosa de todos por encontrar a la niña perdida, terminó con el sobresalto de verla flotando, con los brazos extendidos, boca abajo, en el agua del estanquillo.

El dolor de su madre, de su padre, de sus hermanos, de sus vecinos, fue inenarrable. Duró tanto, que aún quien se acerca la fuente se acuerda de ello. La madre, dice la leyenda que cuenta Olivier, subía hasta el parque las noches de luna llena, por ver si en el agua seguí su hija y el milagro de la noche mágica se producía, devolviéndosela. 

Resultado de imagen de la fuente de la niña guadalajara

El callejón "Abrazamoras" (Guadalajara)

La otra leyenda, que tampoco llega a historia, y no presenta personajes conocidos, se sitúa en un lugar hoy vivo y que todos conocemos. En el palacio de la Cotilla, y la cuesta o callejón que sube hasta la plaza de San Esteban. Había allí, en el siglo XVI, un templo que tenía delante una fuente con muchos caños, a la que por las tardes acudían las mozas del barrio a recoger agua, llevando sus cántaros, y usando una larga caña que apoyaban en la alta boca de la fuente, para que pusiera sin derramar una gota el agua en sus cántaros. Charlaban y se contaban secretos de sus amas, de sus amores, de sus peripecias familiares.
Una preciosa joven que servía de criada en el palacio de los marqueses de Villamejor, callejón abajo, se quedó la última esa tarde, y llenó a tope dos cántaros, y un botijo, poniendo el más grande sobre su cabeza, y llevando los otros en sus manos. Al pasar por el callejón estrecho y serpeante que lleva desde San Esteban a la calle del Barrionuevo, un morisco rijoso se la echó encima, abrazándola y pidiéndola todo tipo de favores. Al resistirse ella, cayeron sus cántaros pesados rompiéndose sobre las piedras del pavimento. Del forcejeo, se le cayeron las cintas de su corpiño o cotilla, prenda que llevaban, muy ajustada y apretada sobre el abdomen las mujeres castellanas, para parecer más delgadas. Y corriendo, y medio desnuda, llegó al palacio donde se resguardó y la acogieron.

Desde entonces, a ese callejón (que ahora se llama calle de San Esteban) la voz popular denominó de Abrazamozas, y al palacio marquesal, por aquello de que al día siguiente se encontró a su puerta una cotilla destrozada, le llamaron de La Cotilla, hasta hoy.

Resultado de imagen de palacio de la cotilla guadalajara

viernes, 27 de octubre de 2017

La Endiablada (Almonacid del Marquesado, Cuenca)

En Almonacid del Marquesado se ha mantenido desde tiempo inmemorial una tradición oral que narra el origen de la Endiablada, tanto para la Virgen de las Candelas como para San Blas. Lo realmente curioso es que existen dos relatos totalmente distintos para cada uno, atribuyendo al origen de la endiablada dos explicaciones totalmente dispares.
En el caso de la Virgen Candelaria se cuenta que, al nacer Jesús, la Virgen debió cumplir con el precepto judío y presentar al niño en el templo a los cuarenta días de su nacimiento (en el calendario litúrgico católico desde el día 25 de diciembre hasta el 2 de febrero). Esta obligación provocó gran inquietud y vergüenza en la Virgen, pues, según el relato bíblico, no conocía varón, y, por tanto, recelaba del comportamiento de las gentes que pudieran observarla en este acto. Aquí es donde encuentran su lugar los diablos, un grupo de hombres con vestimentas llamativas, burdas, estrafalarias, y con unos ruidosos cencerros, los cuales tendrían como objetivo desviar la atención del público para que la Virgen pudiese cumplir con el precepto sin vergüenza y sin sufrir miradas maliciosas.
Para San Blas se da otra explicación muy distinta. Aquí no nos remontamos a la infancia de Jesucristo, sino que nos ubicaremos en las cercanías de Almonacid, en un paraje denominado los Majanares, despoblado de San Clemente o, también, Fuente Vieja, el cual se sitúa entre los términos de Almonacid del Marquesado y Puebla de Almenara. En este lugar, según narra la leyenda, un pastor de Almonacid encontró enterrada la imagen de San Blas. Enterados los habitantes de Puebla de Almenara reclamaron para sí la imagen del santo, surgiendo una disputa por la posesión del mismo. Los del vecino pueblo intentaron llevarlo con unos lustrosos bueyes, los cuales fueron incapaces de mover la imagen; los de Almonacid, que sólo habían llevado unas escuálidas mulillas, se maravillaron cuando éstas trotaron hacia el pueblo, interpretándose como un hecho milagroso, además de atribuir al santo la voluntad de quedarse en este pueblo. Como había sido descubierto por pastores, éstos, en su alegría, comenzaron a hacer sonar los cencerros de sus ganados, dando así comienzo la Endiablada. Los pastores lavaron la imagen, que estaba cubierta de tierra, con aguardiente, único líquido que tenían a mano, hecho que se recuerda cada año en el lavatorio del santo el día 2 de febrero por la tarde.
Un breve comentario de ambos relatos obliga a hacer notar que el primero no es más que una explicación para dar sentido a las extrañas danzas de los diablos, mientras que el segundo contiene datos mucho más específicos en cuanto a lugares y, de modo indirecto, sobre fechas e inicio del culto del santo. Hubo, en efecto, una aldea situada en el lugar en el que la leyenda ubica el descubrimiento de la imagen, llamada Fuente de Domingo Pérez, la cual quedó despoblada a finales de la Edad Media. Además, en el relato, si lo despojamos de hechos más o menos accesorios, parece subyacer una cierta rivalidad entre dos pueblos por la prevalencia del culto a San Blas, cuyo origen parece estar en el citado despoblado de Fuente de Domingo Pérez. Quizá los habitantes de este antiguo pueblo llevaron su devoción a San Blas a Almonacid y a Puebla de Almenara al abandonar su lugar de nacimiento. El hecho es que en Puebla de Almenara la devoción a San Blas ha sido evidente hasta la actualidad, siendo numerosos los habitantes de este pueblo hermano los que se acercan el día 3 de febrero a Almonacid.

Leyenda - La Endiablada


Leyenda del mármol (Buenache de la Sierra, Cuenca)

“Sucedió que en un pueblo, a dos leguas de Cuenca, llamado Buenache de la Sierra, yendo un pastorcillo a levantar un canto para tirarlo a su ganado, reparó en su hermosura y no lo quiso tirar, sino que lo llevó consigo al lugar. Allí la gente entendida reconoció que era un finísimo jaspe y, llevados de la curiosidad, fueron al lugar donde el pastorcillo lo había hallado, descubriendo una mina de riquísimos y abundantes jaspes. Dieron aviso a Cuenca; fueron los maestros a reconocer la mina y hallaron que era de quilates más subidos que los que habían traído de Sevilla y Toledo. Y así todos convinieron que María Santísima obraba este prodigio para que la Fábrica de su capilla saliese mucho más hermosa con tanta abundancia de jaspes. Con esta providencial ayuda se aminoró el coste tan considerable y prosiguieron las obras comenzadas con más celeridad porque la mina de jaspes se hallaba a dos leguas de Cuenca. Con ello se hizo toda la capilla, desde el suelo hasta cerrar la clave de la media naranja, sin que faltase el mármol jaspeado.

