Según
cuenta, Sepúlveda estaba gobernada por dos alcaides Abubad y Abismen,
ambos capitanes de Almanzor (sic). Sepúlveda estaba bien protegida y se sentía
segura ante el ejército castellano que comandaba Fernán González.
Los
musulmanes enviaron un emisario que, al llegar al campamento cristiano, dijo al
conde: «Abismen mi señor envía por mí a decirte que salgas de su tierra y no le
obligues a destruirte». El conde respondió: «Dirás a tu señor que yo le haré
que cumpla con su obligación».
Y
acercándose el moro, con disimulo, al conde le tiró un alfanjazo, que si no
hubiera tenido reflejos el conde le hubiera herido gravemente. Los
soldados del conde quisieron matarle, pero el conde mandó soltarle, diciendo,
que en tal acción importaba más que sus enemigos supiesen el desprecio de tal
acontecimiento, que el castigo de aquel loco.
Dirigiéndose
a Sepúlveda, el conde trabó una sangrienta escaramuza, en la que Fernán
González, cuerpo a cuerpo, mató a Abismen y los cristianos muchos moros. Se puso
cerco a Sepúlveda que Abubad defendía esforzadamente, ayudado por la
muchedumbre de sus moros y por la fortaleza del sitio y sus murallas, sobre
cuyos adarves hizo degollar cuantos cautivos cristianos había en la villa a
vista del ejército cristiano enviando a decir al conde, que lo mismo haría de
él y sus soldados, si al punto no levantaba el cerco.
El
conde furioso del sentimiento, mandó le dijesen: «Que quien ensangrentaba el
acero en cautivos miserables, no sabría usarle contra enemigos animosos: y que
le juraba por el verdadero Dios en quien creía de no quitar el cerco a la villa
hasta quitar la vida a capitán que tanto se preciaba de verdugo».
Avisaron
en esto al conde que a media legua de distancia aparecía una tropa de caballos,
y era necesario reconocerlos. Mandó llamar a Ramiro su sobrino, y a Orbita
Fernández, ambos maestres de campo, y les encargó que se dispusiesen el combate
para otro día, con última resolución de morir o vencer: que él quería ir a
reconocer aquella gente con cincuenta caballos y docientos infantes; mandando a
Gonzalo Sánchez se adelantase con el estandarte.
Al
medio camino se descubrió más gente al otro lado; con que los castellanos se
repararon recelosos de haber caído en celada. Y Gonzalo Sánchez dijo en voz
alta: «Señor, estos parecen cristianos en la seña y armadura». Respondió el
conde: «Amigos, no estamos en tierra de socorro, si no es del cielo; a él y a
nuestros brazos, que la justicia y el valor aseguran la victoria, más que la
muchedumbre y el engaño». Y adelantándose en esto entre los recién aparecidos
un caballero, llegó a decir al conde: «Señor, don Guillén mi señor, caballero
leonés, viene con sus parientes y amigos a servir a Dios en vuestra compañía y
escuela contra los enemigos de la fe». Mucho se alegraron el conde y sus
castellanos con tal compañía recibiéndolos con muestras de contento a punto que
ya los moros acometían, y poniendo el conde espuelas al caballo derribó dos que
salieron a encontrarle, y los demás en conociéndole volvieron las espaldas con
muerte de muchos.
Con
esto castellanos y leoneses volvieron al cerco, disponiendo el combate para el
día siguiente. En cuya mayor furia un moro dio voces sobre el adarve, diciendo,
que el capitán Abubad desafiaba al conde cuerpo a cuerpo,
remitiendo la victoria al combate de ambos, usanza de aquellos tiempos. Aceptó
el conde, y dispuesta la seguridad salió el moro a caballo, de robusta y
descomunal estatura.
A
las primeras lanzas estuvieron ambos a punto de perder las sillas, y
recobrados, el moro con su fuerte alfanje menudeaba fuertes golpes sobre el
conde, que bien opuesto el escudo afirmado sobre los estribos tiró tan fuerte
cuchillada al moro, que le partió adarga, yelmo y gran parte de la cabeza, con
que cayó en tierra.
Los
moros faltando al concierto, cerraron las puertas poniéndose en nueva defensa.
Los castellanos reforzaron tanto el combate, que a pocas horas entraron en la
villa pasando a cuchillo a la gente de guerra y cautivando la restante.
Colérico, el conde ordenó incendiar la villa, mandando luego que cesase,
reedificándola más tarde.
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