Doña Beatriz de Almodóvar era una linda doncella, enamorada en silencio de Don Diego de la Cueva, joven apuesto y galante y noble de grande hacienda, y aunque la rara hermosura de Doña Beatriz tuviera admiradores sin cuento y pretendientes sin cuenta, es el caso que Don Diego no paró la vista en ella. En la calle Crucifijo, más bien que calle calleja, vivía la hermosa niña en su casa solariega, si por sus padres mimada vigilada por su dueña.
Y cuentan, que despechada y en su amor propio molesta, por que a rondarla Don Diego solícito no acudiera, inventó tales calumnias, le imputó tales vilezas, que, avergonzado, el mancebo partióse pera la guerra, buscando en la lid la muerte y de su honor la limpieza; sin averiguar quien pudo causarle tales ofensas.
Desde que el joven Don Diego partióse para la guerra, todas las noches, al punto de las doce, con cautela, Doña Beatriz de Almodóvar en negros velos envuelta, abandonaba su casa y seguida de su dueña, por la calle Crucifijo marchaba a la Magdalena.
Y ante la bella hornacina que el Descendimiento encierra, oraba por mucho tiempo y, según las referencias, decía en sus oraciones con voz alta y plañidera: «¡Que vuelva. Varones Santos, haced, por Cristo, que vuelva!»
En una de aquellas noches, cuando era la noche media, el vendabal azotaba y rugía la tormenta. Como serpientes de plata pululaban las centellas por entre las densas nubes dejando blancas estelas; y la lluvia, cual torrente, caía sobre la tierra.
Doña Beatriz llegó impávida ante la tupida reja de la hornacina; y diciendq: «¡Haced, por Cristo, que vuelval» un vivísimo relámpago iluminó la plazuela y el estampido de un trueno hizo retemblar la iglesia.
Doña Beatriz lanzó un grito; pues vio, con grande sorpresa de un claro de la hornacina salir, rauda, una centella que con vibrante zumbido pasó sobre su cabeza. Y dicen, que de aquél susto quedó muda la doncella.
Pasaron así dos años; y Don Diego de la Cueva volvió de la lid, cargado de honores y recompensas. De todo lo sucedido enteróse por la dueña de Doña Beatriz; un día por fin apiadóse de ésta y decidió perdonarla, para lo cual se fué a verla. y diz, que cuando Don Diego llegó frente a la doncella Doña Beatriz cobró el habla.
Y como la vio de cerca, el mancebo valeroso pudo admirar su belleza y enamorado y rendido le perdonó las ofensas; y Doña Beatriz casóse con Don Diego de la Cueva.
Fueron ambos muy felices y... se acabó la leyenda.
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