Después se hizo el altar de Nuestra Señora y pareciéndoles a algunos curiosos que sería bueno ir a registrar la mina de Buenache de la Sierra y traer alguna piedra para que sirviera de frontal en el altar de Nuestra Señora del Sagrario, hallaron una sola piedra, la trasladaron a Cuenca, la aserraron por medio y la sujetaron a pulimento. Pero, al colocarla en el altar mayor hallaron que de la mano del Supremo Artífice salió el jaspe pintado de naturales colores y una imagen del Ilustrísimo Seños Obispo Pimentel. Añaden los documentos de aquella época que dicha imagen está hecha con tanta hermosura y colorido como la podría haber pintado el artista más primoroso. Con mitra azul y cariel colorado, con el rostro hermoseado con los colores naturales que tenía el Obispo Pimentel. Tal era su parecido, que hasta un lunar que tenía su ilustrísima en una mejilla también lo tiene el retrato suyo “que pintó el cielo para memoria y gloria de Don Enrique Pimentel”.

Resultado de imagen de buenache de la sierra cuenca

jueves, 26 de octubre de 2017

Las misteriosas lagunas (Cañada del Hoyo, Cuenca)

Las lagunas de Cañada del Hoyo no son unas lagunas cualquiera. Para empezar, no son ni siquiera lagunas, sino torcas, depresiones circulares a modo de cráteres, con los bordes sumamente escarpados, originadas por los caprichos de la erosión en la roca caliza. Pero, a diferencia de otras torcas que pueden verse en la serranía conquense, éstas se han anegado al alcanzar en profundidad el manto freático. Y, para más singularidad, está el color de sus aguas, que son de todos los verdes imaginables –verde botella, esmeralda, cardenillo…–, incluso cambiantes, un fenómeno que se explica por la precipitación del carbonato cálcico en cierta época del año, la más calurosa, pero que al común de los mortales, sobre todo a los de letras, se nos antoja tan misterioso como la licuación de la sangre de san Pantaleón.
Cuatro de las siete lagunas caen dentro de una finca privada, Siete Leguas, que sólo se puede visitar los fines de semana, y no sin pasar antes por taquilla, pero las otras tres –en realidad, las más grandes y espectaculares– son de acceso libre. Impresiona, la que más, la Gitana, un redondel perfecto de 132 metros de diámetro, con orillas escalonadas como un anfiteatro y aguas profundas (25 metros) e hipnotizadoras. Aguas que, según la leyenda, adquirieron un extraño verdor, más blanquecino de lo habitual, el día que una Julieta gitana se arrojó a ellas para matar la llama de su amor, contrariado por rivalidades familiares; un prodigio que volvería a repetirse todos los años por las mismas calendas, a principios de agosto. Lo cual ocurre, como hemos dicho antes, en la realidad.

Se puede dar una vuelta a pie por las lagunas, de cuatro kilómetros en total y un par de horas de duración, siguiendo la detalladas instrucciones que se ofrecen, acompañadas de un plano y de consejos prácticos.
Resultado de imagen de lagunas cañada del hoyo

La cueva de los ladrones (Cañizares, Cuenca)

Tras llevar un buen tramo andado casi dos terceras partes del trayecto total y siendo ya noche cerrada, atravesando un estrecho barranco nuestro caminante sintió, que le atrapaban sus ropas por detrás impidiéndole caminar, tuvo claro que los ladrones le querían robar y paso toda la noche gimiendo y diciendo que se llevaran todos los maravedíes que tenía en la bolsa, pero que a él no le hicieran nada.
Al tiempo que le parecía sentir una voz que decía huuu, huuu, huuu.. Aterrado de miedo y atrapado allí paso toda la noche. Al amanecer cuando giro la cabeza descubrió que el forzudo ladrón que lo retenía no era otra cosa que una simple zarza escaramuceara del borde del camino enredada en sus ropas. Y las voces que escuchaba no eran sino la llamada de un búho real macho a su pareja.
Se creció en valor ante lo que sus ojos veían, copio so hoz de segar cortando la zarza  en varios trozos a la vez que decía  si fueras un ladrón igual habría  hecho continuando su camino bebiendo agua    por el susto en la fresca fuente de los cerezuelos.

Desde este suceso en la cueva existente en ese paraje la conocemos como la cueva de los ladrones.

miércoles, 25 de octubre de 2017

La Campana (Cuenca)

El Rey Carlos III en el siglo XVIII decidió cerrar todos los monasterios de los Jesuitas.  Por ello el convento que hay cerca de la Iglesia de las Angustias en el cual convivían los Jesuitas de Cuenca, fue también clausurado.
Todos los monjes y enseres salieron del modesto convento para ser sellarlo y cerrado. Pero poco tiempo después, los ciudadanos de Cuenca notaron que sonaban campanas dentro del palacio, y más aún, se podían notar ruidos extraños y además los sonidos de un órgano.
Todo Cuenca estaba conmovido. Nadie sabía lo que podía estar pasando, y las historias y rumores corrían por toda la ciudad.  Las autoridades por fin se decidieron a entrar para resolver toda esta misteriosa historia. Y allí dentro encontraron, al monje más viejo de los Jesuitas. Estaba muy malo casi muerto de hambre puesto que comía de los frutos de la pequeña huerta que tenían en la parte posterior.

Este monje era el que tocaba las campanas del edificio, y hacía los ruidos que a toda la ciudad tenían atemorizados.  El pobre hombre murió al día siguiente de salir de su convento.

El Tormo Alto (Cuenca)

Una de las muchas leyendas que todavía se comentan, versa sobre el Tormo Alto, esa sublime figura que parece más bien el resultado de un acto de brujería, en donde se juega con el equilibrio y alguna que otra ley física, considerado como la tumba de aquel pastor lusitano que recorrió a lo largo y a lo ancho la Celtiberia: Viriato.
Se dice que cuando un grupo de hombres de nuestra Serranía descubrió por primera vez el Tormo Alto quedaron ensimismados creyendo que se trataba de algo mágico, y le bautizaron con el nombre de LA ESFINGE. Pues servía para orientar a los que transitaban por la Ciudad Encantada, decían unos, y para otros representaba la imagen de un dios de pueblos antiguos, posiblemente desde la época de los griegos. Hay también quien dice que era la representación de una diosa lunar que llegó a castigar a los maridos que no eran fieles a sus esposas, convirtiéndoles en piedras de formas extrañas.
Cuando aquel pastor lusitano, para otros un bandido, llamado Viriato, había infringido muchas derrotas a las legiones romanas, vino a ocupar Segóbriga, recorriendo casi toda nuestra provincia, parece ser que llegó a enamorarse de una bella mujer conquense. Siempre iba a visitarla a su casa llegaba rodeado de un numeroso grupo de hombres de confianza, ya que no se fiaba de nadie, pues sabía que los romanos intentaban darle muerte al precio que fuese preciso pagar.
Como esa bella joven vivía en el centro del pueblo se situaban varios de sus guerreros vigilando todas las calles que daban al lugar de donde se encontraba Viriato, el resto rodeaba el pueblo para que nadie entrase ni saliese sin ser controlado por ellos. Siempre procuraba estar en alguno de los campamentos más cercanos al pueblo de su amada, puesto que al no encontrarse de campaña solía visitarla casi todos los días. A veces se pasaba largas temporadas sin aparecer por allí, y contaban que varias ocasiones, al ser herido, tuvo que ser visitado por ella en su propio campamento.

