jueves, 26 de abril de 2018

Los alcaides (Sepúlveda, Segovia)


Según cuenta, Sepúlveda estaba gobernada por dos alcaides Abubad y Abismen, ambos capitanes de Almanzor (sic). Sepúlveda estaba bien protegida y se sentía segura ante el ejército castellano que comandaba Fernán González.
Los musulmanes enviaron un emisario que, al llegar al campamento cristiano, dijo al conde: «Abismen mi señor envía por mí a decirte que salgas de su tierra y no le obligues a destruirte». El conde respondió: «Dirás a tu señor que yo le haré que cumpla con su obligación».
Y acercándose el moro, con disimulo, al conde le tiró un alfanjazo, que si no hubiera tenido reflejos el conde le hubiera herido gravemente.  Los soldados del conde quisieron matarle, pero el conde mandó soltarle, diciendo, que en tal acción importaba más que sus enemigos supiesen el desprecio de tal acontecimiento, que el castigo de aquel loco.
Dirigiéndose a Sepúlveda, el conde trabó una sangrienta escaramuza, en la que Fernán González, cuerpo a cuerpo, mató a Abismen y los cristianos muchos moros. Se puso cerco a Sepúlveda que Abubad defendía esforzadamente, ayudado por la muchedumbre de sus moros y por la fortaleza del sitio y sus murallas, sobre cuyos adarves hizo degollar cuantos cautivos cristianos había en la villa a vista del ejército cristiano enviando a decir al conde, que lo mismo haría de él y sus soldados, si al punto no levantaba el cerco.
El conde furioso del sentimiento, mandó le dijesen: «Que quien ensangrentaba el acero en cautivos miserables, no sabría usarle contra enemigos animosos: y que le juraba por el verdadero Dios en quien creía de no quitar el cerco a la villa hasta quitar la vida a capitán que tanto se preciaba de verdugo».
Avisaron en esto al conde que a media legua de distancia aparecía una tropa de caballos, y era necesario reconocerlos. Mandó llamar a Ramiro su sobrino, y a Orbita Fernández, ambos maestres de campo, y les encargó que se dispusiesen el combate para otro día, con última resolución de morir o vencer: que él quería ir a reconocer aquella gente con cincuenta caballos y docientos infantes; mandando a Gonzalo Sánchez se adelantase con el estandarte.
Al medio camino se descubrió más gente al otro lado; con que los castellanos se repararon recelosos de haber caído en celada. Y Gonzalo Sánchez dijo en voz alta: «Señor, estos parecen cristianos en la seña y armadura». Respondió el conde: «Amigos, no estamos en tierra de socorro, si no es del cielo; a él y a nuestros brazos, que la justicia y el valor aseguran la victoria, más que la muchedumbre y el engaño». Y adelantándose en esto entre los recién aparecidos un caballero, llegó a decir al conde: «Señor, don Guillén mi señor, caballero leonés, viene con sus parientes y amigos a servir a Dios en vuestra compañía y escuela contra los enemigos de la fe». Mucho se alegraron el conde y sus castellanos con tal compañía recibiéndolos con muestras de contento a punto que ya los moros acometían, y poniendo el conde espuelas al caballo derribó dos que salieron a encontrarle, y los demás en conociéndole volvieron las espaldas con muerte de muchos.
Con esto castellanos y leoneses volvieron al cerco, disponiendo el combate para el día siguiente. En cuya mayor furia un moro dio voces sobre el adarve, diciendo, que el capitán Abubad desafiaba al conde cuerpo a cuerpo, remitiendo la victoria al combate de ambos, usanza de aquellos tiempos. Aceptó el conde, y dispuesta la seguridad salió el moro a caballo, de robusta y descomunal estatura.
A las primeras lanzas estuvieron ambos a punto de perder las sillas, y recobrados, el moro con su fuerte alfanje menudeaba fuertes golpes sobre el conde, que bien opuesto el escudo afirmado sobre los estribos tiró tan fuerte cuchillada al moro, que le partió adarga, yelmo y gran parte de la cabeza, con que cayó en tierra.
Los moros faltando al concierto, cerraron las puertas poniéndose en nueva defensa. Los castellanos reforzaron tanto el combate, que a pocas horas entraron en la villa pasando a cuchillo a la gente de guerra y cautivando la restante. Colérico, el conde ordenó incendiar la villa, mandando luego que cesase, reedificándola más tarde.

Frontón de la fachada de la Casa del Moro en Sepúlveda

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