martes, 23 de enero de 2018

La esquila de las ánimas (La Alberca, Salamanca)

Recorremos las estrechas y laberínticas calles de La Alberca sumergidos en el silencio y en la tranquilidad tan lejana del mundanal ruido. Las horas pasan demostrando que el tiempo, en este lugar, se mueve con otro ritmo. Cuando paseamos de noche, el silencio envuelve este lugar de paz.
De repente, escuchamos una campana. Mejor dicho, tres toques de campana. En aquel silencio, aquel sonido parece venido de ultratumba. No podemos evitar que un leve escalofrío sacuda nuestro cuerpo pero, pese a ello, nuestra curiosidad es mayor que la sacudida y nos acercamos hasta el lugar desde el que hemos oído el ruido. Contemplamos tres sombras, caminando despacio, mientras rezan. Tres mujeres vestidas de negro formando una extraña y lúgubre comitiva. Una de las mujeres vuelve a hacer sonar una pequeña campanilla de manera extraña. El sonido retumba en la piedra y lo devuelve en todas direcciones. Nuestro cuerpo y sentidos vuelven a sentir un escalofrío ante esa visión, esta vez más profundo. Pero no es una visión. Lo que contemplamos es una tradición  alberciana iniciada en el siglo XVI,   denominada “La esquila de las ánimas”.
Cada viernes del año  al atardecer, haga frio, calor o llueva, sin hora fija,  cuando el sol se oculta en el horizonte y la noche cubre todo con su manto, una “moza”, que en realidad es una mujer de cualquier edad, incluso avanzada, recorre las estrechas calles del pueblo, acompañadas por otras dos mozas más tocando  una esquila (campanilla) y portando un candil, mientras rezan el rosario. Cuando llega a las esquinas señaladas, da tres toques de esquila y entona una salmodia (oración) por todas las almas del Purgatorio: “Fieles cristianos, acordémonos de las Benditas Almas del Purgatorio con un Padrenuestro y un Ave María por el amor de Dios…”.  Tres nuevos toques a la esquila para continuar rezando: “Otro padrenuestro y otra Avemaría por los que están en pecado mortal, para que su Divina Majestad los saque de tal miserable estado”.  
 Hace sonar la esquila dando otros tres toques y continúa su camino sin dejar de rezar, hasta completar un recorrido de aproximadamente treinta minutos, mientras sus convecinos rezan, dentro de sus hogares en recuerdo de sus difuntos. La comitiva camina con paso lento hasta que, de repente, se detiene ante una de las casas. La mujer que lleva el farol y la esquila, vestida de negro y cubierta con un capuchón se vuelve hacia la puerta y recita una oración. Tal vez en recuerdo de algún fallecido. La puerta entonces se abre y aparece una mano que les entrega alguna ofrenda, probablemente unas monedas que paguen una misa al fallecido.
La comitiva, según la leyenda, seguirá su camino hasta un antiguo osario alojado en un hueco situado en la fachada exterior de la Iglesia. Protegidas por un enrejado se puede observar en el mismo dos calaveras, unos candiles y un cirio, que siempre permanece encendido a modo de luz para guiar aquellos que se encuentran en el mundo de los muertos.
Pero si sentimos escalofríos mientras observamos la lúgubre visión. Más escalofriante es aquella ocasión en que la moza de ánimas no salió a hacer su recorrido siguiendo la tradición.

Según unos, la moza no salió debido a que la nieve cubría el pueblo y era imposible caminar. Según otros, la moza había muerto ese mismo día. Sea como fuere, los habitantes del pueblo aseguran que esa noche escucharon perfectamente como sonaba la esquila, al igual que todas las noches, al paso por sus casas, sabiendo que la moza de ánimas estaba muerta y que no había salido nadie en su lugar….

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