   En una época en la que los romanos le atacaban continuamente resultó herido en una operación de limpieza que había desarrollado con un gran grupo de hombres por el sistema de guerra de guerrillas. Por tal motivo la joven conquense iba con frecuencia a verle, para ello Viriato mandaba una patrulla de soldados al frente de la cual solía ir uno de sus hombres de confianza con objeto de acompañarla tanto a la ida como a la venida. Pero en una ocasión cuando regresaba de verle, fueron atacados por un nutrido grupo de soldados romanos que sabían de esta circunstancia e intentaban por todos los medios apoderarse de la joven para tener maniatado al peligroso y escurridizo caudillo lusitano.

   Aunque le tendieron una emboscada, el capitán que mandaba la patrulla supo dar buena cuenta de los atacantes al situar a sus hombres, todos perfectamente preparados para la guerra, en una ladera bien nutrida de pinos y carrascas. Allí aguantaron la embestida de los romanos, dejándoles adentrarse en aquel bosque envolviéndoles en una bolsa hacha por sus guerreros para atacarles por todas partes a la vez. Aquello que podía haber sido una matanza para los hombres de Viriato y el rapto de su amada, terminó siendo otro severo castigo para aquel ejército invasor a base de acciones sueltas como aquella.

   Al parecer, en otra de las visitas llevadas a cabo por la joven, ambos pasearon por la Ciudad Encantada a lo largo de varias horas, permaneciendo a la sombra del Tormo Alto la mayor parte del tiempo. Y según se dice en la leyenda, Viriato dijo a su amada que si muriese en acción de guerra le gustaría que incinerasen su cuerpo en aquel lugar tan bello que la madre naturaleza había creado: el Tormo Alto. Caso de morir por muerte natural le pidió que lo enterrasen bajo aquella figura que para él representaba a su dios al que tantas veces se encomendaba allí mismo.

   Dado que aquella noche los soldados de Viriato iban a celebrar una de sus últimas victorias sobre los romanos, éste pidió a la joven que se quedase a contemplar la fiesta que tenían preparada, ya que esto lo solían hacer en las noches de luna llena. Aunque el caudillo estaba herido se celebraría este festejo al estilo que el pueblo celtíbero tenía por constumbre hacerlo, con la diferencia de que allí no bailarían en familia a las puertas de sus casas, sino que lo harían los soldados. Tampoco sacrificarían víctimas humanas, en su lugar tenían preparados unos corderos y unas ovejas que desempeñarían la misma función.

   Previamente, un grupo de guerreros preparó una fogata en el centro del campamento, empleando para ello madera de carrasca y pino además de abundantes ramas secas, dando un aspecto fantasmagórico a aquel singular rincón de la Serranía conquense.

   Como el Tormo Alto se encontraba en el mismo campamento en donde se preparaba la fiesta, un grupo de soldados bailaron su danza típica alrededor de " La Esfinge", cuyos gritos y gestos enardecían a todos los presentes. A continuación sacrificaron ante el Tormo las ovejas y corderos que después serian para que todos comiesen a lo largo de la noche, ya que solía prolongarse hasta el amanecer.

   Una vez recuperado Viriato continuó sus acciones guerreras realizando a veces prolongadas salidas, pero nunca se olvidaba de su joven amada, regresando a su lado cuantas veces le era posible. Pero cada vez tenía más enemigos, no sólo ante los romanos sino entre los mismos suyos, muchos le envidiaban y él lo sabía, por lo que debía estar en estado de alerta continuamente. En una gran parte de la Celtiberia derrotó a sus enemigos en múltiples ocasiones, motivo por el que preocupaba este personaje cuyo nombre causaba pavor en los ejércitos enemigos. Parece que hubo consignas del alto mando para que terminasen con él costase lo que costase.

   Un día, tres de sus capitanes, se vendieron por unas monedas asesinado a su jefe mientras dormía en su tienda del campamento. Pronto corrió la noticia como un reguero de pólvora y cuando los Celtíberos vieron muerto a Viriato, al que bautizaron como Caudillo de las libertades ibéricas, en aquel pintoresco lugar de los riscos de Villacabra, en pleno Señorío de Molina, se apresuraron a recoger el cuerpo inerte y ensangrentado de su jefe para evitar pudiese ser profanado por sus incontables enemigos. Inmediatamente comunicaron a la amada la triste noticia acompañándola hasta el mismo pie del Tormo Alto en donde tenían el cuerpo del querido caudillo y jefe.

   No resultó tarea fácil subir su pesado cuerpo a la cima de La Esfinge, pero una vez allí fue rodeado de tomillo y mejorana, siendo incinerado mientras sus guerreros danzaban alrededor de aquella tumba considerada la más bella que jamás haya habido en toda la tierra. Su amada alzaba la vista hacia aquellas llamas que encerraban el amor de su vida y lo diluían poco a poco hasta hacerlo desaparecer.

   Terminaron de recoger sus cenizas cuando ya llegaba el nuevo día fueron esparciendo por toda aquella zona de la Ciudad Encantada en donde uno de sus campamentos estuvo instalado muchos años. La encargada de aquella misión fue la joven conquense, puesto que había sido lo pactado con aquel hombre que aún habiendo sido un humilde pastor llegó a ser uno de los personajes más famosos de su tiempo y de la Historia de España.

   Continua diciéndonos la leyenda que durante bastantes años, una noche a la semana se podían comtemplar desde lejos la misma imagen que se vivió aquella del crematorio, escena que impresionaba a todo aquel que llegó a verla. Pero lo más curioso era que si se encontraban junto al Tormo Alto no apreciaban absolutamente nada.

Fue un misterio que jamás supo descifrar ninguna mente humana.


También llegaron a oír el murmullo de las danzas que sus guerreros le hicieron durante algún tiempo, así como los sollozos de aquella mujer conquense que amó a Viriato hasta después de su muerte y de la que nunca más se supo. Aunque se dice que alguien la vio un día en la cima del Tormo Alto alzando los brazos al infinito y pronunciando a grandes gritos el nombre de aquel pastor lusitano que había llenado su corazón de gozo.

La cruz del Diablo (Cuenca)

