viernes, 26 de enero de 2018

Los gatos y el diablo (Berrocal de Huebra, Salamanca)

Cuenta la leyenda que el diablo quiso una vez subir a la superficie de la tierra en busca de almas corrompidas que arrastrar hasta las profundidades de su infernal reino. Pero extravió el trayecto y fue a parar al campo charro, repleto de encinas, pero despejado de seres humanos en kilómetros a la redonda. El maléfico ser deambuló por la dehesa salmantina durante horas, pero sin éxito alguno. Así que comenzó a sentir los achaques que la encarnación. Sintiéndose fatigado, decidió sentarse a la sombra de un frondoso árbol para recobrar el fuelle durante un momento. De repente, un agudo sonido le sobresaltó.
El diablo se percató de la presencia de un maullido que le aturdió el oído. Un grupo de gatos reclamaba su atención a lo lejos, a la puerta de lo que parecía ser una alquería. Donde hay gatos hay hombres, y bajo techo más, pensó la maldad hecha carne y hueso, por lo que no dudó en acercarse raudo hasta los mininos. Durante el trayecto era él quien se relamía de placer calculando avariciosamente cuántas almas robaría.
Al llegar hasta los gatos, éstos se introdujeron por la puerta. El diablo decidió seguirles. Pensó en adentrarse sigilosamente, pero eso era un síntoma de debilidad. Él era el señor del inframundo, el dueño de las hogueras terrenales, así que irrumpió a la fuerza y vociferante. Sin embargo, el silencio se adueñó de la estancia. Allí no había nadie. Los gatos se arremolinaban ante una figura. Y entonces el diablo comprendió que había sido engañado. Los animales se apostaban a los pies de un cristo. Estaba en un templo.

Apenas pudo reaccionar, pues tan rápido como había llegado el diablo comenzó a evaporarse, sucumbiendo al poder de la bondad que emanaba de aquel lugar. Pero no quería regresar de vacío al infierno, así que mientras desaparecía hizo un último esfuerzo para agarrar por el rabo a los gatos que le habían burlado. Los animales hicieron todo lo posible por permanecer en la superficie, estirando las zarpas para quedar anclados a la tierra a través de sus uñas, quedando sólo el rastro de éstas como testimonio de lo allí acontecido. Desde entonces se cuenta que los pequeños berruecos que se reparten por las fincas de lo que hoy es Berrocal de Huebra son las uñas petrificadas de los gatos que el diablo se llevó despechado al infierno.

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