La
devoción del rey San Fernando se remonta a su niñez. Su madre, gravemente
enferma, se encomendó a la Virgen en un monasterio de Burgos. Su súplicas
fueron escuchadas y de adulto, poco antes de conquistar Sevilla, el monarca
pidió que se esculpiera una Virgen para entrar con ella en la ciudad. Ahí nació
la leyenda. San Fernando soñó con el rostro de la talla e intentó que se
reprodujese fielmente, pero ningún escultor lo lograba. Un día aparecieron dos
jóvenes que aceptaron el reto. El rey les proporcionó las herramientas
necesarias y los dejó a solas. Cuando alguien de palacio fue a comprobar si
todo marchaba bien, descubrió que los mancebos no estaban tallando. Al
contrario, rezaban en medio de un gran resplandor. Cuando San Fernando llegó,
los jóvenes ya se habían marchado, dejando la Virgen con la que San Fernando
había soñado. Nunca supo quiénes eran los jóvenes misteriosos.
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