Diego, hijo de un oidor de la ciudad, era la vergüenza de sus padres y de su familia, a los que deshonraba con costumbres licenciosas. De hermosa apariencia física, apuesto, conquistador, diestro en Justas y Torneos. Era, a pesar de sus calaveradas, el ídolo de las damas de la mejor sociedad conquense. Una dama misteriosa, que apareció en Cuenca durante el verano, consiguió interesar a Diego, que intentó en seguida su conquista, pero desaparició de la ciudad tan misteriosamente como había llegado, sin que el joven consiguiera encontrarla, hasta que iniciado el otoño apareció otra vez en la ciudad. Desde aquel momento, ya no se separó Diego de ella. De costumbres y manera tan licenciosas como aquél, la dama desconocida produjo el escándalo en Cuenca. Ante nada retrocedían, desprovistos de todo respeto humano y… hasta divino. Nada consiguió el padre de Diego cuando trató de apartarlo de aquellos amores y conductas. Por toda respuesta le dijo que pensaba casarse con aquella dama, de la cual nada sabía, excepto su nombre: Diana. Nombre pagano que asustó al oidor, y pidió a Dios por aquel hijo depravado. Continuaron aquellas relaciones escandalosas, y llegó el día de Todos los Santos. Precisamente aquella noche, la pareja, reunida con amigos y amigas de sus misma aficiones, se divertía y reía del miedo que mucha gente tenía en salir de su casa o bromear a propósito de los difuntos y vida de ultratumba. Diego llegó a discutir con Luís, uno de sus amigos, que se negó a acompañarle en un viaje que proyectó hacer en aquel mismo momento por el campo. De tal discusión resultó un desafío entre ambos, que quedó concertado para el amanecer del día 3, ya que Luís, temeroso, se negó a llevarlo a efecto aquella misma noche. Pero Diego y Diana, acompañados de unos pocos, salieron y se dirigieron hacia el atrio de la ermita de las Angustias. Ninguna de las alocadas damas les acompañó. Sólo unos pocos, que muy pronto dejaron solos a los amantes. La noche, tormentosa, con abundantes truenos y relámpagos, acabó en una lluvia que fue empapando los vestidos de Diana, sentada junto a Diego en las escaleras del atrio. Al advertir el joven el estado de Diana, completamente mojada, y tiritando él mismo de frío, le propuso guarecerse al abrigo de la ermita. La puso en pie, y al tratar de llevarla en brazos, debido a un relámpago deslumbrante y habiendo quedado un poco levantando el vestido, descubrió no una pierna de mujer, sino una horrible pata de cabra, peluda y fea, terminada en una horrible pezuña. Diego comprendió al momento su equivocación. Había estado coqueteando con el diablo, en forma de bellísima mujer. Subió las gradas de la escalera donde se habían sentado y abrazándose a la cruz pidió auxilio a Dios. La fingida Diana desapareció en un alarido, envuelta en siniestros resplandores. Diego aterrorizado, descendió las escaleras y se dirigió al convento de los Descalzos, en cuya puerta estaba la cruz. A su llamada respondieron los frailes, ante cuyo prior hizo el joven confesión de su terrible experiencia, así como de sus culpas. No quiso levantarse del suelo hasta que le permitieron quedarse en el convento. Su arrepentimiento fue sincero y total. Vivió aún largos años de vida ejemplar y penitente, y murió santamente. Recuerdo de esta leyenda es la cruz, que se conserva en el atrio del antiguo convento de los Descalzos, en cuyo centro se ve una mano extendida con cinco dedos, que según la tradición era la huella de la mano de Diego cuando se abrazó a la cruz pidiendo el auxilio divino, al identificar a Diana como el demonio.

La roca del caballo (Cuenca)

En la plaza mayor de Cuenca, se encontraban reunidos los dos hermanos protagonistas de la leyenda de la piedra del caballo, los hermanos eran gemelos, ambos compartían su elegancia en vestir, su agilidad con los caballos y su valentía en el manejo de la espada.
Donde se podría encontrar sus diferencias era en sus personalidades, “Nicolás” ferviente religioso, pacifista y de comportamiento sencillo. Por la otra parte, “Juan” el otro hermano gemelo era travieso, impulsivo y con cierta costumbre de cortejar a toda dama.
Con toda la fiesta en su máximo apogeo, una bella dama se cruzó en el camino del hermano gemelo de carácter sencillo, los dos quedaron enamorados a primera vista, en los días de fiesta posteriores se buscaron por las calles del casco antiguo de Cuenca sin éxito.
Así que, la joven se empezó a escribirse cartas con Nicolás, donde manifestaba su amor hacia Nicolás y sus deseos de conocerlo en persona, una de esas cartas, por culpa de la semejanza física de los hermanos gemelos, fue entregada al hermano equivocado.
“Juan” el hermano gemelo, ignorando que el relato de la carta no era para él, no tardo en asistir a la casa de la bella mujer y conocerla haciéndose pasar por su hermano.
Cuando Nicolás, enterado de todo esto, fue en busca de su hermano para batirse en duelo, donde lo mato en un ataque de ira, busco huir de la escena de aquel fatídico crimen, pero cuando se disponía a cruzar el río Júcar, la corriente les arrastro, a él y su caballo, el caballo se golpeó con una roca, desde entonces a esa roca se le llama, la roca del Caballo por esta sencilla historia.
Nunca se supo más de Nicolás, no sabemos si consiguió sobrevivir , si pudo cruzar el río, ni quien presencio esta leyenda para poder luego contarla y que llegara hasta nuestros días.


Resultado de imagen de la roca del caballo cuenca

martes, 24 de octubre de 2017

La fuente del Abanico (Cuenca)

Esta leyenda se sitúa en el Paseo del Júcar, y cuenta que una esposa infiel con su marido, el cual se iba todas las tardes al casino y dejaba sola a su mujer. Esta aprovechaba estos huecos para quedar con su amante en una fuente muy cercana al Rio Júcar. Pero alguien, amigo del esposo, pillo in fraganti a la mujer y raudo y veloz fue a contar al marido las andanzas de su esposa. Sin perder un minuto el marido fue corriendo a la fuente para ver si era verdad o no lo que le habían contado y no encontró a nadie, pero sí que vio que cerca de la fuente había un abanico que pronto reconoció que pertenecía a su mujer.
La mujer que se da cuenta que ha perdido el abanico, mandó llamar a una de sus amigas para que le ayudará con una coartada. El marido llega muy enfadado a su casa para pedirle explicaciones sobre los hechos a su mujer, pero antes de que pudiera decir nada, la astuta amiga de la mujer infiel le reclama el abanico diciendo que era de ella y que lo había perdido en la fuente.

Así fue como el marido es engañado. De esta forma acaba esta leyenda pero alguien un poco después de los hechos quiso dejar un abanico grabado en piedra en la fuente para recordar esta burla para siempre.

estoescuenca_cuenca_monumentos cuenca_visitar cuenca_turismo cuenca_abanico 3

El hombre de la Capa negra (Huélamo, Cuenca)

Se cuenta en Huélamo que, hace muchos años, vivía en aquel pueblo un buen mozo de nombre Juan Manuel Merchante. Pero también había otro, al que llamaban “Pinto”, el cual, envidioso de las virtudes de Juan Manuel, llegadas estas fechas le propuso que demostrara su valor acercándose al cementerio al filo de la medianoche. Como prueba de ello debía dejar unas piedras en la puerta, de modo que al día siguiente demostraran su presencia en aquél lúgubre lugar.
No sabemos qué fuerza le llevó a aceptar tan extraña petición, pero el caso es que así lo hizo. Una vez cumplido el cometido indicado y cuando ya regresaba hacia su casa, dadas que eran las doce campanadas, estando por “el Borde”, se encontró con un desconocido, vestido todo de negro con larga capa y sombrero, que le preguntó por el camino de “La Serna”y si no tendría problema en acompañarle.
Valiente de por sí, y sin recelar nada, no tuvo inconveniente y comenzaron su andadura. Por angostas trochas llegaron hasta el “Alto de la Horca”en donde Juan Manuel se volvió, más que nada por comprobar si el forastero le seguía, y vio que de los pies y manos desprendía resplandores siniestros y llamas en mayor cantidad. Al ver aquello se asustó lo suficiente como para inventar una estratagema y huir. Pretextando una urgente necesidad fisiológica se adentró entre los matojos, pero el anónimo acompañante le advirtió de que no se alejara en exceso y que a la tercera palmada que oyera regresara a su compañía.
No esperó más Juan Manuel para salir corriendo hacia el pueblo. En esto oyó la primera palmada. A la altura de “Los Dornajos” sonó la segunda. Ya junto a la Iglesia sonó la tercera y siguió corriendo como alma que lleva el diablo (y nunca mejor dicho) hacia su casa.
Al no detenerse el, le siguió el misterioso personaje. Por un instante volvió la vista y vio que, en su carrera, el de la capa negra y ojos de fuego, echando como chispas por todas partes, corría casi sin tocar los pies en el suelo.
Justo le dio tiempo a Juan Manuel para llegar a su casa y cerrar precipitamente la puerta, notando una fuerte presión en el exterior, al tiempo que oía estas palabras : “¡DE UNA, Y NO BUENA, TE HAS LIBRADO, JUAN MANUEL MERCHANTE. DE TUS PIES TE HAS VALIDO, QUE SI NO DE TU SANGRE HUBIERA BEBIDO”.
A los ruidos, despertó la madre del muchacho y, una vez enterada del mal trance, estuvieron rezando hasta el amanecer.
A la mañana siguiente pudieron ver que, en la puerta y en la parte superior, había una huella de una mano grandísima marcada a fuego, que duró muchos años como testimonio de la persecución de que había sido objeto el valiente de Huélamo por el hombre de la capa negra.
Todavía, en nuestro tiempos, hay quien asegura haber recibido la noticia de sus abuelos (en lecho de muerte) del lugar donde se enterró, más tarde, tal puerta con la marca de la mano, para así evitar cualquier maleficio. Y, dicen, que fue en el castillo de Huélamo, en un profundo sótano que existe en su centro bajo una pesada tapa de hierro.
Resultado de imagen de el hombre de la capa negra huelamo leyenda

lunes, 23 de octubre de 2017

La historia de Don Benitón (Minglanilla, Cuenca)

Cuenta la leyenda que allá por los años finales del siglo XVIII nació en Minglanilla, de familia humilde y jornalera, un niño que cuando creció era de una musculatura robusta y una estatura gigantesca, de tal manera que todas las personas le llamaban Don Benitón. Como su familia era pobre, no tuvo oportunidad de ir a la escuela y casi no sabía leer ni escribir. Su juventud transcurrió trabajando duro de jornalero, leñador y en las minas de la sal. Era un hombre muy religioso y bueno. Era tan fuerte que cuando iba a por leña al campo con su borrico, él cargaba a sus espaldas más leña que su propio asno. Un día en la mina de sal, cuando contaba dieciocho años, le hicieron una prueba de fuerza que consistió en sostener en sus hombros 483 kilos de sal. No solamente aguantó este peso sino que subió con esa carga un escalón de la mina y se comió una libra de pan. A esa edad era ya de cinco pies y ocho pulgadas. Cuando fue a la mili, el coronel de su regimiento ordenó que le dieran dos raciones de comida. Al poco tiempo demostró su valor y fue nombrado cabo de gastadores. En la Guerra de la Independencia, contra los franceses, salvó a su coronel herido. En el sitio de Tarragona, por su arrojo y heroicidad, fue nombrado sargento 2º. Al terminar la guerra consiguió el grado de capitán y pasó a la guarnición de Melilla. Aquí, un día paseando con un amigo fue acorralado por los moros, y por no enfrentarse a ellos ya que su amigo tenía mujer e hijos, se entregó. Cuando los moros vieron la fuerza que tenía quisieron obligarle a renunciar a su religión en favor de Mahoma, a lo que él se negó en rotundo y fue castigado a labrar con un buey. Una noche de fuerte tormenta aprovechó D. Benitón la visita de su carcelero para escapar. Llegó a Melilla contando lo sucedido y, gracias a él, su amigo pudo ser liberado previo pago de un rescate. De allí marchó a Murcia pero antes de llegar, cuando iba en su coche de caballos, éstos se desbocaron y D. Benitón se cogió a una rueda y detuvo el coche en el acto. Cuentan que en otra ocasión, estando en Valencia, el ama de la casa donde vivía quería comprar naranjas y por impedimento físico no podía bajar las escaleras; entonces D. Benitón bajó a la calle y a un naranjero que vendía naranjas con su burra le explicó la situación resolviendo coger la borrica con las naranjas y subirla a cuestas hasta la casa para que su señora pudiera escoger personalmente las naranjas que deseaba. Después volvió a coger la burra y la bajó a la calle de nuevo. Tal era su fuerza que un día su general quería examinar un cañón pero no tenía tiempo para ello, así que D. Benitón fue donde estaba el cañón, lo cogió y se lo llevó hasta la puerta del despacho del general para que éste pudiera verlo sin moverse de su sitio.
En el año 1825, D. Benitón regresó a Minglanilla para vivir allí junto a su mujer y sus hijos. Al llegar, un grupo de vecinos le increparon que ya estaba viejo y que no era tan fuerte. Para demostrar que estaban equivocados los retó a una prueba en la que D. Benitón debía ser agarrado por un brazo por dos hombres y enfrente de él sobre una mesa se colocaría una botella de vino y un vaso, y él aseguraba que se bebería toda la botella, vaso por vaso, sin derramar una gota, a pesar de estar sujeto por cuatro hombres. El resultado fue que se bebió el vino. En otra ocasión, en la ciudad de Cuenca fue retado por un hombre apodado El Chato, diciéndole que era viejo y que no valía para nada; tanto increpó a D. Benitón que le dio unos azotes, como los que se dan a los niños, dejando a El Chato el culo amoratado por unos días y con cierta cojera.

Durante la Guerra Carlista, el cabecilla Sempere entró en Minglanilla y fue a la posada a descansar y tomar aliento. Don Benitón se personó para saber qué clase de gente era y en el mismo momento que entraba a la posada uno de los soldados gritó: "¡que viene el enemigo!", buscando la forma de cerrar las "portás", a lo que se prestó D. Benitón empujando éstas con sus anchas espaldas. Desde fuera, como no podían abrir, descargaron cinco trabucazos que impactaron en el cuerpo de D. Benitón cayendo al suelo malherido. Cuando entraron los nacionales y lo vieron se dieron cuenta del error que habían cometido y lo llevaron a su casa para que lo curaran. De las cinco balas que tenía en el cuerpo cuatro sanaron, pero la quinta le produjo gangrena que fue la que lo condujo a la muerte en 1848.

Resultado de imagen de leyenda de don benito minglanilla

Minga, la Galanilla (Minglanilla, Cuenca)

Un joven jinete llamado Pedro, el hijo del administrador general del Marqués de Villena se dirigía a lomos de su caballo hacia la villa de Iniesta cuando pasó por una pequeña aldea y vio a una hermosa joven en una fuente llenando un cántaro de agua. Se acercó y galanteó un rato con la campesina hasta que ésta se marchó. El jinete se fue a Iniesta sin poder apartar de su cabeza la cara de Dominga, que así se llamaba la moza.
Al llegar el buen tiempo los marqueses de Villena anunciaron su llegada a Iniesta con todo su séquito. El administrador ordena entonces a su hijo Pedro hacer un repaso de los preparativos de la llegada de los marqueses en sus posesiones cercanas, lo que le da pie para volver a la aldea de aquella guapa muchacha. Allí la va a esperar junto a la fuente atando su caballo a un hermoso minglano o granado que en el mismo lugar había. La muchacha volvió con su cántara a por agua cruzándose un breve saludo entre ambos, y Pedro se quedó aún más prendado de ella, pensando como conquistarla.
Cuando los marqueses llegaron a Iniesta, Don Hernando, hijo mayor de aquellos, organizó una batida de caza a la que también fue invitado Pedro. Estando en plena cacería Pedro decidió escaparse para ir a la aldea de la fuente del minglano y ver a Dominga. Pero Don Hernando viéndolo cómo galopaba, y pensando que iba tras una importante pieza, tomó el mismo camino, al igual que algunos otros cazadores que lo acompañaban. Cuando Pedro llegó a la fuente se excusó ante Don Hernando diciendo que perseguía a un gran corzo que al final se le escapó, y todos se refrescaron y bebieron agua de la fuente. En esos instantes apareció Dominga con su cantarillo a por agua, y al aproximarse a Don Hernando, éste, que observó asombrado su belleza, le preguntó su nombre y la obsequió con algunos piropos comparando su belleza con princesas y reinas. Al partir la doncella, el joven le dijo que a partir de ese momento él la llamaría Minga, por ser un nombre más breve y sonar mejor. Pedro por su parte estaba muy disgustado al entender que aquella muchacha le había gustado mucho a Don Hernando. Claro está que ni en la mente de Pedro ni en la de Hernando estaba el casarse con aquella muchacha, debido a su condición de humilde labradora, pero ambos pensaron en enamorarla y conquistarla.
Pasados unos días, Pedro envió a uno de sus criados para convencerla de que fuera su novia pero se volvió sin conseguir nada ya que la doncella tenía por novio a un mayoral del Marqués al que llamaban Toño. Don Hernando, a su vez, mandó a uno de sus pajes, el más ducho en amoríos y enredos, quien le llevó flores y regalos y le explicó las intenciones del conde. Dominga le dijo que tomaba los regalos por no molestar a Don Hernando pero que no quería saber nada del asunto.
Todo lo ocurrido lo ocultó la muchacha a su novio Toño y a su familia con el fin de evitar disgustos. Pero Don Hernando le siguió mandando cartas y regalos a casa de la tía Tomasa por medio de su paje, cartas que Dominga recogía sin querer hacerlo y prometía que no volvería más a casa de la tía Tomasa. Pedro, por otro lado, una noche fue a rondarla con un grupo de músicos, y pronto se hizo público que tanto Pedro como Don Hernando cortejaban a la doncella de la fuente del minglano.
Con este estado de cosas, Toño pidió al padre de la moza, que se llamaba Gaspar, que les dejara casarse para así evitar más comentarios. El padre habló con su hija y encontró a ésta muy dubitativas y excusó casarse con Toño porque aún era muy joven. Su padre hizo un trato con ella por el que se casaría con Toño en cuanto cumpliera los dieciséis años, y a partir de ahora, accedía a que fueran novios formales y así Toño podría venir a verla todas las noches.

Pero un día después de arreglar los animales, Toño se dirigía a casa de Dominga cuando vio a un hombre que entraba en casa de la tía Tomasa. Toño se escondió tras el minglano de la fuente, y poco después vio salir a la tía Tomasa que tomaba muchas precauciones mirando a todos lados y se encaminaba a casa de su novia. Toño aprovechó este momento para acercarse con sigilo a la casa donde estaba el hombre y se quedó escondido al lado de una ventana para poder oír lo que allí se decía. Al volver Tomasa, ésta contó al paje de D. Hernando, que era quien allí estaba, que la doncella le había manifestado que ya tenía novio formal y que no quería más cartas ni regalos. Toño se fue a casa de Dominga taciturno y preocupado. Esa noche casi ni habló y estuvo muy triste. A los pocos días, el señor Marqués destina a Toño como Mayoral a otro de sus pueblos, doblándole el incluso el sueldo. Él se niega ante su padre y explica que es una maniobra para alejarlo de su novia pero ante la insistencia de éste, temeroso de represalias, acata la decisión con obediencia. Al día siguiente fue a despedirse de Dominga y de su familia con mucha tristeza. Durante un mes los dos nobles pretendientes, Pedro y Hernando, continuaron cortejando a la doncella con cartas y regalos.
Un día coincidieron en la fuente del minglano el paje de Don Hernando y Pedro librando entre ellos una gran lucha con sus aceros. Viendo el criado del conde que Pedro manejaba mucho mejor la espada, aprovechó un instante de pausa para subir a su caballo y huir. Inmediatamente fue a contar lo sucedido a su señor quien en un arrebato de furia y sin poderlo resistir más, organiza un plan para secuestrar a Minga y manda a su paje para llevarlo a cabo. Con un engaño mientras la muchacha recogía agua de la fuente es raptada, introducida en un coche de caballos y llevada a Madrid. Aquí va a vivir con dos criadas y un paje guardián. El conde, para hacerla feliz, la rodea de mucho lujo y comodidades. Ella es consciente que, aunque llevada a la fuerza, siente un gran amor hacia Don Hernando pero cuando piensa en los suyos se queda muy triste y llora. En Madrid es educada por maestros y pronto adquiere distinción y modales propios de su nueva condición, enamorándose locamente del conde.
Así fueron pasando los años hasta que un día Don Hernando le comunica que su padre, el Marqués de Villena, había dispuesto su casamiento con una mujer de su misma condición pero que no se preocupara que él seguiría manteniéndola. Mingla sintiéndose traicionada y abandonada, no paraba de llorar. Realmente el conde la estaba engañando, ya que era mentira lo de su casamiento y lo que ocurría era que ya se había cansado de ella. Un día la criada que estaba al servicio de la desdichada doncella fue a ver a Don Hernando para decirle que la muchacha estaba muy delgada porque casi no comía y se encontraba muy enferma, rogándole que fuera a verla, a lo que éste le respondió que no quería ya saber nada de ella.
En una fría tarde de noviembre agonizaba Minga la Galanilla, y ante un sacerdote pedía perdón y clemencia acordándose de su padre, que había muerto penando por su ausencia, y de Toño, que por su culpa estaba en la cárcel después de desafiar a Don Hernando e intentar matarlo. Entonces el cura le explicó que había hecho las gestiones oportunas y había conseguido sacar de prisión a Toño, y si lo quería, vendría a verla. Minga se negó y poco a poco su vida fue desapareciendo hasta que llegó su suspiro final. A su entierro solo asistieron tres personas: Toño, embargado de pena y llanto; el cura, consternado en compasión, y la criada que la había querido como a una hija y la había acompañado hasta su muerte. Toño murió poco después de su amada Dominga.

Don Hernando se casó con una joven aristócrata, pero nunca supo lo que es el amor. Entonces sintio un gran arrepentimiento por aquella joven aldeana que le dio todo su amor y murió por culpa de su engaño y abandono, y ordenó que, en memoria y recuerdo de aquella gran mujer, la aldea donde había nacido pasara a llamarse Minga La Galanilla, en honor a la muchacha que más tarde paso a llamarse Minglanilla.
Resultado de imagen de leyenda de minglanilla cuenca

viernes, 20 de octubre de 2017

La torre de la Cautiva (Mota del cuervo, Cuenca)

 Una tarde, cierta doncella cristiana de noble alcurnia paseaba a caballo con su dueña por las orillas del Záncara. Tanto embelesaba a la joven el paisaje, que sin darse cuenta, llegaron casi a los límites del poblado moro. Cuando vinieron a apercibirse del peligro que corrían, los moros se les echaron encima, aprisionando a la doncella, que gritó a su acompañante: - ¡Adelante, doña Halda! ¡No os detengáis...! ¡Estoy cercada! Cuidad a mi anciano padre... Sus últimas palabras se perdieron en el viento. La joven doña Elena fue apresada. - Buen rescate valdrá - dijo uno de los que la prendieron -; pues dama principal es. - Hija única de don Alonso de Mendoza y de Vergara, dueño de estos contornos. - La vi presidiendo el último torneo - replicó otro moro, que llegaba en aquel instante -. Pero creo que el joven Alí preferirá esta joya a todo el oro que por ella pudieran ofrecerle.
Era bien entrada la noche cuando la cautiva, en medio de poderosa escolta, llegaba a la fortaleza mora. Al día siguiente la llevaron a presencia del Caíd. Ya se sabía por todo el castillo lo referente a la prisión de doña Elena y su deslumbrante belleza y alcurnia. El joven Alí, hijo del Caíd, quiso también verla, y al momento quedó hechizado por la hermosura de la dama cristiana. Y así se lo comunicó a su padre, para que se la diera por esposa. - Señora - dijo el Caíd -, si te haces mahometana, te colmaré de honores y riquezas; serás la dama principal del contorno y te daré por esposo a mi hijo Alí. - No es posible, señor. En primer lugar, nunca renegaré de mi fe. Y, además, tengo promesa hecha de entrar religiosa, porque desde niña me consagré al Señor, mi Dios. - ¿Y de qué te valdrá todo esto, siendo, como eres, mi prisionera ? - Será lo que Dios disponga... - Si no aceptas mis honrosas proposiciones, sabed que entre estos muros morirás. Nadie puede ampararte. Tu anciano padre murió a raíz de tu cautiverio. No tienes deudos cercanos que por ti se interesen. Además hice correr la voz de que habías muerto. Acepta mi proposición. - No me es posible. Ya os dije, señor. - Entonces, ¿qué esperas...? - Lo que Dios disponga.

Ni ruegos ni amenazas lograron conmover a la cautiva. Tras las contemplaciones vinieron los malos tratos, hasta que ya el Caíd, desesperado ante la resistencia de la joven y la tristeza de Alí, propuso al enamorado: - Si voluntariamente no quiere ser tu esposa, tómala como esclava: es tuya. - De ninguna manera la tomaría contra su voluntad... La encerraron en oscura mazmorra; más Alí intervino y la cambiaron al último piso de la torre. El joven Alí salió para una empresa guerrera contra los cristianos, y el Caíd mandó se tapiara la puerta de la prisión, para que así muriera de hambre y de sed.
Varios meses habían pasado. Creía que había llegado su fin. No volvió a ver a nadie. Solamente tenía comunicación con el aire. Ya llevaba dos días lapidada. El hambre que sentía era grande, pero era mayor la sed. Instintivamente fue a su cántaro, para ver si quedaban algunas gotas. ¡OH, prodigio! El cántaro que estaba vacío lo encontró medio de agua. Con ansia bebió aquel líquido milagroso, calculando no beber mucha para que más le durara. Cayó de rodillas, dando gracias al cielo por tan magnífico don. Así pasó la tarde: dando gracias al cielo... Al amanecer del tercer día oyó un ruido extraño: era un cuervo, que pugnaba por entrar por entre los barrotes de su celda, llevando un pan alargado en el pico. Con inmensa alegría tomó el pan, regándolo con sus lágrimas al dar gracias a Dios. Desde aquel día ya no volvieron a faltarle ni el pan, que todas las mañanas al amanecer le llevaba el cuervo, ni el cántaro de agua, conservando cada mañana el mismo nivel.
Una tarde, asomada a su venta, vio tropel de moros acercarse. Creyó reconocer, cuando se acercaban, al joven Alí, capitaneando las tropas árabes.
Mas en esto, un escuadrón de cristianos les salieron al encuentro. Suenan añafiles y tambores. Despliegan los moros el estandarte verde del profeta, donde campea la media luna...

Las cornetas de ataque de los cristianos llaman a combate. El estandarte morado de Castilla flota orgulloso al viento. Sobre él va la insignia de la Santa Cruz. Se traba un violento combate. Apercibidos los de la torre, envían refuerzos; pero antes de que llegaran, un ejército cristiano les cierra el paso, destrozándolos por completo. Empezaron a replegarse y a defenderse desde la fortaleza donde estaba doña Elena. Las flechas llovían por todas partes; pero la cautiva no se apartaba un instante de su atalaya. Una flecha le atravesó el hombro y cayó bañada en sangre.

- Señor, mi vida por la victoria de los cristianos... Y el Señor la escuchó, porque el triunfo fue completo...
Alí, malherido, agonizante, pidió al jefe cristiano ver por última vez a la cautiva de la torre antes de morir.
- Nada conseguirás -respondió un moro de su escolta-. Desde tu marcha, se tapió la puerta de su cárcel y oí la orden de no volver a llevarle ni agua ni alimento. Después de tantos meses, bien muerta estará la infeliz.
- Imposible; a un ángel así no puede haberla abandonado su Dios...
- General cristiano, ya que has vencido, sé generoso con un moribundo. Déjame ver a la cautiva de la torre antes de morir.
- ¡Concedido! - dijo el general.
Con el mayor cuidado transportaron a Alí hasta la misma puerta de la cárcel de la cautiva.

Tiraron el tabique que la interceptaba, oyéndose unos débiles gemidos. El bello rostro de Alí, ya sellado con los rastros de la muerte, se iluminó, y un rayo de esperanza animó el enamorado corazón, acelerando sus latidos.
- ¡OH, poderoso Dios de los cristianos! ¡Si la veo viva antes de morir, abrazaré tu religión...!
Abierta la entrada, vieron a la joven, caída junto a la ventana, bañada en sangre, desvanecida.
-¡Vive! - exclamó Alí gozoso.
Pasaron dentro de la prisión, incorporaron a la joven, echándole unas gotas de licor en la boca, y doña Elena abrió los ojos.
- ¡Gracias, Dios mío! - dijeron a la vez Ali y la cautiva.
- Reconocí rápidamente a la joven - dijo el primero que había pasado, que era médico.
- No es de gravedad la herida y curará. Se desvaneció por la pérdida de sangre, pero curará... Tú estás bastante peor.
- Nada me importa morir, con tal que ella viva. Y ahora, oídme todos. Sé que me quedan poco tiempo de vida. Veo claramente que encontrar viva a doña Elena es un milagro, un prodigio, que sólo Dios puede hacerlo. Ninguna criatura viviría, después de varios meses lapidada. "¡Creo en el Dios de los cristianos...!"
- Querido hermano Alí, mis ruegos han sido constantes por vuestra conversión...
- ¿Cómo has sobrevivido...?
- Un cuervo me ha traído diariamente un pan a mi celda. Y el cántaro ha conservado el mismo nivel de agua. Ya veis: me alimentó la Providencia.
- Antes de morir quisiera ser Cristiano. Así me podré reunir contigo en la otra vida, ya que no ha podido ser en ésta.
- Sea - dijo la cautiva, viendo que se moría.
- No hay ningún sacerdote - dijeron los vencedores.
- Yo misma lo bautizaré - dijo doña Elena -. ¿Qué nombre queréis, Alí?
- El de tu ser más querido.
- Entonces, como mi padre.

Y doña Elena, derramando el agua en forma de cruz sobre la cabeza del moribundo, pronunció las palabras textuales ante aquélla multitud:
- Yo te bautizo, Alfonso, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Instantes después, con una sonrisa celestial, su alma volaba al Cielo. Solemnes exequias se hicieron por el alma del hijo del Caíd, muerto Cristiano. Se le dio honrosa sepultura. Y el epitafio que se le puso en su tumba fue:
"El valiente capitán Alí, subió al cielo por la mano de un ángel."

Doña Elena profesó en un convento. No dice más la leyenda. Lo único que se ha conservado y perpetuado en la memoria popular es que al conquistar la plaza de La Mota los cristianos, por mucho tiempo se llamó al edificio donde estuvo prisionera doña Elena, "La torre de la cautiva". Y al pueblo de La Mota se le agregó "del Cuervo", en recuerdo de la oscura avecilla que diariamente llevó al amanecer durante varios meses, un poco de pan a la cautiva.
Resultado de imagen de mota del cuervo

La virgen del espino (El peral, Cuenca)

Según se cuenta la Virgen del Espino se encontró en el siglo XVII , en el paraje denominado "Haza de la Virgen" dónde surgió el encuentro. La leyenda dice: trabajando dos labriegos jóvenes, ambos tenían una niña, uno de El Peral y el otro de Iniesta, en una heredad para el mismo amo y estando desenmarañando la tierra de un ribazo de matas y raíces propias del terreno, encontraron debajo de una piedra un envoltorio, estos se sintieron presos de la ansiedad, pensando que tal vez pudiera ser un tesoro oculto, pero al deslizar la piedra dejaron a descubrimiento la figura de ... una muñeca. Repuesto del asombro, no se sabe que ocurrió después, los dos tenían niñas pequeñas, pero el destino optó que se la llevara a su casa el de Iniesta.
El misterio de la leyenda nace en el momento en el que el de Iniesta, al echar mano en las alforjas en busca de la muñeca, descubrió que esta había desaparecido, al igual que empezó el misterio, creció la desconfianza entre los que tantos años, de amistad había unido. El de El Peral, no quería compartir jornal con el de Iniesta, que aunque había sido du mejor amigo le acusaba de robarle la "muñeca", que a pesar de llevarla atado al llegar a su casa no estaba en las alforjas, repitiéndose este hecho durante varios días.
Un día, el de Iniesta, entre desairado y violento le pidió a su vecino de El Peral que probara a traérsela a su casa para comprobar ese misterio, este que nada tenía de ladrón, presentía algo sobrenatural de esa "muñeca" que cada día seguía en el lugar que apareció. Una noche oyéndolo su mujer hablar con tanto cariño y ternura y viendo que el asunto tornaba en su marido en obsesión, tuvo una premoción y le dijo: ve al piazo y tráela pronto a casa, cuando vengas, la Virgen tendrá preparado un altar.

Así como estando ya acomodada en su humilde altar en casa del labriego, se oyó la palabra milagro cuando comprobaron que las flores de espino que llevaba en su mano varios días no se secaban, sino todo lo contrario, daban a la estancia una fresca fragancia, así fue como la llamaron "Del Espino" quedándose para siempre en El Peral.

Resultado de imagen de virgen del espino el peral

jueves, 19 de octubre de 2017

La Reina Mora (Pinarejo, Cuenca)

Una de esas historias que a grandes rasgos recuerdo era la de una mujer que se aparecía en la noche de todos los Santos, de las notas que tome hace unos años cuando la recordé, el año pasado escribí esto que más o menos se ajusta un poco a lo que en su momento me contaron.

Dicen de ella que era muy guapa, pero que provocaba un  miedo terrorífico.   Según contaban tenía unos hermosos ojos negros como el azabache, como de mora.  Aquel que la miraba no podía apartar la vista de ellos, en los cuales veía su propia muerte, avisándoles que la próxima vez que la verían estarían muertos y que ese suceso no tardaría más de lo que duraba el año.

También contaban que esa misma mujer iba a la fuente o a los pozos,  cuando las mozas estaban llenando los cántaros de agua  y les decía que le dejasen pasar delante, sin guardar la cola, si se negaban les arreaba con el cántaro en la cabeza y la dejabas muerta en el acto.  Aunque otros decían que la leyenda no era así, sino que se refería a las mozas que fuesen a llenar agua  al pozo de La Veguilla el día de Las animas, se quedaba para vestir santos de por vida.

Otros cuentan que se aparecía a los pastores y campesinos jóvenes, junto a los abrevaderos donde iban a dar de beber a sus animales, y que si eran buenos mozos, aparecía con un camisón de raso y yacía con ellos, quedando para siempre encantados formando parte de su harén.  Es por lo que a esta bella mujer le llamaban la “aparecía”  o la “reina mora” en contraposición a los “desaparecios” o los “cristianos cautivos”.
Según contaban aquellos narradores de Pinarejo, a aquellos que  se les aparecía no eran capaces de olvidar todo lo vivido, pero si intentaban contarlo se quedaban mudos, siendo avisados por la bella “aparecía”.  Ocurrió que una moza de Pinarejo presenció cómo su novio era seducido por la “reina mora”, muriendo dos días antes de la boda.  Desconsolada fue a pedir consejo a una anciana que vivía a espaldas del cementerio viejo y esta le dijo que el único modo de vengarse de la “aparecía” era  vestirse de mozo y con los ojos vendados pasear cerca del pozo de la Veguilla a la media noche y nada más se le apareciese, evitase mirarla a los ojos, ni con ellos vendados, le tirase agua bendita y ella pensaba que así acabaría con ella pero que incluso así podría fracasar si el agua no tocaba los labios de la “aparecía”. 


Con el miedo en el cuerpo la joven antes de la media noche estaba sentada en el brocal del pozo la Veguilla, como le indicase la anciana, con una venda puesta en los ojos.  A las doce en punto, cuando ella esperaba a la "reina mora",  escucho la voz de su novio que con palabras dulces le hablaba de amor, advertida de que eso podía ocurrir y que la mujer de bellos ojos  podía llegar a aparecer como si fuese alguien querido.  Ella contesto con la misma dulzura, diciéndole a su amado que se acercase, que el secreto mejor guardado de su amor todavía lo guardaba para él y estaba dispuesta a entregárselo en aquella noche junto a los juncos, pero que quería antes besarle y abrazarle, a pesar de que según la anciana, podía morir.  La “aparecía” le dijo que se quitase la venda para besarle, pero ella se negó porque había hecho una promesa que debía cumplir.   Cuando la “aparecía” fue a abrazar a la joven, la joven dijo que tenía sed y bebió agua bendita de un pequeño frasco,  después, muerta de miedo se abrazó a su supuesto novio y juntaron sus labios.  En el momento que la “reina mora” intentaba quitarle la venda la joven  deposito el agua bendita de su boca en la boca de la “aparecía" comenzando esta  a arder. Al día siguiente nadie se explicaba cómo era posible que los juncos hubiesen ardido dejando dibujado un espacio que parecía el cuerpo de una mujer. Solo la joven que había besado a la muerte sabía la razón.  Lo cierto es que ya nunca más hubo ni aparecidas ni desaparecidos en Pinarejo.

Resultado de imagen de la reina mora pinarejo